viernes, 30 de abril de 2010

Eucaristía de una vida injertada en Jesús y en su Cruz


una reflexión en las bodas de diamante de una religiosa


Hechos, 13, 26-33;
Sal. 2;
Jn. 14, 1-6


Nos convoca aquí esta mañana una Eucaristía que es una acción de gracias pero que es también la ofrenda de una vida que se hizo Eucaristía en una consagración vivida a través de setenta y cinco años de fidelidad y de amor.
Para los que les cuesta entender estas cosas les puede parecer una Eucaristía muy larga. Muchos años de Eucaristía y de ofrenda continua cuando estamos viendo a nuestro alrededor un mundo de rupturas, un mundo de cansancios que producen inconstancia o de inconstancias que producen cansancios y banalidades, un mundo donde es tan fácil cambiar de parecer y de posturas, un mundo donde tan fácilmente se debilita el amor y donde no se sabe entender lo que es el compromiso y la fidelidad.
Por eso es admirable una ofrenda de Eucaristía que abarque toda una vida. Nosotros queremos hacer hoy Eucaristía especial porque queremos ayudar, apoyar con nuestra oración y nuestra comunión esas manos y esa vida – temblorosas y debilidades físicamente es cierto – pero que en el fondo de su corazón quieren seguir sosteniendo el cáliz de la ofrenda. Qué ejemplo es además para todos nosotros. Qué aliciente sentimos en nuestra vida. Qué entusiasmo de amor rebrota en nuestro corazón para vivir también nosotros así la Eucaristía de nuestra vida.
Ahí tenemos a Sor Rosa acercándose al centenario de su vida, pero cumpliendo hoy los setenta y cinco años de su consagración al Señor. Bodas de diamante, decimos, por la belleza de los años consagrados y por la firmeza con que se ha mantenido esa fidelidad. Hoy sus palabras no nos pueden decir nada dada su debilidad mental y su enfermedad, pero el testimonio de su vida es bien elocuente y un grito que nos hace despertar.
Más de medio siglo en este hogar – exactamente sesenta y un años -, el resto de su vida religiosa por Granada y Baza. Quienes la conocieron cuando estaba en plena lucidez nos hablan de su entrega, de su delicadeza exquisita, de su amor, de su humildad, de su austeridad; nos hablan de su preocupación constante por buscar lo mejor donde fuera para sus ancianitos – cuantas salidas a hacer cuestación por las casas de nuestros pueblos que incluso la llevarían cuando se estaba debilitando su mente a tocar en cualquier puerta del hogar esperando encontrar una respuesta y una limosna -; nos hablan de su espíritu de sacrificio que vivió ya antes de ingresar en la congregación que retrasó para que otras hermanas suyas entraran mientras ella cuidaba de sus padres ancianos; nos hablan del respeto y cariño que despertaba en los que la rodeaban con su presencia y que nunca permitía una mala palabra o un juicio o murmuración contra nadie; nos hablan de la alegría de su vida porque siempre llevaba a Dios con ella, de su fidelidad a su consagración viviendo intensamente los carismas propios de esta congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Podríamos quizá preguntarnos de dónde nacía todo esto. Ella un día se había sentido cautivada por el Señor y le había dado un Sí total consagrándole toda su vida para seguir con toda radicalidad el camino de Jesús. ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’. Ella habría escuchado quizá muchas veces estas mismas palabras de Jesús que hoy hemos nosotros escuchado en el evangelio y ella había dicho Sí, Jesús es mi camino, mi único camino; Jesús es mi Verdad, la única verdad que da sentido y es motor de mi vida; Jesús es mi vida, ya no vivo yo, ya no quiero vivir mi yo, el yo de mi vida, sino que será para siempre Cristo quien viva en mí.
Su fe en Jesús ya no se iba a resquebrajar aunque pudiera haber dudas y turbulencias en su vida, como las hay en toda vida. Ella había asumido esas palabras de Jesús: ‘Creed en Dios y creed también en mí’. Es lo que toda religiosa que se consagra al Señor, toda persona que siente en su corazón la llamada del Señor y le da su Sí total para seguirle.
Cuando estamos precisamente celebrando la semana vocacional tras la celebración del domingo pasado del día del Buen Pastor y la Jornada de Oración por las vocaciones, un testimonio como el que hoy estamos contemplando, aunque sea de una forma silenciosa por su parte, es para nosotros todos un fuerte grito, una fuerte llamada en nombre del Señor.
En ella, en su silencio, en su ensimismamiento, podemos ver el grano de trigo que cae en tierra y silenciosamente bajo la tierra sin saber nosotros cómo ni verlo con nuestros ojos, sin embargo hace surgir una nueva vida, una nueva planta. Que así surja de este testimonio un semillero de vocaciones como sólo Dios sabe hacer y suscitar. Oremos al Señor para que así sea. Y demos gracias, celebremos de verdad Eucaristía, la Eucaristía de Jesús, claro está, pero la Eucaristía de la vida de sor Rosa injertada como lo está en Jesús y en su cruz.

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