viernes, 17 de diciembre de 2010

Alégrate tierra porque viene el Señor


Gen. 49, 2.8-10;

Sal. 71;

Mt. 1, 1-17

Caminamos ya como en una recta final hasta la celebración de la navidad. Estos ocho días la liturgia nos va a ofrecer textos muy específicos que nos ayuden a intensificar nuestra preparación para la celebración del nacimiento del Señor. Es el adviento que toma mayor intensidad y tiene que ser nuestro corazón el que se abra más plenamente al Señor que llega en todo ese sentido profundo que tiene la navidad y sobre lo que hemos reflexionado una y otra vez.

La liturgia nos invita también a alegrarnos porque el Señor está cerca. ‘Exulta, cielo; alégrate, tierra, porque viene el Señor y se compadecerá de los desamparados’, decíamos en la antífona de entrada de esta fiesta. Nos alegramos con gozo grande pero eso nos invitará a intensificar más nuestra preparación. Una preparación que ha de ir por dejarnos trasnformar día a día más por la gracia del Señor.

Comienza la liturgia ofreciéndonos hoy en el evangelio de san Mateo la ‘genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán’. El Hijo de Dios que vemos encarnarse en el seno de María – como decimos en la oración litúrgica – se hace hombre y nace en un pueblo concreto que es el pueblo de Israel con su historia de salvación concreta desde que Dios en el paraíso prometiera un salvador. Es el hijo de David, es el hijo de Abrahán. Aquel en quien se van a cumplir todas las promesas del Antiguo Testamento para ser nuestro Salvador.

Por eso en la primera lectura hemos escuchado este texto del Génesis donde Jacob hace a Judá depositario de las promesas. ‘No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando entre sus rodillas, hasta que le traigan tributos y le rindan homenaje los pueblos’. La tradición judía y cristiana han entendido siempre este oráculo en sentido mesiánico. De la tribu de Judá será el rey David y como le anuncia el ángel a María ‘el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin’.

Y en ese sentido nos dirá san Lucas cuando nos narre el nacimiento de Jesús que ‘también José, por ser de la estirpe y de la familia de David, subió desde Galilea a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén para inscribirse con María que estaba en cinta’ en cumplimiento del mandato de Quirino, Gobernador de Siria.

Iremos pidiendo al Señor en estos con las hermosas antífonas que la liturgia nos ofrece que nos llenemos de la Sabiduría de Dios, que nos veamos liberados de la cautividad del pecado y de las tinieblas de la muerte, que nos veamos iluminados por su luz. Y pediremos con insistencia que venga pronto el Señor con su salvación. Ven pronto, Señor, no tardes, le diremos una y otra vez.

La gente estos días se afana con muchas cosas; son muchos los preparativos, pero que se quedan muchas veces en cosas materiales con la mejor buena voluntad. Es hermosa toda la ornamentación que hagamos como un signo de nuestra alegría y como una señal clara de lo que estamos celebrando. Son hermosos esos deseos de paz y de felicidad que nos expresaremos mutuamente y que las familias hagan sus preparativos para ese bonito encuentro en el hogar de todos. Pero no olvidemos preparar nuestro corazón, limpiarlo de la suciedad del pecado buscando la gracia que el Señor nos ofrece en los sacramentos, y en especial en el sacramento de la penitencia. Que los otros preparativos no nos hagan olvidar el que es más importante para que en verdad Dios pueda nacer en nosotros.

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