sábado, 11 de diciembre de 2010

Mirados por Dios en su amor para volvernos hacia El y alcanzar la salvación


Eclesiástico, 48, 1-4.9-11;

Sal. 79;

Mt. 17, 10-13

‘Preparad los caminos del Señor; allanad sus senderos. Todos verán la salvación de Dios’. Es el mensaje repetido durante todo el Adviento, pero no por repetido hemos de tomarlo en menor consideración. Los profetas y el bautista nos hacen oír una y otra vez esa llamada, esa invitación. ‘Todos verán la salvación de Dios’.

Hoy hay una referencia al profeta Elías, ‘un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido’. Se nos hace esta referencia en relación a Juan el Bautista que aparece bastante clara en el evangelio. Un profeta celoso del verdadero culto a Yavé, al Dios vivo y verdadero, que le haría obrar maravillas en nombre de Dios, y por cuya causa también sufriría persecusiones como todos los que defienden el nombre de Dios.

Le preguntan a Jesús ‘¿por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?’ El profeta Malaquías había anunciado ‘yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible; él hará que padres e hijos se reconcilien…’ a lo que está haciendo referencia el libro del Eclesiástico en su elogio al profeta Elías. ‘Te reservan… para reconciliar a padres con hijos y restablecer la tribus de Israel’. En la historia del profeta Elías se había hablado de que fue arrebatado al cielo ante los ojos de Eliseo en un carro de fuego. Ahora se hablaba de su vuelta y de ahí la pregunta de los discípulos.

Pero estas mismas expresiones a que hemos hecho referencia tanto del Eclesiástico como de Malaquías las veremos repetidas cuando el ángel del Señor le anuncia a Zacarías el nacimiento de un hijo. ‘Irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Con ello se nos está señalando la misión y la obra de Juan como Precursor del Mesías el que había de preparar los caminos del Señor para llegar a ver la salvación de Dios.

Ya hemos escuchado la respuesta de Jesús a la pregunta. ‘Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo’. Y nos comenta el evangelista que ‘entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista’. Hay un anuncio y referencia a su pasión y su pascua.

Escuchamos la voz de los profetas, escuchamos la voz de Juan Bautista que tiene la misión de ‘preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Es la invitación a la conversión, a preparar los caminos del Señor que venimos escuchando una y otra vez y en la que estamos empeñados en este camino de Adviento.

‘Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve’, hemos pedido una y otra vez en el salmo. Bien sabemos que el salmo es esa respuesta que con la misma Palabra de Dios vamos dando a la Palabra que se nos proclama.

Que brille el rostro del Señor sobre nosotros, que vuelva su rostro y recibamos su mirada de amor y de gracia. Sentirnos mirados por Dios es sentirnos amados, y en ese amor sentimos cómo hemos de renovar nuestra vida.

Que esa mirada de Dios sobre nosotros nos llene de su salvación, nos impulse de verdad a enderezar nuestros caminos para nosotros llegar a ver también la salvación de Dios. Mirados por el amor de Dios volvemos nuestra mirada hacia Dios y en ese amor nos sentimos transformados y salvados.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El Señor llega; salid a su encuentro


Is. 48, 17-19;

Sal. 1;

Mt. 11, 16-19

‘El Señor llega; salid a su encuentro. El es el príncipe de la paz’. Es la aclamación con que hemos acogido el evangelio. Es nuestra esperanza y nuestra súplica continuada. Que el Principe de la paz llegue a nuestra vida y nos dé esa paz que necesitamos en nuestros corazones.

Nos falta paz en muchas ocasiones en nuestro corazón. Somos tan contradictorios en nuestra vida que parece en ocasiones que no sabemos lo que queremos o buscamos. Contradictorios en los juicios que nos hacemos por dentro, o dicho de otra manera, en los juicios que hacemos de los demás. Dejamos introducir la malicia en el corazón y no somos capaces de ver con buenos ojos a los que están a nuestro lado.

Y así surgen sospechas y juicios temerarios hacia los otros. Juicios en los que muchas veces queremos cargar contra los otros lo que o nos falta a nosotros o son defectos o cosas que queremos ocultar o disimular en nosotros mismos. Suele pasar que aquello que más criticamos de los demás es en lo que más fácil a veces podemos tropezar. Pero nos cuesta mirarnos a nosotros mismos. Siempre queremos encontrar justificaciones para aquello que hacemos. Y aunque queramos tranquilizarnos con razonamientos que nos justifiquen, en el fondo nos hacen perder la paz.

Hoy Jesús dice en el evangelio ‘¿A quién se parece esta generación? Parecen niños…’ Ni quisieron todos aceptar a Juan, sino que más bien, como dice Jesús, les parecía un demonio, porque no entendían ni sus palabras, ni el testimonio de la austeridad de la vida que vivía, ni querían aceptar a Jesús, porque se mezclaba con todos y no le importaba comer con los publicanos y pecadores.

¿Nos podrá pasar así a la hora de aceptar el evangelio de Jesús? Quizá también nos hemos hecho nuestra idea, y cuando tenemos que enfrentarnos cara a cara con el evangelio y nos va señalando esas cosas que tratamos de ocultar en el corazón, entonces no nos agrada, y decimos no sé cuantas cosas para justificarnos. Pero tenemos que sentir con sinceridad y darnos cuenta que el evangelio es un interrogante para nuestra vida; no hemos de temer confrontar nuestra vida con el mensaje del evangelio para así purificarnos de tantas cosas que no están en consonancia con el mensaje de Jesús.

Por otra parte nos encontramos a veces que lo que nos pide o nos dice Jesús no es exactamente lo que vive el mundo que nos rodea. Y ser cristiano no es simplemente hacer lo que hacen todos, sino buscar la verdad de Jesús y de su evangelio, buscar su luz, para tratar de plasmarlo en nuestra vida aunque pudiera ser contrario a lo que vive el mundo a nuestro alrededor. Es serio lo de seguir a Jesús y ser su discípulo.

‘El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida’. Es lo que tenemos que desear, buscar, pedir. Seguir al Señor por encima de todo y nos llenaremos de su luz. Este camino de adviento que estamos haciendo tendría que servirnos para revisar muchas cosas en nuestra vida, para purificarnos, y dejarnos iluminar sinceramente por su luz.

‘Yo, el Señor, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues…’ Y nos decía el profeta que si atendiéramos de verdad a los mandamientos del Señor, a lo que es la voluntad de Dios para nuestra vida, ‘sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar…’ Así de inmensa sería nuestra paz. Desaparecerían tantas contradiciones de nuestro corazón.

jueves, 9 de diciembre de 2010

El Bautista anuncia al Mesías y Jesús nos habla de Juan

El Bautista anuncia al Mesías y Jesús nos habla de Juan

Is. 41, 13-20; Sal. 144; Mt. 11, 11-15

La misión de Juan era hablar de Jesús, anunciar y preparar la venida del Mesías, pero hoy en el evangelio es Jesús el que habla de Juan. Y lo hace para hacer grandes alabanzas del Bautista; había dicho, profeta y más que profeta era lo que habían salido a buscar y ver en el desierto y concluye con lo que hemos escuchado, ‘os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista…’

Grande fue la misión de Juan que ya estaba anunciada también por los profetas. Como un nuevo Elías, celoso del verdadero culto a Yavé, el Bautista anunciaba con insistencia la llegada del Reino porque llegaba el Mesías y había que dar los frutos que pide la conversión, como ya hemos escuchado muchas veces. ‘Trillo aguzado, nuevo y dentado’, que decía el profeta, la palabra de Juan era fuerte y dura porque había que transformar muchas cosas en el corazón de los hombres para recibir al Mesías, muchos caminos que abrir en el corazón de los hombres o que enderazar para poder abrirse completamente a la salvación que llega. Muchas cosas que transformar a semejanza de las bellas imágenes que nos ofrecen los profetas como hoy mismo hemos escuchado.

Es la Palabra que nosotros vamos escuchando también en el camino del Adviento porque así hemos de preparar nuestro corazón para el Señor. Como contemplábamos ayer en la fiesta de la Virgen ‘una digna morada’ para Dios que quiere nacer en nuestro corazón.

Pero todo eso con la confianza y con la seguridad de que el Señor no nos abandona, no nos faltará la gracia y la ayuda del Señor. ‘Yo, el Señor, te agarro de la mano, y te digo: no temas, yo mismo te auxilio… tu Redentor es el santo de Israel’, que hemos escuchado en el profeta. El Señor nos lleva de la mano, no estamos solos, nunca nos faltará su fuerza y su gracia. Por eso nos gozamos en el Señor. ‘Y te alegrarás con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel’. Es la alegría honda y profunda a la que queremos llegar en la celebración de la Navidad, para lo que nos preparamos.

¿Cómo no vamos a tener esa alegría y esa confianza en el Señor cuando hemos escuchado, rezado, lo que nos dice el salmo? ‘El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad… el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas, por eso que todas tus criaturas te den gracias, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado…’

No nos acercamos al Señor con temor, sino con el gozo de encontrar en El la salvación. La esperanza del amor que nos tiene, clemente y misericordioso, nos llena de alegría. Alegría que nace también en nuestro corazón cuando de verdad nos convertimos a El. Una conversión que algunas veces nos cuesta, se nos hace difícil por la dureza de nuestro corazón. Pero con la gracia del Señor ahí está nuestra lucha, nuestros deseos de superación, todos esos esfuerzos que hacemos por doblegar nuestro corazón.

Nos decía Jesús que ‘el Reino de los cielos hace fuerza, sufre violencia, y solo los esforzados lo alcanzarán’. Que El Señor nos de su gracia para que podamos alcanzarlo. Si llegamos en verdad a vivir su Reino seremos grandes, como nos dice también Jesús en el evangelio.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Bendito sea Dios que nos ha bendecido dándonos a María

Gén. 3, 9-15.20;

Sal. 97;

Ef. 1, 3-6.11-12;

Lcv. 1, 26-38

‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales…’ Bendito sea Dios que en Cristo nos ha bendecido dándonos a María ‘para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya…’

Sí, María la bendición de Dios para nosotros, para la Iglesia. Con gozo hoy celebramos esta fiesta de María en su Inmaculada Concepción porque así nos sentimos bendecidos de Dios en María. Bendición de Dios, podemos decir, porque es la llena de gracia, en quien Dios se ha complacido – ‘llena de gracia… has encontrado gracia ante Dios’, le dice el ángel – pero es también en quien Dios ha querido bendecirnos, porque por ella nos ha llegado la gracia y la salvación, por ella nos llegó Cristo, que es la más grande bendición de Dios para nosotros en su salvación. Es la mujer, anunciada en el Génesis, cuya estirpe, Cristo Jesús, aplastaría la cabeza de la serpiente.

Y hoy nos gozamos con María; y bendecimos a Dios con María – ‘proclama mi alma la grandeza de Dios… porque el poderoso ha hecho en mí obras grandes’ que canta María – y bendecimos a Dios por María, porque nos la ha dado no sólo como la mejor madre que pudiéramos imaginar, sino que en ella tenemos el mejor espejo y reflejo en que mirarnos para vivir la santidad de Dios a la que estamos llamados. Elegidos de Dios en Cristo, somos como nos ha dicho san Pablo hoy, ‘para que fuésemos santos e irreprochables an él por el amor’.

En medio de este camino de Adviento nos aparece esta fiesta de María, tan entrañable y tan querida. Todos nos gozamos en esta fiesta de la Inmaculada. Nos aparece en esta fecha en las combinaciones que hacen referencia a su nacimiento y a las otras fiestas del misterio de Cristo. Nos volverá a aparecer la figura de María en el último domingo de adviento ya en la inmediata cercanía de la Navidad. Pero el contemplar hoy a María, Inmaculada en su Concepción, nos puede valer mucho como estímulo y camino en este Adviento que nos conduce a la Navidad, al nacimiento de Cristo.

‘Por la Concepción Inmaculada de la Virgen María, hemos dicho en la oración, preparaste a tu Hijo una digna morada’. Limpia y preservada de todo pecado en previsión de la muerte de Cristo se convirtió en esa digna morada del Hijo de Dios que iba a nacer y que en sus entrañas se encarnaba. María, palacio de Dios, casa de Dios – la podemos llamar -, templo y morada de Dios, y de qué manera, para hacerse Emmanuel, para hacerse Dios con nosotros. Palacio y casa de Dios en su corazón humilde y lleno de amor, que eran las más bellas riquezas que la adornaban para hacerla toda santa.

‘Porque preservaste a la Virgen María ded toda mancha de pecado original para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo, y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura’, que proclamamos en el prefacio. Purísima, la llamamos; sin pecado concebida, le decimos en nuestras invocaciones y jaculatorias.

Podíamos atrevernos a decir que para encarnarse y hacerse hombre Dios se vistió de María, pero al mismo tiempo podemos contemplar cómo fue vestida de Dios con el traje de la gracia y la santidad. Entonces cuando nosotros queremos vestirnos de Dios, porque queremos vestirnos de santidad y de gracia tenemos un modelo de vestidura en María, en su santidad y en su gracia. Vestirnos de María no es ponernos un ropaje externo, sino vestirnos interiormente de todas las virtudes y de toda la santidad de María, que es un vestirnos de Dios, un vestirnos de Cristo que es entrañar a Cristo y vivir a Cristo y como Cristo. San Simón Grignon de Monfort nos habla también del molde perfecto que es María en el que el Hijo de Dios se hizo hombre, se moldeó como hombre podríamos decir, y en el que nosotros podemos introducirnos para así copiar de la manera más pefecta la santidad de Cristo y de María.

Nosotros, es cierto, estamos marcados por el pecado y necesitamos de la redención de Cristo para vernos libres de El y alcanzar el perdón, pero al contemplar así a María, digna morada del Hijo de Dios que en sus entrañas se encarnaba, nos impulsa a cómo limnpiar y purificar nuestro corazón para recibir a Cristo ahora que nosotros también nos disponemos a celebrar su nacimiento. Por eso puede ser tan significativa para nosotros el que celebremos esta fiesta de la Inmaculada Concepción de María mientras caminamos hacia la Navidad. Es la tarea de purificación, de renovación y de conversión que vamos realizando a través del Adviento.

De María tenemos que aprender; de manos de María tenemos que caminar. ¡Cuánto nos enseña una madre! ¡Cuánto nos enseña María! La carta a los Hebros nos dice que Cristo al entrar en el mundo gritó ‘aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’; ahora contemplamos a María que repite lo mismo ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Cristo nos enseñará eso mismo en el evangelio, que seremos dichosos si escuchamos la Palabra, si cumplimos la voluntad del Padre. ‘Dichosos los que escuchan la Palabra y la cumplen, la ponen en práctica, hacen la voluntad del Padre’. He aquí una hermosa lección de María.

Si María llegó a esta disponibilidad para sentirse así la esclava del Señor y en ella se hiciera siempre lo que era la voluntad de Dios es porque María se había dejado inundar por Dios, de Dios. La vemos contemplando el misterio de Dios que se le manifiesta en la visita y las palabras del ángel. ‘Se turbó ante estas palabras y se preguntaba que saludo era aquel’. Su turbación no era miedo ni temor, sino admiración y asombro ante lo que Dios le manifestaba, pero dejaba que el misterio de Dios llegara a ella, penetrara en ella, la inundara totalmente. Llena de Dios no podía hacer otra cosa que la voluntad de Dios.

En otro momento del evangelio se dirá que ‘guardaba y meditaba en su corazón’ cuántas cosas le iban sucediendo. Era ese llenarse de Dios y así podría surgir esa disponibilidad, esa generosidad, ese amor que le envolvería toda su vida como la veremos luego en otros momentos de servicio - en casa de Isabel en la montaña -, de atención a las necesidades de los demás – en Caná de Galilea - o de comunión como en el cenáculo con los discípulos de Jesúsn después de la Ascensión.

‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales…’ que nos ha bendecido en María, dándonos a María. Que en ella nos llenemos de todas las bendiciones de Dios. Que de ella aprendamos a vivir esa vida de gracia y santidad. Que como María, purificándonos de todo pecado, llenándonos de gracia y de amor, seamos también digna morada donde también nazca y reine de Dios, como queremos que sea en verdad en la celebración de la Navidad.

martes, 7 de diciembre de 2010

Alza la voz con fuerza, aquí está vuestro Dios

Alza la voz con fuerza, aquí está vuestro Dios

Is. 40, 1-11; Sal. 95; Mt. 18, 12-14

‘Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión; alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas; dí a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza…’ Hermoso pregón. Hermoso anuncio. ‘Dios, el Señor, llega con fuerza’.

Todos los caminos se han de allanar y preparar; no puede haber obstáculos ni de montañas ni de valles. Hay que ‘preparar en la estepa una calzada para nuestro Dios…’ Son palabras que pronunciaba el profeta al final de la cautividad de Babilonia cuando se le abrían las puertas a Israel para ser un pueblo libre. Son palabras con profundo sentido mesiánico porque llega el que nos ha liberado, nos va a arrancar de la cautividad del mal y de la muerte para hacernos entrar en una vida de gracia y santidad.

‘Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios… gritadle que está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados’. Y bien que lo sabemos que nuestro pecado está redimido; que para eso ha venido Cristo, para redimirnos de nuestros pecados y ha pagado con su sangre, con la entrega de su vida. Y porque lo sabemos, cuando nos preparamos para la celebración de su nacimiento, lo hacemos con ese gozo, con esa esperanza y también con ese deseo grande de vivir su salvación.

Son palabras que nosotros escuchamos en nuestro camino de Adviento como anuncio de consuelo y de esperanza pero que son al mismo tiempo una invitación y una exigencia a prepararnos, a abrir caminos al Señor que llega a nuestra vida.

Es el Señor que nos ama y que nos busca, porque somos nosotros los que andamos perdidos tantas veces. ‘Como un pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres’, nos decía el profeta. Palabras que tienen resonancia en la breve parábola que nos propone Jesús en el evangelio. ‘Suponed que un hombre tiene cien ovejas; si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve y va en busca de la perdida?’

Es toda la historia del hombre y toda la historia de la salvación. Toda la historia del hombre con su pecado, y toda la historia de la salvación, que es la búqueda de Dios que viene a nuestro encuentro allá donde estamos perdidos para llamarnos con su gracia, para atraernos de nuevo hacia El con lazos de amor.

Toda la historia del hombre que podemos decir está marcada por ese amor de Dios que nos busca, que nos llama, que pone tantas señales de su amor a nuestro lado, que nos envía tantos mensajes de amor y tantos mensajeros que vienen con la misión de llevarnos a Dios. Nosotros podemos ser infieles una y otra vez, pero ‘la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre’, y esa Palabra es una palabra de amor, de vida, de salvación.

Nos queda pues a nosotros vivir con toda intensidad este tiempo del Adviento. Esas imágenes que hemos contemplado hoy de caminos torcidos que se enderezan, de lugares escabrosos que se arreglan, de valles que se levantan y se aplanan, de montes y colinas que se abajan nos están indicando ese camino de purificación que hemos de ir realizando en nuestra vida.

De muchas cosas tenemos que purificarnos: orgullos, egoísmos, envidias, resentimientos, violencias, malos sentimientos, vanidades y mentiras… muchas cosas que tenemos que corregir y que mejorar en nuestra vida. Por eso este tiempo del adviento es un tiempo de superación, de renovación, de conversión al Señor. Es una invitación que escuchamos una y otra vez. Esperamos con alegría la gloria del nacimiento del Señor purificando nuestro corazón y convirtiéndonos de verdad a Dios.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Mirad a vuestro Dios que viene en persona y os salvará


Is. 35, 1-10;

Sal. 84;

Lc. 5, 17-26

‘Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará’. Viene el Señor, viene en persona, y nos salvará. Lo escuchaban los israelitas en el anuncio de los profetas y mantenían la esperanza.

Las señales de las que hablaban los profetas eran bellas, no sólo en las imágenes que proponían de una naturaleza frondosa, fecunda y llena de señales de paz y armonía, sino también por los signos de fortaleza y seguridad de las que les hablaban para su vida. ‘Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis… viene el Señor’ con su salvación.

Son imágenes y señales que para nosotros son también bien significativas. Señales que nos valen en este camino de Adviento que vamos haciendo en nuestra búsqueda de Dios, en nuestro deseo también de salvación. Es lo que queremos vivir, lo que queremos que sea en verdad la navidad que vamos a celebrar. Por eso queremos ir profundizando de verdad en la Palabra del Señor que la liturgia nos va ofreciendo en este tiempo de Adviento.

Hoy el evangelio nos habla de un paralítico que es llevado hasta Jesús para ser curado. Manifiesta una fe muy confiada en aquellos hombres que lo conducen hasta Jesús. Una fe que les hará saltar por encima de todas las dificultades que se les puedan presentar. Aquel paralítico tiene que llegar hasta los pies de Jesús. pero la gente se agolpaba por todas partes y no había forma de poder entrar. Por eso, ‘no encontrando por donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea y, separando las lozetas, lo descolgaron con la camilla hasta el centro, delante de Jesús’. Es admirable la fe de aquellos hombres. El evangelista lo hace notar. ‘Jesús, viendo la fe que tenían…’ comenta.

Pero es entonces cuando sucede la maravilla. Es entonces cuando se manifiesta de verdad la salvación que Jesús quiere ofrecerrnos. Las rodillas vacilentes que son fortalecidas son sólo un signo; la curación de un enfermo o de un paralítico como en este caso es sólo una señal. Jesús ve la oportunidad de darnos la salvación. ‘Viendo la fe que tenían dijo al paralítico: Hombre, tus pecados están perdonados’.

Habrá gente que no lo entienda. Por allí están ‘los letrados y fariseos que se pusieron a pensar: ¿quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados mñas que Dios?’ Ya conocemos el resto, lo hemos escuchado al proclamar el evangelio. Jesús en verdad se nos manifiesta como el Salvador, como el que tiene poder para perdonar pecados.

Es la salvación que El quiere ofrecernos. Es realmente para lo que lo vemos nacer en Belén. Será lo que anuncian los ángeles a los pastores, como escucharemos cuando celebremos el nacimiento de Jesús. ‘Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’.

Es para lo que realmente nos vamos preparando en este tiempo de Adviento, en lo que en verdad hemos de poner todo nuestro empeño. Qué lástima que los cristianos gastemos tanto esfuerzo en cosas que no son realmente las verdaderamente importantes para celebrar la navidad. Tenemos que saber aprovechar todo lo que nos va ofreciendo la Palabra de Dios para reflexionar hondamente dentro de nosotros, para revisar nuestra vida, pero ver realmente la salvación que buscamos y que necesitamos, la salvación que Jesús quiere ofrecernos. ¿Queremos celebrar la navidad buscando también nosotros el perdón de los pecados? Porque si seguimos en nuestro pecado, ¿qué sentido tendría celebrar la navidad?

domingo, 5 de diciembre de 2010

Brotará un renuevo del tronco de Jesé… es posible la conversión al Señor



Is. 11, 1-10;

Sal. 71;

Rm. 15, 4-9;

Mt. 3, 1-12

‘Cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo’, pedíamos en la oración de este segundo domingo de Adviento. Caminamos al encuentro de Cristo. Es lo que vamos haciendo en Adviento y a donde esperamos llegar en la celebración de la Navidad con todo su profundo sentido, en la celebración de su nacimiento en Belén, en la espera del encuentro definitivo en su segunda venida en plenitud y en ese encuentro que cada día, en cada celebración o en cada momento de nuestra vida hemos de vivir.

Nos guía la Palabra de Dios que se nos proclama en la celebración del domingo y de cada día si tenemos la oportunidad; pero Palabra que hemos de saber meditar y rumiar cada día en nuestra lectura hecha oración. Palabra que nos conduce con el anuncio de los profetas y de manera especial en la figura y el mensaje del Bautista que repetidamente nos irá apareciendo en este camino, por cuanto fue el Precursor de la llegada del Mesias, y así había de ‘preparar un pueblo bien dispuesto’.

El profeta nos presenta por una parte la imagen del tronco de Jesé del que brotará un renuevo y florecerá un vástago y por otra esas imágenes idílicas en las que vemos pastando juntos animales salvajes y feroces con animales domésticos y pacíficos. Bellas imágenes de hondo significado como veremos. El Bautista se nos presente como ‘la voz que grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’ con todo su mensaje que nos invita a la conversión ‘porque el Reino de los cielos está cerca’.

¿Es posible de que un viejo tronco reseco pueda brotar un renuevo y florecer un vástago? ¿es posible ver de forma real esa imagen paradisíaca de todos esos animales juntos y además pastoreados por un niño que juega con ellos? Pues son las imágenes de ese tiempo nuevo y mesiánico; imágenes que tendrían que describir lo que es nuestra vida a partir de nuestra fe en Jesús.

Unámoslo al mensaje que escuchamos en el evangelio en la voz del Bautista y también al mensaje que nos ofrece la carta de san Pablo. La invitación del Bautista es a la conversión para preparar los caminos del Señor. Conversión porque llega el Reino de Dios y es necesaria esa vuelta de nuestra vida, esa transformación profunda de nuestra manera de vivir. Yo diría uniéndo las imágenes que conversión es hacer reverdecer el tronco viejo para que brote un renuevo lleno de vida nueva.

Recuerdo haber utilizado en una ocasión esta imagen del tronco viejo colocado allí en medio de la comunidad como un signo durante todo el tiempo del Adviento. Cuando llegamos al tiempo de navidad y en medio de las celebraciones de esos días yo preguntaba si habíamos hecho reverdecer aquel tronco reseco. Una joven respondió comentando si yo creía de verdad que de aquel tronco viejo y reseco iba a brotar una rama verde capaz de florecer. Quizá no había captado el sentido de la imagen y del signo y quien era en verdad el que había de reverdecer y florecer, o quizá podía ser de las personas que pensaran que el cambio de la conversión no es posible.

Es para hacernos pensar. Porque quizá, aunque oigamos muchas veces esa invitación a la conversión, no terminamos de creernos que es posible el cambio en nuestra vida. Claro que si pensamos así, va a ser dificil que nos empeñemos en lograr ese cambio, esa transformación en nosotros. Hemos de tomarnos en serio esa imagen que nos ofrece el profeta del renuevo que brota del tronco de Jesé para que creamos seriamente que podemos transformar nuestra vida.

Y también estar convencidos que eso no lo vamos a hacer por nosotros mismos, sino que será con la fuerza del Espíritu del Señor. ‘Sobre él se posará el Espíritu del Señor, nos decía el profeta; espíritu de prudencia y sabiduría, de consejo y valentía, de ciencia y de temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor…’

El evangelio nos dice que ante la predicación del Bautista en el Jordan ‘acudía mucha gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán’. Más tarde explicará ‘yo os bautizo con agua para que os convirtáis, pero el que viene detrás de mi puede más que yo, y no merezco ni llevarla las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego’.

Tenemos que saber pasar por el bautismo de agua, que significa esos deseos de conversión, para llegar al bautismo en el fuego y en el Espíritu en el que quemando todo el hombre viejo que hay en mí, haga rebrotar el hombre nuevo de la gracia. No es obra nuestra, sino de la gracia, pero nosotros tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu; no podemos resistirnos y oponeros sino dejarnos transformar por el fuego del Espíritu. Será así posible la verdadera conversión.

Pero, aunque brevemente, retomemos la otra imagen idílica y paradisíaca de los animales paciendo juntos. ‘Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos… la vaca pastará con el oso… el león comerá paja con el buey… y un muchacho los pastorea…’

También nos habla del fruto de la conversión. Como les decía Juan a los fariseos y saduceos que fueron hasta el Jordán ‘dad el fruto que pide la conversión’. ¿Cuáles son esos frutos? Las imágenes que hemos recordado nos lo señalan y nos ayuda a ello lo que nos decía también san Pablo. Esa conversión nos hará lograr ese sabernos acoger mutuamente los unos a los otros aunque seamos muy diversos, y lograr entonces esa concordia y unanimidad. Es lo que nos pedía el apóstol. ‘Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… en una palabra acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios’.

Esa invitación fundamental del Adviento de preparar los caminos del Señor significa, por ejemplo, abrir caminos para que Dios se haga presente en nuestra vida, para que sea posible el Reino de Dios, que Dios reine entre nosotros. Eso significará quitar obstáculos. Si logramos ese entendimiento y ese saber acogernos los unos a los otros, significará que estamos quitando obstáculos. Cuánto habría que hacer en ese sentido en el día a día de nuestra vida y de nuestra convivencia con los que están a nuestro lado.

Por otra parte esa imagen con que se nos presenta el Bautista pudiera ser una gran interpelación para nuestra vida. Esa austeridad en la ropa, ‘vestido de piel de camello y con una correa de cuero a la cintura’ y esa austeridad también en la comida, ‘se alimentaba de saltamontes y miel silvestre’, puede indicarnos muy bien ese vaciamiento interior que hemos de vivir, ese vaciarnos de nosotros mismos y de nuestras vanidades para llenar nuestra vida de lo que verdaderamente es importante.

Mirando la austeridad con que Juan vivía su momento de preparación a la venida del Mesías, ¿qué juicio podemos hacernos ante tantas cosas supérfluas e innesarias de las que llenamos estos días nuestra vida, nuestras casas, nuestras fiestas navideñas para celebrar, decimos, la navidad? Habría que cambiar muchos esquemas.

Muchas cosas nos dice la Palabra de Dios a través de las diversas imágenes que se nos ofrecen tanto de profeta como de la figura del Bautista. Ahora queda la respuesta que nosotros vamos a dar, comenzando por creer de verdad que es posible cambiar y transformar nuestra vida con la ayuda de la gracia del Señor.