sábado, 21 de agosto de 2010

Haz, Señor, que me desprenda de mis vanidades

Haz, Señor, que me desprenda de mis vanidades


¿Quién soy yo, Señor,
para venir a postrarme en tu presencia?
¿quién soy yo
para atreverme a venir a contemplar tu gloria?
Un hombre pecador,
con el corazón manchado
y de labios impuros
que no soy digno de estar en tu presencia;
humilde me pongo ante ti,
sabiendo que me amas y me perdonas;
no soy digno,
pero tu amor me sana,
me salva, me da vida,
aleja de mi corazón mi pecado.

Dame, Señor,
un corazón humilde y arrepentido,
transforma mis tinieblas en luz,
sana mi corazón enfermo,
lléname de tu salvación.

¿Cómo puedo acercarme a ti,
cuando tantas veces escucho tu evangelio,
pero prefiero seguir mis caminos a los tuyos?

Me es más fácil pensar o decir
que lo que dices en tu Palabra
es para éste o aquel,
que aplicármelo a mi vida;
como los fariseos y letrados
que denuncias en el evangelio
porque cargaban cargas pesadas
sobre los hombros de los demás
sin ellos estar dispuestos
a mover un dedo para empujar,
me es fácil juzgar y condenar,
señalar a los demás
antes de mirarme a mí mismo;
no soy tan distinto de ellos,
para mi es también tu denuncia y tu palabra.

También me halagan
las palabras vanas de alabanza
que despiertan mi vanidad y mi orgullo,
recibir reconocimientos y reverencias
diciendo lo bueno que soy;
por eso hoy ante ti reconozco
la vanidad de mi pecado
y mi pecado de vanidad,
reconozco mi pecado de orgullo
y la soberbia que desde dentro
me hace juzgar y condenar a los demás.

Tu evangelio me deja inquieto
porque por más que lo oigo
no lo escucho de verdad en mi corazón
y sigo prefiriendo mis vanidades
y mi superficialidad.

Dame, Señor,
un corazón humilde que sepa escuchar
y poner en práctica
desde lo más hondo de mi mismo tu Palabra;
que aprenda a ser el último de verdad,
pero no para que nadie me suba más arriba,
que algunas veces sutilmente lo hacemos así
apareciendo como humildes,
pero buscando en el fondo
la vanidad del reconocimiento humano
y los lugares de honor.

Qué distintos seríamos todos,
qué distinta sería tu iglesia también
si aprendiéramos a ser humildes
y a no buscar honores y grandezas;
demasiados oropeles llenan nuestra vida,
demasiadas vanidades
ponen barreras en nuestras relaciones,
demasiado orgullo nos separa y aísla;
que tu iglesia se desprenda
también de oropeles y vanidades
para que pueda llevar mejor
el evangelio de Belén y de la Cruz
a todos los hombres,
tenemos que aprender de verdad
el camino de tu evangelio
para poder anunciarlo mejor
al mundo que no rodea.

Sólo quiero hoy presentarme ante ti
con corazón humilde,
con corazón contrito,
para dejarme trasformar por ti,
por la fuerza de tu gracia;
te pido, Señor,
que sepa desprenderme de mis vanidades
para saber vivir la vida
con la sencillez y humildad
que tu nos enseñas,
que contemplamos en Belén,
o en el camino de la cruz;
por eso nos dices:
aprended de mi que soy manso
y humilde de corazón;
que aprenda tu lección, Señor.

Sólo desde ese camino de humildad
podré un día contemplar tu gloria.

Dame tu gracia, Señor,
para trasformar mi corazón.

La gloria del Señor habitará en nuestra tierra

Ez. 43, 1-7;
Sal. 84;
Mt. 23, 1-12

‘La gloria del Señor llenó el templo’, nos dice Ezequiel en esta última visión que nos ofrece en su profecía. Durante un par de semanas hemos venido escuchando su profecía tan rica en imágenes y visiones. Como hemos dicho en alguna ocasión la profecía de Ezequiel sirve para alentar la esperanza del pueblo que se encuentra en la difícil situación del destierro lejos de su tierra.
Hoy viene en cierto modo a recordarnos la visión que nos ofrecía en el primer capítulo, ‘como la visión que había contemplado a orillas del río Quebar’ nos dice. Entonces al describirnos la visión decía ‘era la apariencia visible de la gloria del Señor. Al contemplarla caí rostro en tierra’.
Hoy nos dice primero ‘ví la gloria del Señor… la tierra reflejó su gloria’. También nos dice al contemplar la gloria del Señor ‘caí rostro en tierra’ y continúa diciéndonos ‘la gloria del Señor entró en el templo… llenaba el templo’. Y escuchará una voz que le dice: ‘Hijo de Adán, este es el sitio de mi trono… donde voy a residir para siempre ya en medio de los hijos de Israel’. Es fácilmente una profecía del final de la cautividad, la vuelta a su tierra y la reedificación del templo de Jerusalén. Pero es también una profecía mesiánica en referencia a Jesús y la gloria del Señor que El nos manifiesta, siendo Emmanuel, Dios con nosotros, que habitará para siempre en medio nuestro.
¿Cómo se va a manifestar esa gloria del Señor? El salmo nos ayuda a comprenderlo. ‘La gloria del Señor habitará en nuestra tierra’, repetimos en el salmo. ‘Voy a escuchar lo que dice el Señor…’ y nos anuncia tiempos de paz, de salvación, de justicia, de fidelidad, de tiempos donde nos llenamos de los dones del Señor. ¿No nos suena eso al Reino de Dios, a sus características, anunciado e instaurado por Jesús con su salvación?
Vamos a hacer presente esa gloria del Señor en nuestra vida y en nuestro mundo siendo constructores de esa paz, viviendo en esa fidelidad total al Señor, en la búsqueda de la justicia verdadera, construyendo un mundo de amor. Así haremos presente la gloria del Señor en nosotros y en nuestro mundo. Dios quiere habitar en medio nuestro pero necesita esos corazones justos, amantes de la paz y de la verdad, esos corazones generosos y llenos de amor.
La gloria del Señor se irá manifestando en nuestro mundo todos los hombres la podrán conocer cuando nosotros vayamos repartiendo amor, siendo compasivos y misericordiosos con los hermanos; cuando vayamos desterrando de nosotros toda maldad, la envidia, la crítica, la murmuración, el rencor y el resentimiento. Son cosas que no podemos permitir en un corazón que dice que ama a Dios, en quien quiere pertenecer a su Reino.
Vayamos transformándonos desde lo más hondo de nosotros mismos viviendo lo que Jesús nos enseña en el evangelio. Hoy nos habla de desterrar la vanidad y la apariencia de nuestra vida, a ser humildes y sencillos, a no subirnos en pedestales para buscar el aplauso y el reconocimiento de los demás.

viernes, 20 de agosto de 2010

Dame la fuerza de tu Espíritu que renueve mi vida

Dame la fuerza de tu Espíritu que renueve mi vida

Al postrarme en tu presencia, Señor,
para adorarte
y hacerte la mejor ofrenda de mi amor,
quiero darte gracias
porque es eterna tu misericordia,
que tantas veces he sentido
tan palpable en mi vida.

Gracias, Señor,
por tu amor que me llena de vida
y me renueva constantemente.
Gracias, Señor,
por el regalo de tu Espíritu
que me permite sentir con mas fuerza
el gozo de tu amor.

Señor, yo creo,
pero aumenta mi fe,
te pido como el hombre del evangelio;
que no me falte nunca la fe en ti,
ayúdame a cuidarla
y crezca
como planta frondosa en mi vida
para que todo lo que haga,
lo que sienta o
lo que piense
siempre esté envuelto
por tu presencia misteriosa
pero llena de amor
y al final dé los frutos de vida eterna
que tú quieres regalarnos.

Que no se me apague mi esperanza,
pero caminaría
como sin rumbo ni orientación;
la esperanza pone
metas grandes en mi vida,
me da fuerzas para caminar
en medio de oscuridades y tormentas,
porque sé que siempre estás ahí,
en ti encontraré consuelo
para mis penas y dolores
y al final la recompensa por mis luchas
será tenerte a ti para siempre.
Si me faltara la esperanza
sería como aquel campo de huesos secos
del que nos habla la visión de Ezequiel;
derrama tu Espíritu me dé vida,
que me dé un corazón nuevo
y una vida nueva y renovada.

Que nunca pierda la esperanza,
que nunca sea ese hueso seco y sin vida;
que me llene siempre de tu Espíritu de amor;
ese Espíritu
que nos hace renacer a nueva vida,
que nos llena de resurrección,
que nos hace sentirnos hombres nuevos.

Que con la fuerza de tu Espíritu
nunca deje introducir en mi vida
las sombras y tinieblas del pecado;
sería la muerte peor;
la lucha no siempre es fácil
porque son fuertes las tentaciones
con las que el enemigo malo nos acosa,
por eso te pedimos una y otra vez,
no nos dejes caer en la tentación,
líbranos del mal;
líbranos de ese mal
que se nos va introduciendo en nuestra vida
y nos ciega
para no saber distinguir lo bueno de lo malo;
líbranos de esas confusiones
que se crean en nuestro corazón;
líbranos de la dudas
y danos la seguridad de la fe en ti;
líbranos de tantas cosas que nos perturban
y nos hacen tambalearnos en el camino de la vida
con muchas inseguridades.

Que no perdamos nunca la paz,
la paz que tú nos das,
la paz de la seguridad que nos da
el tenerte siempre a nuestro lado,
la paz que nace de la fuerza del Espíritu
allá en lo más hondo de nuestro corazón.

Te damos gracias, Señor,
porque es eterna tu misericordia.

Os infundiré mi Espíritu y viviréis… Espíritu de amor y de vida


Ez. 37, 1-14;
Sal. 106;
Mt. 22, 34-40

Estremecedoras imágenes las que nos presenta la profecía de Ezequiel. ‘El Espíritu del Señor me sacó y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos’. En la misma profecía se nos da la clave para entender. ‘Hombre mortal, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice: nuestros huesos están secos, nuestra esperanza ha perecido, estamos destrozados…’
Está haciendo referencia a la situación en que vivía el pueblo de Israel que había sido conducido al destierro y ahora se encontraban sin esperanza, como aturdidos por tanto mal que les estaba acaeciendo. Es la situación del hombre que ha perdido toda fe y toda esperanza. Como un hueso seco que no tiene vida. Nos puede suceder.
De hecho vemos muchas veces a nuestro alrededor gente que vive sin esperanza, ha perdido la fe y toda confianza. Es como un andar sin rumbo; es como haber perdido el sentido de su vida. Triste y desesperada situación. Los problemas personales que nos oscurecen la vida, la situación crítica de nuestra sociedad en muchos sentidos, la pérdida de valores que llenen y den sentido a la vida, el abandono de la fe. Muchas cosas que no están lejos de nosotros y que nos pueden afectar.
Pero la palabra del profeta que nos trasmite la Palabra de Dios es una Palabra de vida, una palabra que quiere suscitar esperanza, que quiere hacernos renacer a una vida nueva. ‘Pronuncia un oráculo sobre estos huesos… de los cuatro vientos ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan…’ Comentar que en el lenguaje hebreo se emplea la misma palabra para decir espíritu, que para decir viento, como decir aliento o decir vida. Habla de los cuatro vientos y habla del espíritu, del espíritu que da aliento a aquellos muertos y que da vida.
Este texto que nos habla de volver a la vida, nos habla de resurrección y vemos el cumplimiento pleno en la resurrección de Jesús que nos hace renacer a nosotros por nuestra fe en El a una nueva vida. Cristo nos da su Espíritu también para que nosotros tengamos vida. Pero Cristo nos da su Espíritu que es llenarnos también de esperanza, hacer renacer la esperanza, que es hacer renacer la vida en nosotros.
‘Yo mimo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros… Os infundiré mi Espíritu y viviréis… y sabréis que yo soy el Señor’, que nos decía el profeta. ¿No nos está hablando de la resurrección que de Cristo resucitado recibimos en los sacramentos? Nos habla del Bautismo, nos habla del Sacramento de la Penitencia, sacramentos que nos llevan a la vida. Este texto que estamos comentando se utiliza también en la liturgia de Pentecostés.
No podemos permanecer muertos, no podemos vivir sin esperanza. En Cristo nos llenamos de vida. El nos hace mirar hacia lo alto. El pone esa ilusión nueva en nuestro corazón. El nos despierta para que le demos un sentido y un valor nuevo a nuestra vida. Cristo no nos quiere dejar en la muerte de la desesperanza y del mal y nos hace resucitar. Con Cristo todo tiene que cambiar en nuestra vida. Es lo que hace en nosotros la fe. Y porque tenemos fe no seremos ya unos huesos secos, sino que estaremos llenos de vida.
Esa vida nueva que tendrá que manifestarse en nuestra obras de amor. De ello nos habla el evangelio. Le preguntan a Jesús cual es el principal mandamiento. Y Jesús nos dice que tenemos que amar. Amar a Dios sobre todas las cosas y recuerda lo que estaba escrito desde siempre en la ley del Señor, proclamado ya allá en el Sinaí, pero nos dice también que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos. Ya lo decía el Levítico pero Jesús viene a reafirmarlo con mucha más fuerza porque luego nos dirá que será nuestro distintivo. En el amor a Dios y en el amor al prójimo está todo el compendio de la ley de Dios, y todo el sentido de nuestro actuar cristiano, toda la manifestación de esa vida que El nos da cuando nos renueva, nos hace renacer por la fuerza de su Espíritu.

jueves, 19 de agosto de 2010

Nos invitas, Señor, a la mesa de tu Reino

Nos invitas, Señor, a la mesa de tu Reino

Nos sentimos dichosos en tu presencia, Señor,
porque nos llamas y nos invitas
a participar del banquete de bodas de tu Reino.

Somos unos afortunados
por tanto amor como nos tienes.
Nos regalas tu amor,
nos regalas tu gracia,
nos haces disfrutar de tu presencia
allá donde vamos,
todo está lleno de tu presencia,
pero tenemos aún la dicha mayor
de que podamos postrarnos ante tu Sacramento.

Creo, Señor,
creo en tu presencia real y verdadera
en el Sacramento de la Eucaristía,
sacramento de amor,
sacramento de gracia,
sacramento que se nos da en prenda
de la vida eterna que nos tienes prometida.

Gracias por tu presencia,
gracias por tu llamada,
gracias por tantos que pones a mi lado
para invitarme a ir hacia ti,
gracias por tu Palabra
que me ilumina y me guía,
gracias, Señor.

Sin embargo, quiero pedirte perdón,
por tantas veces como he declinado tu invitación
entretenido en otras cosas,
cerrando mis oídos y mi corazón a tu llamada;
cuántas disculpas ponemos tantas veces
para no venir a tu presencia;
cuántas cosas distraen nuestra mente
que no dejan que pensemos en ti;
cuántas veces nos vamos
por caminos distintos a los tuyos;
pero tú nos buscas,
nos llamas, nos invitas,
pones a nuestro lado
tantas señales de tu presencia.

Que se abran mis ojos para verte,
que se abran mis oídos para escucharte,
que se abra mi corazón para sentirte
hondamente dentro de mi,
que se abra mi vida para ti,
porque quiero que sea sólo para ti.
Tómala, Señor.

En tu presencia me siento pecador,
pero al mismo tiempo te doy gracias
porque en tu amor quieres perdonarme.

Derrama sobre mí esa agua pura de tu gracia
que me purifique,
me purifique de mis maldades y pecados;
mueve mis pasos
para que vaya a tu encuentro
sabiendo que ti voy a encontrar
el abrazo de tu perdón y de tu amor de Padre.

Que no tema, Señor,
ese encuentro de reconciliación,
porque siempre en ti voy a encontrar el agua viva
que purifica mi vida con el perdón,
la paz que necesita mi alma,
la fuerza que me ayuda a caminar;
tu gracia está siempre conmigo, Señor.

Que yo sepa, Señor, llevar también
tu Buena Noticia a los hermanos,
la invitación a participar todos
de ese banquete de bodas de tu Reino;
soy invitado pero soy enviado,
el gozo que vivo en tu presencia
quiero hacerlo partícipe a los demás;
que no me llene de temor
ante la misión que me confías,
sino que con la valentía y la fuerza del Espíritu
anuncie tu Palabra a los demás
para que todos puedan participar igualmente
de la dicha de pertenecer a tu Reino,
de poder sentarnos todos juntos a tu mesa.

Tengo preparado el banquete… venid a la boda

Ez. 36, 23-28;
Sal. 50;
Mt. 22, 1-14

Tengo preparado el banquete… venid a la boda… id a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis invitadlos a la boda…’
En la parábola que nos propone Jesús vemos una clara referencia al rechazo y no aceptación por parte del pueblo judío de la salvación que Dios les ofrecía en Jesucristo. La imagen del banquete preparado al que somos invitados expresa bien lo que es el Reino de Dios que Cristo nos ofrece y que con su vida, sus palabras, los signos que realizaba y finalmente la pascua de su muerte y resurrección viene a instituir entre nosotros.
Los primeros invitados no lo aceptaron y no quieren participar de ese banquete del Reino de los cielos. No llegaban a entender el Reino de Dios que Jesús anunciaba. Esto servirá de ocasión para manifestarnos Jesús que su salvación es para todas las gentes sean del pueblo que sean. ‘El banquete está preparado…’ Cristo nos ha redimido y su sangre se derramó por todos para el perdón de los pecados. Envió el Rey a sus criados a que fueran por todas partes para invitar a todos al banquete de bodas. Todos estamos llamados a participación de esa salvación.
Muchas cosas podemos reflexionar para nuestra propia vida. Somos también los invitados al banquete de bodas del Reino de Dios. ‘Dichosos los invitados a esta cena…’ se nos dice en la Eucaristía. Dos cosas: somos los invitados pero somos también los que hemos de ir a anunciar a los demás en nombre de Jesús que también están invitados a ese banquete de bodas del Reino de Dios
Pero vayamos por partes. Somos los invitados, pero, ¿cómo respondemos? Seamos sinceros con nosotros mismos y ante el Señor. A lo largo de la vida también muchas veces habremos hecho como aquellos que no quisieron escuchar la invitación. Cuántas disculpas nos damos tantas veces para vivir nuestra condición de cristianos de una forma ramplona y fría, sin profundidad espiritual, alejados muchas veces de la iglesia, con una religiosidad muy pobre, contentándonos con pocas cosas; cuántas veces habríamos oído, por ejemplo, la campana de nuestra parroquia que nos llamaba a Misa el domingo, pero siempre teníamos que hacer, siempre lo dejábamos para otro día, siempre nos buscábamos disculpas; cuántas veces escuchamos la llamada de la Palabra y nos hacíamos sordos a lo que el Señor nos decía o nos pedía para no salir de esas situaciones que nosotros sabíamos muy bien que no eran buenas.
Escuchemos esa invitación que el Señor nos hace a través de tantos medios y démosle respuesta. Ahora lo estamos haciendo quizá más por la circunstancia de estar en este centro. Pero no olvidemos una cosa. Para sentarnos a la mesa del Señor hemos de estar vestidos con el traje de fiesta, como vemos en la parábola, con el traje de la gracia del Señor. No podemos acercarnos a la Mesa de la Comunión vestidos con los andrajosos trajes del pecado. Con pecado no podemos comulgar al Señor. Mucho tendríamos que revisarnos.
El profeta nos habla hoy del agua que nos purificará, y del corazón nuevo que hemos de tener. ‘Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias y pecados os he de purificar; y os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo’. ¿Cómo es esa agua que nos purifica? Un día recibimos el agua del bautismo para el perdón de nuestros pecados y hacernos nacer a una vida nueva. Pero tantas veces hemos vuelto al pecado. Sólo con el sacramento de la penitencia vamos a recibir ese perdón que necesitamos para nuestros pecados. No lo olvidemos. Necesitamos lavar ese vestido de nuestra vida para vestirnos del traje de fiesta de la gracia.
Y brevemente el otro aspecto al que hacíamos referencia. Somos los invitados pero somos también los enviados para llevar esa invitación del Señor a los demás. Como lo vemos en la parábola que fueron enviados los criados a todas partes. A todos tenemos nosotros que ir también a anunciar esa salvación de Jesús, a invitarlos a que vengan también a ese banquete de bodas del Reino de los cielos.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Aquí estoy, Señor, mándame.

Aquí estoy, Señor, mándame.

Vengo a ponerme ante ti, Señor,
con sinceridad de corazón,
con apertura de espíritu.

Tu Palabra es una fuente inagotable
donde siempre encuentro tu gracia
que me ilumina,
me da fuerzas y me corrige,
me enseña a seguir tu camino.
Así eres tú siempre, Señor,
y los que confían en ti
y en ti ponen su esperanza
nunca quedarán defraudados.
No se agota tu gracia
y no nos cansamos de meditar tu Palabra
ni de aprender para nuestra vida.

Tú nos llamas, Señor,
para que trabajemos en tu viña;
no nos quieres ociosos;
nos ha regalado la vida,
nos has adornado de cualidades y valores,
- tenemos que reconocerlo agradecidos –
has puesto el mundo en nuestras manos,
porque quieres que sigamos construyéndolo,
para que en él realicemos tu reino,
para todo sea siempre para tu gloria.
Gracias, Señor, por querer así confiar en nosotros.

Danos tu luz y tu fuerza
para que comprendamos nuestra responsabilidad,
para que no abandonemos nuestros deberes,
para que sepamos en todo momento
que en cualquier hora de la vida
siempre podemos hacer bueno por los demás,
siempre tenemos que luchar
por hacer nuestro mundo mejor;
vivimos en familia
o compartiendo la convivencia con otros
según las distintas circunstancias de nuestra vida,
pero ahí siempre tenemos
un granito de arena que poner,
una cosa buena que hacer,
una alegría que despertar
para hacer más felices a los demás.

Somos una familia, Señor, con toda la humanidad;
pero nos sentimos familia de manera especial
en el seno de nuestra comunidad cristiana, la iglesia.
Ahí tenemos que sentirnos hermanos,
ahí tenemos que contribuir
con lo que somos y podemos,
ahí tenemos que hacer presente de manera especial
ese Reino de Dios que nos anuncias
y en el que nos comprometes;
que no nos falte nunca la fuerza de tu Espíritu.

Pero Tú llamas a algunos con una vocación especial,
al sacerdocio,
a la vida consagrada o la vida religiosa,
a ser misioneros de tu Reino,
a ser apóstoles entre los hermanos.
Muchos los llamados, pocos los escogidos,
la mies es abundante, los obreros son pocos;
muchos tienen miedo a dar el paso hacia adelante,
otros se hacen oídos sordos
para evitar el compromiso,
algunos se sienten débiles e incapaces
para realizar la tarea.
Pero tú eres el que alimentas esa vocación,
tú eres el que llamas
y el que das la gracia,
fortalece esos corazones vacilantes,
anima esos espíritus débiles y cobardes,
suscita en todos la fortaleza de tu gracia.
Haz, Señor, que sean muchos
los trabajadores de tu viña,
porque necesitamos pastores
que nos ayuden y nos guíen,
nos orienten y nos animen,
nos lleven a beber del agua de tu gracia,
nos repartan el pan de tu Palabra
y nos alimenten con tu Eucaristía.

Te pedimos, Señor, por las vocaciones,
que sean numerosas
para que a tu iglesia no falten los sacerdotes,
el testimonio radical de las almas consagradas,
los apóstoles que nos anuncien tu evangelio.
Aquí estoy, Señor, con corazón humilde,
con espíritu abierto,
para descubrir también a lo que me llamas.

Aquí estoy, Señor, mándame.

Salió a contratar jornaleros para la viña

Ez. 34, 1-11;
Sal. 22;
Mt. 20, 1-16


Tengo que reconocer que cuando uno se pone a meditar el evangelio con sinceridad y apertura de espíritu se encuentra con una fuente inagotable de vida y de gracia, que es lo que podemos encontrar siempre en el Señor. 'La Palabra de Dios es viva y eficaz...' que dice la Escritura. Así es Dios para nosotros. Así derrama abundantemente su gracia en nuestra vida. Ni se agota la gracia del Señor, ni nos cansamos nosotros de meditar y aprender lecciones para nuestra vida.
Esto nos sucede en cualquier página del evangelio que meditemos, pero nos sucede en esta parábola que nos propone Jesús hoy en el evangelio. Nos sugiere muchas cosas, que ahora en la brevedad de esta reflexión no podemos agotar.
‘Un propietario al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña…’ Así comienza la parábola que hemos escuchado. Una parábola muy rica en enseñanzas. Contrata jornaleros para su viña. Podemos pensar en la vida que Dios nos ha dado; podemos pensar en el mundo que ha puesto en nuestras manos; podemos pensar en el Reino de Dios que Jesús nos propone y que con El tenemos que construir; podemos pensar en muchas cosas.
En ese mundo que Dios ha creado y ha puesto en las manos del hombre tenemos una responsabilidad y no podemos desentendernos. En los distintos momentos de la vida o en los distintos momentos de la historia cada uno de nosotros ha de sentir esa responsabilidad. ¿Qué hacéis ahí ociosos todo el día? ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’ No podemos ser seres pasivos en medio de nuestro mundo que sólo nos contentamos con recibir. Siempre hay algo bueno que podemos hacer por los demás o por nuestro mundo. Porque también ese lugar que ocupamos en la familia, o en el lugar donde estemos conviviendo siempre hay algo que podemos compartir, seamos muy jóvenes o seamos muy mayores.
Como decíamos podemos pensar también ese Reino de Dios al que Cristo nos llama y podemos en consecuencia pensar en esa Iglesia a la que pertenecemos. Esa fe que tenemos y queremos vivir y que se tendrá que manifestar por las obras de nuestro amor podemos decir que es esa viña a la que el Señor nos llama como obreros. La Iglesia, la comunidad cristiana en la que nos sentimos como en una gran familia y como miembros de esa familia también nos sentimos obligados a contribuir. ¿Nos preguntará y recriminará también el Señor a nosotros como a aquellos hombres ociosos sentados en la plaza todo el día sin hacer nada? ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’
Seremos mayores o más jóvenes siempre podemos ofrecer mucho de nuestra fe y de nuestro amor al bien de la Iglesia, a la construcción del Reino de Dios en nuestro mundo. Si, porque somos mayores no podemos participar en obras especiales de apostolado, siempre podemos ofrecer el testimonio de nuestra vida íntegra y en consecuencia de nuestro buen comportamiento, pero podemos ofrecer también nuestra oración y el ofrecimiento de nuestra vida con sus achaques y debilidades. ¡Cuánto podemos hacer!
Por supuesto en ese llamada a aquellos trabajadores en las distintas horas del día para ir a trabajar a la viña podemos ver también un aspecto vocacional. El Señor nos llama a trabajar en su viña y llama con vocaciones específicas. Será al Sacerdocio, será a la vida consagrada, la vida misionera o también en los distintos campos de apostolado que se pueden realizar dentro de la Iglesia. Y aquí sí que todos podemos contribuir mucho al enriquecimiento de esa viña del Señor, orando por las vocaciones, para que sean muchos los llamados en las distintas horas de su vida para trabajar como apóstoles en la viña del Señor.
Pensemos en ese denario que nos ofrece el Señor, denario de vida eterna, denario de gracia y de amor de Dios. Por eso con amor nosotros queremos trabajar en su viña, no porque busquemos hacer meritos o conseguir recompensas. Lo importante es el amor de Dios que recibimos y el amor con que nosotros queremos corresponder. Con Dios no podemos andar con medidas de pagos humanos, porque siempre Dios será mucho más generoso que lo que nosotros podamos pedir o exigir. Mucho tendríamos que reflexionar por este camino.
Que no tenga que decirnos, pues, a nosotros el Señor, ‘¿cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’ Mucho podemos y tenemos que hacer en la viña del Señor.

martes, 17 de agosto de 2010

Quiero tener un corazón desprendido y generoso

Quiero tener un corazón desprendido y generoso

Quiero tener un corazón, Señor,
desprendido y generoso como el tuyo,
pero no siempre es fácil
porque son tantos los apegos
que nos atraen y nos atrapan.

Quiero seguirte, Señor, aunque me cueste,
porque lo eres todo para mi,
mi alegría y mi felicidad,
mi dicha y el sentido de mi vida.

Eres mi camino;
eres la verdad de mi vida.

Quiero hacerme como tú
que siendo rico te hiciste pobre,
siendo Dios quisiste hacerte pequeño
como nosotros, te hiciste hombre.

Nos hace falta disponibilidad y generosidad,
para desprendernos
de lo que somos y tenemos;
nos creemos tan importantes,
nos creemos que nos lo sabemos todo,
pero contemplándote a ti
vemos la nada que somos.

Nos cuesta entender
que los últimos serán los primeros
y los primeros los últimos
como tú nos enseñas,
a nosotros que nos gustan los pedestales,
mirar por encima a los demás,
que la gente nos admire
y nos tenga en cuenta,
que halaguen nuestro ego
y nos tengan por importantes.

Dame humildad, Señor,
para ver mi pequeñez;
hacerme pequeño
y hacerme el último
como lo hiciste tú.

Hazme comprender el sentido
de las cosas y de los bienes materiales
que tenemos en nuestras manos.

Hazme comprender el sentido de mi vida;
que sepa reconocer tus dones,
los talentos con que enriqueciste mi vida,
pero no me haga ni egoísta
que no me haga orgulloso.

Esos talentos no son sólo para mi,
sino que con ellos tengo que contribuir
al bien de mis hermanos,
a mejorar no sólo mi vida
sino también la de los que me rodean,
a hacer que nuestro mundo sea mejor,
que todos seamos más felices.

Tu eres mi riqueza y mi recompensa,
el tesoro escondido
que me espera en el cielo,
por el que tengo que saber dejarlo todo,
la vida eterna que es el premio
que me tienes reservado.

Que tenga la generosidad impulsiva de Pedro,
la disponibilidad pronta de Mateo,
el corazón generoso de los discípulos que te seguían,
para dejar las redes que nos envuelven,
los mostradores que nos separan,
las barreras que nos aíslan;
que supere las ambiciones de los primeros puestos,
que aprenda a ser el último
porque mi vida sea siempre servicio.

Dame un corazón generoso y humilde, Señor.
Eres tú el que vas a transformar mi corazón
con la fuerza de tu Espíritu.

Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja

Ez. 28, 1-10;
Sal.: Dt. 32, 26-36;
Mt. 19, 23-30

‘Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja…’ Era como un refrán o una sentencia muy utilizada por los rabinos en Israel para expresar que algo era difícil, poco menos que imposible. Podemos pensar en el ojo de una aguja que se utiliza para coser, por muy grande que sea, o podemos pensar, como se suele interpretar, en las puertas pequeñas y estrechas que había en las murallas de una ciudad junto a la puerta mayor por la que entraran los carruajes o las bestias de carga, pero a las que sería imposible pasar por esa puerta pequeña. Más un camello con la forma de llevar la carga con sus angarillas laterales o por las petas propias del animal.
Jesús lo aplica a los ricos que quieren entrar con todas sus riquezas en el reino de los cielos. ‘Más fácil que un rico entrar en el reino de los cielos’. Es el comentario que sigue a la tristeza del joven rico que no fue capaz de desprenderse de lo que tenía para seguir a Jesús. Los apegos del corazón hacen bien difícil el seguimiento del camino de Jesús. ‘No podéis servir a Dios y al dinero’, diría Jesús en otra ocasión.
En la primera lectura hemos escuchado al profeta Ezequiel en un oráculo-profecía contra el rey de Tiro. Esta ciudad era famosa por sus riquezas y por sus sabios, puesto que sus habitantes eran muy dados al comercio. ‘Con tu talento y tu habilidad, te hiciste una fortuna; acumulaste oro y plata en tus tesoros; con agudo talento de mercader ibas acrecentando tu fortuna y tu fortuna te llena de presunción’. Así le dice el profeta y le denuncia que se ha engreído tanto su corazón que se cree dios y no hombre, y se jacta de sus riquezas y de sus sabidurías. ‘Te hundirán en la fosa, morirás con muerte ignominiosa, en el corazón del mar’, les anuncia el profeta. Es que el Señor resiste a los soberbios, o como escuchábamos en el cántico de María ‘derriba del trono a los poderosos y a los ricos los despide vacíos’.
La reacción de los discípulos cuando escuchan a Jesús es que ‘entonces, ¿quién puede salvarse?... para los hombres es imposible, no para Dios’, les responde Jesús. costará y será difícil ese desprendimiento, ese vivir desapegado a las riquezas, pero con la ayuda y la gracia del Señor todo es posible. Tendremos que utilizar esos medios materiales y pecuniarios en nuestras relaciones humanas para la adquisición de aquello que necesitamos. Pero no hagamos nunca que el dinero sea nuestro Dios. Que los talentos y habilidades que nos ha dado el Señor sean siempre para lo bueno y para la gloria del Señor.
Los discípulos se preguntan y a ellos que les pasará, porque lo han dejado todo para seguirle. Un día dejaron la barca allá junto al lago los que eran pescadores, o le mostrador donde cobraba los tributos Leví, el publicano, como cada uno de los apóstoles cuando se habían decidido a seguir a Jesús lo habían dejado todo por estar con El..
‘Cuando llegue la renovación y el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir las tribus de Israel…’ Lo han dejado todo, padre, madre, hermano, casa, tierra y Jesús, el hijo del Hombre que aparecerá con todo poder y gloria, les dirá ‘Venid, vosotros, benditos de mi Padre, pasad a heredar el Reino de mi Padre, preparado para vosotros desde la fundación del mundo… heredarán la vida eterna’.
Que merezcamos nosotros alcanzar también la vida eterna. Que vivamos con ese corazón desprendido y generoso.

lunes, 16 de agosto de 2010

Vende lo que tienes, dalo a los pobres y vente conmigo


San Roque de Montpellier
Ez. 24, 15-24;
Sal: Dt. 32, 18-21;
Mt. 19, 16-22

El camino de nuestra vida cristiana arranca siempre por el cumplimiento fiel de lo que es la voluntad del Señor manifestada en los mandamientos. Es un camino de fidelidad y de amor a Dios en la búsqueda de su voluntad, que nos irá produciendo un crecimiento interior para buscar cada día con más intensidad cómo mejor servir y amar a Dios, cómo poner todo nuestro corazón en El, de manera que nos desprendamos de nosotros mismos para encontrar toda la riqueza de nuestra vida sólo en Dios.
Entre la gente que seguía a Jesús, escuchaba el anuncio del Reino que El iba haciendo realizando con sus palabra y los signos que hacía, surgía también ese deseo, esa ansia de una mayor perfección y santidad, esa búsqueda de cómo mejor alcanzar esa vida eterna que Jesús anunciaba y prometía.
Es lo que escuchamos hoy en el evangelio. ‘Se acercó una a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?’ Deseos de más, ansia de mayor perfección, búsqueda de cómo alcanzar la vida eterna. Y Jesús responde recordando los mandamientos. ‘Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos’. Y los detalla Jesús. Y allí había un hombre bueno que ya buscaba en su vida lo que era la voluntad de Dios. ‘Todo eso lo he cumplido’.
Es el paso adelante al que Jesús nos invita. ‘Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo – y luego vente conmigo’. Exigencia de perfección. Exigencia de desprenderse totalmente de uno mismo, que no es sólo desprenderse de unos bienes que ya va incluido. Buscar el tesoro del cielo, no el de la tierra. Desprenderse y compartir. En el evangelio que escuchamos aquel paso no fue capaz de darlo aquel joven. ‘Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico’.
Quizá podemos pensar, ¿para qué nos pone esto el evangelio si no encontramos un buen testimonio de respuesta por parte de aquel joven? No importa. Primero porque Jesús tiene que decirnos cuál es el camino al que El nos invita a seguir. Pero también porque ese contra-testimonio y esas palabras de Jesús han servido a muchos a través de los tiempo para sí dar el paso adelante en ese camino de perfección que lleva a la vida eterna. El santoral está lleno de testimonio de los santos que así lo hicieron. Y seguramente a nuestro lado, quizá no lo apreciemos, pero haya muchas personas que viven ese desprendimiento. Pensemos en quienes se han consagrado a Dios y viven con fidelidad su vocación.
Pero el santo del que hacemos hoy memoria es un buen testimonio. San Roque de Montpellier siguió ese camino del evangelio. No fue sacerdote ni religioso en su sentido más estricto. Sin embargo siguió ese camino de santidad en el desprendimiento generoso y total para darse por los demás. Era rico también como el joven del evangelio. Sus padres vivían en buena posición en Montpellier. Se queda huérfano de padre y madre en su juventud, pero seguramente habría escuchado este evangelio porque hizo al pie de la letra lo que Jesús hoy nos enseña. Se desprendió de todo, lo dio a los pobres y comenzó un camino de peregrinación y servicio hasta su muerte.
Jesús dijo ‘vende lo que tienes… y vente conmigo’. Roque se puso en camino de ese seguimiento de Jesús. Quiere peregrinar a Roma y como un pobre recorre los caminos primero del sur de Francia y luego del norte de Italia, pero va repartiendo su mayor riqueza que es el amor. Allí donde hay un pobre o un enfermo que servir allí está el ofreciendo su amor. Epidemias de peste maligna hacen que sean muchos los que enfermen y mueran y allí esta Roque sirviendo a los enfermos hasta incluso quedar él contagiado de la enfermedad. Retazos de su historia hablan de cómo se refugia en un bosque pensando quizá morir y milagrosamente un perro lo alimenta cada día con un pan que le trae. Es el perro que aparece en su iconografía. Se recupera y sigue prestando sus servicios de amor, intenta volver a Montpellier – los historiadores no se ponen de acuerdo si llegó o no – pero incluso va a sufrir cárcel porque es tenido por un pordiosero. Allí morirá en la más absoluta pobreza, o mejor, allí nacerá a la vida porque alcanzará esa vida eterna que deseaba, puesto que la muerte no es sino el paso a la vida eterna en Dios y con Dios.
Brevemente es su testimonio y su ejemplo de cómo llevar a la vida con toda radicalidad el evangelio de Jesús que hoy hemos escuchado. San Roque nos da ese ejemplo de desprendimiento, de generosidad, de espíritu de servicio; san Roque es el hombre peregrino que quiere seguir a Cristo porque sabe donde está la verdadera patria, la verdadera meta de la vida, que es la vida eterna. Cuánto nos puede enseñar para nuestra vida. Que el Seños nos conceda el don de la generosidad, del desprendimiento para arrancarnos de nuestros egoísmos. Que en verdad sintamos deseos de vida eterna en nuestro corazón.

domingo, 15 de agosto de 2010

La Asunción siembra en nosotros semillas del gozo eterno que un día alcanzaremos


Apoc. 11, 19; 12, 1.3-6.10;
Sal. 44;
1Cor. 15, 20-27;
Lc. 1, 39-56

Alegrémonos todos en el Señor en esta fiesta de María. No podemos menos que comenzar nuestra reflexión manifestando ese gozo grande que sentimos en el corazón en esta fiesta de la Asunción de María. Celebramos el triunfo de María, su glorificación al ser llevada al cielo en cuerpo y alma una vez concluido el curso de su vida terrena, como proclamamos en el dogma de la Asunción. No podía ser menos para quien era la Madre de Dios, quien había prestado sus entrañas para que en ella se encarnara y de ella naciera hecho hombre el Hijo de Dios.
Se alegran los ángeles. Se alegra toda la creación. Nos sentimos llenos de alegría todos los mortales en esta glorificación de María, la mujer vestida de sol, con la luna por pedestal y coronada de estrellas que contemplamos en el Apocalipsis, porque es anticipo, es camino de la gloria a la que nosotros estamos también llamados. Nos alegramos los hijos de María porque la contemplamos en la gloria del cielo participando ya plenamente de la resurrección de Cristo, del reinado de Cristo.
Siempre recordamos las palabras del prefacio donde expresamos todos los motivos de dar gracias a Dios en Jesucristo y que marca el ritmo y el sentido pleno de nuestra celebración. Hoy María, la Virgen Madre de Dios, ha sido llevada al cielo, y ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada. La celebración de esta fiesta de María pone en nuestra alma semillas del gozo futuro que un día nosotros alcanzaremos.
Hoy somos peregrinos en medio de los caminos de esta vida pensando en la meta de nuestra patria del cielo. El peregrino, al que hay momentos en que se le hace duro el camino, muchas veces se pregunta si merece la pena ese esfuerzo que está realizando, esa lucha por superar las dificultades que encuentra en su camino, pero piensa en la meta que un día alcanzará y se siente estimulado en la esperanza del gozo que un día va a sentir cuando llegue a la meta de su peregrinación.
Todos han escuchado, ya que estamos en el año Jacobeo, que en la cercanía de Compostela hay un monte que llaman el Monte del Gozo, porque allá en el horizonte se vislumbras las torres de la catedral de Santiago, y parece que ya entonces su caminar a pesar de los cansancios se hace más ligero para llegar a la meta de peregrinación. Todos se llenan de gozo grande cuando ya ven cercana la meta de su peregrinación.
Necesitamos en ese camino de peregrinación que vamos haciendo por nuestra vida pensamientos luminosos que pongan alas en nuestros pies; necesitamos ese estímulo de los han que llegado antes que nosotros a la meta para pregustar también nosotros el gozo de la gloria que un día alcanzaremos. Podemos nosotros también llegar a la meta, a la patria del cielo.
María es el Monte del Gozo de nuestra peregrinación que nos alienta y nos hace pregustar el gozo que un día alcanzaremos en la gloria del cielo; María ‘es consuelo y esperanza de tu pueblo todavía peregrino en la tierra’; esta fiesta de la Asunción de María es para nosotros ese estímulo que necesitamos para nuestro caminar. Figura y primicia de la Iglesia, como la proclamamos en el prefacio.
María, al contemplarla en su Asunción gloriosa, siembra en nuestra alma esas semillas del gozo eterno que un día alcanzaremos. Ella es la Madre que hoy contemplamos glorificada en el cielo, pero que sabemos que no nos ha dejado sino que sigue caminando a nuestro lado alcanzándonos la gracia y la fuerza del Señor. Por eso Cristo quiso dejárnosla como Madre en ese momento solemne de la Cruz. María es ese espejo de santidad en el que nos miramos y de ella queremos aprender para hacer bien nuestro camino.
En el evangelio que hoy hemos escuchado nos enseña muchas cosas. María nos enseña a ir al encuentro con los demás. No caminamos solos, sino que ese camino tenemos que saber hacerlo con los demás; nunca aislados de ellos. Lo primero que nos dice el evangelio de hoy es que, al tener conocimiento de lo que allá en la montaña sucedía con su prima Isabel, ‘se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel’.
Cuánto podemos llevar cuando vamos al encuentro de los otros, cómo cuánto podemos recibir de ellos también. Con la presencia de María en aquel hogar de la montaña Dios se hizo presente de manera especial en medio de ellos. ‘Isabel se llenó de Espíritu Santo’, Juan quedó santificado en el seno de su Madre. Con María llegaba Dios, se hacía presente Dios. Con nuestro amor, en nuestro encuentro con los demás, siempre vamos a llevar a Dios y Dios sabe hacer cosas grandes y maravillosas a través de nosotros aunque nos consideremos o seamos pequeños. Y nosotros también podemos llenarnos de Dios porque en los demás, sea quien sea con quien nos encontremos, Dios también quiere venir a nuestra vida. Descubramos siempre cuánto bueno recibimos de los demás.
Hoy escuchamos cantar a María proclamando las grandezas del Señor. Tiene que ser también nuestro cántico, el cántico de los peregrinos que descubren las maravillas que el Señor va haciendo en nosotros en nuestro camino. Es el cántico de la esperanza porque con ese cántico de María nos sentimos también estimulados para esa lucha porque sabemos que con Dios este mundo en verdad se puede transformar. Esa tarea que se nos ha encomendado de vivir el Reino de Dios y de hacerlo presente en nuestro mundo no es una tarea imposible porque con Dios lo podemos realizar.
‘El hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes’, que canta María. Nos está diciendo, estamos cantando y proclamando con María que esos parámetros del Reino de Dios se realizan y nos llenamos de esperanza. Es lo que canta María y tiene que ser nuestro cántico. No sólo palabras bonitas sino dejar hacer, dejar realizar esa acción transformadora de Dios. La soberbia dejará paso a la humildad, la violencia a la paz, el odio al amor, la envidia y el resentimiento a la generosidad.
Y es que mientras peregrinamos hacia la gloria definitiva nos sentimos comprometidos en hacer mejor nuestro mundo, en hacernos mejores nosotros y en ayudar también a que los demás cambien su corazón. Son las semillas del Reino de Dios que tenemos que ir sembrando en todo eso bueno que hacemos, en esa justicia por la que luchamos, en esa paz que buscamos y queremos construir, en ese amor que queremos ir poniendo en todos los corazones.
Hoy nosotros miramos a María en esa advocación tan querida para nosotros los canarios. Cuántos llegados de todos los rincones van a postrarse ante la Imagen bendita de Ntra. Sra. de Candelaria. Ella nos trajo la luz a nuestra tierra porque ya ella nos estaba enseñando a mirar a su Hijo Jesús antes incluso que llegaran los primeros evangelizadores. Ella ha seguido allí desde su Santuario pero en el corazón de todos los canarios enseñándonos el camino de la luz verdadera y ayudándonos a mantener esa luz siempre encendida en nuestro corazón.
María, portadora de la luz, la Candelaria, nos está diciendo que vayamos al encuentro con los demás llevando siempre esa luz. Que no se nos apague la fe, que no se difumine por ningún motivo la esperanza, que se encienda siempre muy fuerte la hoguera del amor en nuestra vida. La contemplamos glorificada y nos hace levantar la mirada hacia lo alto, para que pongamos altas metas, nobles ideales en nuestro corazón. Para que con ella nos sintamos elevados en su Asunción porque la gloria que en ella hoy contemplamos también puede ser un día nuestra gloria, la que en el Señor alcancemos en el cielo.