miércoles, 6 de abril de 2011

Vamos tensando nuestro espiritu en la contemplación del amor de Dios I

Is. 49, 8-15;


Sal. 144;


Jn. 5, 17-30


‘¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré – dice el Señor todopoderoso’. ¡Qué hermoso es el amor de Dios? Tenemos que reconocerlo. ¡Cómo no amar si así somos amados de Dios!


‘En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de la salvación te he auxiliado, te he defendido y constituido alianza de un pueblo…’ Así comenzaba diciendo el profeta. es conmovedor lo que nos dice el Señor por el profeta. Casi tendríamos que repetir de nuevo palabra a palabra el oráculo del profeta. Nos busca, nos llama, nos trae a la luz, abre caminos delante de nuestros pasos, consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados, nos guía a manantiales de agua. Recordemos lo que en estos días hemos ido meditando a la luz de la Palabra de Dios. ¡Cómo no amar si así somos amados! Repetimos.


Palabras de consuelo y de ánimo que nos hacen mirar a Jesús y poner toda nuestra fe en El. Nos preparamos para celebrar su Pascua, su entrega, su amor. Le veremos dando su vida por nosotros, y eso que somos pecadores, como diría san Pablo en una de sus cartas. No es por merecimiento nuestro sino por su benevolencia y por su amor.


En este tiempo que media ya hasta la Semana Santa vamos a ir escuchando el evangelio de Juan de forma casi continuada donde iremos contemplando todo el proceso de aquellos que se oponían a Jesús y lo rechazaban hasta conducirle a su pasión y muerte. Esta contemplación tiene que ayudarnos a ir tensando nuestro espíritu en nuestra preparación para poder vivir intensamente la celebración del misterio pascual de Cristo. Y digo bien, tensando nuestro espíritu; como las cuerdas de un instrumento musical que tienen que estar debidamente tensadas en su punto para que podamos sacar de dicho instrumento hermosa melodía. Así tensamos nuestro espíritu para acoger toda la riqueza de gracia que el Señor nos ofrece.


‘Mi Padre sigue actuando y yo también actúo’, les dice Jesús a los judíos. No podían entender que Jesús hablase de Dios de esa manera, llamándole Padre. Como dice el evangelista, ‘ por eso los judíos tenían más ganas de matarlo… porque llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios’. Nosotros podemos entenderlo. Es el Hijo de Dios uno con el Padre y con el Espíritu formando el misterio admirable de la Santísima Trinidad. Confesamos nosotros nuestra fe en Jesús, nuestra fe en Dios.


Nos habla Jesús cómo se van manifestando ese actuar del Padre, ese actuar de Dios, que nos ama, nos resucita y nos da vida. Y todo eso se nos manifiesta en Jesús. Por eso creemos en el y queremos escucharle, para seguirle, para amarle, para vivir en sus obras y en su amor.


‘Os lo aseguro, nos dice, quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna, y no será condenado porque ha pasado de la muerte a la vida…’ Como nos dirá san Juan en sus cartas, ‘sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos’. Creamos en Jesús, en su palabra, y amemos, y nos llenaremos de vida. Seremos resucitados en el último día, como nos dice en otro lugar del Evangelio. ‘Los que hayan hecho el bien saldrán a una resurreción de vida’, nos dice hoy.


Que así se vaya aquilatando, purificando, fortaleciendo nuestra fe y nuestro amor. habrá vida nueva en nosotros, celebraremos la Pascua y nos sentiremos resucitados, renovados con nueva vida. Es el camino que queremos ir haciendo para llegar a la Pascua. Tensemos nuestro espíritu en el amor y brillarán entonces en nosotros las obras del amor; resplandeceremos en santidad. Cómo no hacerlo después de todo lo que nos ama el Señor.

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