domingo, 23 de enero de 2011

Con Jesús llega la luz y se disipan las tinieblas


Is. 8, 23-9, 3;

Sal. 26;

Mt. 4, 12-23

En la navidad escuchamos que ‘la Palabra era la Luz y que la Luz vino a las tinieblas…’ Ese ha sido un mensaje repetido desde entonces muchas veces de una forma o de otra en la Palabra que hemos ido escuchando y podríamos decir que de alguna manera es el mensaje que hoy escuchamos.

Vuelve a hablársenos de tinieblas y de luz, de manera que incluso la primera lectura de hoy, del profeta Isaías, es la misma que escuchamos en la noche del nacimiento del Señor. Y Mateo en el evangelio para hablarnos de lo que significó la aparición de Jesús anunciando el Reino de Dios en Galilea viene a citarnos también ese mismo texto. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte una luz les brilló’. Y continúa el evangelista diciéndonos: ‘Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos’.

Ha aparecido la luz que viene a disipar todas las tinieblas. Ha aparecido la vida que viene a arrancarnos de las sombras de la muerte. Comienza Jesús su predicación, los signos y las llamadas. ‘Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo’. Pero había pasado también por la orilla del lago y había invitado a los primeros discípulos. ‘Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres’.

Es todo un signo de gran significado que Jesús comience por Galilea y en concreto por Cafarnaún. Podía haber ido directamente al templo y hablar con los sacerdotes y los maestros de la ley donde se enseñaban las Escrituras; podría haber comenzado por buscar a personajes influyentes que le hicieran caso y así atrajera a mucha gente para el Reino de Dios que anunciaba. Sin embargo comienza por ‘la Galilea de los gentiles’, por Cafarnaún una zona en cierto modo históricamente muy paganizada. Allí estaban las tinieblas, y allí tenía que comenzar a brillar la luz.

Era el que se había desprendido de su categoría de Dios, no hacía alarde de su categoría de Dios, sino que se había hecho el último pasando por uno de tantos; había nacido entre los pobres como un desplazado que no tenía ni sitio en la posada para su nacimiento, y un día diría que el Hijo del hombre no tenía donde reclinar la cabeza; era el que se había escondido en la pequeña aldea de Nazaret perdida entre los valles de Galilea, y ahora se había venido a estar con los pequeños, los pobres, los que sufren, los pobres y sencillos pescadores del mar de Galilea.

Así brillaría la luz de Dios; la luz que un día había envuelto con su resplandor a los sencillos pastores de Belén en su nacimiento; la luz que comenzaría ahora brillar en la Galilea de los gentiles pero no desde la fuerza del poder o de las grandezas, sino desde la misericordia y el amor de quien se compadecía de los que andaban como ovejas sin pastor y de quien ofrecía ese amor y misericordia hecho salud, hecho perdón y hecho vida a quienes quisieran escucharle y seguirle.

¿Quiénes iban a ser sus primeros seguidores y compañeros de camino? Unos humildes pescadores que se entregaban con todo afán a sus tareas de la pesca, pero en cuyo corazón había comenzado a arder la esperanza cuando le escuchaban anunciar el Reino Nuevo que estaba llegando, y en quienes surgiría el fuego de la generosidad y de la entrega para dejarlo todo y seguirle porque comprendían que era algo grande lo que les anunciaba y a lo que les invitaba.

‘Pasando junto a la orilla del lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón al que llaman Pedro y a Andrés su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores… y más adelante, vio a otros dos hermanos; a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre… venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres…’

Las tinieblas comenzaron a disiparse en sus corazones porque en ellos nacía la generosidad y la disponibilidad. ‘Inmediatamente dejaron las redes y la barca y lo siguieron’. Comenzaba una tarea nueva para ellos, pero era algo luminoso porque era estar con Jesús. Tenía que haber una alegría nueva en sus corazones como decía el profeta: ‘Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia como gozan al segar…’

¿Será esa nuestra alegría también? ¿Sentiremos en verdad que Jesús es esa luz para nuestra vida que nos arranca de las tinieblas? Creo que al escuchar hoy esta Palabra del Señor a eso tendría que conducirnos. A encontrarnos con esa luz, a llenarnos de esa alegría; a disipar todo lo que sea tinieblas en nuestra vida desde el encuentro con Jesús. Y es que encontrarnos con Jesús y tener la disposición de seguirle es la alegría más grande que podamos alcanzar. Que sintamos de verdad la alegría de la fe, la alegría de seguir a Jesús.

Ojalá tuviéramos nosotros el ardor de la generosidad y de la disponibilidad que tuvieron aquellos primeros discípulos. No es fácil como no les fue a ellos, porque muchas veces los veremos a lo largo del evangelio aún con resabios de tinieblas en su vida cuando pensaban quizá en primeros puestos o estaban midiendo hasta donde llegaba su entrega y los beneficios que pudieran alcanzar. ‘Y a nosotros que lo hemos dejado todo por seguirte, ¿qué nos va a alcanzar, qué vamos a ganar?’, se preguntaban alguna vez. Y es que la tentación de las tinieblas siempre nos está acechando.

Pueden aparecernos muchas tinieblas que nos llenen de tristeza, pero sabemos que Jesús es nuestra luz y nuestra alegría. También como les sucedería a los discípulos en el largo camino que hicieron con Jesús a nosotros nos pueden aparecer las tinieblas de la duda, de la envidia, del orgullo, de las discordias, de las aspiraciones egoístas, del individualismo y hasta de las divisiones. San Pablo llama la atención de la Iglesia de Corinto en la que iban apareciendo cosas así. Pero que prevalezca la luz sobre la oscuridad en nuestra vida; que no abandonemos nuestra fe en Jesús y desde ahí encontremos fuerzas para mantenernos siempre en su luz.

Pero, bueno, intentemos ponernos en marcha tras Jesús para conocerle y seguirle, para aprender de su amor y amar con un amor como el de El, para llenar de verdad nuestro corazón de esperanza desde la Buena Nueva del Evangelio que escuchamos, para que lleguemos a comprender el camino de cruz que quizá tengamos que tomar. Pero aunque nos puedan aparecer las tinieblas de la duda, que al final nos reafirmemos en nuestro deseo de estar con Jesús, porque seamos capaces de decir como diría un día Pedro ‘Señor, ¿adónde vamos a acudir si tu tienes palabras de vida eterna?’

‘El Señor es mi luz y mi salvación'. ¿A quién temeré?... ¿qué me hará temblar?’ fuimos diciendo el salmo responsorial. Que gocemos en verdad de la dicha de su luz, de su presencia, de su vida.

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