sábado, 1 de mayo de 2010

Miramos a Jesús y conocemos a Dios

Hechos, 13, 44-52;
Sal. 97;
Jn. 14, 7-14

Todos queremos conocer a Dios, ver a Dios. Quizá nos hemos sorprendido a nosotros mismos en alguna ocasión poniendo imaginación para tratar de descubrir, de saber cómo es Dios. Digo imaginación que no tiene que ser necesariamente sueños imaginativos, sino ponernos a pensar, a reflexionar y sentimos ese hondo deseo dentro de nosotros.
Somos personas en las que los sentidos actúan fuertemente en nosotros y por eso queremos ver, queremos palpar, queremos oír con nuestros oídos y sentidos. De ahí surgirán muchas veces esas imágenes que nos hacemos de Dios y los que llevan el arte, por así decirlo en la sangre, tratarán de plasmarlo de mil maneras.
Pero ¿cómo podemos conocer a Dios? Quizá es más sencillo que toda esa imaginación porque realmente tenemos quien nos puede descubrir de verdad cómo es Dios. Jesús es la revelación de Dios, la Palabra que Dios nos dice de sí mismo; viéndolo a El, como escuchamos hoy en el evangelio, vemos al Padre.
‘Si me conocierais a mí, conoceríais también al Padre, nos dice hoy Jesús. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto’. Pero los discípulos no terminan de comprender. Felipe le replica y le pide: ‘Muéstranos al Padre, y nos basta’. Es cuando Jesús le dice que viéndole a El – y cuanto tiempo llevan con Jesús y aún no le conocen – es suficiente. ‘Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre’.
Miramos a Jesús y podemos conocer a Dios. Revelación de Dios, Palabra de Dios, ya lo hemos dicho. Miramos a Jesús y conocemos el amor que Dios nos tiene y podemos llegar a decir con san Juan en sus cartas: ‘Dios es amor’. Miramos a Jesús. y sabemos lo que es la misericordia, la compasión, el perdón. ‘El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia’, como ya habíamos escuchado en el Antiguo Testamento, pero que también en la cruz escuchamos a Jesús: ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen…’
Así podíamos seguir mirando a Jesús y conociendo más y más el rostro misericordioso de Dios ‘Imagen de Dios invisible y Primogénito de toda criatura’, que nos enseña san Pablo en sus cartas. Pero es que Jesús es el único que puede darnos a conocer a Dios. ‘Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no lo conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’. Por eso nos dirá Jesús: ‘Yo y el Padre somos uno… yo estoy en el Padre y el Padre en mí…’
‘Muéstranos al Padre…’ seguimos pidiendo a Jesús porque sabemos que como nos dice ‘nadie va al Padre sino por mí’. Que así busquemos cada día conocer más a Jesús, impregnarnos de su vida, dejarnos inundar por su Palabra. Ya no necesitaremos imaginaciones sino que viendo a Jesús veremos a Dios, llenándonos de Jesús nos llenamos e inundamos de Dios.
Por eso además podemos tener la certeza de que somos escuchados, no sólo porque El nos ha enseñado a orar, sino porque además sabemos que lo que pidamos en el nombre de Jesús lo alcanzaremos. Por eso hemos de decir siempre ‘por Jesucristo, nuestro Señor’.

viernes, 30 de abril de 2010

Eucaristía de una vida injertada en Jesús y en su Cruz


una reflexión en las bodas de diamante de una religiosa


Hechos, 13, 26-33;
Sal. 2;
Jn. 14, 1-6


Nos convoca aquí esta mañana una Eucaristía que es una acción de gracias pero que es también la ofrenda de una vida que se hizo Eucaristía en una consagración vivida a través de setenta y cinco años de fidelidad y de amor.
Para los que les cuesta entender estas cosas les puede parecer una Eucaristía muy larga. Muchos años de Eucaristía y de ofrenda continua cuando estamos viendo a nuestro alrededor un mundo de rupturas, un mundo de cansancios que producen inconstancia o de inconstancias que producen cansancios y banalidades, un mundo donde es tan fácil cambiar de parecer y de posturas, un mundo donde tan fácilmente se debilita el amor y donde no se sabe entender lo que es el compromiso y la fidelidad.
Por eso es admirable una ofrenda de Eucaristía que abarque toda una vida. Nosotros queremos hacer hoy Eucaristía especial porque queremos ayudar, apoyar con nuestra oración y nuestra comunión esas manos y esa vida – temblorosas y debilidades físicamente es cierto – pero que en el fondo de su corazón quieren seguir sosteniendo el cáliz de la ofrenda. Qué ejemplo es además para todos nosotros. Qué aliciente sentimos en nuestra vida. Qué entusiasmo de amor rebrota en nuestro corazón para vivir también nosotros así la Eucaristía de nuestra vida.
Ahí tenemos a Sor Rosa acercándose al centenario de su vida, pero cumpliendo hoy los setenta y cinco años de su consagración al Señor. Bodas de diamante, decimos, por la belleza de los años consagrados y por la firmeza con que se ha mantenido esa fidelidad. Hoy sus palabras no nos pueden decir nada dada su debilidad mental y su enfermedad, pero el testimonio de su vida es bien elocuente y un grito que nos hace despertar.
Más de medio siglo en este hogar – exactamente sesenta y un años -, el resto de su vida religiosa por Granada y Baza. Quienes la conocieron cuando estaba en plena lucidez nos hablan de su entrega, de su delicadeza exquisita, de su amor, de su humildad, de su austeridad; nos hablan de su preocupación constante por buscar lo mejor donde fuera para sus ancianitos – cuantas salidas a hacer cuestación por las casas de nuestros pueblos que incluso la llevarían cuando se estaba debilitando su mente a tocar en cualquier puerta del hogar esperando encontrar una respuesta y una limosna -; nos hablan de su espíritu de sacrificio que vivió ya antes de ingresar en la congregación que retrasó para que otras hermanas suyas entraran mientras ella cuidaba de sus padres ancianos; nos hablan del respeto y cariño que despertaba en los que la rodeaban con su presencia y que nunca permitía una mala palabra o un juicio o murmuración contra nadie; nos hablan de la alegría de su vida porque siempre llevaba a Dios con ella, de su fidelidad a su consagración viviendo intensamente los carismas propios de esta congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Podríamos quizá preguntarnos de dónde nacía todo esto. Ella un día se había sentido cautivada por el Señor y le había dado un Sí total consagrándole toda su vida para seguir con toda radicalidad el camino de Jesús. ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’. Ella habría escuchado quizá muchas veces estas mismas palabras de Jesús que hoy hemos nosotros escuchado en el evangelio y ella había dicho Sí, Jesús es mi camino, mi único camino; Jesús es mi Verdad, la única verdad que da sentido y es motor de mi vida; Jesús es mi vida, ya no vivo yo, ya no quiero vivir mi yo, el yo de mi vida, sino que será para siempre Cristo quien viva en mí.
Su fe en Jesús ya no se iba a resquebrajar aunque pudiera haber dudas y turbulencias en su vida, como las hay en toda vida. Ella había asumido esas palabras de Jesús: ‘Creed en Dios y creed también en mí’. Es lo que toda religiosa que se consagra al Señor, toda persona que siente en su corazón la llamada del Señor y le da su Sí total para seguirle.
Cuando estamos precisamente celebrando la semana vocacional tras la celebración del domingo pasado del día del Buen Pastor y la Jornada de Oración por las vocaciones, un testimonio como el que hoy estamos contemplando, aunque sea de una forma silenciosa por su parte, es para nosotros todos un fuerte grito, una fuerte llamada en nombre del Señor.
En ella, en su silencio, en su ensimismamiento, podemos ver el grano de trigo que cae en tierra y silenciosamente bajo la tierra sin saber nosotros cómo ni verlo con nuestros ojos, sin embargo hace surgir una nueva vida, una nueva planta. Que así surja de este testimonio un semillero de vocaciones como sólo Dios sabe hacer y suscitar. Oremos al Señor para que así sea. Y demos gracias, celebremos de verdad Eucaristía, la Eucaristía de Jesús, claro está, pero la Eucaristía de la vida de sor Rosa injertada como lo está en Jesús y en su cruz.

Unas palabras que despiertan la fe y la esperanza

Hechos, 13, 26-33;
Sal. 2;
Jn. 14, 1-6

‘No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí…’ Estas palabras de Jesús fueron pronunciadas en el contexto concreto de la Última Cena y con el ambiente tenso que se había creado porque todo sonaba a despedida y que Jesús manifestaba con sus mismas palabras y su promesa. ‘Me voy a prepararos sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros…’
Sin embargo reconozco y confieso que en muchos momentos me han ayudado a orar con confianza y esperanza en el Señor dadas las diversas situaciones por las que uno pasa en la vida.
Son, es cierto, palabras de esperanza y nos están hablando de vida eterna y de vivir en Dios y con Dios para siempre, incluso más allá de la muerte. Pero esa fe y esa esperanza que Jesús quiere despertar en nosotros con sus palabras las necesitamos escuchar con fuerza en muchos momentos. Cómo no poner nuestra confianza en Dios en medio del dolor y del sufrimiento de cada día, de nuestras limitaciones y debilidades, o cuando nos vemos agobiados por problemas o por soledades.
Ponemos nuestra confianza en Dios, en Cristo porque El es la roca firme y segura en la que podemos apoyarnos sabiendo que nunca nos fallará. Podrán surgir dudas en nuestro interior porque así nos sentimos débiles o cuando pensamos hacer las cosas sólo por nosotros mismos o con nuestras fuerzas. Entonces nos sentimos débiles, nos damos cuenta de nuestra inseguridad.
La única seguridad cierta la tenemos en el Señor. De mil maneras se manifiesta a nuestro lado y nos concede la fuerza de su Espíritu. Hemos de abrir los ojos de la fe para descubrirlo y experimentarlo.
‘Adonde yo voy, ya sabéis el camino…’ nos dice, aunque todavía habrá alguno de los discípulos que le replique: ‘Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’
Sí sabemos adonde va y adonde tenemos que ir nosotros. El camino es Jesús. El es nuestra vida y nuestra verdad. Cuando decimos que creemos en El no vamos a hacer otra cosa que seguir sus pasos, vivir su vida, sentir y experimentar en nosotros que sólo El es la verdad absoluta de nuestra vida. No podemos tener dudas, no podemos estar relativizándolo todo. También Pilatos preguntó: ‘¿y qué es la verdad?’ Era la pregunta de muchos filósofos de su tiempo que buscaban pero no sabían encontrar la verdad, como puede ser también la de los modernos hombres de pensamiento con semejantes planteamientos.
Pero nosotros tenemos la seguridad de que nuestra única verdad es Jesucristo. Por El lo damos todo, lo entregamos todo, somos capaces de darnos nosotros mismos, de dar nuestra vida. ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’, nos dice Jesús. Y le creemos aunque nos cueste, pero le ponemos a El como único centro de nuestro vivir, como una razón de ser de nuestra existencia.
En los Hechos hemos escuchado el discurso de Pedro en Antioquia de Pisidia anunciando la Buena Nueva de Jesús. ‘Nosotros os anunciamos que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús’.

jueves, 29 de abril de 2010

Contemplación de la pasión y servicio a la Iglesia, santa Catalina de Siena

1Jn. 1, 5-2,2;
Sal. 148;
Lc. 10, 38-42

Hiciste arder de amor divino a santa Catalina de Siena en la contemplación de la pasión de la pasión de tu Hijo y en su entrega al servicio de la Iglesia…’ Así define las liturgia la santidad de Santa Catalina de Siena a quien la Iglesia reconoce como doctora por la sublimidad de su enseñanza mística y como Patrona de Europa por la importancia que tuvo su figura en aquellos años difíciles para la Iglesia y para la misma Europa.
Una mujer encerrada tras los muros de un monasterio de vida contemplativa y que además murió muy joven, sin embargo tuvo una influencia decisiva en la vida de la Iglesia, en la vuelta del Papa a Roma tras los largos años de Avignon como sólo un alma grande y santa podría realizar.
Lo importante, podríamos decir, fue su santidad. Se consagró al Señor muy joven en la Orden dominicana contemplativa. En la contemplación de la pasión de Cristo, decíamos en la oración, creció en su espíritu y sobresalió en la contemplación del misterio de Cristo y así en su espíritu de oración pudo llegar a altas cotas de contemplación y santidad. Lo que no la hacía ajena a los problemas de la Iglesia y de su tiempo, por lo que vivió ese intenso servicio a la Iglesia impulsando reformas de costumbres y una vida santa en todos.
Cómo tendríamos que aprender a empaparnos así de la vida de Cristo que nos llena de su gracia. Cómo contemplando la pasión de Cristo que es contemplar su amor sin límites, su amor infinito por nosotros, nos sentimos impulsados para arrancarnos del pecado, para purificar más y más nuestra vida, para que así resplandezca la gracia del Señor en nosotros, y así brille nuestra santidad.
Nos cuesta porque somos como esos objetos valiosos que, porque no hemos sabido cuidar debidamente, se van ennegreciendo, perdiendo su brillo y resplandor y pronto podremos confundirlos con objetos de poco valor. Los limpiamos, los pulimos, arrancamos esa suciedad y negrura y nos daremos cuenta de su brillo y valor.
Así nosotros, que valemos nada menos que la dignidad de hijos de Dios con que el Señor nos ha dotado en nuestro bautismo y además el valor infinito de la sangre de Cristo con la que hemos sido rescatados. Pero dejamos ennegrecer nuestra vida con el pecado, la frialdad, la indiferencia, la desgana espiritual y perdemos ese brillo de la gracia. Que aprendamos a purificarnos, a buscar ese brillo de la santidad en nuestra vida.
¿Cómo hacer? Hoy en el evangelio hemos visto a las dos hermanas de Betania alrededor de Jesús cada una en su función y que ambas tanto nos pueden enseñar. María, a los pies de Jesús, bebiéndose sus palabras, absorta en el disfrute de la presencia de Cristo allí en su hogar es el ejemplo para nuestra oración, para nuestra unión grande y profunda con el Señor. Y Marta, desviviéndose en el servicio, para atender de la mejor manera que podía y sabía al Señor.
Desviviéndose en el servicio que es desviviéndose en el amor, el amor al hermano, al que está a nuestro lado, al pobre que sufre de muchas carencias o al que tiene mucha necesidad, o al que se siente solo y abandonado porque ahí está el Señor. Desviviéndose en el servicio, tenemos que decir con el ejemplo de Santa Catalina de Siena, que es el amor a la Iglesia, amándola, defendiéndola, orando por ella, siendo buenos hijos de la Iglesia, prestando nuestro servicio de amor a la comunidad.
Es el camino que hoy nos pide quizá el Señor. ‘Concédenos vivir asociados al misterio de Cristo para que podamos llenarnos de alegría en la manifestación de su gloria’.

miércoles, 28 de abril de 2010

Yo he venido como luz, que su Espíritu nos mantenga siempre en esa luz

Hechos, 12, 24-13, 5;
Sal. 66;
Jn. 12, 44-50

‘Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en Mí no quedará en tinieblas…’ Será algo que nos repetirá Jesús en el evangelio. La imagen de la luz es constante sobre todo en el evangelio de san Juan. Jesús es la luz – ‘Yo soy la luz del mundo’, nos dirá – y cuando le damos el sí de nuestra fe quedamos iluminados para siempre.
Un detalle en referencia a esto es que a los cristianos recién bautizados en una época de la Iglesia se les llamaba los iluminados. Y no olvidemos que en el Bautismo recibimos como un signo la luz encendida del cirio pascual. Qué hermoso por otra parte el lucernario con que comienza la vigilia pascual hasta que somos iluminados por la luz de Cristo resucitado.
Pero es necesario ese sí, esa respuesta positiva por nuestra parte, esa respuesta de nuestra fe. No vaya a ser aquello otro que nos dice el principio del evangelio de Juan, que vino la luz pero las tinieblas no la recibieron. ¿Preferimos estar en las tinieblas o ser iluminados por la luz de Cristo?
Con esa luz conoceremos a Dios, porque como dice Jesús ‘el que me ve a mí, ve al que me ha enviado’. Con esa luz nos llenamos de vida eterna, porque el mandado, el encargo que Jesús ha recibido del Padre que le ha enviado, es la vida eterna, Cursiva‘yo sé que su mandato es vida eterna’, nos dice. Quien acepta esa luz, se deja iluminar por ella, cree en Jesús, se llena del Espíritu de Jesús. Va a ser su Espíritu el que actúa en nuestros corazones – sus obras son las obras de la luz, de la vida, del amor -, como el Espíritu es el que va a guiar a la Iglesia.
En el relato de los Hechos de los Apóstoles que hoy se nos ha proclamado vemos palpable esa acción del Espíritu en la comunidad, en este caso, de Antioquia.
Fruto de la presencia y fuerza del Espíritu era la intensidad de vida de aquella comunidad. Por una parte ‘la palabra del Señor cundía y se propagaba’, con lo cual vemos el crecimiento de vida de esa comunidad. Se manifestaban por otra parte los dones del Espíritu en los diferentes carismas que surgen en la comunidad. ‘En la Iglesia de Antioquia había maestros y profetas…’ y nos hace una relación de esas personas llenas del Espíritu que se manifestaba en diferentes carismas.
Era por otra parte una comunidad orante y que sentía la presencia y la fuerza del Espíritu del Señor en su oración. ‘Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a que los he llamado’. Eso los hace también una comunidad misionera que envía con la fuerza del Espíritu a Bernabé y a Saulo a anunciar la Buena Noticia por diferentes lugares. ‘Volvieron a ayunar y orar, les impusieron las manos y los despidieron. Con la fuerza del Espíritu Santo bajaron a Seleucia y se embarcaron para Chipre…’ Seleucia es el puerto de mar en el Mediterráneo a poca distancia de Antioquia.
Que así nos dejemos inundar y conducir por el Espíritu, que nos ayude a conocer más y más a Jesús, a hacer una oración en el Espíritu y nos dé ese empuje misionero en nuestro corazón para sentir siempre la urgencia del anuncio del Evangelio en todas partes.

martes, 27 de abril de 2010

Espíritu misionero, espíritu de comunión, seguimiento de Jesús

Hechos, 11, 19-26;
Sal. 86;
Jn. 10, 22-30

Los Hechos de los Apóstoles nos manifiestan la intensidad de la vida de la Iglesia y su crecimiento constante. Todo es ocasión para realizar esa acción misionera. Si había sido duro dispersarse cuando el comienzo de la persecución con el martirio de Esteban, que podían realmente parecer momentos difíciles, sin embargo fue ocasión y motivo para esa acción misionera de la Iglesia. Algo tendríamos que aprender.
‘Llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquia…’ nos relata el autor sagrado. Y ya no sólo anuncian la Buena Noticia de Jesús a los judíos sino que ‘se pusieron a hablar a los griegos anunciándoles al Señor Jesús’. Y está la respuesta porque ‘muchos se convirtieron y abrazaron la fe’. Más adelante nos dirá que ‘una multitud considerable se adhirió al Señor’.
Se manifiesta también la comunión entre las Iglesias que se van constituyendo. ‘Llegó la noticia a Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquia…’ No son comunidades separadas y aisladas unas de otras, sino que hay una hermosa comunión entre ellas alegrándose mutuamente del crecimiento de los discípulos y apoyándose mutuamente.
Llegó Bernabé y siguió creciendo la comunidad y nos dice que se les iba instruyendo con todo detalle. Comunidad en la que pronto aparecerá el nombre de cristianos para llamar a los que seguían el nuevo camino, como se nos ha dicho en otro lugar, los discípulos de Jesús. Bernabé además sabe de alguien que puede realizar una labor importante entre los discípulos y en el avance del Evangelio y se va a Tarso para traerse a Saulo, a quien habría conocido en Jerusalén antes de que lo enviaran a Tarso..
Hemos ido subrayando algunos aspectos importantes que sobresalen en aquellas primeras comunidades y que pueden ser un estímulo y un ejemplo para nosotros. El impulso misionero y apostólico para en todo momento y ocasión anunciar a Jesús y hacer crecer el número de los discípulos, es una primera cosa que podemos destacar. Es una inquietud que tiene que haber en nuestro corazón, que tiene que estar muy presente en nuestra oración, que nos ha de mover en todo momento a ese buen testimonio que podemos y tenemos que dar.
Otra cosa que hemos destacado es el espíritu de comunión entre todos los que creemos en Jesús. Comunión que se llama vivencia eclesial, sentirnos y hacer Iglesia, vivir ese sentido de comunidad y que es ese sentirnos unidos a los demás en una misma fe y que se ha de manifestar también en un mismo amor. Cómo nos hemos de acoger y valorar todos; cómo acogemos al que llega y le hacemos sentirse a gusto con nosotros y a nuestro lado. Esto es algo a tener muy en cuenta hoy dada la movilidad tan grande en que se vive hoy en nuestra sociedad, llámense emigrantes que nos llegan de todas partes, o llámense también turistas que nos visitan y conviven con nosotros.
Y todo esto nace de nuestra fe en Jesús. Creemos en El y queremos seguirle; creemos en El y le escuchamos; creemos en El y le sentimos a nuestro lado siendo nuestra fuerza, nuestra vida, nuestro apoyo, nuestro alimento, nuestra defensa también. Hoy el evangelio nos habla del pastor y de las ovejas que le siguen, conocen su voz, y el pastor las conoce y las alimenta y las defiende. ‘Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano’. Que así nos sintamos seguros desde nuestra fe en Jesús.

domingo, 25 de abril de 2010

El Cordero que está delante del Trono será su Pastor


Hechos, 13, 14.43-52;
Sal. 99;
Apoc. 7, 9.14-17;
Jn. 10, 27-30

‘Porque el Cordero que está delante del Trono será su Pastor y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Dios enjugará las lágrimas de sus ojos…’ nos dice el libro del Apocalipsis.
Celebramos en este cuarto domingo de Pascua a Cristo Buen Pastor; Cristo es el Cordero inmolado que se ofrece y se inmola para quitar el pecado el mundo, pero al mismo tiempo es el Pastor que nos guía y nos conoce, nos alimenta y da su vida por nosotros, de lo que nos habla el Evangelio. Conducirá a su rebaño, como decía el Apocalipsis, ‘hacia las fuentes de aguas vivas’. Cuántas veces hemos rezado el salmo ‘el Señor es mi pastor, nada me puede faltar, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia las fuentes tranquilas y repara mis fuerzas’.
Toda la liturgia de este domingo está impregnada de este sentido porque en las oraciones repetidamente nos habla del ‘rebaño adquirido por la sangre de Cristo’, y pedimos que podamos ‘tener parte en la admirable victoria de su pastor’. Por su parte los prefacios nos hablan de Cristo, ‘nuestra Pascua que ha sido inmolada y no cesa de ofrecerse por nosotros y de interceder por todos’, porque ‘inmolado ya no vuelve a morir, sacrificado, vive para siempre’.
‘Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño’
, decíamos en el salmo. Todo esto me hace hacerme la siguiente reflexión. Como miembros del pueblo de Dios sentimos también en nuestro interior y desde nuestra unión con Cristo la urgencia y la inquietud por la vida y el crecimiento de ese pueblo de Dios, porque a todos los hombres sea anunciado el nombre de Jesús. Tarea no siempre fácil, por nuestra debilidad y condición pecadora que no siempre hacemos atrayente para los demás nuestra forma imperfecta de vivir la salvación que Cristo nos ofrece, y porque no siempre encontramos un campo bien dispuesto que quiera aceptar la semilla del evangelio que nosotros queramos sembrar.
En la primera lectura, los Hechos de los Apóstoles, se nos narra la tarea evangelizadora que hacen Pablo y Bernabé en lo que llamamos el primer viaje apostólico y misionero de Pablo. Encontramos reacciones muy contrapuestas porque en lo que al principio podría parecer un éxito grande en tantos que escuchaban con agrado la predicación de Pablo y Bernabé, pronto se tornaba sombrío el ambiente cuando muchos dejándose arrastrar por la envidia se oponen con insultos y persecuciones a la predicación de los apóstoles; todo ello hará que se dirijan más a los gentiles que a los judíos y que luego tengan que marchar a otros sitios a proseguir su acción misionera porque allí no todos los aceptaban.
Es la tarea que, en medio de dificultades y también persecuciones de todo tipo, la Iglesia ha seguido realizando a través de los tiempos, y quiere seguir realizando hoy. Es toda la tarea misionera y pastoral que realiza la Iglesia. Como decíamos, no siempre es fácil. Porque nuestro mundo es como aquel tan diverso campo donde era sembrada la semilla en la parábola del sembrador que Jesús nos propone. Tierra endurecida por pisoteada, tierra llena de pedruscos o de abrojos y zarzales, y tierra buena aunque no siempre labrada con la misma intensidad en todas sus parcelas.
Se traduce en las dificultades diversas que se encuentran para hacer el anuncio de la Buena Nueva, porque a muchos no les interesa escuchar el mensaje, otros se encuentran bien – o eso les parece – como están y dicen no necesitar de esa novedad del evangelio para trasformar sus vidas, y en muchas ocasiones vamos a encontrar el rechazo y hasta la persecución que nos puede llegar bajo las más sutiles formas.
Pero el creyente en Jesús no se puede rendir ni echar para atrás por muy difícil que sea la tarea y aunque le lleguen incluso persecuciones. Estamos participando de la misión y de la obra de Jesús, y ya sabemos bien cómo El llega a subir al calvario y a la cruz. En el texto del Apocalipsis hoy encontramos más razones para la fortaleza y la esperanza, que es contemplar la gloria de Dios y a esa muchedumbre inmensa con vestiduras blancas y palmas en sus manos. ‘Son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero’ y por eso ahora participan ya de la gloria del Señor, del triunfo del Señor en el cielo. Recordemos cómo pedíamos en la oración que ‘el débil rebaño de los que seguimos a Jesús tengamos parte en la admirable victoria de su pastor’. No nos puede faltar la esperanza y la valentía para seguir haciendo el anuncio del mensaje cristiano.
Cuando estamos celebrando este domingo del Buen Pastor y reflexionando sobre esta tarea evangelizadora y pastoral de la Iglesia se nos invita a mirar a quienes de una manera especial realizan esta acción pastoral en la vida sacerdotal y/o en la consagración de la vida religiosa. En otras épocas este domingo del Buen Pastor era algo así como el día del párroco por esa labor de pastor que realiza en las comunidades parroquiales.
Hoy se convierte en una Jornada vocacional, una Jornada de especial oración por las vocaciones, vocación a la vida sacerdotal y a la vida religiosa o consagrada. ‘El testimonio suscita vocaciones’, es el lema que se nos propone este año y sobre el que gira el mensaje del Papa para esta Jornada.
Yo diría que es una llamada a nosotros, los sacerdotes y a todos los consagrados al Señor, para que demos ese buen olor de Cristo, ese testimonio claro para que muchos puedan sentir también la llamada del Señor en su corazón para vivir igualmente una vida de servicio a Dios y a la Iglesia en esa especial vocación sacerdotal o religiosa.
Tendría que ser también una llamada a todos los cristianos para que, valorando la vida de entrega de los sacerdotes y religiosos y religiosas, oren al Señor para que sintamos la fuerza divina de la gracia que nos haga fieles, ejemplares para los demás en el seguimiento del Señor y en la vivencia de nuestra vocación y nuestros específicos carismas, lleguemos a dar ese testimonio que suscite vocaciones.
Es una Jornada, pues, para orar intensamente al Dueño de la mies para que envíe operarios a su mies. La oración intensa del pueblo cristiano alcanzará esa gracia del Señor para la Iglesia. Que importante la oración de los enfermos, de los ancianos, de las personas que viven la cruz del dolor y del sufrimiento, de la soledad y del abandono, para hacer esa hermosa ofrenda al Señor uniéndose a la pasión y cruz de Cristo para pedir por las vocaciones. Un pueblo cristiano que ora por las vocaciones, porque valora y tiene en su justo valor ese ministerio en medio de la Iglesia, será un pueblo que se verá enriquecido con muchas llamadas del Señor en su seno.