viernes, 11 de febrero de 2011

Los enfermos mensajeros de una alegría que no teme el dolor, la alegría de la Resurrección


Gén. 3, 1-8;

Sal. 31;

Mc. 7, 31-37

En este día 11 de febrero que tenemos la memoria litúrgica de nuestra Señora la Virgen de Lourdes la Iglesia hace ya muchos años, celebramos la XIX Jornada, nos invita a celebrar la Jornada Mundial del Enfermo. Fue una feliz idea de Juan Pablo II el celebrar esta Jornada en esta fiesta de la Virgen, que por otra parte ya hacía muchos años que en España celebrábamos el Día del Enfermo; todos conocemos, muchos habremos visitado su Santuario en los Pirineos Franceses, cómo muchos enfermos, miles de enfermos peregrinan de todos los lugares hasta este lugar bendecido con la presencia de la Virgen, desde que se apareciera a Bernardita de Soubirous.

Por una parte, pues, esta memoria de la Virgen y, por otra parte y unida a ella, esta Jornada del Enfermo. Muchas son las consideraciones que nos podemos hacer. Ponernos bajo el manto protector de María, refugio de los pecadores, consuelo de los enfermos, madre de la salud y de la gracia para que de su mano siempre acudamos hasta Jesús en quien encontramos salud y salvación, gracia y perdón, amor y vida que rebosa para ayudarnos a caminar por caminos de santidad que con los caminos del seguimiento de Jesús. Cuando acudimos a María eso y mucho más siempre esperamos alcanzar de su amor de Madre, que siempre nos conducirá hasta Jesús.

Y esta Jornada del Enfermo que celebramos en este día ‘se convierte en una ocasión propicia para reflexionar sobre el misterio del sufrimiento, como nos dice el Papa en su mensaje, y, sobre todo, para sensibilizar más a nuestras comunidades y a la sociedad civil con respecto a los hermanos y hermanas enfermos’. Por eso nos llega a decir el Papa que ‘la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana’.

Muchas cosas podríamos subrayar del mensaje del Papa. Así dice a los enfermos y personas que sufren, nos dice, que ‘es precisamente a través de las llagas de Cristo cómo nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad… a la prepotencia del mal opuso la omnipotencia de su Amor. Así nos indicó que el camino de la paz y de la alegría es el Amor…’ Nos invita a ser ‘mensajeros de una alegría que no teme el dolor, la alegría de la Resurrección’.

Es hermoso que en medio de nuestros dolores y sufrimientos podamos tener esa esperanza y vivir esa alegría. Podremos hacerlo cuando sentimos a Cristo a nuestro lado, el que se hizo hombre para padecer por nosotros pero para padecer también con nosotros. ‘En cada sufrimiento humano, nos dice, ha entrado Uno que comparte el sufrimiento y la paciencia, en cada sufrimiento se difunde la consolación del amor partícipe de Dios para hacer que brille la estrella de la esperanza’.

En el evangelio que hoy hemos escuchado contemplamos cómo llevan a Jesús a un sordomudo para que lo sane. Podíamos decir que en ese gesto de llevarlo aparte podemos ver esa relación personal que se establece entre aquel enfermo y Jesús. Así Jesús quiere llegar, podíamos decir, personalmente a nuestra vida, entra en una relación personal con nosotros, y encontrándonos con Jesús encontramos vida. Encontrar vida puede ser encontrar la salud perdida, puede significar un sufrimiento mitigado, pero puede ser también un sentido nuevo para nuestro vivir esa situación del dolor y de la enfermedad. Y ahí estará la verdadera salud, la salvación que Jesús quiere ofrecernos.

Es el sentido nuevo que en Cristo, en la fe que ponemos en El y en su amor, encontramos para nuestra vida en cada una de esas situaciones concretas que vivamos. Qué importante ese encuentro con el Señor que desde la fe podemos vivir. Cuánta salud y salvación podemos en El encontrar.

Quiero terminar esta reflexión con palabras del Papa en su mensaje: ‘Al final de este Mensaje… deseo expresar mi afecto a todos y a cada uno, sintiéndome partícipe de los sufrimientos y de las esperanzas que vivís diariamente en unión con Cristo crucificado y resucitado, para que os dé la paz y la curación del corazón. Que junto con él vele a vuestro lado la Virgen María, a la que invocamos con confianza Salud de los enfermos y Consoladora de los afligidos. Al pie de la cruz se realiza para ella la profecía de Simeón: su corazón de Madre es traspasado (cf. Lc 2, 35). Desde el abismo de su dolor, participación en el del Hijo, María fue capaz de acoger la nueva misión: ser la Madre de Cristo en sus miembros. En la hora de la cruz, Jesús le presenta a cada uno de sus discípulos diciéndole: «He ahí a tu Hijo» (cf. Jn 19, 26-27). La compasión maternal hacia el Hijo se convierte en compasión maternal hacia cada uno de nosotros en nuestros sufrimientos diarios’.

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