sábado, 28 de agosto de 2010

Porque fuiste fiel… pasa al banquete de tu Señor

1Cor. 1, 26-31; Sal. 32; Mt. 25, 14-30

Es cuestión por parte nuestra de responsabilidad y fidelidad hasta en lo más pequeño , porque por parte de Dios siempre habrá una mayor magnanimidad que los méritos que nosotros podamos hacer.
Sigue hablándonos Jesús de esa responsabilidad con que tenemos que asumir nuestra vida y para ello nos propone esta parábola que llamamos de los talentos. Es el hombre que se va al extranjero y confía a sus empleados sus bienes, como hemos escuchado. Distintas responsabilidades, o mejor decimos, distintas funciones porque a cada uno les confía diversa cantidad de talentos. Todos han de rendir cuentas a la vuelta de su señor. Cada uno ha de comportarse con la más absoluta responsabilidad aunque sean diversos los talentos que se les haya confiado y de todos espera aquel señor el rendimiento de sus cuentas. Y será exigente con sus empleados, pero será generoso, magnánimo con los que han sabido mantener su responsabilidad y su fidelidad.
Como decíamos, no es sólo cuestión de hacer méritos, sino de fidelidad. Cuando en la vida vamos actuando sólo en la búsqueda de méritos nos faltará generosidad en nuestra responsabilidad porque sólo vamos por el interés y andamos poniendo medidas en aquello que hacemos y ya sabemos que nuestras medidas son siempre raquíticas.
La medida de nuestra responsabilidad generosa ha de ser siempre grande tanto para aquel que tiene grandes o especiales funciones y responsabilidades – porque se le han confiado muchos talentos – como para aquel que puede parecer el último – porque se le han confiado quizá pocos talentos -.
‘Señor, cinco talentos me dejaste; mira he ganado otros cinco… dos talentos me dejaste; mira he ganado otros dos… Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor…’ Han sabido ser fieles en lo que se les había confiado, ahora la generosidad de su señor con ellos será grande; ‘te daré un cargo importante, pasa al banquete de tu señor…’ Así se manifiesta su gran magnanimidad. Es así el Señor con nosotros. Las medidas del Señor siempre serán más generosas de lo que nosotros podamos imaginar. Aunque lo mismo es exigente con aquel que actuó con miedo y cobardía y solamente enterró el talento entregado para no perderlo. No era eso lo que tenía que hacer.
Miremos nuestra vida y seamos capaces de reconocer cuánto hemos recibido del Señor desde la vida misma a cuántas otras cosas en las que se ha manifestado el amor de Dios en nuestra vida a lo largo de nuestros años. ¿Cómo vamos a presentarnos delante del Señor? Seamos capaces de ver la mano de Dios en el camino de nuestra vida. Y seámosle agradecidos por esos dones que nos ha regalado, por esos valores y cualidades de que nos ha dotado.
Hagamos en verdad fructífera nuestra vida desde esa responsabilidad y generosidad que tiene que llenar nuestro corazón. Cualquiera que sea la situación que ahora vivamos, jóvenes o mayores, con muchas o pocas posibilidades, con lo que es la realidad de nuestra vida no enterremos el talento que Dios ha puesto en nuestras manos. Que un día podamos escuchar de sus labios ‘porque fuiste fiel…’ porque fuiste generoso, porque vivista la vida con responsabilidad, ‘pasa al banquete de tu Señor’, al banquete del Reino de los cielos. Mucho es lo que nos regalará entonces el Señor para que vivamos en la felicidad eterna.

viernes, 27 de agosto de 2010

Cuidemos nuestra luz para poder pasar al banquete de bodas del Reino de los cielos

1Cor. 1, 17-25;
Sal. 32;
Mt. 25, 1-13

Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor… estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre’. Así había anunciado Jesús en el evangelio. Lo escuchábamos ayer. Propone diversas comparaciones o parábolas. Como el dueño de casa que está vigilante para que el ladrón no abra un boquete y entre a robar. Como el sirviente de casa que espera a que su señor vuelva para abrirle apenas llegue. Como el administrador que tiene que estar responsablemente atendiendo a todos sus deberes y preocupándose de todo y de todos.
Todo habla de vigilancia, de atención, de responsabilidad. Cosas muy necesarias en la vida en cualquiera que sea la ocupación o la responsabilidad que tengamos. Pero actitudes fundamentales ante la venida del Señor que ha puesto la vida y el mundo en nuestras manos.
Hoy nos ha propuesto Jesús una nueva parábola. Parábola en la que Jesús utiliza las costumbres de la época y las circunstancias concretas en que se vivía entonces. A la hora de la boda el novio venía con sus amigos a casa de la novia, pero las amigas de ésta habían de salir al camino a recibirle y además llevar las correspondientes luces que iluminaran las sombras del camino. Esto le vale a Jesús para proponernos la parábola y dejarnos un hermoso mensaje de cada a esa necesaria vigilancia en la vida y la responsabilidad con que hemos de asumirla.
El novio podía tardar más o menos según distancias o problemas que surgieran en el camino, por eso la espera exigía ser lo suficientemente previsor para que no faltara la luz por mucho que fuera la tardanza. Lámparas de aceite que habían de llevar el suficiente de repuesto. podríamos decir, pero este caso en algunas de aquellas doncellas no fue así. Cuando finalmente llega no podrán tener encendida su lámpara y habrán de buscar el aceite necesario. No habían tenido la suficiente previsión. Llega la hora de la boda y ellas no podrán entrar, pues habían tenido que ir a comprar. ‘No sé quienes sois, no os conozco…’
¿Nos podrá suceder a nosotros así? ¿Qué nos querrá decir el Señor? No podemos contentarnos con vivir la vida alegremente pensando que ya tendremos tiempo para hacer los arreglos necesarios para cuando nos llegue la última hora. ‘No sabemos el día ni la hora’ a la que nos va a llamar el Señor. Hemos de estar preparados, en consecuencia. La amargura y desesperación con que algunos se enfrentan con esa hora decisiva de su vida que es la muerte, puede ser una señal de que a lo largo de nuestra vida poco hemos pensado en la trascendencia que habíamos de darle a todo lo que hacíamos o vivíamos.
Cuando lo que voy viviendo lo hago con ese sentido de trascendencia pensando que un día vamos a encontrarnos con el Señor al que tenemos que darle cuenta de nuestra vida, seguro que lo que vamos haciendo lo intentaremos hacer desde la mayor rectitud, siempre con un sentido bueno, y en verdad llenando nuestra vida de obras buenas que nos pudieran merecer ese encuentro con el Señor para la dicha y la felicidad eterna.
Como un signo, y nos vale la imagen de la luz de la que nos habla la parábola hoy, recordemos que en nuestro bautismo se nos dio una lámpara encendida, tomando su luz del cirio Pascual, o sea tomando su luz de Cristo que es la verdadera luz del mundo. Y ya se nos encomendó entonces que habíamos de mantener esa luz encendida y nuestras vestiduras blancas y puras para poder salir al encuentro del Señor. ¿Qué hemos hecho de esa luz? ¿Hemos mantenido encendida la luz de la fe y de la gracia divina en nosotros a lo largo de toda nuestra vida? Si así lo hemos intentado no estaremos con temor y miedo, porque sabemos que con esa luz vamos a pasar a la Luz que no tiene fin, porque vamos a encontrarnos con el Señor para vivir con El para siempre durante toda la eternidad.
Cuidemos nuestra luz. Cuidemos nuestra fe. Cuidemos la gracia de Dios en nuestra alma. Vivamos la responsabilidad de nuestra vida con la mayor rectitud y santidad. Así podremos pasar al banquete de bodas del Reino de los cielos para disfrutar de Dios por toda la eternidad.

jueves, 26 de agosto de 2010

A la Iglesia de Dios en Corinto…

1Cor. 1, 19;
Sal. 144;
Mt. 24, 42-51

‘Escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto…’ Así comienza Pablo su carta, que vamos a leer a lo largo de tres semanas. Una carta extensa y con un mensaje grande y hermoso para animar a aquella comunidad, corregir y orientar que a nosotros nos vale también, pues para nosotros es también Palabra de Dios.
Vamos a fijarnos en algunos aspectos de este saludo inicial de la carta que escribe Pablo, como dice, ‘llamado a ser apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios’. Nos deja por así decirlo su tarjeta de presentación y la autoridad con la que escribe a aquella comunidad que él había iniciado con la predicación del evangelio en su segundo viaje.
Comienza, pues, dirigiéndose ‘a la Iglesia de Dios en Corinto…’ Es la comunidad de los que creen en Jesús que se sienten iglesia, porque se sienten convocados por el Señor. Ya hemos mencionado en alguna ocasión el significado de la Palabra Iglesia. Pero añade algo más, es la comunidad de ‘los consagrados por Jesucristo, el pueblo santo que El llamó (convocó = iglesia) y a todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro y de ellos’.
Subrayemos, los consagrados, el pueblo santo… que invoca el nombre de Jesús. Todo esto tenemos que mirarlo en nosotros, que somos también esa Iglesia de Dios que peregrina en ese lugar concreto donde vivimos, pero que somos consagrados y somos pueblo santo. Consagrados, ungidos con el Espíritu del Señor, porque toda nuestra vida ha de estar dedicada a la gloria de Dios. Como un lugar consagrado, un lugar, es separado, por así decirlo, para dedicarlo sólo a Dios, así nosotros también. En el Bautismo fuimos ungidos, luego consagrados, para la gloria del Señor.
Por eso somos ese pueblo santo. Es a lo que estamos llamados y es la santidad que tiene que resplandecer en nuestra vida. Nos miramos y nos vemos pecadores y nos decimos cómo es que se nos puede llamar pueblo santo. Pues lo somos desde esa consagración de nuestro Bautismo. Es el pueblo de los santos y esos santos tenemos que serlo nosotros. Cuando Pablo se dirige a las diversas comunidades a las que escribe sus cartas es de esa manera cómo los llama, a los santos de… y menciona el lugar, la iglesia.
Todo esto, pues, tiene muchas consecuencias para nuestra vida. Nos recuerda lo que somos y la exigencia de santidad de santidad que tiene que haber en nuestra vida. Es una invitación a vivir esa vida santa, a superar nuestras debilidades y pecados, a que todo lo que hagamos sea siempre la gloria de Dios, para que en todo momento invoquemos el nombre del Señor.
‘En mi acción de gracias, nos dice Pablo, siempre os tengo presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús… El os mantendrá firmes hasta el final… Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro’. Vivamos en consecuencia.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Quiero seguirte y vivir en tu verdad

Quiero seguirte y vivir en tu verdad

Postrado en tu presencia quiero proclamar
desde lo más hondo de mi ser
que Tú eres, Señor, el camino,
y la verdad, y la vida;
yo quiero seguirte
y vivir en tu verdad;
muchas veces nos cuesta seguir tus pasos,
muchas cosas nos confunden
en nuestro interior
que nos llevan por caminos
que no son los de tu verdad,
en nuestra confusión
dejamos introducir en nosotros
sombras de vanidad
que no nos dejan ser nosotros mismos,
encontrar la verdad de nuestra vida
y nos llenamos de ilusiones vanas
que nos hacen vivir
en la apariencia y la mentira.

Quiero encontrarme contigo
de forma profunda
porque así encontraré
lo que es la verdad de mi vida,
la única verdad que eres tú
y que me hacer ver mi propia realidad;
cuando me miro con sinceridad
veo oscuridades y mentiras,
queriendo ocultarnos a nosotros mismos
lo que realmente somos.

Que tu luz me ilumine
para verme como soy
y para ser capaz
de querer arrepentirme de mis errores
para volver a ti que eres la única verdad
y pueda resplandecer en mi
el resplandor de tu santidad;
que el fuego de tu Espíritu me purifique
y que la fuerza de tu gracia
me dé la fortaleza
de aprender a caminar
siempre por caminos de rectitud
y sinceridad;
que no deje meter en mi vida nunca
la vanidad ni la hipocresía,
que sea capaz de reconocer mi pecado,
que sepa mirarme a mi mismo
con sinceridad
para examinar con detalle mis actitudes
y cada una de las cosas que hago,
que sienta deseos de purificación
y de superación
para ser cada día mejor,
para crecer más y más
en tu gracia y en tu vida,
para cada día quitar una más
esas arrugas del alma
de mis defectos y debilidades,
que sepa de ir humilde hasta ti
para alcanzar tu gracia,
esa gracia que me purifica y me sana,
esa gracia que me trae la salvación
y también la fuerza para seguir
por esos caminos de verdad,
por esos caminos de santidad.

Dame, Señor, ansias de plenitud,
esa plenitud que sólo en ti puedo alcanzar;
que emprenda con valentía el camino
que me conduce a la vida,
porque me lleva hasta ti.

Tú eres, Señor, el camino,
y la verdad, y la vida.

Autenticidad, rectitud, responsabilidad… valores a tener en cuenta

2Tes. 3, 6-10.16-18;
Sal. 127;
Mt. 23, 27-32

Alguna vez nos encontramos en el evangelio páginas con palabras duras por parte de Jesús. Jesús resiste a los soberbios y no soporta ni las vanidades ni las apariencias. Ya sabemos bien cómo se nos presenta Jesús, pobre y humilde, el que siendo Dios quiso hacerse hombre, en todo semejante a nosotros, pasando por uno de tantos, como nos dice la Escritura, y haciéndose el último hasta dar su vida por nosotros. Es lo que nos enseña también cuando los discípulos aspiran a grandezas y primeros lugares.
Por eso le escuchamos hablar con dureza contra aquellos que vivían de apariencias, apetecían honores y primeros puestos, llenando su vida de falsedad y de hipocresía. ‘Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que parecéis sepulcros blanqueados…’ Buena apariencia por fuera pero el corazón lleno de maldad y de pecado. Como un sepulcro blanqueado, nos dice Jesús. ¿Qué es lo que hay detrás de esa blancura aparente del exterior? Bien lo sabemos.
Les denuncia que ahora quieran justificarse con algunas cosas que intentan hacer ‘haciendo sepulcros a los profetas y ornamentando lo mausoleos de los justos’ diciendo que ellos no hubieran hecho lo que hicieron sus padres. Pero Jesús les hace ver que la misma maldad sigue en sus corazones. Y es ahí, en el corazón, donde tenemos que cambiar.
Creo que también nosotros hemos de escuchar este mensaje que Jesús quiere darnos. Nos pudiera parecer que esas palabras duras de Jesús no nos las merecemos. Pero creo que sí tenemos que examinarnos por la autenticidad de nuestra vida. También nos podemos sentir tentados por la apariencia y nos tientan también los reconocimientos que los otros puedan hacer de nosotros.
Pero busquemos con humildad la sinceridad, la autenticidad, la verdad de nuestra vida. Y lo mejor que podemos hacer es tratar de purificarnos de todas esas cosas que se nos pueden meter en el corazón. Esa verdad de nuestra vida tiene que partir de la rectitud con que la vivamos. Una vida auténtica, una vida de rectitud desde lo más hondo de nosotros mismos es lo que tenemos que buscar. Nunca hemos de dejar meter en nosotros la vanidad. Caminemos esos caminos que nos conduzcan a obrar siempre rectamente y haciendo el bien, a buscar en todo lo que es la voluntad de Dios. Esa autenticidad de nuestra vida que nos lleve a obrar rectamente es camino de santidad.
Y un breve comentario a lo que nos dice Pablo en la segunda carta a los Tesalonicenses. Quiere hablarnos el apóstol de la responsabilidad con que hemos de vivir nuestra vida. Lejos de nosotros, entonces, la ociosidad, el abandono de nuestros deberes y obligaciones, la dejación de la responsabilidad del trabajo que tenemos que realizar no sólo como un medio de ganarnos nuestro sustento, sino además como esa contribución que hacemos al bien de nuestro mundo, de nuestra sociedad.
Quizá ya no lo necesitemos porque tengamos garantizado nuestro sustento, dada la edad y las prestaciones sociales que recibamos, pero siempre hay algo bueno que hacer con lo que podemos contribuir al bien de los demás. Además una vida ociosa sin hacer nada pudiera convertirse en el inicio de una vida viciosa.
San Pablo se pone como ejemplo, cuando teniendo él derecho al sustento, porque el obrero merece su salario y su trabajo era para el Señor en la predicación del evangelio, como les dice, él ha trabajado con sus propias manos para no ser carga para nadie, les dice. ‘Quise daros un ejemplo que imitar’, concluye. Y les recuerda la sentencia que les había dejado ‘el que no trabaja, que no coma’. Una invitación a la responsabilidad.

martes, 24 de agosto de 2010

Gracias por la riqueza de gracia que es tu Iglesia

Gracias por la riqueza de gracia que es tu Iglesia

Negrita
Una vez más vengo a tu presencia, Señor,
sintiendo el gozo de tu amor en mi vida;
quiero desde lo más hondo de mi corazón
expresar mi fe y todo mi amor para ti;
que mi vida sean siempre
bendición y alabanza,
que todo lo que haga o lo que diga
sea siempre una acción de gracias
para tu gloria.

Hoy quiero darte gracias
de manera especial por la Iglesia,
por esa comunión de hermanos
que caminamos unidos hacia ti;
gracias por tu Iglesia
donde nos has dejado
una señal clara de presencia,
porque donde haya comunión
allí estás tú,
como nos enseñas en el evangelio:
que donde haya dos o tres
reunidos en tu nombre
allí estás tu;
gracias por poder vivir
esa comunión de hermanos
sintiéndonos una sola familia;
pero gracias, Señor,
por ese caudal de gracia
que desde ti nos llega
a través de la Iglesia.

Gracias porque en la Iglesia
podemos escuchar tu Palabra
con toda certeza y garantía
que ahí tú nos hablas;
gracias porque en la Iglesia recibimos
todos y cada uno de los sacramentos,
que nos regala tu vida divina para hacernos hijos,
donde nos enriqueces con el don de tu Espíritu
para sentirnos fuertes en la lucha contra el mal
y para poder tener la valentía
del testimonio de nuestra fe y nuestro amor;
gracias porque en la Iglesia recibimos
el sacramento de tu amor y tu perdón
en el abrazo de amor de Padre
que siempre nos quieres ofrecer,
qué gozo más grande
saber que eres misericordioso
siempre dispuesto a perdonar;
gracias porque en la Iglesia
nos has dejado tu Eucaristía
que nos alimenta y fortalece
con tu cuerpo y con tu sangre,
viático de nuestro caminar,
alimento de vida eterna,
prenda de resurrección y gloria futura,
y ahí podemos sentirte siempre presente en el sagrario
esperando nuestra visita,
para escucharnos y para hablarnos
allá en lo más hondo del corazón;
gracias porque en la Iglesia
en cada sacramento,
en cada momento de nuestra vida,
cualquiera que sea nuestra situación
tenemos la certeza de que estás ahí
y no nos falta tu gracia.

Qué riqueza más grande nos das en tu Iglesia,
que nos acompaña,
nos alimenta,
nos guía en ese camino de nuestra fe
a través de los pastores
que en ella nos has dejado
para que en tu nombre
nos hagan llegar tu gracia salvadora.

Gracias, Señor,
por tantos regalos de amor
que en la Iglesia nos ofreces.

Doce cimientos… los nombres de los Apóstoles del Cordero


Apc. 21, 9-14;
Sal. 144;
Jn. 1, 45-51

‘Ven y te mostraré la novia, la esposa del Cordero’. ¿A qué o a quién se esta refiriendo el Apocalipsis? Es una imagen de la Iglesia ‘la ciudad santa, la nueva Jerusalén, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios’. Bellas imágenes las que nos ofrece el Apocalipsis y que nos presenta la Iglesia en la Palabra de Dios en esta fiesta del apóstol san Bartolomé.
Fiestas profundamente eclesiales que decimos las fiestas de los Apóstoles. Que nos hacen sentir Iglesia; que nos ayudan a comprender mejor donde están las raíces de la Iglesia. ‘Tenía una muralla grande y alta y doce puertas, custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados, los nombres de las tribus de Israel… el muro tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de los Apóstoles del Cordero’.
Cristo es la Roca de nuestra vida, pero quiso fundamentar su Iglesia sobre la piedra de Pedro; pero junto a Pedro está el grupo de los doce, que así se convierten también en esos cimientos y fundamentos de la Iglesia de Jesús. ‘El muro tenía doce cimientos… los nombres de los Apóstoles del Cordero’, que acabamos de escuchar.
Hoy celebramos a uno de esos apóstoles, Bartolomé, el hijo de Timeo, Tholmai o Tolomeo, que viene a significar su nombre, que también identificamos con el Natanael del que nos habla el evangelio de Juan que fue llevado hasta Jesús por Felipe, como hemos escuchado. Poco más sabemos de él que lo que nos dice el evangelio, porque luego lo demás son tradiciones, muchas fundamentadas en los evangelios apócrifos que nos hablan de su predicación en Armenia, en Asia Menor, en Mesopotomia y hasta en Arabia y la India. También nos hablan de su martirio, en el que fue primero desollado y luego decapitado.
Pero lo fundamental para nosotros es que fue uno de los doce, de los apóstoles escogidos y llamados de manera especial por el Señor, como nos narran los evangelistas cuando nos dan el hombre de los doce apóstoles y que no sólo predicó de palabra el Evangelio de Jesús como éste le había encomendado, sino que dio su vida, derramó su sangre por el nombre de Jesús.
Hoy con el Apocalipsis queremos contemplar a esa Iglesia resplandeciente, ‘brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido’. ¿Cómo vemos resplandecer así a nuestra Iglesia? ¿Cómo hemos de hacer resplandecer de esa manera a nuestra Iglesia hoy? Es el resplandor de la santidad de la Iglesia que se manifiesta en sus mejores hijos que son los santos. Es el resplandor, pues, que hemos de dar nosotros con nuestra vida santa. El resplandor de nuestra fe y el resplandor de nuestro amor. Esa santidad a la que hemos de aspirar en todo momento cuando escuchamos el mensaje de fe que nos trasmiten los apóstoles y que llega a nosotros a través del magisterio de la Iglesia. En los apóstoles decimos que nos fundamentamos, se fundamenta la Iglesia y a esa santidad nos tiene que llevar para que así resplandezcamos nosotros también.
Natanael en el evangelio es presentado, y nada menos que por Jesús, como un israelita cabal, ‘un judío de verdad en el cual no hay engaño’; lo que nos está hablando de la rectitud de su vida, de su fe y de su buen hacer. Pero se encontró con Jesús, y aunque al principio le costara sus dudas, sin embargo se dejó cautivar por la Palabra de Jesús para llegar a una hermosa confesión de fe. ‘Rabí, Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel’.
Que lleguemos nosotros también a una profunda confesión de fe, que lleguemos nosotros a ese reconocimiento de Jesús como el todo de nuestra vida. Que siguiendo a Jesús plantemos de verdad su Palabra en nuestra vida para dar frutos de santidad. Que vivamos una profunda comunión eclesial porque sintiéndonos iglesia, de verdad nos sintamos hermanos, en comunión total de amor de los unos para con los otros. Así resplandecerá nuestra Iglesia ‘como piedra preciosa, como jaspe traslúcido’ por nuestra santidad y por la santidad de todos los miembros de la Iglesia.

lunes, 23 de agosto de 2010

Gracias, Señor por la fe y por el amor

Gracias, Señor por la fe y por el amor

De rodillas, adorándote humildemente,
ante el Santísimo Sacramento del Altar
hoy quiero darte gracias, Señor, por la fe,
por ese regalo grande que me has hecho,
que pueda creer en ti
y en ti encontrar
el sentido de plenitud de mi vida;
algunas veces pensamos
que la fe sólo es cosa nuestra,
pero la fe es algo sobrenatural,
es un don que tú nos haces,
y al que, es cierto,
nosotros tenemos que responder
con la obediencia de nuestra vida,
con la ofrenda de nuestro amor.

Gracias, Señor,
porque contigo cada día mi fe
crece un poquito más,
se va purificando
y te voy conociendo más;
las circunstancias de la vida,
en las que quiero ver tu mano providente
que nos atrae y que nos cuida,
me han ayudado a conocerte mejor;
a sentirte más hondo en mi vida
y a que mi fe se purifique.

Haz, Señor, que sepa descubrir tus huellas,
las huellas de tu amor
en todo lo que me va sucediendo
y así pueda amarte mejor;
los caminos de la vida,
aunque a veces nos puedan parecer tortuosos,
sin embargo son caminos que tú diriges
para que vayamos mejor hacia ti;
danos tu luz, la luz de la fe,
para saber descubrir tus designios,
aceptarlos aunque nos cueste,
y saber hacer siempre esa ofrenda de nuestra fe,
esa ofrenda de nuestro amor.

Por eso quiero darte gracias
por esa capacidad de amor
que has puesto en mi corazón
y porque con tu ayuda,
la luz de tu palabra,
voy descubriendo cada día
cómo amar más,
cómo crecer en mi amor
para con los que me rodean;
tu gracia me ayuda
a superar egoísmos y orgullos
que podrían encerrarme cada vez más en mi mismo;
con tu fuerza voy aprendiendo cada día
cómo mejor aceptar al otro,
escucharle o darle una ilusión para vivir;
aprendiendo de tu amor
voy rompiendo esas barreras que nos aíslan
para ir siempre al encuentro del hermano
como tú lo hiciste;
gracias, Señor, porque me enseñas a amar,
y porque mi amor va creciendo
cada día un poquito más.

Señor, yo creo,
pero aumenta mi fe;
que no me falte nunca la fe;
regálame ese don y esa gracia
que cada día crezca más y más en mí.

Señor, te amo
y quiero amar a todos como los amas tú;
gracias por darme ese don del amor,
pero que tu Espíritu de amor
esté siempre en mi corazón
para que pueda amar
con un amor como el tuyo;
sólo contigo,
con tu gracia,
con la fuerza de tu Espíritu
podré tener un amor así.

Es nuestro deber dar continuas gracias a Dios por vosotros

Tes. 1, 1-5.11-12;
Sal. 95;
Mt. 23, 13-22

‘Pablo, Silvano y Timoteo a los tesalonicenses que forman la Iglesia de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo…’ Así comienza Pablo la segunda carta a los cristianos de Tesalónica que vamos a ir escuchando en los próximos días. A ellos, los convocados por Dios Padre y el Señor Jesucristo, la Iglesia de Tesalónica – eso significa la palabra Iglesia, convocados – Pablo les desea gracia y paz.
Quiero fijarme en la forma hermosa cómo comienza Pablo su carta. Da gracias a Dios. Es una comunidad muy querida por él y a la que dirige varias cartas, conservamos dos, pero a los que manifiesta una ternura y una predilección especial. Es el amor del apóstol por la comunidad que le ha sido encomendada.
Pero Pablo hace unas hermosas valoraciones de esta comunidad. Como hemos escuchado da gracias a Dios por la fe y por el amor cada día más creciente entre ellos. ‘Es deber nuestro dar continuas gracias a Dios por vosotros, y es justo, pues vuestra fe crece vigorosamente y vuestro amor, de cada uno por todos y de todos por cada uno – un amor verdaderamente mutuo – sigue aumentado’, les dice. Se siente Pablo orgulloso de ellos. Desea que se cumplan todas sus esperanzas. Que así como ellos glorifican al Señor con su fe y con su amor, así Dios los glorifique también a ellos. ‘Para que así Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria y vosotros seáis la gloria de El, según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo’.
Hasta aquí el gozo que siente el apóstol por aquella comunidad. Pero esto tenemos que verlo ahora en nosotros. ¿Crece nuestra fe vigorosamente y el amor mutuo entre nosotros sigue aumentando también? Creo que es necesario que nos detengamos un poquito en esto. Quizá alguien pudiera pensar que eso no se da entre nosotros. ¿No ve como son?, nos pudiera decir alguien.
Pero me pregunto, ¿cómo vemos el vaso? ¿Medio lleno o medio vacío? Podría alguien decir, bueno parte y parte; si sólo está medio vacío es señal de que también esta medio lleno, luego hay algo. Tenemos la tentación de mirar las cosas de forma pesimista. ¡Es que falta tanto para que se dé eso en nosotros!
Pero creo que tenemos que aprender a valorar también lo que tenemos, o los pasos que vamos dando en la vida. Es cierto que no somos perfectos y nos faltará mucho para alcanzar esa perfección de la santidad. Pero lo estaremos intentando, vamos damos pasos en el camino de nuestra fe. Seguro que ahora podemos estar viviendo cosas en ese orden de la fe que no vivíamos antes, aunque aún nos falten muchas cosas. Seguro que ahora estamos intentando amarnos un poquito más y damos nuestros pasitos para aceptarnos, para perdonarnos, para no tratarnos mal, para querernos un poquito más.
Pues seamos capaces de dar gracias a Dios por esos pasos, aunque nos parezcan pequeños. En aquella comunidad de Tesalónica no todo era perfecto como se podrá ver por el resto de la carta, pero Pablo comienza valorando lo que ya hay en ellos, esa fe que crece, ese amor mutuo que va aumentando día a día. Con esa nuestra fe y ese nuestro amor aunque aun sea imperfecto queremos dar gloria a Dios y el Señor sigue llenándonos con sus bendiciones y sus gracias y con lo que hacemos queremos ser en verdad también la gloria del Señor ‘según la gracia de Dios y del señor Jesucristo’, como decía Pablo.
Démosle gracias al Señor por nuestra fe. Démosle gracias porque queremos amarnos cada día un poquito más. Démosle gracias pero sintamos también la gracia y la fuerza que El nos da para que lo vayamos logrando y cómo en el Señor veremos también cumplidas nuestras esperanzas, como le decía Pablo a los tesalonicenses.

domingo, 22 de agosto de 2010

Venimos a tu presencia, Señor

Venimos a tu presencia, Señor

Venimos, Señor, a tu presencia
queriendo aclamarte y alabarte
con nuestros cantos,
con nuestra oración,
con nuestra vida;
pero en nuestra aclamación y alabanza
queremos unirnos a todos,
sabemos que estamos unidos a todos
los que, en el norte o en el sur,
en el oriente o en el occidente,
también alaban tu gloria,
bendicen tu nombre,
se sientan también en la mesa de tu Reino.

Para ti, Señor, toda alabanza y toda bendición,
nuestra acción de gracias y nuestro amor;
eres la alegría de mi vida,
lo eres todo para mí.

Todos estamos invitados a la mesa de tu Reino,
tú nos congregas y nos reúnes
formando un solo pueblo,
una sola familia,
una sola comunidad
donde no hay distinción ni de raza ni de pueblo,
porque para todos es la salvación
y todos pueden cantar la gloria de Dios.

Queremos seguirte, Señor,
caminar por tus sendas,
seguir las huellas
que nos vas dejando en el camino,
y que un día podamos traspasar
las puertas de tu Reino
para en el cielo
cantar eternamente tus alabanzas.

Sabemos que el camino es exigente,
que la puerta es estrecha
y si vamos demasiado cargados
con nuestros orgullos y egoísmos
por ella no podremos pasar.

Ayúdame, Señor,
a liberarme de tantas rémoras
que nos impiden caminar libres,
que son un obstáculo para llegar hasta ti;
haz que mi fe sea pura
y la fidelidad de mi vida sea total,
porque en ella sienta empapada toda mi vida
y no otro sea todo mi pensar ni mi actuar.

Que no tema vivir ese amor
comprometido y exigente,
que no se quede en bonitas palabras
o buenos deseos,
sino que lo manifieste
en la verdad de mi vida,
en los gestos y detalles
que tenga con los demás,
en las actitudes profundas
que sean la guía de mi actuar,
y en tantos actos comprometidos
por la comunión y la unidad,
por la justicia y la paz
en nuestras mutuas relaciones,
en la aceptación respetuosa
del valor de cada persona,
en mi capacidad de comprensión
y también en mi valentía
para siempre perdonar.

Para pasar por esa puerta estrecha
que me lleva a tu Reino
que sepa negarme a mí mismo
para vivir mi entrega total por los demás,
que sea capaz de cargar
con la cruz de cada día
en las dificultades que en la vida encuentre
o en el sufrimiento y dolor
que puedan aparecer en mi persona,
que supere siempre lo negativo,
que no me deje llevar por las apariencias,
que me descabalgue del caballo
del orgullo y la soberbia,
que sepa controlar mis pasiones
para que toda mi vida sea siempre para ti.

Dame, Señor, coraje para seguirte,
sencillez y humildad
para dulcificar mi trato con los demás,
generosidad de corazón
para vivir siempre en comunión fraternal,
disponibilidad para estar abierto siempre
al servicio y al amor.

Dame tu gracia, Señor.
Que un día pueda sentarme
en la mesa de tu Reino eterno en el cielo,
para gozar de tu presencia para siempre,
para cantar eternamente
la gloria del Señor.

Esforzaos en entrar por la puerta estrecha


Is. 66, 18-21;
Sal. 116;
Heb. 12, 5-7.11-13;
Lc. 13, 22-30


No me regañes.
Seguramente que en más de una ocasión lo hemos oído cuando alguien tiene que decirnos algo que quizá no nos gusta en referencia a lo que hacemos o decimos. No me regañes. No nos gusta que nos digan algo, que nos llamen la atención por algo.
Comienzo con este comentario, porque a ello hace referencia el texto de la carta a los Hebreos, pero también porque creo que nos puede ayudar a la actitud con la que nosotros hemos de ponernos ante la Palabra de Dios. Nuestra actitud tiene que ser humilde y receptiva. No vamos a escuchar simplemente palabras que nos halaguen. No vamos sólo a aceptar lo que me agrada, porque quizá prefiramos simplemente dejarnos llevar por lo que buenamente salga o dejarnos arrastrar por nuestros impulsos o deseos.
Siguiendo con la carta a los Hebreos vemos que nos decía que ‘el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos’. Por eso nos decía: ‘hijo mío, no rechaces la corrección del Señor… aceptad la corrección porque Dios os trata como a hijos… después de pasar por ella nos da como fruto una vida honrada y en paz’.
Ser cristiano tiene sus exigencias. El camino del seguimiento de Jesús es exigente. Creo que lo veríamos claro si nos damos cuenta que ser cristiano no es otra cosa que imitar a Cristo, vivir la vida como Cristo lo hizo, con su misma entrega, con su mismo amor. Bien sabemos hasta donde llegó su entrega, hasta donde llegó su amor. Y bien recordamos que en otros lugares nos dice que si queremos seguirle hemos de tomar su cruz para ir tras El.
Sin embargo escuchamos también que a su Reino estamos todos llamados. Ya lo decía el profeta y nos lo dice también Jesús hoy en el evangelio. ‘Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua, vendrán para ver mi gloria… y de todos los países – y nos hace el profeta una relación de distintos lugares bien distantes en el mundo antiguo – como ofrenda al Señor traerán a todos vuestros hermanos… hasta mi monte santo de Jerusalén…’ Es un anuncio de salvación universal. Todos los hombres, de toda condición o de toda raza están llamados. No se reduce a un pueblo o a una raza. Como dice en el Evangelio ‘y vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios’.
Pero, como decíamos, aunque está esa voluntad universal de salvación por parte de Dios, en el entrar a formar parte de su Reino tiene sus exigencias. Hoy nos lo dice Jesús con la siguiente imagen. ‘Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán…
¿Qué significa ‘entrar por la puerta estrecha’? ¿qué nos querrá decir Jesús? Es su camino, no nuestro camino. Hay unos valores que hay que tener en cuenta, un sentido y un estilo de vivir. No se trata, como decíamos, simplemente dejarnos llevar por lo que nos apetezca, sino tratar de descubrir qué es lo que Jesús nos enseña en el evangelio.
Pasa por el camino de la fidelidad y de la fidelidad hasta el extremo, hasta el final. Nuestro sí al Señor, la obediencia de nuestra fe, tiene que ser total. No podemos andar a medias tintas. O con Jesús o contra Jesús. Es una fe, una fidelidad que tiene que hacerse vida; no es un disfraz o una vestidura externa que nos ponemos, sino que tiene que ir a lo más hondo de nosotros mismos.
Pasa por una camino de amor exigente, comprometido, no de buenas palabras o buenos deseos, sino que tiene que traducirse en gestos concretos, en unas actitudes profundas, pero también en unos actos comprometidos que expresen ese amor a los demás, en el compartir, en la búsqueda de una comunión auténtica, en un trabajo por la justicia y la paz en nuestras mutuas relaciones, también en una aceptación respetuosa del otro, en una capacidad de comprensión y en un perdón generoso. Y eso muchas veces cuesta porque fácilmente puede florecer en nuestro corazón el orgullo o el egoísmo.
Pasa entonces por el camino de saber negarnos a nosotros mismos porque lo que importa es que seamos capaces de darnos por los demás. Por eso Jesús nos habla de la cruz para seguirle. Una cruz en la superación de nuestras propias cosas negativas, como en la aceptación de aquellos sufrimientos que podamos padecer.
Esa puerta estrecha la vamos a encontrar en esas actitudes negativas que afloran muchas veces en nuestra vida y que tenemos que saber superar y vencer; en esas violencias que aparecen muchas veces en nuestras relaciones que tenemos que saber dominar; en esos caballos del orgullo y la soberbia de los que tenemos que saber descabalgarnos; en esas exigencias que hemos de saber tener con nosotros mismos para dominar una pasión descontrolado. Esa puerta estrecha está en nosotros mismos, no es algo externo que nos impongan – qué fáciles somos a echar siempre la culpa a los demás -. Es algo que tengo que imponerme yo a mi mismo.
Necesitamos coraje, humildad, caridad, sencillez, fidelidad, responsabilidad, disponibilidad. Necesitamos de la gracia del Señor. Y que poniendo todas esas actitudes buenas en la vida seamos reconocidos por el Señor. Que no se nos cierre la puerta, como nos dice hoy Jesús en el evangelio, y no nos reconozca. No se trata sólo de decir es que yo rezo mucho, es que soy cristiano de toda la vida, es que en mi familia siempre hemos sido muy religiosos. Se trata de esa respuesta personal que cada uno vamos dando a esa gracia, a esa llamada del Señor, a ese ponernos en camino, a ser capaces de pasar por la puerta estrecha.
Para que un día podamos también sentarnos en la mesa de su Reino. Ahora aquí en la tierra participando de su Eucaristía, un día en el cielo gozando de su vida eterna, de su presencia para siempre, cantando para siempre la gloria del Señor.