lunes, 3 de mayo de 2010

La fiesta de los apóstoles señala a la Iglesia como signo de santidad y como camino hacia Jesús


1Cor. 15, 1-8;
Sal. 18;
Jn. 14, 6-14


‘Has cimentado tu Iglesia sobre la roca de los apóstoles, para que permanezca en el mundo como signo de santidad y señale a todos los hombres el camino que nos lleva hacia ti’. Así proclamamos en uno de los prefacios de los apóstoles y nos manifiesta bien el sentido hermoso que tiene para los cristianos, para la Iglesia la celebración de la fiesta de cualquiera de los apóstoles. En el prefacio manifestamos además el gran motivo de nuestra acción de gracias en Jesús en cualquiera de las celebraciones. Cuánto más en la celebración de algunos de los apóstoles como nos sucede hoy al celebrar a san Felipe y Santiago el Menor.
Por otra parte en la oración hemos pedido que ‘con su intercesión, podamos participar en la muerte y en la resurrección de tu Hijo (de Jesús) para que merezcamos llegar a contemplar en el cielo el esplendor de tu gloria (de la gloria de Dios)’. Y es que la Iglesia tiene que ser signo de la gloria de Dios en medio de los hombres, signo de la santidad de Dios que hemos de saber copiar e imitar en nuestra vida.
Es importante para la Iglesia, para los cristianos la celebración de las fiestas de los Apóstoles, aunque de algunos de ellos tengamos poco conocimiento de por donde transcurrió su misión apostólica una vez que se dispersaron por todo el mundo, siguiendo el mandato de Cristo, para anunciar la Buena Noticia de Jesús a todos los hombres.
Pero somos Iglesia apostólica en una de sus características principales y sobre la roca de los Apóstoles, de Pedro y de todo el colegio apostólico está cimentada la Iglesia, fundamentada nuestra fe. Esa fe en Jesús que nos trasmitieron los apóstoles, los primeros testigos de Cristo, de su vida, de su muerte y de su resurrección. Sin ese testimonio apostólico nuestra fe en Jesús, podríamos decir, se hubiera quedado coja, porque ellos son los primeros testigos, y los que escucharon de labios del Maestro el mandato de llevar la Buena Noticia del Evangelio a todo el mundo. Con los Apóstoles y como los apóstoles la Iglesia, nosotros hemos de señalar a los hombres el camino que lleva a Jesús.
En la primera lectura, de la primera carta a los Corintios, hemos escuchado esa proclamación de fe en Jesús, muerto y resucitado, que nos hace Pablo. Y precisamente en los testigos de la resurrección, aquellos a los que se manifestó Cristo resucitado, hace especial hincapié a la hora de proclamarnos su fe. Quizá la liturgia haya escogido este texto de manera especial por la referencia a Santiago a quien también se le apareció Jesús resucitado de manera especial, que podría ser este Santiago, hijo de Alfeo que hoy estamos celebrando.
El evangelio – lo escuchamos hace un par de días – nos hace referencia también al otro apóstol a quien hoy celebramos, Felipe, por la pregunta que hace a Jesús: ‘Muéstranos al Padre y nos basta’. Hubiéramos podido recordar que a Felipe lo llama Jesús de forma directa como se nos narra al principio del evangelio de Juan, pero que pronto Felipe se convertirá en misionero de Jesús porque traerá a Natanael hasta Jesús. ‘Aquel de quien hablaron Moisés y los profetas lo hemos encontrado… ven y verás’. Pero podríamos recordar también que junto a Andrés hará de intermediario para que unos griegos, unos gentiles lleguen hasta Jesús a quien quieren conocer.
Podemos aquí encontrar un mensaje. Conocemos a Jesús y queremos seguirle, pero hemos de hablar de Jesús a los demás, hemos de convertirnos en apóstoles y misioneros. Que el Espíritu del Señor nos dé ese arrojo y esa valentía para hablar de Jesús a los demás. Pero también en la respuesta-queja de Jesús cuando Felipe le pide que le muestre al Padre, que eso será suficiente, que Jesús le dirá. ‘Tanto tiempo que estoy con vosotros y aún no me conoces’. Que nuestro estar al lado de Jesús nos haga conocerle más y más. Que crezca nuestro amor, nuestros deseos de estar con El, pero que le conozcamos y nos llenemos de su vida, para que luego podamos trasmitir a los demás lo que nosotros hemos vivido, aquello de lo que estamos llenos, que es de la vida de Jesús.

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