sábado, 18 de diciembre de 2010

Los ojos sensibles de José para descubrir el misterio de Dios


Jer. 23, 5-8;

Sal. 71;

Mt. 1, 18-24

Los contratiempos que vamos teniendo en la vida por los problemas que tenemos o nos afectan, los momentos duros o difíciles por los que podamos pasar en una enfermedad, por ejemplo, las dificultades por un motivo u otro que nos vamos encontrando en el camino de la vida, algunas veces pueden llenarnos de callos el corazón o cegar los ojos de la vida para endurecernos o no ver salidas a lo que nos sucede.

Es ahí, quizá, donde se tiene que manifestar la madurez de nuestra vida y también la fortaleza de nuestra fe para saber afrontar todo eso que nos sucede y ser capaces de ver más allá de lo que aparentemente parece que está primero. No es fácil a veces. Creo que hace falta una sensibilidad espiritual especial en la que debiéramos irnos entrenando en la vida, preparándonos, para cuando nos sucedan esas cosas.

¿Por qué y para qué hago esta introducción? Creo que por ahí va la lección que nos da san José en lo que hemos escuchado en el evangelio. No fueron momentos fáciles para él. Como nos dice el evangelio ‘la madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo…’ Esto es lo que estaba contemplando José que le sucedía.

¿Cuál fue su reacción, su manera de actuar? Ya lo hemos escuchado en el evangelio. ‘Era bueno y no quería denunciarla…’ No se cegó, no endureció el corazón. Nos manifiesta una entereza y una madurez grande en la bondad de su vida y como veremos en su fe.

Dios no lo deja solo. Se le manifiesta en sueños por un ángel del Señor que le habla y le descubre todo el misterio de Dios que estaba sucediendo y con el que venía la salvación para todos. ‘El salvará a su pueblo de los pecados’, le dice el ángel refiriéndose a aquella criatura que llevaba María en su seno y a quien había de llamar Jesús.

Cualquiera podría pensar que sólo era un sueño o una ilusión. Pero para José no fue un sueño más, sino que El supo escuchar la voz de Dios. Era la sensibilidad para la fe que había en el corazón de José. Eran los ojos sensibles que tenía para ver las cosas de Dios; unos ojos sensibles para descubrir el misterio de Dios.

Necesitamos nosotros esa sensibilidad espiritual, esos ojos de fe, ese espíritu sensible y abierto a las cosas grandes. No son sólo los contratiempos que padecemos en la vida, en nuestras debilidades o sufrimientos, sino que es también este mundo materialista que nos rodea lo que nos puede cegar, hacer perder la sensibilidad, endurecer el corazón. Es a lo que hemos de estar atentos. Como decía antes, hemos de saber entrenarnos para estar preparados, hemos de cultivar esa finura espiritual que nos haga mirar con ojos distintos la vida, lo que nos sucede, que nos haga mirar con ojos de fe para descubrir lo bueno, para sentir ese amor de Dios en nosotros que se manifiesta de tantas maneras.

Que no nos falte esa finura espiritual en toda nuestra vida, pero que ahora en estos días que vamos a vivir la resaltemos de manera especial, para que no nos dejemos arrastrar por tantas cosas que no son tan importantes, para que no vivamos con superficialidad la celebración del nacimiento del Señor. Que nos llenemos del Espiritu de Dios para comprender y vivir profundamente todo el misterio que celebramos. Que así nos veamos iluminados por la Luz de Jesús y nos veamos liberados de tantas cosas que nos esclavizan con el mal y el pecado. Que brille en nosotros esa bondad y esa hondura de corazón que contemplamos hoy en José.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Alégrate tierra porque viene el Señor


Gen. 49, 2.8-10;

Sal. 71;

Mt. 1, 1-17

Caminamos ya como en una recta final hasta la celebración de la navidad. Estos ocho días la liturgia nos va a ofrecer textos muy específicos que nos ayuden a intensificar nuestra preparación para la celebración del nacimiento del Señor. Es el adviento que toma mayor intensidad y tiene que ser nuestro corazón el que se abra más plenamente al Señor que llega en todo ese sentido profundo que tiene la navidad y sobre lo que hemos reflexionado una y otra vez.

La liturgia nos invita también a alegrarnos porque el Señor está cerca. ‘Exulta, cielo; alégrate, tierra, porque viene el Señor y se compadecerá de los desamparados’, decíamos en la antífona de entrada de esta fiesta. Nos alegramos con gozo grande pero eso nos invitará a intensificar más nuestra preparación. Una preparación que ha de ir por dejarnos trasnformar día a día más por la gracia del Señor.

Comienza la liturgia ofreciéndonos hoy en el evangelio de san Mateo la ‘genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán’. El Hijo de Dios que vemos encarnarse en el seno de María – como decimos en la oración litúrgica – se hace hombre y nace en un pueblo concreto que es el pueblo de Israel con su historia de salvación concreta desde que Dios en el paraíso prometiera un salvador. Es el hijo de David, es el hijo de Abrahán. Aquel en quien se van a cumplir todas las promesas del Antiguo Testamento para ser nuestro Salvador.

Por eso en la primera lectura hemos escuchado este texto del Génesis donde Jacob hace a Judá depositario de las promesas. ‘No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando entre sus rodillas, hasta que le traigan tributos y le rindan homenaje los pueblos’. La tradición judía y cristiana han entendido siempre este oráculo en sentido mesiánico. De la tribu de Judá será el rey David y como le anuncia el ángel a María ‘el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin’.

Y en ese sentido nos dirá san Lucas cuando nos narre el nacimiento de Jesús que ‘también José, por ser de la estirpe y de la familia de David, subió desde Galilea a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén para inscribirse con María que estaba en cinta’ en cumplimiento del mandato de Quirino, Gobernador de Siria.

Iremos pidiendo al Señor en estos con las hermosas antífonas que la liturgia nos ofrece que nos llenemos de la Sabiduría de Dios, que nos veamos liberados de la cautividad del pecado y de las tinieblas de la muerte, que nos veamos iluminados por su luz. Y pediremos con insistencia que venga pronto el Señor con su salvación. Ven pronto, Señor, no tardes, le diremos una y otra vez.

La gente estos días se afana con muchas cosas; son muchos los preparativos, pero que se quedan muchas veces en cosas materiales con la mejor buena voluntad. Es hermosa toda la ornamentación que hagamos como un signo de nuestra alegría y como una señal clara de lo que estamos celebrando. Son hermosos esos deseos de paz y de felicidad que nos expresaremos mutuamente y que las familias hagan sus preparativos para ese bonito encuentro en el hogar de todos. Pero no olvidemos preparar nuestro corazón, limpiarlo de la suciedad del pecado buscando la gracia que el Señor nos ofrece en los sacramentos, y en especial en el sacramento de la penitencia. Que los otros preparativos no nos hagan olvidar el que es más importante para que en verdad Dios pueda nacer en nosotros.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Yo envío mi mensajero delante de ti…


Is. 54, 1-10;

Sal. 29;

Lc. 7, 24-30

‘Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti’. Era lo anunciado por los profetas que el evangelista recuerda a partir de las palabras de Jesús que habla de Juan de alguien que es más que profeta.

Lo podemos considerar como el último de los profetas del Antiguo Testamento, pero hemos de reconocer que está como con un pie ya en el Nuevo Testamento porque es el que viene inmediatamente antes que el Mesías. Por eso lo llamamos el Precursor, el que viene antes y viene señalando. Así lo señalará a los que van a ser los primeros discípulos de Jesús: ‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’.

Pero Jesús dirá más, porque ‘entre los nacidos de mujer os digo que nadie es más grande que Juan’. Hermosa alabanza, como hermoso es el testimonio que nos ofrece de su humildad para desaparecer y para dar paso a aquel a quien El anuncia.

Hermosa alabanza, sí, a quien veremos desaparecer cuando señala el camino. El no es el camino sino quien ha venido a preparar los caminos. Cuando viene una embajada de Jerusalén preguntando si es el Mesías, si es un profeta, por qué bautiza si no es Elías ni el profeta ni el Mesias, él responderá: ‘Yo soy la voz del que clama en el desierto; allanad el camino del Señor’.

No es sino la voz que señala donde está verdaderamente la Palabra. ‘La Palabra es la luz verdadera que con su venida al mundo ilumina a todo hombre’. No es Juan la luz sino el que viene a dar testimonio de la luz. ‘Vino un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan, nos dice el principio del evangelio de Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran en él. No era él la luz sino testigo de la luz’.

Es el testigo pero que se siente pequeño, porque su misión no es crecer sino anunciar y dar paso. ‘Yo no soy el Mesías, dirá, sino que he sido enviado como Precursor… El amigo del esposo que está junto a él y lo escucha, se alegra mucho al oir la voz del esposo, por eso mi alegría se ha hecho plena. El debe crecer, ser más importante, yo debo menguar…’

Por eso nos dirá: ‘detrás de mi viene uno que ha sido colocado delante de mí, porque existía antes que yo. Yo mismo no lo conocía; pero la razón de mi bautismo era que El se manifestara a Israel… no soy digno de llevarle las sandalias’, terminará diciendo en su humildad. Por eso nos dirá: ‘Yo bautizo con agua pero El os bautizará con Espíritu Santo y fuego…’

¡Qué hermosa la humildad del Bautista! ¡Qué manera más hermosa nos está dando para que preparemos nosotros los caminos del Señor! Caminos de humildad, caminos de sencillez, caminos de servicio. Será lo que luego nos enseñe Jesús en el Evangelio.

Muchas más cosas podríamos decir de la Palabra hoy proclamada, porque es hermoso también lo que nos dice Isaías con esa llamada a la conversión y ese recuerdo que nos hace la misericordia del Señor dispuesto siempre a perdonarnos porque nos ama. ‘Con misericordia eterna te quiero, dice el Señor, tu redentor… Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que te quiere’.

Acerquémonos a Jesús para conocerle

Is. 45, 6-8.18.21-26;

Sal. 84;

Lc. 7, 19-23

Volvemos a escuchar la pregunta de los discípulos de Juan a Jesús, ahora en el relato de san Lucas. ‘¿Eres tú el que ha de venir o hemos de buscar a otro?’ ¿Quién eres tú?

Es la pregunta que planea por todo el evangelio. ¿Quién eres tú? ¿Quién es este hombre que habla con tal autoridad? ¿Quién es este hombre que realiza tales maravillas? ¿Quién es este hombre que se manifiesta con tal poder hasta para perdonar pecados? ¿Quién es? ¿Un profeta? ¿El Mesías anunciado y esperado? ¿El caudillo que liberara a Israel de la opresión de pueblos extranjeros? ¿Un hombre como los demás o Dios venido a estar en medio de nosotros?

No rehuye la pregunta Jesús porque realmente quiere que nos lo preguntemos y lleguemos a conocerlo, pero ahora más que con palabras responde con hechos, con signos, con milagros que quieren significar mucho, con su manera de estar y de acercarse a nosotros. ‘El que pasó haciendo el bien’ como un día Pedro proclamara.

Tenemos que acercanos a Jesús para conocerle. Es importante. Está en juego nuestra salvación. Miremos sus obras y escuchemos sus palabras. Dejemos que su Espíritu llegue a nuestro corazón y dejémonos conducir por El para llegar al conocimiento pleno. Caminemos tras sus pasos y dejémonos inundar por su vida. Contemplemos sus obras de amor y dejémonos cautivar por su amor.

‘Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído’. Da vista a los ciegos pero para que todos podamos contemplar su luz, porque El es la luz del mundo.

Levanta y hace caminar al paralítico para que nos pongamos en camino, su camino y lleguemos a encontrar su verdad, quien nos dice que es el Camino y la verdad y la vida.

Limpia de la suciedad de la lepra al leproso porque no quiere ningun signo de muerte o de mal en nosotros y para eso nos perdona los pecados, lavándonos con su sangre derramada en la Cruz.

Abre los oídos a los sordos para recordarnos cómo tenemos que escuchar su Palabra, escucharle a El, que es Palabra de salvación y de vida.

Hace resucitar a los muertos porque no quiere que permanezcamos en la soledad y la hondura del sepulcro y de la muerte sino que tengamos vida para siempre.

A todos se nos anuncia una buena noticia, una noticia de alegría y de esperanza porque comienza un mundo nuevo, porque podemos tener una vida nueva donde desaparezca para siempre el luto y el dolor, porque ha comenzado el Reino de Dios, porque todos nos sentimos amados por un Dios que es nuestro Padre y nos ama con locura de amor.

Es Jesús, nuestra luz, nuestra vida, nuestra salvación; es Jesús el que nos reconcilia con el Padre y nos otorga para siempre el perdón de nuestros pecados; es Jesús nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida que no podemos nunca abandonar; es Jesús que el rostro más hermoso de Dios que podemos contemplar; es Jesús, el Hijo de Dios, a quien ahora vamos a contemplar nacer niño en Belén, pero a quien contemplaremos dando su vida por nosotros para que tengamos vida para siempre, para darnos la salvación, para hacernos hijos de Dios.

‘Cielos, destilad vuestro rocío, rezamos con Isaías; nubes, derramad la victoria, destilad al justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia…’ Que llegue Jesús a nuestra vida; que nos llegue la gracia y la salvación; que se abra de verdad nuestro corazón para vivir a Dios.

martes, 14 de diciembre de 2010

El hijo que hizo de verdad lo que quería el padre aunque pareciera rebelde


Sof. 3, 1-2.9-13;

Sal. 33;

Mt. 21, 28-32

‘¿Quién de los dos hijos hizo lo que quería el padre?’ Tantos dicen pero no hacen. Es cierto que el primero parecía a primera vista rebelde y desobediente. Su primera reacción fue decir ‘no’, pero se arrepintió e hizo lo que el padre pedía. Ya vemos el otro, de entrada buenas palabras, pero en la realidad fue el desobediente. Un arrepentimiento a tiempo es importante.

Jesús quiere destacar la actuación del Bautista, que fue capaz de mover a la conversión a los que se consideraba los peores pecadores mientras que los que se consideraban justos no hicieron nada para acercarse al Reino de Dios que Juan anunciaba que era inminente. ‘Vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creístes; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y asún después de ver esto, vosotros no os arrepentísteis ni le creísteis’.

El profeta Sofonías nos hablaba en nombre del Señor: ‘Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora. No obedecía a la voz, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a Dios’. Una descripción del pecado: huída de Dios, desobediencia, desconfianza, falta de fe, rebeldía, hipocresía, mentira… De ello nos habla la profecía. Es lo que tenemos que reconocer que hacemos tantas veces. Estamos diciendo no a Dios, como aquel hijo del que habla la parábola.

Pero viene el Señor que nos purifica porque nos perdona – ‘daré a los pueblos labios puros’ – y podemos y tenemos que invocar el nombre del Señor. Reconocemos nuestro pecado y el Señor transformará nuestro corazón soberbio y orgulloso que incluso pretendía ocupar el lugar de Dios. Reconoceremos finalmente que El es nuestro único Dios y Señor.

‘Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor…’ Pueblo pobre y humilde que busca la justicia y la santidad; pueblo pobre y humilde que se goza con los mandamientos del Señor; pueblo pobre y humilde que se confía en el Señor y vive siempre alabando el nombre del Señor.

Pueblo pobre y humilde, como nos enseñará Jesús en el evangelio, que será el preferido del Señor; pueblo pobre y humilde que será dichoso porque ‘de ellos es el Reino de los cielos’ como proclamará Jesús en las Bienaventuranzas.

En nuestro camino de Adviento, escuchando la voz del Bautista que viene a preparar los caminos del Señor, nuestro primer paso ha de ser el querer convertirnos al Señor. Ver ese ‘no’ que tantas veces le hemos dado al Señor de nuestra vida con nuestro pecado para darle la vuelta y convertirlo en un ‘sí’ de querer escuchar a Dios, seguir su camino, cumplir los mandamientos del Señor.

Mirémonos con sinceridad y no nos creamos ya justificados. Esa palabra que el Señor nos dirige es una palabra dicha directamente a nosotros, a nuestra vida y espera una respuesta: la conversión, la vuelta al Señor, porque en no todo somos fieles y nuestra vida está llena de flaquezas y debilidades. Con la gracia del Señor podremos seguir sus caminos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

La autoridad de Jesús, el Hijo de Dios y nuestro verdadero Salvador

La autoridad de Jesús, el Hijo de Dios y nuestro verdadero Salvador

Núm. 24, 2-7.15-17; Sal. 24; Mt. 21, 23-27

En el evangelio vemos continuamente que la gente se preguntaba por Jesús al tiempo que se sentía admirada por los milagros que Jesús hacía o su doctrina. Muchos se entusiasman con El y quieren seguirle por todas partes. Sin embargo hay otros a los que les cuesta aceptar lo que hace Jesús y sus enseñanzas. Ya hemos escuchado en ocasiones su malicia para ver hasta el maligno detrás de las cosas que hace Jesús, sus milagros.

Hoy en el evangelio contemplamos cómo ‘mientras Jesús enseñaba en el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: ¿con qué autoridad haces esto?’ Jesús no era un letrado reconocido como Maestro de la Ley por los judíos porque no habría pasado por sus escuelas rabínicas. Sin embargo enseñaba en el templo como en esta ocasión, en las sinagogas como le vemos muchas veces, o al pueblo allí donde se congregara. ‘¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ le preguntan.

Jesús está viendo la malicia de su corazón porque no le aceptan, porque no quieren reconocer su mensaje ni que Dios está actuando en sus obras. Pero Jesús, por decirlo así, les quiere coger en sus propias palabras. De ahí esa pregunta por el sentido del Bautismo de Juan. Sabe Jesús que no le van a responder porque se verían cogidos por un lado o por otro, respondieran una cosa u otra, porque el pueblo admiraba a Juan y lo había tenido como un profeta.

Jesús tampoco les responderá a su pregunta. La autoridad de Jesús está bien por encima de todo lo que ellos pudieran hacer o pensar. Su autoridad no le venía dada por ningun poder humano. El Espíritu del Señor estaba sobre El y lo había ungido y lo había enviado a anuncar la buena noticia de salvación, de liberación porque con El venía la amnistía, el perdón, el año de gracia del Señor.

Nosotros sí reconocemos la autoridad de Jesús porque nosotros sí lo reconocemos como el Hijo de Dios y como nuestro Salvador. Para nosotros su Palabra sí que es una Palabra de vida y de salvación que queremos escuchar, que queremos llevar a lo hondo de nuestra vida para plantarla profundamente en nosotros y que dé fruto.

‘Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad, enséñame porque tu eres mi Dios y mi salvador… tú que enseñas el camino a los pecadores, haces caminar a los humildes con rectitud, enseñas el camino a los humildes’. Así hemos rezado en el salmo; así reconocemos el valor de la Palabra del Señor en nuestra vida; así queremos caminar por sus caminos, no queremos abandonar sus sendas que nos llevan a la vida y a la salvación.

Decir por otra parte que este texto del evangelio hace referencia al bautismo de Juan, a su figura y a su misión; propio de este tiempo del Adviento donde tenemos como referencia la figura del Bautista como Precursor del Mesías y como aquel que venía a preparar los caminos del Señor. Nosotros también queremos escuchar el mensaje de Juan mientras nos preparamos para la celebración de la navidad.

Los oráculos de Balaán que hemos escuchado en la primera lectura son también un anuncio mesiánico en la referencia a la estrella de Jacob y al cetro de Israel, signos del Reino de David, de cuya descendencia había de nacer el Mesías. Recordemos las palabras del anuncio del ángel a María. ‘El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin’. Quien había sido llamado para que maldijera al pueblo peregrino por el desierto, impulsado por el Espíritu del Señor profetizará anunciando el nacimiento del Mesías precisamente en aquel pueblo que ahora peregrinaba hacia la tierra prometida.

domingo, 12 de diciembre de 2010

¿Es Cristo en verdad la salvación que todos esperamos?

Is. 35, 1-6.10;

Sal. 145;

Sant. 5, 7-10;

Mt. 11, 2-11

‘Estas viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo’, decíamos en la oración de este tercer domingo de Adviento.

Y ya se nos va adelantando la alegría de la Navidad que llega. No pienso sólo en ese ambiente consumista y demasiado comercial que nos rodea a pesar de los momentos difíciles por los que pasa nuestra sociedad, sino pienso en la alegría honda de los cristianos que llenos de esperanza nos preparamos a celebrar con el mejor sentido el nacimiento del Señor.

Este tercer domingo tiene ya esos aires se alegría que se nos manifiestan en las antífonas y los diferentes textos de la liturgia. Una alegría nacida de la esperanza de salvación que nos anima y una alegría en los pasos de conversión y purificación que vamos dando.

La liturgia vuelve a presentarnos al Bautista. Pero en esta ocasión, escuchamos en el evangelio, está encarcelado por Herodes y desde allí envía a sus discípulos a preguntar a Jesús. ‘¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’ Por muchas razones podemos entender esta pregunta de Juan, quien lo había señalado allá en el Jordán como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’ porque había visto la gloria del Señor manifestarse sobre El después del Bautismo.

Quizá para que sus discípulos entendieran también que Jesús era el Mesias esperando porque en El se cumplían las Escrituras, como un día lo habían entendido Andrés y Juan que sí se habían ido con Jesús. Quizá porque a él mismo le entraban dudas al ver la forma distinta de actuar de Jesús de lo que había pensado e incluso anunciado. En la respuesta de Jesús, más que con palabras con signos, podemos entenderlo. ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído?’, les responde Jesús.

Quizá también, es posible, porque esa pregunta es de alguna manera una pregunta que nosotros hoy, nuestro mundo hoy se pueda seguir haciendo. ¿Tenemos que seguir esperando hoy un salvador o ya no lo necesitamos? Una pregunta o interrogante muy serio y yo diría importante. ¿Qué salvación espera el mundo de hoy, esperan los hombres de hoy? En la confusión de las gentes en los tiempos de Jesús quizá esperaban caudillos que le dieron libertad e independencia al pueblo de Israel frente a pueblos extranjeros. Es posible que en nuestro mundo tan materializado en el que vivimos lo que esperamos – al menos para muchos - es simplemente solución a esos problemas económicos o sociales que nos afectan.

Pero ¿cuál sería esa salvación? Porque a pesar de todo hay otras ansias más hondas en el corazón del hombre que muchas veces se ven acalladas y silenciadas en nuestros temores o en nuestros agobios. Quizá se buscan señales de algo nuevo y distinto que nos dé hondura a la vida, que sacie aspiraciones hondas, o que eleve nuestro espíritu en búsqueda de algo más alto o más espiritual. En el fondo pudiera ser que el hombre tuviera hambre de Dios sin saberlo reconocer y necesite unos signos o unos testigos que nos eleven o que nos hagan soñar en algo mucho más hermoso.

Creo que en lo que dice Jesús a los enviados de Juan podemos vislumbrar una respuesta. Jesús se había puesto a curar a los enfermos, a dar vista a los ciegos, a hacer caminar a los inválidos, a limpiar a los leprosos, había dado la vida a los muertos y se les anunciaba una buena noticia a los pobres. ‘Id y decir a Juan lo que habéis visto y oído’, les dice Jesús a los enviados.

A la pregunta sobre la vida y la felicidad, que en fin de cuentas es la pregunta por una salvación que se espera, Jesús había respondido ofreciéndonos la posibilidad de hacer un mundo distinto: un mundo de amor donde nos sentiríamos hermanos, un mundo de perdón y de vida donde predomina la misericordia y la compasión, un mundo donde aprendiéramos a valorar lo que es verdaderamente importante para el hombre, un mundo de vida y no de muerte, un mundo que construiríamos en la paz verdadera alejando toda violencia, un mundo de acogida y de generosidad, un mundo de esperanza porque nos sentimos amados y seremos capaces de amar de verdad, un mundo en que nos sentiríamos también perdonados, un mundo que llamaríamos Reino de Dios porque en verdad tuviéramos a Dios como centro, como Rey y como Señor verdadero de nuestra vida. Por ahí camina la verdadera salvación que hemos de buscar y que Jesús nos ofrece.

Los discípulos de Juan podrían comprender la respuesta que habían de llevar al Bautista porque habían visto los signos de esa salvación en lo que Jesús hacía. Pues, os digo una cosa, el mundo que nos rodea podrá llegar a comprender la respuesta de esa salvación si ve en nosotros los cristianos esos signos reflejados en nuestra vida y en nuestras actitudes, en lo que hacemos y en lo que vivimos. Decíamos antes que el mundo busca señales y testigos. Nosotros con nuestro actuar, con nuestra forma de vivir nuestra fe, con la forma con que le vamos a dar sentido hondo a nuestra navidad, tenemos que ser esas señales, esos signos, estos testigos para el mundo que nos rodea.

Esas imágenes que nos ofrecía el profeta Isaías en la primera lectura son una hermosa descripción de ese mundo nuevo que en Cristo podemos construir. Todo se siente transformado. Y nos habla de la naturaleza que se transforma, pero nos habla también de esa transformación que se produce en el corazón del hombre; una fortaleza nueva y una alegría profunda llenan la vida del hombre porque viene el Señor, se manifiesta la gloria del Señor. Saltan todas las limitaciones que pueden mermar la vida del hombre, y todo sufrimiento se ha de mitigar. ‘Vendrán al Señor con cánticos, en cabeza, alegría perpetua, siguiéndolos gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán’.

Y dos cosas, por una parte en nuestro camino de Adviento y preparación para la navidad es por ahí por donde tenemos que caminar. Y si ponemos cada día un poquito más de vida en nuestro mundo porque nos amamos más, porque somos capaces de perdonarnos y ser misericordiosos los unos con los otros, porque compartimos más lo que tenemos para que nadie sufre a nuestro lado, si buscamos el bien y la verdad con la autenticidad de nuestra vida, podremos llegar a vivir una honda navidad.

Y por otra parte pidamos al Señor que se nos abran los ojos a nosotros y se abran los ojos a los que nos rodean, para que sean capaces de ver esas señales, esos signos que se dan de muchas maneras a nuestro alrededor, en tantas personas entregadas, en toda la acción que por el amor y la justicia realiza la Iglesia – cuantos cristianos comprometidos por los demás trabajando en tantas acciones como cáritas, los enfermos, los necesitados o los que sufren de alguna manera -. La gente se fija más en un mal ejemplo o en un mal testimonio que pueda surgir por aquí o por allá, pero no son capaces de ver cuánta gente sacrificada y llena de amor hay en la Iglesia trabajando por los demás.

Que en verdad nos sigamos preparando en este camino que estamos haciendo; y nos preparamos dando nosotros señales con nuestra vida de ese mundo nuevo que en Jesús podemos realizar para poder responder a esa pregunta de nuestro mundo que con Jesús viene en verdad la salvación y la vida nueva; y nos preparamos también purificándonos de todo pecado, como pedimos en las oraciones litúrgicas, para que lleguemos a celebrar la navidad , fiesta de gozo y salvación con alegría desbordante.