sábado, 3 de abril de 2010

Esta es la noche santa en que Cristo asciendo victorioso del abismo


Esta es la noche santa en que Cristo asciendo victorioso del abismo

‘Exulten por fin los coros de los ángeles y las jerarquías del cielo… goce también la tierra inundada de tanta claridad… alégrese también nuestra madre la iglesia revestida de luz tan brillante…’ ha resucitado el Señor; ‘que las trompetas anuncien la salvación… resuene este templo con las aclamaciones del pueblo’ porque ha resucitado el Señor.
Así lo proclamábamos ardientemente en el pregón pascual que nos anunciaba la resurrección del Señor cuando comenzábamos esta vigilia. Así lo hemos ido repitiendo, cantando una y otra vez en toda la celebración gozosa de esta noche. ¡Es verdad! ¡Ha resucitado el Señor!
Noche grande y maravillosa, así fuimos recordando todas las maravillas del Señor en la historia de la salvación en el mismo pregón y en toda la liturgia de la Palabra en la que hemos hecho un recorrido hasta llegar al momento culminante de la resurrección del Señor. Noche en que se disipan las oscuridades y desaparecen las esclavitudes. ‘Esta es la noche santa en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo… noche clara como el día… noche que nos llena de alegría… noche de gracia y salvación’.
Aquí en medio de nosotros brilla la luz de Cristo resucitado. Hemos tomado de su luz. Queremos seguir iluminándonos siempre de luz. No queremos que nunca más se apague esa luz de Cristo en nuestro corazón. Que no nos falte el aceite que nos mantenga siempre encendida esa lámpara, esa luz en nuestro corazón. Que con su luz iluminemos el mundo, transformemos nuestro mundo, le llevemos esperanza y renazca la fe en todos los corazones.
No podemos seguir rebuscando entre las sombras y las tinieblas. No tenemos que volver a los sepulcros de la corrupción y de la maldad porque Cristo nos ha liberado ya de todo eso. Con su muerte bajó a las profundidades del abismo pero para arrancarnos ya para siempre de esa muerte y hacer que tengamos vida para siempre.
‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado’. Fue el anuncio de los ángeles a las mujeres que todavía desesperanzas y llenas de dolor volvieron al sepulcro la mañana de aquel primer día. Llevaban perfumes para embalsamar debidamente el cuerpo muerto de Jesús, pero de la tumba salía el perfume más intenso de la vida. Cristo había resucitado y no quiere ya que volvamos a la muerte. Ha resucitado para levantarnos a nosotros a la vida. Impregnémonos nosotros de ese olor de vida, de ese olor de Cristo y con él perfumemos nuestro mundo, que tanto lo necesita.
Llevemos ese perfume, ese anuncio a los hermanos, y no temamos que haya muchos que no nos quieran creer y nos digan que eso de la resurrección es cosa de ilusos. Les sucedió también a aquellas buenas mujeres que habían ido al sepulcro. ‘María Magdalena, Juana y María, la de Santiago, sus compañeras contaban esto a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no lo creyeron’. Pedro querrá comprobarlo por sí mismo e irá también al sepulcro para encontrar lo mismo que habían visto las mujeres. ‘Y se volvió admirándose de lo sucedido’. Más tarde vendrán las apariciones, los encuentros con Jesús resucitado. Se afianzará firmemente la fe en Jesús y ya será un anuncio que no dejarán de hacer.
San Pablo nos decía: ‘Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva’. Es el fruto de la resurrección de Jesús en nuestra vida. Quienes creemos en Jesús, quienes proclamamos a Jesús resucitado de entre los muertos como hoy con tanto ardor y alegría queremos proclamarlo, ya nuestra vida no puede ser igual. Tenemos que sentirnos transformados por la resurrección del Señor. ‘Nuestra vieja condición de pecadores ha quedado crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores, y nosotros libres de la esclavitud del pecado… hemos muerto con Cristo, creemos que viviremos con El… tenemos que considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús’.
Es nuestra alegría, nuestra esperanza; es la motivación grande de nuestra vida. Es lo que nos hace sentirnos alegres de manera especial en esta noche de Pascua, en esta noche de la resurrección del Señor. Para eso nos hemos venido preparando con intensidad a través de toda la Cuaresma y hemos vivido con un fervor especial esta Semana de la pasión y muerte del Señor. Nos sentimos resucitados con Cristo, ‘muertos al pecado, vivos para Dios’. Y todo eso porque Cristo murió por nosotros y resucitó. Y hoy estamos viviendo este momento victorioso de Cristo. Por eso decíamos al principio con el pregón pascual que las trompetas anuncien la salvación, que la Iglesia toda se regocije y resuenen fuerte las aclamaciones y los cantos de todos.
Y ¿cómo hemos podido llegar a esto? Somos esos hombres nuevos gracias al Bautismo. El Bautismo nos unió a Cristo, nos incorporó a la vida de Cristo. ‘Los que por el Bautismo nos incorporamos a Cristo, nos decía san Pablo, fuimos incorporados a su muerte. Por el Bautismo fuimos sepultado con El en la muerte…’ para que por la resurrección de Cristo, resucitemos nosotros, renazcamos nosotros a una nueva vida, ‘andemos en una vida nueva’.
Por eso hoy vamos a tener muy presente nuestro bautismo en la celebración. En nuestras parroquias se consagra el agua bautismal y en muchos lugares tiene lugar el bautismo de los niños que sus padres quieren hacer hijos de Dios uniéndolos a Cristo por el Bautismo, pero también el bautismo de muchos adultos que no estando bautizados se han encontrado con Cristo y han hecho opción en su vida por El. Nosotros bendeciremos también el agua para recordar nuestro bautismo y haremos la renovación de las promesas bautismales como una expresión de nuestra fe y nuestra voluntad de querer vivir la vida de Cristo, de querer vivir esa libertad que Cristo nos ha ganado cuando nos ha arrancado de la esclavitud del pecado y de la muerte con su muerte y resurrección.
‘Que este cirio arda sin apagarse para destruir la oscuridad de la noche…’ Que no se apague nunca esa luz de Cristo resucitado en nosotros. Que se disipen para siempre en nuestra vida las tinieblas del pecado. Que con esa luz de Cristo resucitado iluminemos nuestro mundo. No temamos decir a todo el que nos encontremos.¡Cristo ha resucitado! ¡El Señor vive y te ama para que tengas vida!
¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!!

viernes, 2 de abril de 2010

Buscamos a Jesús nazareno para llevar flores a su cruz



Buscamos a Jesús nazareno para llevar flores a su cruz


Hay momentos en la vida en que uno se queda sin palabras. Algo impresionante que sucede ante nosotros, que nos deja casi sin respiración; acercarnos a una persona atenazada fuertemente por el dolor y el sufrimiento, ante el cual nada podemos hacer; contemplar a un moribundo que exhala su último aliento, o contemplar la muerte injusta de un inocente, son cosas que nos dejan sin palabras.
Algo así nos sucede en esta tarde del viernes santo a los pies de la cruz de Jesús. Un silencio lo envuelve todo y nos inunda por dentro. Fuerte e inaudita ha sido la descripción que nos hacía el profeta del siervo doliente de Yahvé, y ante lo que no podemos hacer otra cosa que repetir como un eco las palabras de Jesús mientras el salmista nos completaba la descripción. Pero con un silencio hondo el alma escuchamos luego el relato de la pasión y muerte de Jesús según san Juan.
Casi no tendríamos que turbar ese silencio con nuestras palabras para que no se rompa el ritmo de la contemplación. Por eso la liturgia en este día de Viernes Santo es bien austera: contemplación, oración, adoración y comunión.
Quizá en el silencio de nuestra contemplación siga resonando la pregunta de Jesús en Getsemaní a los que iban a prenderle. ‘¿A quién buscáis?’ ¿A quién buscamos? ¿A quien vamos a encontrar? ¿Qué es lo que podemos descubrir? Como aquel que se ha quedado mudo ante el dolor y el sufrimiento y se pregunta ¿por qué, Señor, por qué? O quizá algunos nos puedan preguntar, tú ¿qué haces aquí? ¿eres también de sus discípulos?
Buscamos a ‘Jesús Nazareno’, pero no buscamos solamente a un hombre que pueda ser profeta o que pueda ser rey de Israel; buscamos, sí, a ‘Jesús Nazareno’, que no sólo es nuestro Maestro sino también nuestro Dios y Salvador; buscamos, sí, a ‘Jesús Nazareno’, y en El encontraremos el amor, la paz, la vida y la salvación; buscamos, sí, a ‘Jesús Nazareno’, y queremos seguirle y ser sus discípulos, y con El no tememos también cargar con la cruz, con El hemos aprendido a negarnos a nosotros mismos para seguirle, en El y en su amor, el amor que se ha manifestado en la cruz, encontramos todo el sentido y el valor de nuestra vida, aunque nos parezca que poca cosa somos, aunque nos pudiera parecer nuestra vida inútil porque con nuestras limitaciones sintamos que poco valemos.
Y es que nuestro dolor, nuestros sufrimientos, nuestras discapacidades, nuestra aparente inutilidad tiene un sentido y un valor grande, el sentido y el valor que le da el amor. Es el sentido de la cruz. Es el sentido que descubrimos en las pasión y la muerte de Jesús. Por eso tenemos la esperanza de la vida plena, la esperanza de la resurrección. Damos un paso más allá para no quedarnos en la negrura de la muerte, sino llenarnos de la luz de la vida.
De ahí surgirá nuestra oración confiada y llena de esperanza. Una oración que hoy la Iglesia, al pie de la cruz de Jesús, hace universal para pedir por todos los hombres, por toda la humanidad; para que un día todos nos encontremos con nuestro Creador y nuestro Salvador. Oración en la que queremos poner la ofrenda de nuestra vida, nuestras lágrimas y nuestro dolor, nuestras esperanzas y también nuestras alegrías, en una palabra, todo lo que somos.
Otro momento en nuestra celebración de hoy es la Adoración, la veneración de la Cruz de Cristo. ‘Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo’. Fue levantado en alto para que todos creamos en El, para que todos nos sintamos atraídos hacia El. Por eso su cruz adoramos, su cruz veneramos porque de ahí de lo alto de la cruz fluye para nosotros la gracia salvadora. Esa cruz que nos redime, pero que es imagen también de nuestras cruces, esa cruz que nosotros hemos de tomar para seguirle, pero esa cruz que vemos también una humanidad doliente a nuestro alrededor, y donde hemos de ser cirineos que ayudemos a llevar esa cruz. Con nuestra adoración y veneración nosotros vamos hoy a cubrir de flores la cruz. Me explico.
Os trascribo un hermoso testimonio que me encontré. ‘Decía una joven, que de manera inesperada cargó con la cruz del cáncer, que no se hablase tanto de cruz; que esa cruz no le pesaba, porque estaba cubierta de flores. Y explicaba: cada palabra amistosa que me dicen, cada beso que recibo, cada oración que me ofrecen, cada prueba de cercanía e interés, es una flor que yo coloco en mi cruz. ¡Y son tantas!’
Vamos, pues, a colocar flores junto a la cruz de Cristo. Vamos a ir luego todos acercándonos a venerar la cruz con un beso y vamos a llevar una flor. Pero, ¿dónde están esas flores que no vemos preparadas?, me vais a decir. Alguien que tenía que hacerlo se olvidó de prepararlas. ¿Habrá que ir corriendo a comprarlas? No, esa flor la tienes tú, está en tu mano llevarla.
Cuando vayas a besar la cruz, en ese momento hermoso y emocionante de adorar y venerar la cruz de Jesús, piensa de una forma concreta en una persona a la que hoy de manera especial te vas a acercar. Ya sea para tener un gesto de amistad o una palabra de cercanía, un consuelo en su sufrimiento o una lágrima que enjugar; una ayuda que esa persona pueda necesitar; un gesto de paz y reconciliación con alguien con quizá haya algo pendiente de arreglar y sin resolver; una sonrisa que despierte una ilusión o un gesto de cariño a quien se pueda sentir solo; una llamada a esa persona con la que hace tiempo que no hablas; un gesto de comprensión ante una situación concreta y que pueda ser difícil…
Cada uno piense en una cosa concreta y en una persona concreta. No es quedarnos en generalidades de decir que voy a ser más amable con los demás. Hagamos el esfuerzo de lo concreto. Al besar la cruz ese beso sea el compromiso de realizarlo a lo largo del día. Y si alguien se acerca a ti, no lo rechaces, que eso es también una flor. Sí, esas son las flores con que vamos a cubrir la Cruz de Jesús. Y esas flores sí que está en nuestras manos tenerlas y ponerlas. Seguro que si así lo hacemos las cruces de muchas personas van a estar adornadas de flores y en nuestro ambiente va a comenzar a oler el florecer de la primavera que brillará con un nuevo resplandor el domingo cuando celebremos la resurrección del Señor.
Estaremos así comulgando a Cristo, inundándonos de su sangre redentora y empapándonos de su gracia. Es el momento con el que concluimos hoy nuestra celebración. Comulgamos el Cuerpo de Cristo, ese cuerpo entregado e inmolado pero que se nos da como alimento para que tengamos vida y vida en abundancia.

jueves, 1 de abril de 2010

Un paso de amor de Jesús que nos enseña a amar con su amor


Ex. 12, 1-8.11-14;
Sal. 115;
1Cor. 11, 23-26;
Jn. 13, 1-15


‘Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor… porque es la Pascua, el paso del Señor…’ Así hemos escuchado a Moisés en el libro del Exodo en la primera lectura. Recordarán y celebrarán por todas las generaciones el paso del Señor que les liberó de Egipto.
Nosotros también celebramos el paso del Señor, no ya en la liberación de Egipto sino en Jesús que es nuestra salvación. También decimos es la Pascua, estamos comenzando a celebrar en esta tarde el Triduo Pascual, es el paso salvador del Señor. Y lo estamos celebrando en la entrega más grande, en la más grande manifestación de amor, que es la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Hoy todo nos habla de amor; nos sentimos inundados de amor hasta rebosar en un amor infinito como es el del Señor; sentimos el perfume penetrante del amor que quiere empapar totalmente nuestra vida. Gestos, palabras, mandatos, señales claras y bien significativas de amor, presencia de amor que se va a hacer permanente por la voluntad del Señor.
‘Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo’, nos dice el evangelista. Hasta el extremo, pero ese extremo no tiene limites porque no se puede poner límites al amor eterno e infinito de Dios. Y comienzan a sucederse los gestos y los signos. Gestos y signos que realizará Jesús mismo, el primero. El dueño de casa cuando llegaba un huésped ofrecía siempre agua a través de sus sirvientes o esclavos. Recordemos la queja de Jesús en casa de Simón, el fariseo, porque no le había ofrecido agua.
Ahora será Jesús mismo el que se pondrá a los pies de los discípulos no sólo ofreciendo agua sino lavándoselos El mismo. ¿Quizá habían tenido que ser ellos los que lavaran los pies a Jesús? ¿Haría falta una María Magdalena que lo hiciera al no hacerlo los discípulos? ¿Lo hubiéramos hecho nosotros si hubiésemos estado allí? Pero es Jesús el que se quita el manto, se ciñe la toalla, echa agua en la jofaina y se pone a lavar los pies de cada uno de los apóstoles. Ahora ellos se quedan quizá extrañados o alguno protestará para no dejarse lavar, como Pedro. ‘Si no te lavo no tendrás parte conmigo…’ le replica Jesús.
‘Me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros…’ ¿No había dicho que el que quisiera ser primero y principal se hiciera el esclavo y el último de todos? Tantas veces que habían estado discutiendo de excelencias y preeminencias ahora tenían que haberse quedado callados seguramente al contemplar tales gestos en Jesús. Era una hermosa lección.
Gestos de amor de Jesús que tendríamos que decir que no vienen a ser una novedad en estos momentos, aunque ahora nos llamen la atención de manera especial, sino que son una consecuencia de su camino de amor y de entrega a través de toda su vida como palpamos bien en las páginas del evangelio. Son ahora una subida o escalada en ese camino de amor que ahora iba a llegar a su mayor altura, a su plenitud. Es lo que vamos a contemplar y celebrar en estos días.
‘Sed esclavos los unos de los otros por el amor’, nos explicará más tarde san Pablo en sus cartas. ‘A nadie le debáis nada más que amor…’ Será nuestro distintivo, su mandamiento, pero que en realidad es exigencia de respuesta a tanto amor cómo el Señor nos tiene. ‘Este es mi mandamiento que os améis los unos a los otros como yo os he amado’, nos dirá Jesús. Porque además no puede ser un amor con una medida cualquiera. El nos amó hasta el extremo, como hoy hemos escuchado, y esa tendrá que ser la medida de nuestro amor. Mucho tendríamos que hablar en este sentido.
Pero todo no termina ahí. No se agotan ni los gestos ni los signos de amor. Si un día nos había dicho que por el amor le íbamos a encontrar en los demás, porque todo lo que le hiciéramos a los otros a El se lo hacíamos, ahora en su amor y por amor nos va a dejar el gran signo de su presencia en el Sacramento de la Eucaristía que ahora va a instituir como memorial de su presencia, de su amor y de su entrega hasta la muerte por nosotros.
San Pablo nos ha recordado la tradición recibida del Señor, como El dice, que nos expresa lo que sucedió en aquella cena pascual y lo que ya desde el principio la comunidad hacia y ha seguido haciendo hasta la consumación de los tiempos. ‘El Señor Jesús en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y pronunciando la acción de gracias, lo partió y lo dio: Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros… lo mismo hizo con el cáliz… este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. Haced esto en memoria mía…’ Y terminará diciéndonos el apóstol: ‘Por eso cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva’.
Jesús que se rompe de amor por nosotros. De tal manera se rompe de amor por nosotros que se hace pan partido y repartido para que le comamos, para que le vivamos, para que le hagamos vida en nuestra vida igual que un alimento se asimila y se hace vida de nuestro organismo, para que comiéndole a El estemos comiendo su amor, estemos haciendo su amor vida de nuestra vida. Es la mejor manera de llenarnos, inundarnos de su amor para que lleguemos a vivir un amor semejante a su amor, como fue su mandato.
La Eucaristía será para nosotros fuente de amor pero también compromiso de amor. En la misma cena pascual en la que Jesús se dio por nosotros hasta hacerse pan y hacerse Eucaristía para que le comamos, se puso a lavar los pies a sus discípulos. Todo ha sido una cena donde ha brillado y resplandecido el amor. Que es lo que nosotros tenemos que hacer. No se entenderá ya en adelante un cristiano que comulgue a Cristo y no sea capaz también de comulgar al hermano..
Por eso nos ha dicho tras darnos a comer el pan de su Cuerpo entregado y beber del Cáliz de su Sangre derramada que eso mismo hiciéramos nosotros en adelante en memoria suya. ‘Haced esto en memoria mía…’ Así pues, ahí está como una primera consecuencia ese necesario amor que nosotros hemos de vivir a imitación de su entrega de manera que comeremos a Cristo y necesariamente tenemos que comenzar a la lavar los pies del hermano y no se entenderá entonces que quien coma del Pan de la Eucaristía no ame de corazón a su hermano.
Pero algo más nos quiere decir con estas palabras ‘haced esto en memoria mía’. Instituye el Sacerdocio de la Nueva Alianza que haga posible ese milagro de amor que es la Eucaristía. A los apóstoles estaba confiándoles el realizar ese signo por el cual el pan y el vino iban a ser verdaderamente su Cuerpo y su Sangre. ‘Al instituir el sacrificio de la eterna Alianza… nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya’, como decimos en el prefacio. Ellos habían de repetir los gestos y las palabras de Jesús para realizar ese sacramento y milagro de amor en el que haríamos presente el sacrificio de su entrega y de su amor, como luego a lo largo de los siglos ha seguido realizándose en el ministerio de la Iglesia y sus sacerdotes.
Otro gesto y locura de amor de Jesús que así quiere seguir haciéndose presente en medio nuestro en el ministerio de la Iglesia a través de sus ministros los sacerdotes. Harán presente a Cristo en la Eucaristía y en la gracia sacramental de cada uno de los sacramentos; hacen presente a Cristo en la Palabra de Dios proclamada y a través de todo el ministerio pastoral para ayudar al pueblo de Dios a vivir esa presencia y ese amor de Jesús.
No podemos extendernos excesivamente en estos momentos sobre el tema del sacerdocio de Cristo, pero sobre todo teniendo en cuenta el Año Sacerdotal que estamos viviendo os invito a que en esta hermosa celebración demos gracias a Dios por ese ministerio de amor en sus sacerdotes así como elevemos nuestra oración al Señor pidiendo por los sacerdotes que es una forma también de valorar este regalo de amor que significa el sacerdocio para la comunidad cristiana.
Día para nosotros memorable… fiesta del Señor… es la Pascua, el paso de Dios con todo su amor, lo que estamos viviendo hoy. El Sacerdote repetirá el gesto de Jesús de lavar los pies, expresión del servicio a la comunidad y del servicio de amor de la comunidad, pero repetirá luego también las palabras y los gestos de Jesús para que por la fuerza del Espíritu el pan y vino que presentamos sean el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Cuando comamos de este pan de la Eucaristía no olvidemos que estamos anunciando y proclamando la muerte del Señor que de manera tan intensa en estos días estamos celebrando.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Deseo celebrar la pascua en tu casa

Is. 50, 4-9;
Sal. 68;
Mt. 26, 14-25

‘El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’. Cuando se siente a la mesa para iniciar la comida pascual el evangelista Juan dirá ‘habiendo llegado la hora de pasar de este mundo al Padre…’ pero ahora Jesús sólo nos dirá que su momento está cerca, porque está buscando dónde celebrar la Pascua.
Jesús está en Jerusalén, lejos de Galilea donde podríamos decir que tenía la casa de Pedro porque ese lugar era como su centro de operaciones. En Jerusalén no tiene casa. En otra ocasión dirá que ‘el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’, cuando alguno se ofrece a seguirle para que comprenda sus condiciones y su manera de ser y hacer. Jesús quiere necesitar de una casa para celebrar la Pascua.
Cuando el grupo de los discípulos le pregunta dónde quiere que le preparen la cena pascual, Jesús les dará los detalles concretos de ir a la ciudad y cómo encontrar la casa de su amigo. Y ése es el mensaje que envía. Jesús está buscando un Cenáculo. Aquella habitación del piso de arriba que iba a tener una repercusión que duraría por los siglos por lo allí acaecido y que generación tras generación todos recordarán.
Pero más que entrar ahora en esos detalles, cuando estamos ya en las vísperas del triduo pascual vamos a escuchar en nosotros y como hecha a nosotros esa petición. ‘Deseo celebrar la pascua en tu casa con mis discípulos’. Has escuchado bien, ‘en tu casa’, como yo he escuchado ‘en mi casa’. Quiere Jesús nuestra casa, nuestro corazón, nuestra vida para cenáculo, para celebrar la pascua, para comer el Cordero Pascual, para que sucedan en nosotros todos esos acontecimientos memorables que, como mañana veremos, allí sucederán.
Un día Jesús había dicho a Zaqueo que quiere hospedarse en su casa. Ya sabemos cómo Zaqueo lo recibió, lo preparó todo y lo que allí aconteció; cómo Jesús dirá que aquel día la salvación había llegado a aquella casa.
Así ahora. Vamos a ofrecerle nuestra casa para celebrar la Pascua. ¿Qué preparativos tendremos que hacer? En este caso no hemos de preocuparnos por la comida del banquete porque Cristo será el Cordero inmolado que se nos dará a sí mismo como comida. Si acaso, se me ocurre pensar que tendremos que preparar los hachones para las luces que iluminen la estancia, aunque luego nos daremos cuenta que Jesús es la luz del mundo.
Sin embargo dos hachones de luz se me ocurre que debemos preparar: el de la fe y el del amor. Son imprescindibles. Sin esas luces no veremos a Cristo. Es imprescindible la luz de la fe. Cuidemos que no nos falte el aceite que los alimente, no nos suceda como aquellas doncellas de la parábola que cuando llegó el esposo no tenían luz porque se había acabado el aceite.
Pero es imprescindible también el del amor. Sin amor no podremos celebrar la pascua. Por muchos motivos. Fijémonos que Jesús viene con sus discípulos a celebrar la pascua en nuestra casa. El amor será el que agrande nuestro corazón para que todos puedan caber. Si hacemos discriminaciones de unos sí y otros no, la pascua no se podría celebrar. Y además nunca podremos celebrar la pascua ni solos ni aislados de los demás. Por eso ha sido tan necesaria la reconciliación en estos días previos al triduo pascual.
Dispongámoslo todo para poder celebrar la Pascua. Mañana ya comenzaremos.

martes, 30 de marzo de 2010

Era de noche…

Is. 49, 1-6;
Sal. 70;
Jn. 13, 21-33.36-38

El texto del evangelio de hoy parece estar lleno de sombras y hasta de un cierto dramatismo – anuncio de negación, traición – pero que en cierto modo se ve compensado por unos destellos de luz en propósitos de buenos deseos, de manifestación de un amor preferencial del Señor, pero en que además todo conduce a la glorificación del Hijo de Dios.
‘Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en El. Si Dios es glorificado en El, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará’. ¿Qué nos está anunciando Jesús? ¿Su propia muerte? ¿Su resurrección y Ascensión?
Pero estas palabras las pronuncia Jesús después de la salida de Judas, que ya nosotros entendemos a donde va, aunque el resto de los apóstoles en aquel momento no sabían lo que Jesús quiso decirle. ‘Lo que has de hacer, hazlo enseguida’.
‘Era de noche’ apunta el evangelista como un signo o una señal. Las sombras se habían apoderado de todo, y como diría Jesús más tarde en Getsemaní ‘llega la hora del poder de las tinieblas’. Ahora Jesús, profundamente conmovido, había dicho: ‘Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar’. A unas palabras como éstas era normal que les entrara la desazón a todos en la incertidumbre de quién podía ser. Tanto querían a Jesús que no pueden entender este anuncio.
Cerca de Jesús estaba Juan, el discípulo que tanto amaba – un destello de luz – y ‘Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía’. Ya vemos la confianza de Juan con Jesús para sonsacarlo. ‘Aquél a quien yo le dé este trozo de pan untado…’
Es cuando tras los gestos y palabras de Jesús, Judas se marcha. Y como dice el evangelista ‘era de noche’. Había entrado la negrura de la noche, de las tinieblas en el corazón de Judas.
Se suceden los rayos de luz y las oscuridades. Pedro porfiará de que seguirá para siempre a Jesús. ‘Daré mi vida por ti… ¿por qué no puedo acompañarte ahora?’ le dice cuando Jesús habla de su marcha. Pero está la réplica de Jesús que anuncia sombras también en el corazón de Pedro. ‘¿Conque darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces’. Y ya sabemos lo que realmente sucedió en el patio de la casa del Sumo Pontífice.
¿Es de noche o es de día en nosotros? No estamos mirando la luz del sol o de la luna tan llena en estas fiestas de pascua, es la luna del Nisán, de la primavera. Es por otra luz por la que tenemos que preguntarnos. Pasos hemos querido ir dando a través de toda la cuaresma para encontrarnos con esa luz brillante de Cristo resucitado. Probablemente ya a estas alturas no habremos acercado al Sacramento de la Penitencia para arrancar esas sombras y para llenarnos de la luz de la gracia. Si acaso no, aún estamos a tiempo de hacerlo.
Pero sabemos bien que la tentación y el peligro nos acechan aunque estemos cerca de Jesús, por mucho que porfiemos que le amamos y digamos que estamos dispuestos a darlo todo por él. Cerca de Jesús estaba Judas y cerca de Jesús estaba Pedro. Pero escuchemos lo que Jesús va a decir en el huerto de los Olivos: ‘Velad y orad, para no caer en la tentación, el espíritu está pronto pero la carne es débil’. Que no dejemos meterse las sombras de la noche en nuestro corazón.

lunes, 29 de marzo de 2010

Y la casa se llenó de la fragancia del perfume

Is.42,1-7
Sal. 26
Jn. 12, 1-11


‘Y la casa se llenó de la fragancia del perfume’. Es un perfume fuerte y penetrante. Todo esto estaba sucediendo después de la resurrección de Lázaro. Habían ofrecido una comida Jesús. ‘Marta servía y Lázaro estaba a la mesa’. Nos recuerda otros momentos de las visitas de Jesús a Betania. La misma situación Marta que está afanosa preocupándose por el servicio, para que todo estuviera preparado. En aquella ocasión María estaba a los pies de Jesús escuchándole, lo que motivó las quejas de Marta. Ahora María lo que hace es ungir los pies de Jesús con tan costoso perfume. Y como comenta el evangelista ‘la casa se llenó de la fragancia del perfume’. Y ya sabemos las quejas de uno de los discípulos.
Pero ¿cuál es la fragancia que realmente está llenando aquella casa? En la ocasión la palabra de Jesús tenía cautivada a María que estaba embelesada escuchando, bebiéndose las palabras de Jesús. ¿Quería ahora María compensar con la ofrenda que estaba haciendo lo que entonces había recibido de Jesús? ¿Sería una consecuencia de la alegría que sentían por la resurrección de su hermano, porque en esta ocasión no es Marta la que protesta? Pero creo que el perfume que de verdad llenaba aquella casa y a aquella familia era la presencia de Jesús.
Porque seguimos a Jesús queremos llenarnos de esa fragancia de su presencia; porque amamos a Jesús queremos dejarnos inundar por ese perfume de su amor. Pero porque somos sus discípulos y queremos llevar el nombre de cristianos somos nosotros los que tenemos que dar esa fragancia de Jesús a los demás. Dar el buen olor de Cristo.
No olvidemos que nosotros hemos sido ungidos - en el Bautismo y en la Confirmación todos los cristianos, y también los que hemos recibido el Orden Sacerdotal – con el Crisma Santo, que significa esa marca de Cristo que nos señala y nos identifica como cristianos. Pero la unción con Crisma Santo viene a significar también ese buen olor de Cristo que como cristianos hemos de dar en el testimonio de nuestra vida, en el ejemplo de nuestras buenas obras, en la fragancia de nuestra santidad. No en vano el Crisma es esa mezcla de aceite y perfume, como mañana mismo en la Misa Crismal vamos a ver y celebrar en la consagración y bendición del crisma y de los óleos por parte del Obispo.
Recogiendo, pues, el sentido de lo que estamos comentando a partir del Evangelio tendríamos que decir que allí donde hay un cristiano o un grupo de cristianos, allí donde hay una comunidad cristiana la sala, todo ha de llenarse de esa fragancia del perfume de Cristo. Esa fragancia que tendría que brotar de nuestras vidas, de nuestra santidad, de nuestras buenas obras. No es ya el perfume de nardo como el que María derramó sobre los pies de Jesús. Es otro perfume en nuestro amor, en nuestro servicio, en nuestra fe, en tantas obras buenas que tenemos que realizar con los demás, el que tiene resplandecer fulgurante en nuestras vidas.
Todo esto que estamos viviendo y celebrando en estos días, esta meditación y contemplación de la pasión y muerte del Señor que estos días vamos a hacer a esto tendría que ayudarnos. Que todo nos valga para ese crecimiento de nuestra fe, para esa maduración de nuestra vida cristiana, para ese resplandor de santidad con el que tenemos que brillar.

domingo, 28 de marzo de 2010

Un marco que señala y anticipa toda la celebración del triduo pascual

Lc. 19, 28-40;
Is. 50, 4-7;
Sal. 21;
Lc. 22.14-23, 56

Se dice que el marco de un cuadro o de una pintura nos ayuda a resaltar el valor o la belleza en él reflejado, o que la portada de entrada de un lugar nos puede estar hablando de la grandiosidad que allí podemos encontrar. Se me ocurre pensar que el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor que hoy celebramos para introducirnos en esta Semana Mayor es ese marco o pórtico que nos está haciendo ver y vivir como en adelanto lo que son las celebraciones de estos días que tienen su culminación en el Triduo Pascual con la celebración de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Tiene ya sus aires de gloria en la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, que nos hace pregustar lo que será el triunfo pleno y definitivo en la resurrección del Señor. Pero al mismo tiempo ya nos deja entrever lo que va a ser la pasión y la cruz donde Cristo ha de subir en su entrega de amor para morir por nuestra salvación. Por eso hoy hemos comenzado leyendo a Isaías en uno de los Cánticos del Siervo de Yahvé y la pasión del Señor, este año según san Lucas.
Vamos subiendo a Jerusalén donde el Hijo del Hombre va a ser entregado, habíamos escuchado anunciar a Jesús. Subir a Jerusalén, una subida porque es una entrega que va como in crescendo (utilizando un lenguaje musical) para llegar a la apoteosis de su entrega en la Cruz y en la resurrección.
Como un anticipo de esa gloria, y parece como si resonaran en nuestros oídos todavía los cánticos de los ángeles en Belén a la gloria de Dios, hemos visto al pueblo sencillo y a los niños aclamando al que viene en el nombre del Señor. Decimos muchas veces entrada triunfal en Jerusalén, pero no son los ejércitos vencedores lo que acompañan al Mesías que entra en la ciudad santa sino que serán los sencillos, los pobres y los niños los que le aclaman; y su montura no será un brioso corcel sino un humilde borrico para que así se cumpliera lo anunciado por el profeta.
Esa es la claridad del marco o la portada porque pronto entramos en el claroscuro de la pasión, de la cruz, de la entrega hasta la muerte, de la culminación de la subida hasta llegar a lo alto del Calvario y de la cruz.
Allí le vamos a reconocer de verdad. Vamos a reconocer a Aquel que tiene el amor extremo de dar su vida por los que ama. ‘¿Quién eres tú?’ hemos escuchado en estos pasados días que los judíos preguntaban a Jesús. Esa pregunta se va a repetir de una forma u otra varias veces a lo largo de la pasión. Será el Sumo Sacerdote y el Sanedrín, será Poncio Pilatos en el Pretorio, o serán algunos en torno a la cruz aunque con diversas intenciones unos y otros.
Si tú eres el Mesías, dínoslo… entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?’, son las preguntas ante el Sanedrín. ‘¿Eres tú el rey de los judíos?’ preguntará Pilatos porque quizás le interesa más el aspecto político. ‘Si tú eres el Rey de los judíos… si tú eres el Mesías… sálvate a ti mismo… sálvanos a nosotros…’ dirán los soldados o los malhechores crucificados con El.
Pero también hay respuestas. Ya hemos meditado en otra ocasión que es en la Cruz donde en verdad íbamos a reconocer a Jesús como Hijo de Dios, como nuestro Mesías Salvador y como el mayor amor que pudiéramos encontrar. ‘Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino’, le suplica el malhechor arrepentido que contemplando a Jesús en el mismo suplicio que él sintió la llamada a la conversión. Comprendió todo el Reino de Dios que Jesús había anunciado y ahora, podemos decir, estaba constituyendo. ‘Realmente este hombre era justo’, reconocía por su parte el centurión.
Aunque nos pudiera parecer un cuadro demasiado lleno de sombras por la pasión y muerte que en él estamos contemplando, sin embargo están brillando ya los destellos del Reino de Dios. Van apareciendo esas ráfagas de luz en gente compasiva y llena de misericordia en torno al camino de la cruz sin dejar de ver el fogonazo de luz que es el amor de Jesús que le llevó a tal entrega. Y digo destellos de luz porque por allá aparece como un destello el Cireneo que ayuda a llevar la cruz de Jesús hasta el Calvario. ¿Qué podría sentir aquel hombre en su interior, en principio cogido al azar en las calles de Jerusalén, al tomar sobre sus hombros lo que era la cruz de Cristo con todo su valor de amor y de redención?
Aparecen también las buenas mujeres de Jerusalén que lloran compasivas al paso de Jesús bajo el peso de la Cruz; algunas veces las hemos minusvalorado diciendo que eran las plañideras que lloran siempre por oficio, pero ¿por qué no podemos pensar que lloraban compadecidas de un justo condenado injustamente y llevado al lugar del suplicio? ‘No lloréis por mi, llorad por vosotras y vuestros hijos…’
Allí estuvo, por qué no pensarlo, algún soldado compasivo que le quería hacer beber un poco de vinagre como calmante de su sufrimiento y agonía. Y ya lo hemos mencionado, estaba el malhechor arrepentido, al que se le había movido el corazón a la conversión y pedía estar para siempre en el Reino con Jesús.
Estaban además aquellos ‘conocidos que se mantenían a distancia… y las mujeres que le habían seguido desde Galilea, que miraban atentamente donde lo ponían’ para preparar ungüentos y aromas para venir pasado el sábado a embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús, aunque luego ya ser lo encontrarían resucitado.
Y estaba finalmente José de Aritmatea, hombre bueno y justo, que pidió el cadáver de Jesús a Pilatos y facilitó la sábana y el lugar para la sepultura, ‘un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido colocado todavía’.
A través de este hermoso marco o portada que es el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor hemos echado una primera mirada a lo que vamos a encontrar y celebrar. Pero ahora tenemos que entrar, y entrar hasta el fondo, y meternos de lleno en la pasión de Jesús, mirando dónde está nuestro lugar, mirando también cómo vamos a hacer para que caiga sobre nosotros esa sangre redondora de Cristo.
Vamos ir impregnándonos de esos valores del Reino que tanto necesitamos meter en nuestra vida. Lecciones tenemos de donde aprender. Lo importante es que nos pongamos en camino en esta recta final que nos lleva hasta la Pascua. Y no querer ser espectadores que ven pasar un cortejo o contemplar un espectáculo. Es algo que tenemos que vivir intensamente para que al final brille la luz del triunfo de Cristo, la luz de su resurrección en nosotros.