jueves, 22 de julio de 2010

¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?


2Cor. 5, 14-17;
Sal. 62;
Jn. 20, 1-2.11-18

‘¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja’. Así le pregunta a María Magdalena el hermoso himno de la secuencia de pascua cuyo versículo hoy ha entresacado la liturgia en la aclamación del aleluya del Evangelio.
Celebramos a santa María Magdalena. Allí junto a la cruz estaba con María, la madre de Jesús y otras mujeres, sería la última quizá en abandonar el lugar de la sepultura porque ‘las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea, lo iban observando todo de cerca y se fijaron en el sepulcro y en el modo en que habían colocado el cadáver; después volvieron y prepararon aromas y ungüento’, para la mañana del primer día de la semana y ‘el sábado descansaban, según el precepto’.
Ahora había sido la primera, como nos narra Juan, en acercarse ‘al sepulcro al amanecer cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro’. Grande era su dolor como grande había sido su amor. Había llorado sus pecados y el Señor había expulsado siete demonios de ella, como nos narra el evangelio de Marcos. Había seguido a Jesús desde Galilea y había sido testigo de su muerte en la cruz porque tuvo la valentía de acercarse hasta el calvario y hasta el pie de la cruz. Ahora iba a ser la primer testigo y misionera de la resurrección.
Hemos escuchado el relato en el evangelio. ‘¿Por qué lloras?’ Lloraba de amor y lloraba porque no sabía ni qué habían hecho con el cuerpo de su Señor. ‘Si tú te lo has llevado, dímelo donde lo has puesto y yo lo recogeré’. Sus lágrimas cegaban sus ojos y no fue capaz de reconocerlo. ¿Era el encargado del huerto? Basta una palabra para que sus oscuridades se disipen. ‘¡María!’ La llamaba por su nombre. Qué bien conocía su voz. ‘¡Maestro!’
El Señor que la llamaba por su nombre. El Señor que nos llama también tantas veces por nuestro nombre. ¿Reconoceremos su voz? ¿Cuánto es el amor que le tenemos? ¿No nos ha perdonado El también tantas veces y nos ha arrancado de las garras del mal? ¿Por qué nos cuesta reconocer su voz? Es cierto que nuestros ojos están turbios, si no por las lágrimas del arrepentimiento y del dolor como Magdalena, muchas veces porque los hemos cegados prefiriendo las tinieblas a la luz. ¿No necesitaremos que crezca más y más nuestro amor reconociendo cuánto ha hecho por nosotros?
Que seamos capaces de ver la luz de Cristo resucitado. Que se despierte nuestra fe, que explosione nuestro corazón de amor, como María Magdalena. Es el mensaje, es la lección que hoy debemos de tomar de María Magdalena, para que sigamos al Señor con toda valentía; para que como Magdalena nos convirtamos también en sus testigos y en sus misioneros. ‘Ve y dile a mis hermanos…’, le encarga Jesús que trasmita el mensaje, la noticia. ‘Y María Magdalena fue y anunció a los discípulos: He visto al Señor y me ha dicho esto’.
Pedimos hoy con la liturgia que con la intercesión de María Magdalena que tuvo la misión de anunciar a los discípulos la alegría pascual, así también nosotros tengamos la dicha de anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día glorioso en el Reino de los cielos. No necesitamos ir ya nosotros al sepulcro porque sabemos que está vacío. Desde María Magdalena, la primer testigo y misionera, junto con los apóstoles y toda la fe de la Iglesia tenemos la certeza de que Cristo está resucitado. Allá en lo hondo de nuestro corazón también nosotros lo sentimos vivo. Y también nosotros tenemos que ser testigos y misioneros. Que resplandezca nuestra vida de testigos para que al resplandor de esa luz muchos lleguen también hasta Jesús.

1 comentario:

  1. Escribo mi comentario con la vista nublada por las lágrimas, fruto de la emoción que me ha causado esta lectura. Veo que la publicaron para el domingo de resurrección del año pasado, pero en este domingo de resurrección del 2011, en cualquier parte del mundo, sigue vigente, pues Nuestro Señor renueva en nosotros esa alegría de su resurrección todos los años y, en muchos casos, aún cuando no lo estamos esperando. Doy testimonio de sentir plenamente su amor y la felicidad que da el conocerlo, con la responsabilidad que tenemos de anunciarlo a otros como María Magdalena lo hizo en su momento.

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