lunes, 26 de julio de 2010

Queridos abuelos, gracias por cuanto de vosotros podemos aprender


Eclesiástico, 44, 1.10-15;
Sal. 131;
Mt. 13, 16-17


‘Alabemos a Joaquín y a Ana en su hija: en ella les dio el Señor la bendición de todos los pueblos’
. Estamos celebrando hoy en una misma fiesta a los padres de la Virgen María. No los conocemos por los evangelios, porque cuando se nos dan las genealogías de Jesús lo normal es que siguiera la línea del varón y por eso la ascendencia que se nos da es la de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, como se nos dice en una de ellas.
La liturgia recoge refiriéndolo a Joaquín y Ana, lo que se dice de aquellos ancianos venerables que ‘aguardaban el Consuelo de Israel y el Espíritu Santo moraba en ellos’, Simeón y Ana que estaban en el templo todo el tiempo sirviendo a Dios y esperando ver un día al Salvador, como recordamos de otro pasaje del evangelio.
No entramos en nuestra reflexión en tradiciones referidas a los padres de María, sobre todo lo que nos relatan algunas evangelios apócrifos, sino que simplemente queremos festejarlos y celebrar al Señor recordando cómo los saludaba san Juan Damasceno: ‘Joaquín y Ana ¡feliz pareja! La creación entera os es deudora; por vosotros ofreció ella al Creador el don más excelente entre todos los dones: una madre venerable, la única digna de Aquel que la creó’.
Siendo los padres de María es normal que los miremos como los abuelos de Jesús. Es por ello por lo que este día se convierte en día de los abuelos, que nosotros además en nuestros centros, hogar de ancianos y casa de acogida de mayores, queremos celebrar también con especial fervor y entusiasmo.
La liturgia de este día nos ofrece un hermoso texto en la primera lectura tomada del libro del Eclesiástico, que podemos decir que es un cántico a la ancianidad. ‘Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados…’ comenzaba el texto. ¿Cuál es el más hermoso recuerdo que podemos tener siempre de nuestros antepasados? Cuanto de bueno de ellos recibimos.
Algunas veces en el materialismo con que vivimos la vida parece como si lo único que nos preocupara es dejar unos bienes materiales o unas riquezas a los que siguen tras nosotros. Quizá cuando somos ya mayores nos ponemos a pensar qué es lo que realmente le habremos dejado a nuestros descendientes.
Que nos recuerden por lo bueno que le hayamos enseñado; que nos recuerden por la rectitud de nuestras vidas; que nos recuerden por esa palabra buena con la que en todo momento podemos aconsejarlos; que nos recuerden por nuestra paciencia y nuestro cariño, aunque no siempre seamos correspondidos, que nos recuerden por esa sabiduría de la vida que hemos ido adquiriendo con el paso de los años que quizá nos haya llevado también a profundizar en nuestra fe y en nuestras vivencias religiosas haciéndolas cada vez más auténticas.
Es la mejor herencia que podemos dejar, es por lo que realmente tendríamos que preocuparnos. Como decía el libro del Eclesiástico ‘su recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará; sepultados sus cuerpos en paz, vive su fama por generaciones; el pueblo cuanta su sabiduría, la asamblea pregona su alabanza’.
Claro, es cierto, que quienes vamos tras vosotros tendríamos que saber hacer un reconocimiento de cuanta riqueza humana y espiritual nos dejáis con el ejemplo de vuestras vidas. Es cierto que el mejor homenaje que podemos haceros es aprender tanta lección que nos ofrecéis con vuestra vida, pero también corresponder con nuestro cariño, nuestra escucha, nuestra atención y preocuparnos seriamente para que los últimos años de vuestra vida, después de tantos trabajos y luchas los podáis vivir en paz, siendo bien atendidos y asistidos sin que os falte lo necesario para una vida digna.
En nuestros hogares eso queremos ofreceros. Todos los que formamos esta familia es lo que queremos hacer con todo cariño por vosotros. Dad gracias al Señor que os ha dado esta posibilidad y este regalo de que tengáis aquí quien os quiera y quien os atienda para no sentiros nunca en soledad. Que san Joaquín y santa Ana, venerables ancianos y abuelos del Señor os protejan y os llenen de las bendiciones de Dios y a nosotros nos den la fuerza necesaria para poder atenderos y serviros con el mayor de los cariños. Gracias por cuanto de vosotros podemos aprender.

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