sábado, 6 de marzo de 2010

Un retrato de nuestros vacíos pero también del encuentro con la plenitud del amor


Miq. 7, 14-15.18-20;
Sal. 102;
Lc. 15, 1-3.11-32


Celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado. Y comenzaron el banquete’. Es la alegría y la fiesta en la vuelta del hijo pródigo. Es la alegría y la fiesta del corazón lleno de amor de un padre hacia un hijo perdido y que ha vuelto.
Es una de las parábolas más hermosas del evangelio. Si cuando escuchábamos ayer la parábola de la viña y los viñadores hablábamos de la historia de amor de Dios sobre nuestra vida, hoy me atrevo a decir que esta parábola es un retrato fiel de nuestra búsqueda y de nuestra huída, de nuestros vacíos y nuestras oscuridades, de nuestros caminos de soledad y hastío y del encuentro con la desnudez de nuestra vida rota y sin sentido, el retrato, finalmente, del encuentro con la plenitud del amor.
Quiere el hijo vivir su vida. ‘Padre, dame la parte que me toca de mi fortuna…’ Corre loco en búsqueda de libertad y de loca felicidad. ‘No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente’. El quería andar por su camino y sólo el suyo, pero se confundió y erró la dirección.
¿Qué es lo que se encontró? El vacío y la desnudez de su vida. ‘Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad’. Comenzó la oscuridad de su vida. Había huido pensando que iba a encontrar la felicidad y se encontró con la peor de las tristezas. Se encontró con su vida rota y ahora que estaba vacío de todo interiormente nada encontraba que pudiera llenarlo. No era sólo llenar el estómago, aunque deseara comer las algarrobas que comían los cerdos. Era la miseria y el silencio de su soledad.
En la noche oscura, sin embargo, siempre aparece una luz que te hace desear lo mejor, aunque desesperado no parece terminar de encontrarla. Será el recuerdo de lo perdido. ‘Cuantos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre…’ Será el deseo de algo que le llene por dentro sus vacíos. ‘Trátame, al menos, como a uno de tus jornaleros’.
Algo le mueve a levantarse y a comenzar la búsqueda de la verdad de su vida. ¿Dónde encontrarla? El padre le espera, aunque todavía su corazón está lleno de miedos. ‘Sí, me levantaré, me pondré en camino a donde está mi padre…’ En el fondo le queda algo de confianza de poder ocupar un lugar, aunque sea pequeñito. ‘Se puso en camino adonde estaba su padre’.
Lleva la lección bien aprendida de lo que tiene que decirle a su padre. ‘He pecado contra el cielo y contra ti. No merezco llamarme hijo tuyo…’ Pero el padre no está para los discursos sino para los besos y los abrazos. ‘El padre lo vio y se conmovió y echando a correr se le echó al cuello y se puso a besarlo’.
Va a encontrar la alegría verdadera de sentirse amado y perdonado; va a encontrar la fiesta de la felicidad verdadera, de la que nunca se querrá ya apartar. Comenzó la fiesta del perdón, del amor y de la vida.
Andamos confundidos en nuestras búsquedas y queremos andar nuestros caminos, caminos que muchas veces nos llevan también al vacío y a la desdicha. Son duras y tremendas las soledades que nos quedan en el alma.
Seamos capaces de pararnos, de detenernos, de levantarnos, de ponernos en camino hacia los brazos del padre. Los pies y los brazos del padre que nos buscan y nos ofrecen el abrazo del perdón y la vida son más veloces que nuestros pasos. Cuando nosotros aún temblorosos queremos iniciar el camino ya aquellos pasos corren hacia nosotros y ya esos brazos nos están rodeando en un abrazo de amor. Así es el amor y la misericordia de Dios que es nuestro Padre.
Dejémonos alcanzar, abrazar, amar por un amor tan grande que es infinito como infinito es el corazón de Dios. Todo será distinto.

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