martes, 8 de febrero de 2011

Reconocemos la grandeza y sabiduría de Dios que nos ha creado


Gén. 1, 20- 2, 4;

Sal. 8;

Mc. 7, 1-13

‘¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!’ Así exclamábamos y repetíamos una y otra vez en el salmo responsorial. ‘Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos… ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?’

Hemos venido ayer y hoy escuchando el relato de la creación que nos trae el Génesis. También ayer decíamos en el salmo ‘¡Bendice, alma mía, al Señor, ¡Dios mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto’. La contemplación de la creación que nos manifiesta la sabiduría y el poder del Señor a eso tiene que llevarnos. A la alabanza y a la bendición. ¡Qué grande es el Señor! Reconocemos la grandeza y el poder del Señor.

Tenemos que captar el hondo mensaje que nos trae el Génesis cuando nos presenta la creación. La Biblia no enseña ciencia, la Biblia nos enseña a conocer a Dios. Es el misterio de Dios el que se nos quiere revelar. No pretende científicamente decirnos cómo fue el inicio del mundo, nos habla conforme a unas tradiciones y conocimientos propios de una época, pero lo que nos quiere enseñar es cómo Dios está detrás de todo eso, porque en Dios está el origen de la vida y de toda la creación.

La Biblia nos enseña la verdad salvífica que nos conduce a la salvación. Con este relato estamos confesando nuestra fe en Dios, Creador y Señor de todas las cosas. ‘Creo en Dios Padre todopoderoso creador del cielo y de la tierra…’ confesamos en el Credo de nuestra fe.

Podíamos fijarnos en muchas cosas hermosas de este texto bíblico que nos enseña la bondad de todo lo creado. Como una muletilla se nos va repitiendo a lo largo de todo el relato de la creación ‘y vió Dios que era bueno’, culminando a la hora de la creación del hombre, ‘y vió Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno’.

En el texto que hemos escuchado hoy además de completar toda la obra de la creación, nos habla de todos los seres vivientes, culmina con la creación del hombre, al que da una dignidad y grandeza especial. ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó…’ Es la dignidad y grandeza del ser humano, hombre y mujer, al que pone sobre toda la creación. ‘Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla…’

Hombre y mujer, absolutamente iguales en su dignidad, llamados a proseguir con su trabajo, con su inteligencia, con su saber, con la voluntad de su esfuerzo a ser, podríamos decir, continuadores de la obra de la creación. Esto que decimos nos podría dar pie en una reflexión más amplia para hablar de la dignidad del trabajo de la persona humana, porque con el trabajo, en el desarrollo de nuestra inteligencia y de todas nuestras fuerzas encontramos nuestra grandeza, de quienes hemos sido creados a imagen del Dios Creador.

Por eso podíamos cantar en el salmo la alabanza al Señor que así nos ha dotado de tal dignidad cuando nos ha creado. ‘¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies’. ¿Cómo no cantar, entonces, la alabanza al Señor?

Cuántas conclusiones para hablarnos de la dignidad de toda persona humana que tenemos que respetar, valor y cuidar; para hablarnos también de la bondad y de la belleza de la creación, de toda la naturaleza que igualmente tenemos que defender y cuidar; para hablarnos finalmente de la dignidad del trabajo y de todo hombre o mujer trabajadores que se dignifican precisamente en ese trabajo y cómo no podríamos convertirlo en una esclavitud ni en una indignidad para el hombre.

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