jueves, 25 de marzo de 2010

Un agua que calma nuestra sed para siempre

Un agua que calma nuestra sed para siempre
la samaritana que va al pozo de Jacob nos enseña a buscar el agua que calme nuestra sed (Jn. 4, 5-42)


Los encuentros con Jesús son siempre encuentros para la vida y la salvación. En esta recta final de la Cuaresma queremos intensificar nuestra preparación para la Pascua para que podamos vivir con toda intensidad todo el misterio que vamos a celebrar, aunque durante toda la cuaresma hemos venido preparándonos con la celebración de cada día y los demás actos piadosos y penitenciales que hemos ido realizando.
Vamos a hacernos tres reflexiones en estos días dejándonos guiar por el evangelio, como no podía ser de otra manera. Nos valdremos de tres textos evangélicos que han sido siempre fundamentales en el camino de la cuaresma y lo que en la Iglesia fue siempre la catequesis cuaresmal que preparaba a los cristianos para el triduo pascual. Son los evangelios que leemos en los tres últimos domingos en el ciclo A de la liturgia cuaresmal.
Son encuentros con Jesús en donde nos sale al encuentro y es lo que hemos de tener muy presente, porque no es simplemente lo que yo pueda ofreceros con mis reflexiones, sino lo que hondamente podemos experimentar ustedes y yo en estos encuentros con Jesús.
Camina Jesús desde Judea a Galilea atravesando Samaria y se detiene junto al pozo de Jacob a descansar mientras los discípulos van a comprar comida en la ciudad cercana. Jesús quiere quedarse allí porque quería salir al encuentro de la mujer que viniera a buscar agua al pozo.
La mujer viene hasta el pozo, pero es Jesús quien provoca el encuentro. No era normal que un judío hablase con un samaritano, o que un hombre hablase con una mujer en un descampado. La conversación surge como lo más normal. ‘Dame de beber’. Jesús sediento del camino pide un poco de agua que calme su sed. Pero no era sólo la sed física la que Jesús llevaba dentro de sí. ‘Tengo sed’, gritaría también desde la cruz en medio del tormento de su pasión. Entonces rehusará los calmantes que puedan ofrecerle, porque es otra la sed más importante en estos momentos y en aquellos. Jesús tiene sed del alma de aquella mujer que se acerca por allí.
Ya sabemos cómo siguió la conversación con las reticencias de la mujer, pero sobre todo con el ofrecimiento que hace Jesús. ‘Si supieras quién es el que te pide de beber me pedirías tú a mí y te daría un agua viva… el pozo es hondo y no tienes con qué sacar el agua cómo puedes darme agua viva… el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed…’
¿Tenemos sed? ¿Queremos saciar nuestra sed para siempre? No se trata ya del agua de cualquier pozo, ni es agua que calme la sed de nuestros cuerpos. ¿Habrá otra inquietud más honda en nuestro corazón? Siempre hay preguntas dentro de nosotros que nos callamos a veces, o no queremos que otros sepan de las inquietudes que podamos tener dentro de nosotros mismos. Parecen ser secretos bien guardados que a nadie queremos dejar traslucir. Otras veces, sin embargo, salen a flote esas preocupaciones de diverso tipo que hay dentro de nosotros.
Si nos fijamos en todo este texto del encuentro de la mujer samaritana con Jesús vemos cómo irán aflorando poco a poco diversas cuestiones e inquietudes que había en el corazón de aquella mujer. Tan seca y distante en un principio, poco a poco irá abriendo su corazón. Serán preocupaciones materiales que pasan por tener que ir todos los días a la fuente a buscar agua, o serán otras preocupaciones surgidas quizá de una vida desordenada e irregular – cuántas frustraciones podía haber en el corazón de aquella mujer que tantos maridos había tenido -, o serán otros interrogantes más hondos en su vida religiosa y de relación con Dios, o en la esperanza que todo judío tenía en la expectativa de la pronta llegada del Mesías.
Todo fue surgiendo en aquel encuentro de una forma que parecía de lo más normal. Se sentía a gusto aquella mujer en su encuentro con Jesús a pesar de los primeros momentos llenos de suspicacias y desconfianzas. Pero es que cuando nos ponemos con sinceridad delante de Jesús poco a poco se nos va desnudando el alma y ante Jesús nada podemos callar o dejar oculto.
Es como hemos de sentirnos nosotros ahora, a gusto con Jesús, dejando que El nos hable al corazón y abriendo también las puertas de toda nuestra vida para nuestro encuentro con El, para que El llegue y se posesione de nuestra casa, de nuestra vida. También dentro de nosotros tenemos problemas, preocupaciones, interrogantes, ilusiones. Necesitamos la Palabra clarificadora de Jesús, que su luz nos ilumine.
Preocupaciones en lo que es la vida de cada día con sus problemas. Pueden ser nuestras soledades o nuestras limitaciones; pueden ser los achaques y los problemas de salud que van apareciendo con los años; pueden ser los problemas que nos preocupan de nuestras familias; puede ser la persona que está a nuestro lado y con quien convivimos… Como la samaritana que andaba preocupada porque cada día tenía que venir a buscar agua al pozo de Jacob.
Pero ¿sabéis una cosa? Porque fue al pozo de Jacob a buscar agua se encontró con Jesús. Pensemos que en esa preocupación y problema, en esa persona que está a nuestro lado podemos encontrarnos con Jesús; en ellos viene Jesús a nuestro encuentro. Hemos de saber descubrirlo, verlo, sentirlo. Pidamos que se abran los ojos de nuestra fe. La samaritana al principio sólo veía en Jesús un judío cuya presencia de alguna manera le importunaba desde lo mal que se llevaban judíos y samaritanos. Terminará diciendo que en Jesús hay algo de Dios porque le reconoce en un momento al menos como un profeta.
Pero aquel encuentro sirvió para algo más. Saldrían a flote otros problemas del interior y de la vida de aquella mujer. Aparecerá lo irregular de su vida en el plano moral. ‘Vete a casa y llama a tu marido… no tengo marido… es verdad, has tenido cinco y con el que ahora vives no es tu marido…’ Problemas que están ahí y que necesitarán una luz que los clarifique.
Si con sinceridad nos ponemos ante Dios, como ahora queremos hacerlo, miraremos lo hondo de nuestra vida y nos daremos cuenta de las cosas que no marchan bien, allí donde nos falla la fidelidad al Señor, y donde todo no es recto ni bueno. No rehuyamos esa mirada de Jesús a nuestro corazón. Porque no es sólo nuestra mirada, sino que es la mirada de Jesús. No cerremos los ojos para no querer reconocer la verdad de nuestra realidad. Aquella mujer diría más tarde a sus convecinos ‘me ha dicho todo lo que he hecho’. No temamos mirar nuestra vida con los ojos de Dios. No perdamos la paz. Porque la mirada de Jesús es siempre una mirada misericordiosa. Ya lo seguiremos reflexionando. No nos cerremos a esta gracia del Señor, sino dejémonos transformar por El.
Habrá también otras inquietudes e interrogantes. No sabemos a veces que hacer algunas veces con nuestra fe. Nos llenamos de dudas. A veces no queremos complicarnos mucho y solamente nos dejamos llevar, porque esto siempre ha sido así, porque es algo que hay que hacer; bueno, eso es lo que nos enseñaron y simplemente creo porque me lo enseñaron así mis padres… pero no nos hacemos otros planteamientos más hondos para profundizar en esa fe, para hacerla crecer y madurar, para llevarla a un convencimiento profundo que implique de verdad toda mi vida.
La mujer samaritana tenía también sus dudas, si había que adorar a Dios en el monte Garizin que estaba allá cerca en Samaria como los samaritanos habían hecho desde hacía mucho tiempo o si el templo verdadero era el de Jerusalén como decían los judíos. En un momento de su historia Israel y Judá se habían separado y enfrentado constituyendo reinos distintos y eso implicaba también el culto a Yavé. Es lo que ahora plantea aquella mujer. ‘Llega la hora, le dice Jesús, en que los que rindan verdadero culto al Padre, lo harán en espíritu y verdad…’
Ya nos está descubriendo la verdadera hondura del culto que hemos de darle a Dios. Además no dice simplemente culto o adoración, sino que ya nos está descubriendo algo hermoso, le llama Padre, ‘verdadero culto al Padre’. Una nueva relación con Dios, un culto más hondo y más auténtico, un culto que va a surgir desde el amor. Porque a Dios ya lo miramos de una manera distinta. Es el Padre bueno que nos ama, y al que tenemos que amar en verdad sobre todas las cosas.
Nos surgirán dudas en nuestro interior, se nos plantean problemas en cosas que muchas veces no acabamos de entender. Una cosa es importante, miramos a Dios con una nueva mirada, la mirada de los hijos al Padre. Dios es el Padre bueno que nos ama, como ya hemos dicho y repetido. En su amor nos ha entregado a su Hijo, a Jesús. por eso en cada momento de la vida, incluso en los momentos difíciles tenemos esa mirada distinta hacia Dios porque sabemos que es nuestro Padre, sabemos que nos ama, que no nos abandona ni nos deja solos; que está ahí a nuestro lado llevándonos sobre las palmas de sus manos. Con una mirada así, sintiéndonos amados de Dios, nuestra vida tendrá que ser distinta, la respuesta de nuestra fe ha de ser siempre una respuesta llena de amor.
Es lo que vamos a intentar hacer estos días. Dejemos que esa mirada de Dios llegue sobre nosotros. Con los ojos de Dios veremos las cosas distintas, nos sentiremos impulsados a dar pasos para ir a su encuentro. El viene a nosotros. No podemos desaprovechar esta oportunidad. Es una gracia del Señor que no podemos perder.
Busquemos momentos de silencio y soledad. Repasemos este encuentro de la samaritana con Jesús y pongámonos nosotros en su lugar. Escuchemos las palabras de Jesús como dirigidas directamente a nosotros. Y hablémosle. Démosle respuesta. Dejémonos conducir de su mano hacia la Pascua. El nos dará el agua viva que calma nuestra sed para siempre.

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