domingo, 11 de abril de 2010

Vivamos con las puertas abiertas porque tenemos a Jesús resucitado


Hechos, 5, 12-16;
Sal. 117;
Apoc. 1, 9-13.17-19;
Jn. 20, 19-31

A los ocho días estamos reunidos de nuevo. Seguimos sintiendo viva en nosotros la presencia del Señor resucitado. También nosotros nos llenamos de alegría al ver al Señor, al encontrarnos con el Señor, al sentir viva en nosotros la presencia del Cristo resucitado. No se ha acabado para nosotros la intensidad con que celebramos la fiesta de la Pascua del Señor. Así queremos vivir y estamos viviendo, lo hemos vivido a través de toda esta semana, la octava de la Pascua.
La Palabra de Dios proclamada en este segundo domingo de Pascua a esto nos ayuda. En el evangelio las apariciones de Jesús a los discípulos reunidos en el Cenáculo el mismo primer día de la semana y ocho días después cuando ya está Tomás con ellos. Lo mismo nos ayuda el testimonio de la vivencia y del crecimiento de aquella primera comunidad de Jerusalén como nos relatan los Hechos de los Apóstoles. Igualmente la figura que se nos presenta en el Apocalipsis, imagen de Cristo resucitado: ‘me volví a ver quien me hablaba y al volverme, vi siete lámparas de oro, y en medio una firma humana, vestida de larga túnica con un cinturón de oro a la altura del pecho…Yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos…’
Muchas cosas podemos concluir de los textos de la Palabra proclama que nos ayuden en la propia celebración y para el crecimiento y maduración de nuestra fe personal y de la vivencia de todos como comunidad cristiana. Destaquemos algunas cosas e interroguémonos también por dentro.
La primera, la paz. ‘Paz a vosotros’, es el saludo del Señor resucitado. Por tres veces aparece dicho saludo en el texto del evangelio de hoy. Frente al temor y a las dudas, la paz; frente a aquello que nos tiene rotos por dentro, nuestro pecado y nuestro desamor, la paz. La paz de la seguridad y la confianza que nacen de la presencia del Señor resucitado. La paz de quien se siente amado y perdonado. La paz del que en Cristo encuentra esa armonía interior, pero que será creadora también de comunión y nueva fraternidad con los demás. La paz de quien se siente seguro en el Señor y convencido de ello quiere comunicarlo y compartirlo con los demás.
‘Hemos visto al Señor’, le comunican inmediatamente los que se habían encontrado con el Señor al ausente Tomás. Pero en Tomás siguen las dudas, se seguía sintiendo turbado e inseguro por dentro porque aún no se había encontrado con el Señor. Pide pruebas que no son otra cosa que buscar apoyos donde afianzarse en sus inseguridades. Cuando se encuentre con el Señor, a los ocho días, ya no necesitará las pruebas, recobrará la fe y la paz. ‘¡Señor mío y Dios mío!’ es su exclamación y profesión de fe.
Es importante esta experiencia de encuentro vivo con el Señor. Algunas veces nos puede faltar a nosotros y vienen también nuestras dudas, inseguridades, turbaciones frente a cualquier problema o cosa extraña que nos pueda suceder. Por eso tenemos que cuidar mucho la forma cómo vivimos nuestras celebraciones alejando rutinas y frialdades, no dejándonos llevar por la tibieza. Importante que nuestros momentos de oración no se reduzcan a un recitar o repetir fórmulas de oración. Necesario siempre ese primer acto de fe para sentirnos en la presencia del Señor. ¡Qué distinto sería todo!
Cuando uno escucha los relatos de los Hechos de los Apóstoles ve la intensidad con que vivían aquellos primeros creyentes en Jesús y cómo crecía más y más el número de los que se adherían a la fe, no puede menos que tener también una mirada a nuestra situación actual, el hoy de nuestra iglesia y nuestras comunidades. Y surge la pregunta: ¿Qué signos y señales tenemos que dar los cristianos hoy para que aumente también, como en aquellas primera comunidades, el número de los creyentes?
‘Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo’, dice el texto de los Hechos de los Apóstoles. ‘Los fieles se reunían de común acuerdo…, traían a los enfermos y a cuantos sufrían a los pies de los apóstoles, acudiendo de todas partes… y crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor’.
Signos y prodigios, valentía para anunciar el nombre de Jesús a todos y en toda ocasión y se reunían de común acuerdo, y vivían una especial comunión entre todos los que creían en Jesús, como se nos manifiesta en otros textos también de los Hechos de los Apóstoles. Ya se habían abierto aquellas puertas en principio cerradas por miedo a los judíos. Se habían acabado las dudas y los temores. Tenían la certeza y la seguridad de la presencia del Señor resucitado.
¿Es así cómo nosotros lo vivimos? ¿o permaneceremos aún acobardados, con muchas puertas cerradas o encerrados en nosotros mismos porque muchas veces nos encontramos un mundo adverso? Ya sabemos que los momentos en que vivimos no son fáciles ni demasiado brillante quizá y que el mundo y las fuerzas del mal se valdrán de los que sea para oscurecer la labor de la Iglesia y acallar el mensaje de vida que en nombre del evangelio queremos proclamar. Cuántas cosas adversas.
Tenemos que sentirnos seguros de nuestra fe en Cristo resucitado. No nos faltará nunca su presencia ni la fuerza de su Espíritu que es el que en verdad guía la vida de la Iglesia. A través de la historia no han faltado momentos oscuros y difíciles pero no ha faltado tampoco la asistencia del Espíritu Santo que a pesar de todo ha mantenido incólume a la Iglesia. ‘El poder del abismo no la hará perecer’, le prometió Jesús a Pedro cuando lo hizo piedra sobre la que edificar la Iglesia.
Demos signos y señales con nuestra fe y con nuestro amor. La Iglesia, hemos de reconocer, sigue haciendo prodigios de amor a través de tantas personas fieles y santas y a través de tantas obras de amor que se siguen realizando. Tengamos confianza. Tenemos que ser luz con nuestra fe y con nuestras obras de amor. Y Jesús nos enseña en el evangelio que la luz hay que ponerla en alto para que ilumine. ‘Vean los hombres vuestras buenas obras para que den gloria al Padre del cielo’.
Vivamos ya con las puertas abiertas porque tenemos con nosotros a Jesús resucitado. Puertas abiertas de nuestro corazón para acoger a todos; puertas abiertas que nos pongan en camino para ir a llevar ese anuncio de Jesús a los demás, para anunciar el perdón y la paz, para ir a hacer un hombre nuevo y un mundo nuevo. ‘Hemos visto al Señor’, como le decían a Tomás. Es el anuncio que tenemos que hacer.
El evangelio que hemos escuchado termina diciéndonos que todo esto ‘se ha escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre’. Pedíamos en la oración que se reanimara la fe de la Iglesia con estas fiestas pascuales. Que crezca así nuestra fe y nos llenemos de vida y de paz; que sepamos también trasmitir esa fe para que el mundo crea que Jesús es el Hijo de Dios y, creyendo, tengan también vida en su nombre.

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