martes, 29 de junio de 2010

Pedro y Pablo, fundamentos de nuestra fe cristiana


Hechos, 12, 1-11;
Sal. 33;
2Tim. 4, 6-8.17-18;
Mt. 16, 13-19

Llenos de alegría celebramos la fiesta de los santos Apóstoles san Pedro y san Pablo que Cristo quiso darnos como fundamento de nuestra fe cristiana, como lo expresábamos en la oración litúrgica de este día. Los dos, por caminos diversos, congregaron a la Iglesia de Cristo, a los dos celebra hoy la Iglesia con una misma veneración.
Popularmente siempre pensamos en este día sólo como el día de san Pedro, pero la liturgia de la Iglesia quiere celebrar en una misma fiesta la solemnidad de estos dos santos, san Pedro y san Pablo. Columnas fundamentales de la Iglesia, de nuestra fe cristiana.
A uno, Pedro, Cristo confió el primado de la Iglesia, como hoy mismo lo hemos escuchado en el evangelio cuando le dice ‘tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré la Iglesia’. El otro, Pablo, fue elegido de manera especial como le dice el Señor a Ananías de Damasco a la hora de la conversión de Pablo: ‘Este es un instrumento elegido para llevar mi nombre a todas las naciones’. Y ya conocemos la intensidad de su vida apostólica y todo lo que significó en la predicación del evangelio sobre todo a los gentiles.
No vamos a extendernos en esta breve reflexión en hacer amplias reseñas de la vida de ambos, que ya a través del año litúrgico en la proclamación de la Palabra se nos habla ampliamente de ellos. Podríamos resaltar la fe intrépida de ambos, su amor a Cristo tanto en Pedro como en Pablo, que le llevará a uno a querer ser el primero siempre en el seguimiento de Jesús hasta estar dispuesto a dar su vida por Jesús –‘estoy dispuesto a dar mi vida por ti’ le dice en la misma cena pascual -, como al otro a una unión tan profunda con Cristo que le haga decir ‘ya no vivo yo, sino que es Cristo que vive en mí’.
Siempre que celebramos la fiesta de cualquiera de los apóstoles una cosa que resaltamos es su profundo sentido eclesial, puesto que nuestra fe es apostólica porque se fundamenta en la fe que nos trasmitieron los apóstoles. Con cuánta más razón podemos y tenemos que decirlo en la fiesta de san Pedro y san Pablo, porque, como decíamos al principio y expresa la misma liturgia, ellos son fundamento de nuestra fe cristiana, sobre esa fe trasmitida por ellos se apoya y fundamenta toda la fe de la Iglesia.
Por eso, en este sentido eclesial, en esta fiesta celebramos también el Día del Papa. Una oportunidad para expresar y vivir intensamente nuestra comunión eclesial con toda la Iglesia, con todos los creyentes en Jesús; en la liturgia expresamos y pedimos que alcancemos ‘la gracia de vivir de tal modo en tu Iglesia que, perseverando en la fracción del pan y en la doctrina de los apóstoles, tengamos un solo corazón y una sola alma arraigados firmemente en tu amor’. Pero comunión eclesial porque toda la Iglesia, porque todos los creyentes en Jesús nos queremos sentir en comunión profunda con el Papa, sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra.
La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, que hoy hemos escuchado nos manifiesta cómo el Señor se hace presente en la vida de la Iglesia para preservarla de todo peligro y liberarla de todo mal. Vemos cómo el ángel del Señor liberó de sus cadenas al apóstol Pedro que estaba en la cárcel. ‘Es verdad, reconoce él cuando se ve libre, el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos’.
Pero el texto sagrado nos manifiesta también algo hermoso en esa Iglesia orante mientras el apóstol está en la cárcel. ‘Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente por él’. En ese sentido de comunión eclesial que hemos de vivir y de comunión con el Papa, ahí tiene que estar ese apoyo de la Iglesia, de toda la Iglesia, con su oración a los pastores, al Papa. Es algo que necesita la Iglesia, que necesita el Papa, en este momento, como en cualquier momento de la historia, porque cada momento tiene sus dificultades y sus problemas. Es necesaria esa oración de la Iglesia. Es importante. Es fundamental. Pero no hemos de temer porque el Señor prometió su asistencia, su presencia, la fuerza de su Espíritu. Cuando da a Pedro el poder de las llaves porque ‘sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’, continúa diciéndole ‘y el poder del infierno no la derrotará’.
Pablo también en el texto de la carta que hoy hemos escuchado manifiesta algo así. ‘El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje… El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo’. Así nos tenemos que sentir seguros en el Señor. ‘El Señor me libró de todas mis ansias’, decíamos en el salmo, porque ‘el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege’.
Vivamos, pues, esta celebración y esta solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo tan importante en la vida de la Iglesia. Vivámosla con ese sentido eclesial del que hemos hablado. Pero que nos mueva también a crecer en nuestra fe, en nuestro amor, en nuestro seguimiento gozoso y valiente del Señor Jesús como Pedro, como Pablo. ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir si tu tienes palabras de vida eterna’, diremos como Pedro y en Jesús ponemos toda nuestra fe y nuestra confianza. ‘Te seguiré y estoy dispuesto a dar la vida por ti’, tenemos también que decirle no fiándonos de nuestras fuerzas sino sintiéndonos fortalecidos en el Espíritu del Señor.
Y que sea tan grande nuestra unión con Cristo por el amor que le tenemos y porque nos dejamos inundar por su vida que ya no vivamos por nosotros mismos sino por el Señor. ‘Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí’, como decía Pablo. Para eso nos da la fuerza de su Espíritu que nos configura con Cristo para llenarnos de la vida divina y hacernos hijos de Dios.

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