miércoles, 30 de marzo de 2011

La ley del Señor es sabiduría que nos conduce a la vida y a la plenitud


Deut. 4, 1.5-9;

Sal. 147;

Mt. 5, 17-19

Vida, sabiduría, prudencia, presencia de Dios, plenitud son las palabras que destacaría y subrayaría en el mensaje de la Palabra proclamada hoy.

‘Escucha los mandatos y decretos que yo te enseño a cumplir, así viviréis…’ les dice el Señor por medio de Moisés a su pueblo elegido. Cumplir la voluntad del Señor es alcanzar la vida. Algunos podrían pensar que estar sometidos a leyes y mandatos no es tener vida, porque esos mandatos restringen y no podemos vivir como queremos. Pero olvidamos que los mandatos del Señor no nos restringuen ni coaccionan, sino todo lo contrario, son como el cauce por el que dejándonos conducir por ellos nos ayudan precisamente a una mayor dicha y felicidad, pero esa dicha y felicidad será para todos.

‘Guardadlos y cumplidlos, nos sigue diciendo el Deuteronomio, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia ante los demás pueblos que dirán: cierto que es un pueblo sabio y prudente esta gran nación…’ Sabiduría es algo más que tener conocimiento de cosas; es sabio no solo el que pueda tener muchos conocimientos, sino el que tiene el saber de la vida; el que desde la hondura de todo lo que ha vivido va encontrando un sentido hondo y profundo a las cosas. En el mandamiento del Señor tenemos nuestra sabiduría y nuestra prudencia, porque nos ayuda a comprender ese sentido de la vida y nos da esa prudencia para saber actuar en cada momento buscando siempre lo mejor.

Pero en el mandamiento del Señor se nos manifiesta algo más, la cercanía y la presencia de Dios. El Dios que nos ama y que nos cuida; el Dios que nos señala caminos que nos llevan a la dicha y a la felicidad; el Dios que se hace presente junto a su pueblo en su caminar. ‘Es un pueblo sabio y prudente esta nación, porque ¿cuál de las naciones grandes tiene unos dioses tan cercanos? ¿cuáles de todas las naciones tiene unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que hoy os voy a promulgar?’

Jesús nos viene a completar este pensamiento que vamos desarrollando con el libro del Deuteronomio. Jesús viene a dar plenitud a toda esa ley del Señor. El es la plenitud y la vida. El es nuestra Sabiduría y la presencia de Dios en medio nuestro. ‘No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud’. Por eso Jesús nos lo centrará todo en el amor. Estas palabras de Jesús que hoy escuchamos forman parte del sermón de la montaña, y bien sabemos cómo Jesús al proclamarnos lo que sería como el centro de su mensaje nos habla de la sublimidad con que hemos de vivir el amor. En él encontraremos esa plenitud. Y en el cumplimiento de la ley del Señor, de lo que es su voluntad encontraremos nuestra grandeza. ‘Quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos’, termina diciendonos hoy Jesús.

En este camino que día a día vamos haciendo en nuestra cuaresma hoy la liturgia en la Palabra proclamada nos ofrece esta reflexión sobre cómo hemos de acoger la ley del Señor. Como hemos ido subrayando, la ley del Señor es nuestra vida y nuestra sabiduría, nuestra prudencia y nuestra plenitud. Conocer y meditar la ley del Señor nos hace sentirle más cercano a nosotros y nos impulsa a ir dando nuestra respuesta de amor.

Nos hace falta esa profundización en lo que es la voluntad del Señor. Que ha de empezar para muchos por el conocimiento de los mandamientos que tendríamos que repasar en el catecismo. La gente suele decir muchas veces ‘yo no mato ni robo, luego yo no tengo pecados’; pero tendríamos que preguntarnos ¿y cuántos son los mandamientos? Falta muchas veces en nuestros cristianos una buena formación catequética y una buena formación cristiana, para ahondar de verdad en esa sabiduría de Dios que encontramos en su palabra. Ojalá surgiera esa inquietud en nuestro corazón en esta cuaresma.

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