lunes, 31 de mayo de 2010

La visita de María a Isabel, la visita de Dios


Sofonías, 3, 14-18;
Sal. Is. 12, 2-6;
Lc. 1, 39-56


‘¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?’ Es la pregunta que se hace Isabel cuando María llega a visitarla en aquel lugar apartado de la montaña de Judea.
María, que con la visita del Ángel en Nazaret ha recibido la visita de Dios, que por la acción del Espíritu Santo comienza a ser la Madre de Dios, a llevar al Hijo de Dios encarnándose en sus entrañas ‘se pone en camino y va aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá, a casa de Zacarías’.
Es la reacción de la fe y la reacción del amor. No se puede quedar quieta con todo aquello que en ella está sucediendo y las noticias que recibe. Reacción de la fe porque reconoce la acción de Dios en su vida; se ha fijado en ella, en su pequeñez, ‘el poderoso ha hecho obras grandes en mí’. Reacción del amor, porque su actitud primera es la del servicio; tiene conocimiento de que su prima Isabel, la que consideraban estéril y además era ya entrada en años, va a tener un hijo, y allá va María para servir.
Es así cómo llega María ‘a casa de Zacarías y saludó a Isabel’, como nos dice el evangelio. Llega María hasta Isabel pero con ella va la gracia del Señor y comienzan a realizarse las maravillas. ‘Se llenó Isabel del Espíritu Santo’, y comienza a profetizar; es capaz de reconocer quien es María que se ha convertido en la Madre del Señor y comienzan los cánticos de bendiciones y alabanzas. ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre… Dichosa tú porque has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’.
Juan salta de alegría en el seno de Isabel y queda santificado con la presencia de Dios que llega con María. Va a ser el ‘profeta del Altísimo’ que viene a preparar los caminos del Señor, y ya queda santificado quien va a ayudar a las gentes a prepararse por caminos de penitencia y búsqueda de la santidad a la llegada del Señor que con María ya ha llegado hasta él.
Y María también se llena del Espíritu santo y prorrumpe en hermoso cántico de alabanza y acción de gracias por el actuar del Señor. Dios que actúa en María: ‘el Poderoso ha hecho obras grandes en mí, su nombre es santo’. Dios que se manifiesta con su misericordia para con todos los hombres: ‘y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’.
Pero Dios que llega transformando los corazones: ‘El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos’. Serán los humillados que serán enaltecidos, los hambrientos que quedarán saciados; serán los pobres y sencillos de corazón que conocerán a Dios; serán los puros de corazón que verán a Dios.
Es el Dios que cumple sus promesas –‘auxilia a Israel su siervo, acordándose de la misericordia que había prometido a nuestros padres, a Abrahán y su descendencia para siempre’-. Con la llegada de Dios encarnado en las entrañas de María nacerá un hombre nuevo y una humanidad nueva, el hombre y la humanidad de la fe y del amor.
La visita de María a Isabel es la visita de Dios, no sólo para Isabel sino para toda la humanidad. La visita de Maria a Isabel y cómo ambas mujeres acogen esa llegada de Dios a sus vida es para nosotros ejemplo de cómo tenemos que acoger a Dios que sigue actuando en nuestra vida. Pero nos enseña algo más: como María nosotros tenemos que ir llevando a Dios a los demás, por la fe y por el amor; como María tenemos que hacernos portadores de Dios. El hombre, el mundo de hoy necesita y espera, quizá sin saberlo, esa visita de Dios. En nuestra fe y en nuestro amor está el hacer que Dios llegue a muchos a nuestro lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario