sábado, 5 de junio de 2010

He combatido bien mi combate… he mantenido la fe…

2Tim. 4, 1-8;
Sal. 70;
Mc. 12, 38-44

Ya hemos dicho anteriormente que la carta de San Pablo a Timoteo entra en las llamadas cartas pastorales del apóstol. Comienza el texto de hoy haciendo una serie de recomendaciones a su discípulo, y lo hace además con toda solemnidad –‘ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad’ – para que no olvide su misión de anuncio de la Palabra de Dios en toda ocasión ‘a tiempo y a destiempo’.
Pero en lo que quisiera fijarme de manera especial es en la expresión de esperanza que manifiesta el apóstol cuando sienta que está cercano su final. ‘Estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente’, dice. Bien conocemos la intensidad de la vida de Pablo y su labor apostólica recorriendo de un lado a otro la cuenca del mar mediterráneo. En otros momentos nos ha hablado de sus sufrimientos y todo lo que había tenido que padecer a causa del evangelio.
Se siente, podríamos decirlo así, con la tarea realizada aunque como siempre se acoge a la misericordia de Dios esperando el premio prometido a los que son fieles. Emplea las expresiones referentes a las carreras y luchas de los atletas y gladiadores en el estadio. ‘He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día….’
Creo que escuchando estas palabras el pueblo cristiano ha de saber valorar y dar gracias a Dios por la entrega de sus pastores. Y orar al Señor por ellos para que al final de sus días puedan decir con toda propiedad estas mismas palabras del apóstol. Los pastores también tenemos nuestras luchas y a veces podemos sentirnos débiles aunque no nos falta nunca la esperanza que tenemos puesta en el Señor. Pero os digo que necesitamos de la oración del pueblo cristiano para sentir esa gracia de Dios en nosotros y vivamos así en plenitud nuestra entrega al Señor y el servicio que queremos prestar en la Iglesia y en medio del mundo.
Esta esperanza del apóstol creo que a todos nos tiene que confortar pero también animar a mantenernos firmes en el combate de la fe, del anuncio del evangelio, del seguimiento fiel a Jesús. Cada uno tiene que vivir su combate particular en su esfuerzo por ser bueno y ser fiel al Señor, por vivir el amor que Jesús nos enseña y por hacer el bien a los demás, en superar peligros y tentaciones y en vivir santamente su vida. Cuánto nos cuesta a veces esa lucha. Pero mantenemos la esperanza de que el Señor está con nosotros y, a pesar de nuestras debilidades y caídas el amor y la misericordia del Señor están por encima de todo y va a cubrir y sanar todas nuestras deficiencias y pecados con su amor. Por eso recojamos como muy aplicadas a nosotros las palabras con las que termina este texto del apóstol. ‘Y no sólo a mí sino a los que tienen amor a su venida’.
Vivamos en esperanza, una esperanza que nos fortalezca en nuestra fe y en nuestro amor. Quizá no podemos hacer grandes cosas. Para el Señor lo que cuenta es nuestra fidelidad y nuestro amor, también en las cosas pequeñas, porque el que saber ser fiel en lo poco también lo sabrá ser en lo mucho y en lo grande.
Además hoy contemplamos en el evangelio cómo Jesús alaba a aquella pobre viuda que dio solamente dos reales, pero dio todo lo que tenía, y Jesús nos dice que dio más que los que habían echado grandes cantidades. ‘Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.
Qué hermosa es la solidaridad de los pobres y de los pequeños. Si fuéramos capaces de serlo estaríamos sembrando semillas de un mundo mejor.
Queria añadir algo, y es que me gustaria recbir algun comentario de los que leen diriamente estas reflexiones. Son muchos los que las leen en diversos lugares y continentes. Podrían verse enriquecidas estas reflexiones con algun comentario, algun subrayado, algo que complemente lo dicho. Os animo a participar

viernes, 4 de junio de 2010

Un equipaje para el camino de nuestra vida, la Biblia

2Tim. 3, 10-17;
Sal. 118;
Mc. 12, 35-37

Si va uno a salir de viaje que considere importante ha de preparar el equipaje necesario con lo que va a necesitar, o si va a realizar una actividad importante, todos aquellos preparativos, todo aquello que podamos necesitar para poder realizar dicha actividad con verdadera eficacia; como el que va a realizar un trabajo tiene que tener a mano unas herramientas apropiadas para realizarlo.
Bueno, esto que decimos para esas actividades o cosas que vamos realizando en la vida, lo tomo como ejemplo del empeño que hemos de poner para darle unos fundamentos fuertes al camino de nuestra vida cristiana. Algunas veces ponemos más empeño en las cosas humanas y materiales que aquello que tiene que ser lo más hondo de nuestra vida que es nuestra fe y el camino del seguimiento del Señor. Me viene a la mente aquello que nos dice Jesús de la casa edificada sobre arena o sobre roca. ¿Cómo fundamentamos nuestra fe? ¿qué hondura le damos a nuestra vida cristiana y al compromiso que hemos de vivir desde nuestra fe y en relación con nuestro mundo en el que tenemos que ir construyendo día a día el Reino de Dios?
Es lo que hoy Pablo le está señalando a su discípulo Timoteo. ‘Tú permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste, y que desde pequeño conoces la Sagrada Escritura’. Al principio de la carta recuerda la fe de su abuela Eloida y su madre Eunice, que en las Escrituras santas lo educaron. Qué importante esa transmisión de la fe que aquellas buenas mujeres hicieron en el niño y joven Timoteo, que en la enseñanza de las santas Escrituras lo forjaron como creyente, le hicieron madurar en su fe que se completó con su encuentro con el Evangelio de Jesús, en la predicación de Pablo. Esas ‘Escrituras que puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación’.
Ahí tenemos que fundamentar nuestra fe y nuestra vida cristiana, en la Palabra de Dios. Es nuestra sabiduría, la Sabiduría de Dios, la Palabra que el Señor quiere trasmitirnos. Como nos sigue diciendo Pablo: ‘Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena’.
No es que utilicemos, por así decirlo, la Escritura como arma arrojadiza para acusar y condenar, sino que en el encuentro que vamos haciendo en lo hondo de nuestra vida con la Palabra de Dios, esa Palabra nos ilumina, nos enseña, nos señala aquello que hemos de corregir o mejor, toda esa hondura de nuestra fe.
No siempre los cristianos le damos la importancia debida a la lectura de la Biblia. Incluso, quienes vienen cada día a la celebración de la Eucaristía, le dan poca importancia a la Palabra de Dios que se nos proclama en la lectura de los textos sagrados. No están lejos aquellos tiempos en que mientras se hacía la proclamación de la Palabra quizá aprovechábamos para nuestros rezos o nuestras devociones. No suele ser así hoy, pero no siempre se le da toda la importancia que hemos de darle a una Palabra que el Señor nos está dirigiendo; ejemplo tenemos en aquellos a los que no les importa llegar tarde a la celebración sin mostrar demasiado interés en la escucha de la Palabra.
Pero no tendría que ser sólo aquí en la proclamación litúrgica que hacemos de la Palabra, sino que la Biblia tenía que estar más presente en nuestra vida, tendría que seer un libro que siempre tuviéramos al alcance de nuestra mano para encontrar momentos a lo largo del día en que nos dediquemos a leer y a reflexionar, a orar con la Biblia, que nos enseña a hacer la más hermosa oración al Señor. Busquemos tiempo para leer la Biblia. Es el más hondo equipaje que podemos encontrar para ese camino de nuestra vida cristiana. Un equipaje que no nos puede faltar.

jueves, 3 de junio de 2010

Este ha sido mi Evangelio, Jesucristo muerto y resucitado

2Tim. 2, 8-15;
Sal. 24;
Mc. 12, 18-24

El letrado se acercó a Jesús para preguntarle ‘¿qué mandamiento es el primero de todos?’, pero quizá alguien podría acercarse a nosotros para preguntarnos por nuestra fe, para que demos razón de lo que creemos, lo que nos hace en verdad cristianos. Es algo que hemos de tener bien claro. Lo que es nuestra fe y lo que en consecuencia vivimos. Cuál es ese evangelio en el que nosotros creemos y por el que nos decimos salvados.
De una forma clara nos lo dice Pablo en su carta a Timoteo. ‘Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David’. Y nos dice rotundamente: ‘Este ha sido mi evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas como un malhechor…’
El centro del Evangelio es Jesús. Esa es la Buena Noticia, Jesús, muerto y resucitado. Jesús, muerto y resucitado es la Buena Noticia. Por ello Pablo ha llegado hasta la cárcel, y llegará hasta entregar la vida. Cristo, muerto y resucitado que es nuestra salvación. Cristo, muerto y resucitado es nuestra vida.
Confesamos nuestra fe en Jesús y nos queremos unir a El, vivir su vida. Con todas sus consecuencias. Es una camino de vida, de perseverancia, de fidelidad el que hemos de seguir. Y unirnos a Cristo muerto y resucitado es hacer esa muerte y resurrección vida en nosotros. Por eso Pablo nos ha dicho: ‘Si morimos con El, viviremos con El. Si perseveramos, reinaremos con El…’ Morir con Cristo porque cuando le seguimos y le queremos vivir hemos de dar muerte en nosotros a todo lo que nos pueda alejar de El, hemos de dar muerte al pecado. Toda la vida del cristiano desde el Bautismo es un participar de su muerte y resurrección.
Un camino que como decíamos nos exige perseverancia y fidelidad. Permanecer fiel, confesarle, dar testimonio de El, ser su testigo. Nos cuesta a veces, pero El está con nosotros, nos ha dejado su Espíritu para que podamos vivirlo, como hemos venido reflexionando últimamente.
Todo siempre para la gloria de Dios. Y daremos gloria al Señor desde esa fe en Jesús pero con nuestro amor fiel y total. Aquel mandamiento del Antiguo Testamento sigue siendo también mandamiento para nosotros. ‘¿Cuál es el mandamiento principal?’, recordamos que preguntaba aquel letrado a Jesús. ‘El Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste, añade Jesús: Amarás a tu prójimo como a ti mismo’.
Porque no habíamos cumplido ese mandamiento del Señor, sino que habíamos llenado nuestra vida de infidelidad y pecado, viene Cristo a salvarnos y redimirnos. Su muerte en la cruz es redentora, nos llena de salvación. Pero confesamos a Jesús, como decíamos, muerto y resucitado. Es la Buena Noticia, es el Evangelio de nuestra salvación. Claro que tenemos que sentirlo como la gran Noticia, sentirnos amados de Dios de tal manera que Cristo muere por nosotros.
Por eso nuestra respuesta tiene que pasar por la fidelidad y por el amor. Y el amor del Señor fiel siempre, a pesar de tantas infidelidades nuestras, de tantas negaciones que pudiera haber en nuestra vida a causa de nuestro pecado. Pero así de grande es el amor del Señor.

miércoles, 2 de junio de 2010

Sé de quien me he fiado

2Tim. 1, 1-3.6-12;
Sal. 122;
Mc. 12, 18-27

‘Sé de quien me he fiado… no me siento derrotado’. ¡Qué entereza la del apóstol cuando escribe esta segunda carta a Timoteo! ‘Apóstol, por designio de Dios, llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús… de este evangelio me han nombrado heraldo, apóstol y maestro… y ésta es la razón de mi penosa situación presente’.
Mucho ha tenido que sufrir a causa del evangelio; en una de sus cartas da detalles impresionantes de las persecuciones sufridas. Ahora está en la cárcel e incluso se siente abandonado por muchos. Pero él sigue firme, ‘sé de quien me he fiado’, ha puesto toda su confianza en el Señor. Y aún tiene ánimos para exhortar a Timoteo, ‘hijo querido’, como lo llama, a que no tenga miedo de enfrentarse, ‘a tomar parte en los duros trabajos del evangelio según las fuerzas que Dios te dé’.
Dos cartas ha escrito Pablo a su discípulo Timoteo, que le ha venido siguiendo desde Listra en su segundo viaje, y a quien ha puesto al frente de la comunidad de Éfeso. Se le suelen llamar cartas pastorales, porque principalmente son exhortaciones y consejos sobre cómo ha de realizar su tarea pastoral en aquella comunidad que se le ha confiado. Pero nos sirven bien a todos, porque en ellas nos ha dejado un hermoso mensaje que para nosotros es Palabra de Dios, palabra que el Señor quiere decirnos.
Se siente gozoso interiormente el apóstol por la firmeza de la fe de Timoteo y le recuerda cómo ha de ser fiel en todo momento a la gracia que el Señor ha depositado en él. ‘Doy gracias a Dios… tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día… aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos…’
Aunque Pablo está haciendo una referencia clara a la misión concreta que Timoteo ha recibido para ser pastor de aquella comunidad por la que ha de desvivirse – bien me sirve a mí como sacerdote recordarlo, avivar esa gracia de Dios en mí que me ha hecho sacerdote – sin embargo nos vale a todos para que no olvidemos cuantas gracias ha derramado el Señor en nosotros y para que tengamos la fortaleza del Espíritu del Señor para el testimonio de nuestra fe que hemos de dar en todo momento.
Decíamos al principio de la entereza del apóstol a pesar de los momentos difíciles por los que pasaba. También nosotros podemos tener momentos bajos, pasar por situaciones difíciles, sentir el asedio de la tentación que nos quiere arrastrar al pecado, o podemos incluso pasar por momentos de tibieza espiritual, pero nuestra fe ha de ser firme. Nuestra confianza hemos de ponerla totalmente en el Señor. No nos faltará nunca la gracia del Señor que nos acompaña.
Como el apóstol también nosotros tenemos que aprender a decir ‘sé de quien me he fiado’. Por eso nos decía: ‘El nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque antes de la creación, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo… que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal’.
Que así seamos capaces de vivirlo.

martes, 1 de junio de 2010

Confiados en la promesa del Señor esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva

2Ped. 3, 12-18;
Sal. 89;
Mc. 12, 13-17

Hay un texto en las cartas de san Pablo que nos dice que nosotros no podemos sufrir como los que no tienen esperanza porque nosotros creemos en Cristo muerto y resucitado. Es así lo que tiene que ser la vida de un cristiano, pero muchas veces me pregunto si en verdad todos los que creemos en Jesús vivimos como personas que tienen esperanza. Podríamos pensarlo de gente a nuestro alrededor, pero creo que lo importante es que nos examinemos a nosotros mismos y veamos si en verdad vivimos como quienes tienen esperanza o no.
Tenemos el peligro de vivir tan absortos en el día a día con sus trabajos, responsabilidades, preocupaciones, o queriendo apurar hasta el último sorbo aquellas cosas de las que podemos disfrutar en la vida, o rehuyendo aquellas que nos pudieran hacer sufrir, que quizá en lo menos que pensamos es en la esperanza, en la vida eterna, en la trascendencia que hemos de darle a nuestra vida o en el esperar que un día vayamos a gozar en Dios en plenitud de todo lo mejor que nos puede dar la felicidad.
Tenemos la tentación de quedarnos de tejas abajo, como se suele decir, para pensar sólo en esta vida terrena, pero para pasarlo aquí con la mayor felicidad. No es que no tengamos o queramos ser felices en esta vida, pero si no le damos la debida trascendencia a lo que hacemos o vivimos, si no ponemos esperanza en esta vida en la que sólo en Dios vamos a alcanzar plenitud, es fácil que nos amarguemos o desesperemos cuando no conseguimos ahora todo lo que deseamos.
El cristiano tiene que ser un hombre y una mujer de esperanza desde la fe que tenemos en Jesús muerto y resucitado. Y en esa esperanza aprenderemos a darle valor y sentido a todo lo que hacemos y a todo lo que es nuestra vida. También tendrán valor y sentido los momentos malos que tengamos que vivir a causa de la enfermedad, las debilidades humanas y corporales que padezcamos y los sufrimientos por los que tengamos que pasar.
‘Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habita la justicia’, nos dice hoy Pedro en su carta. Nos recuerda el Apocalipsis y aquella expresión y súplica final, ‘Ven, Señor Jesús’. Nos continuará diciendo: ‘Por tanto, mientras esperáis estos acontecimientos , procurad que Dios os encuentre en paz con El, inmaculados e irreprochables’. Nos dice el apóstol que ‘Dios nos encuentre en paz con El’, porque muchas veces a causa de nuestra debilidad y nuestro pecado, tenemos el peligro de perder esa paz. Vayamos a reconciliarnos con El, porque somos pecadores y sólo en El encontraremos el perdón, sólo en El vamos a restaurar esa paz que nos ofrece en su misericordia.
‘Estad prevenidos’, nos dice, ‘que no os arrastre el error… que no perdáis pie’. Porque el enemigo tentador nos acecha, ‘como un león rugiente’, en expresión que emplea Pedro en otro lugar de sus cartas. Por eso, en esa esperanza, en esos deseos de alcanzar la vida eterna, deseos de poder gozar un día junto a Dios para siempre, nos tenemos que sentir impulsados a que ahora cada día seamos más santos.
‘Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno’.

lunes, 31 de mayo de 2010

La visita de María a Isabel, la visita de Dios


Sofonías, 3, 14-18;
Sal. Is. 12, 2-6;
Lc. 1, 39-56


‘¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?’ Es la pregunta que se hace Isabel cuando María llega a visitarla en aquel lugar apartado de la montaña de Judea.
María, que con la visita del Ángel en Nazaret ha recibido la visita de Dios, que por la acción del Espíritu Santo comienza a ser la Madre de Dios, a llevar al Hijo de Dios encarnándose en sus entrañas ‘se pone en camino y va aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá, a casa de Zacarías’.
Es la reacción de la fe y la reacción del amor. No se puede quedar quieta con todo aquello que en ella está sucediendo y las noticias que recibe. Reacción de la fe porque reconoce la acción de Dios en su vida; se ha fijado en ella, en su pequeñez, ‘el poderoso ha hecho obras grandes en mí’. Reacción del amor, porque su actitud primera es la del servicio; tiene conocimiento de que su prima Isabel, la que consideraban estéril y además era ya entrada en años, va a tener un hijo, y allá va María para servir.
Es así cómo llega María ‘a casa de Zacarías y saludó a Isabel’, como nos dice el evangelio. Llega María hasta Isabel pero con ella va la gracia del Señor y comienzan a realizarse las maravillas. ‘Se llenó Isabel del Espíritu Santo’, y comienza a profetizar; es capaz de reconocer quien es María que se ha convertido en la Madre del Señor y comienzan los cánticos de bendiciones y alabanzas. ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre… Dichosa tú porque has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’.
Juan salta de alegría en el seno de Isabel y queda santificado con la presencia de Dios que llega con María. Va a ser el ‘profeta del Altísimo’ que viene a preparar los caminos del Señor, y ya queda santificado quien va a ayudar a las gentes a prepararse por caminos de penitencia y búsqueda de la santidad a la llegada del Señor que con María ya ha llegado hasta él.
Y María también se llena del Espíritu santo y prorrumpe en hermoso cántico de alabanza y acción de gracias por el actuar del Señor. Dios que actúa en María: ‘el Poderoso ha hecho obras grandes en mí, su nombre es santo’. Dios que se manifiesta con su misericordia para con todos los hombres: ‘y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’.
Pero Dios que llega transformando los corazones: ‘El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos’. Serán los humillados que serán enaltecidos, los hambrientos que quedarán saciados; serán los pobres y sencillos de corazón que conocerán a Dios; serán los puros de corazón que verán a Dios.
Es el Dios que cumple sus promesas –‘auxilia a Israel su siervo, acordándose de la misericordia que había prometido a nuestros padres, a Abrahán y su descendencia para siempre’-. Con la llegada de Dios encarnado en las entrañas de María nacerá un hombre nuevo y una humanidad nueva, el hombre y la humanidad de la fe y del amor.
La visita de María a Isabel es la visita de Dios, no sólo para Isabel sino para toda la humanidad. La visita de Maria a Isabel y cómo ambas mujeres acogen esa llegada de Dios a sus vida es para nosotros ejemplo de cómo tenemos que acoger a Dios que sigue actuando en nuestra vida. Pero nos enseña algo más: como María nosotros tenemos que ir llevando a Dios a los demás, por la fe y por el amor; como María tenemos que hacernos portadores de Dios. El hombre, el mundo de hoy necesita y espera, quizá sin saberlo, esa visita de Dios. En nuestra fe y en nuestro amor está el hacer que Dios llegue a muchos a nuestro lado.

domingo, 30 de mayo de 2010

Concédenos profesar la fe verdadera conociendo todo el misterio de Dios


Prov. 8, 22-31;
Sal. 8;
Rom. 5, 1-5;
Jn. 16, 12-15


‘Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!’ Así hemos exclamado al recitar el salmo. Así exclamamos al contemplar las maravillas del Señor. Así exclamamos cuando nos sentimos inundados por la presencia del Señor. Así tenemos que exclamar en este día en que contemplamos, adoramos el Misterio de Dios en su Santísima Trinidad.
Y es que decir el Nombre del Señor es decir Dios mismo; es decir su grandeza y su inmensidad; es decir todo el Misterio que Dios en sí mismo encierra. Cuando Dios se le manifiesta a Moisés en medio de la zarza ardiente y le confía la misión de ir a liberar a los israelitas de la esclavitud de Egipto, le pregunta ‘y ¿cuál es tu nombre?... si los israelitas me preguntan cuál es nombre, ¿qué les responderé?’
Conocer el nombre de algo o de alguien es conocerle y algo así como poseerle. En la creación del hombre y de todas las criaturas Dios llevó a Adán a que le pusiera nombre a todas aquellas cosas que Dios había creado, que era algo así como tomarlas en posesión. Conocer el Nombre de Dios es conocerle a El e introducirnos en su misterio y algo así como poseerle. Por eso en el Antiguo Testamento el Nombre de Dios era indescifrable y el judío no se atrevía a mencionar el nombre de Dios. El nombre de Dios había de ser siempre santificado, que era algo así como llenarnos nosotros al mismo tiempo de la santidad de Dios.
Queremos conocer el nombre de Dios. Queremos conocer a Dios. Queremos introducirnos en su misterio y al mismo tiempo que ese misterio de Dios nos llene y nos inunde cuando se nos revela. Cuando vamos queriendo conocer a Dios, porque El es además quien se nos revela, nos vamos sumergiendo en su misterio y nos vamos inundando de su presencia y al mismo tiempo de su amor. Pero ¿podremos en verdad llegar a conocer a Dios? Sí, porque El se nos revela, se nos da a conocer, se hace presente en nuestra vida.
Si quisiéramos acercarnos al sol tanto como para meternos dentro de él, seguro que nos sentiríamos consumidos por su energía y su calor; si quisiéramos acercarnos tanto al sol como para mirarle directamente con nuestros ojos, es tal su luz y resplandor que quedaríamos cegados por tanta luz; ya nos dicen que no miremos directamente al sol porque dañaríamos nuestras pupilas e incluso en los eclipses nos dicen que de ninguna manera miremos directamente ese aro de luz que resplandece alrededor. Nos contentamos con recibir sus beneficios en la luz que nos ilumina, en el calor con que nos caliente y en toda la energía que del sol dimana sobre nuestra vida. Y ya sabemos como en el sistema solar, como el de cualquiera de las otras estrellas, todos los planetas giran a su alrededor atraídos por esa fuerza y energía que los atrae.
¿Será así con Dios? Es una imagen lo que decimos del sol y la referencia que queremos hacer hacia nuestra relación con Dios y su conocimiento, aunque con sus diferencias. Porque por mucho que nos acerquemos a Dios queriendo conocerle y poseerle nunca nos sentiremos consumidos por El sino todo lo contrario en El encontraremos toda la fuente de nuestra vida, de nuestro vivir.
En el Antiguo Testamento se tenía el concepto de que quien viera a Dios moriría, pero ¿podemos mirar cara a cara a Dios y no quedar ciegos? Moisés cuando hablaba cara a cara con Dios, bien cuando subía al Sinaí o se entraba a la Tienda del Encuentro, luego volvía con su rostro tan resplandeciente que los israelitas le pedían que se cubriera el rostro con un velo.
Pero no será con los ojos de la cara así cómo nosotros hoy vamos a ver a Dios, pero sí podemos acercarnos a El desde lo más hondo de nosotros mismos y a través de los signos sacramentales que nos ha dejado para llenarnos de su vida, para inundarnos de su presencia, para sentirnos rebosantes de su fuerza y de su gracia. Sí podemos contemplar el resplandor de la luz de Dios que de tantas maneras se nos manifiesta y no quedar ciegos sino todo lo contrario. Por El sí que nos vamos a sentir atraídos totalmente de manera que cuando nos encontremos con El ya para siempre nuestra vida será distinta y girará en torno a Dios en todo lo que somos, vivimos o hacemos.
Esa luz de Dios, ese fuego divino, esa presencia de Dios sí que llega a nosotros y nos inunda de vida divina. Es el misterio de Dios que se nos revela, se nos da a conocer, camina con nosotros, se hace Dios con nosotros y nos concede la fuerza de su Espíritu para un nuevo vivir.
Confesamos nuestra fe en Dios y decimos ‘creo en Dios Padre todopoderoso… creo en Jesucristo, Hijo único de Dios… creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida…’ Ya estamos con ello mencionando el nombre de Dios, conociendo el Nombre de Dios. Y no será para muerte, sino para vida, porque no nos anula sino que nos engrandece; no será para quedarnos ciegos ante tanto resplandor de luz, sino para llenarnos nosotros de esa luz y tener una vida distinta; no tendremos que cubrirnos el rostro y la vida que se nos llena del resplandor de Dios, sino que todo lo contrario tendremos que llevar esa luz divina a los demás.
Pudiera quizá costarnos el entender todo ese misterio de Dios y nos podríamos poner a hacer muchas elucubraciones y razonamientos para llegar a comprender tanto misterio. Pero no tenemos que hacer otra cosa que primero escuchar a Jesús, el Hijo que conoce al Padre como nadie lo conoce y que nos lo da a conocer, porque es revelación de Dios, Sabiduría de Dios, Palabra viva de Dios; luego también dejarnos guiar por el Espíritu que es quien nos conducirá a la verdad plena y sin error.
Pero es un misterio de amor, porque es un Dios que nos ama y se nos da; un Dios que nos ama tanto que es nuestro Padre y nos llena de vida; un Dios que nos ama tanto que quiere ser Dios con nosotros, y nos envía al Emmanuel, al Hijo de Dios que se hace hombre para estar más cerca de nosotros y restaurarnos aquella vida que habíamos perdido a causa de nuestro pecado; es un Dios que nos ama tanto que nos da la fuerza de su Espíritu, que nos santifica, nos llena de vida, nos ayuda a comprender todo ese misterio de Dios, que se hace presente en lo más hondo de nuestro corazón, que nos motivará para todo lo bueno y nos fortalecerá para prevenirnos contra todo lo malo. Es un misterio de amor porque en Dios todo es comunión, porque tal es la comunión que hay entre las tres divinas personas que son un solo y único Dios verdadero.
Hoy queremos, sí, confesar nuestra fe y adorar y alabar y bendecir al Señor que así se nos revela y así se nos manifiesta, pero así también nos muestra tanto amor. Ya lo expresábamos en la oración litúrgica. ‘…has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio, concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa’.