sábado, 7 de agosto de 2010

¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?

Hab. 1. 12-2, 4;
Sal. 9;
Lc. 17, 14-19


‘Señor, ten compasión de mi hijo… se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo’. Acude aquel padre angustiado a Jesús, que baja del Tabor después de la Transfiguración. En la ausencia de Jesús había pedido a los discípulos que lo curara, pero no fueron capaces.
Hay una queja podríamos decir dolorosa de Jesús por la falta de fe. Se quejaría un día de la poca respuesta de Cafarnaún, lloraría sobre la ciudad de Jerusalén porque no le habían querido recibir ni aceptar, se queja cuando una y otra vez le piden signos y señales, se queja ahora dolorido por la falta de fe. ‘¡Gente sin fe y perversa! ¿hasta cuándo os tendré que soportar?’ Jesús, sin embargo, realiza el milagro.
Los discípulos se acercarán a preguntarle ‘¿Y por qué nosotros no pudimos echarlo?... por vuestra poca fe’, les responde Jesús. ‘Os aseguro que si vuestra fe fuera como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y os obedecería’. No es que necesitemos mover montañas, pero sí que necesitamos la fe y una fe firma y segura. No es que vayamos haciendo milagros por todas partes, pero sí necesitamos la fe como el alimento y el sentido profundo de nuestra vida.
En el día a día de nuestra vida que distintos seríamos con una fe firme e inquebrantable. Decimos, sí, que tenemos fe, que creemos, pero algunas veces en las actitudes y comportamientos pudiéramos aparentar que no tenemos fe, porque no son las actitudes y comportamientos de un creyente, de un cristiano, de un seguidor de Jesús.
Con nuestra fe ponemos toda nuestra confianza en Dios, pero esa fe nos hace actuar de una forma distinta en los diferentes momentos de nuestra vida. Esa fe nos recordará la presencia de Dios, que es recordarnos también lo que es la voluntad de Dios, que es tener presente en nuestra vida los mandamientos, los criterios morales por los que ha de regirse nuestra conducta.
Pero ya sabemos lo que sucede muchas veces la fe que decimos que tenemos va por un lado, pero nuestra vida va por otros derroteros. ¿Cómo se podría unir fe e injusticia? ¿Cómo se podría unir fe en Dios Amor y desamor, egoísmo y hasta odio hacia los demás? ¿Cómo se puede unir fe en el Dios de la vida y por otra parte no defender la vida del inocente permitiendo, por ejemplo, el aborto y todo tipo de violencias? ¿Cómo se puede unir fe en Dios y todo tipo de desórdenes morales y éticos? ¿Cómo podemos unir fe e insensibilidad ante el sufrimiento de los demás? Muchas preguntas tendríamos que hacernos en este sentido. ¿Se tendrá que quejar Jesús también de nuestra poca fe y de que la hemos alejado de nuestra vida?
La fe no será una atadura que coarte nuestra libertad y nuestra vida, pero sí nos dará la razón y el sentido de todo lo que hacemos, llevándonos a la más hermosa plenitud. La fe tiene que envolver toda nuestra vida igual que Dios con su inmensidad lo llena todo porque en El vivimos, somos y existimos. Estamos inmersos en Dios más que en el aire que respiramos, porque Dios en su inmensidad lo llena todo y, en consecuencia, la fe nos envuelve por dentro y por fuera toda nuestra vida.
Tenemos que cuidar nuestra fe. Tenemos que fortalecer nuestra fe. Tenemos que profundizar en nuestra fe para conocerla, para saber bien en lo que creemos, pero para saber también esa nueva vida a la que nos lleva nuestra fe.

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