viernes, 19 de marzo de 2010

San José, el esposo de Maria, y el misterio de Cristo


Celebramos con gozo la solemnidad de San José, fiesta tan importante para nosotros los cristianos, que la liturgia hace incluso como un paréntesis en el camino cuaresmal para celebrar la solemnidad de este día. Es el Esposo de María, la Madre del Señor. Es aquel que fue escogido por Dios para ocupar un lugar muy importante, ser el padre de familia, en aquel hogar en el que iba nacer como hombre el Hijo de Dios, y en el que iba a crecer y madurar como hombre quien venia a ser nuestro salvación. Le pondrás por nombre Jesús, le había dicho el ángel, porque Él salvará a todos de sus pecados.
Por eso cuando celebramos la fiesta de san José, como por supuesto tenemos que hacerlo con todos los santos, lo hacemos contemplándolo y celebrándolo dentro del misterio de Cristo. Su vida, su santidad tendrá siempre como eje y fundamento a Cristo a quien sirvió desde esa función de padre de familias en el hogar de Nazaret. Misión donde no solo vemos extremadamente su responsabilidad, sino donde le vemos brillar por su fe y su esperanza.
Brilla su fe y su esperanza en el hombre que vemos siempre abierto a Dios, a su voluntad, para realizarla en su vida, para darle culto, para sentir su presencia y orientación en el camino de su existir. De las pocas cosas que nos dice el Evangelio de José algo que se resalta y repite es su saber escuchar a Dios. Frente a las incertidumbres que llenaron de sombras su vida en distintos momentos, siempre estuvo atento al actuar de Dios. El ángel que en sueños le dice que lleve a María su mujer a su casa y que el hijo de sus entrañas es el Hijo del Altísimo, o el ángel que le lleva a Egipto primero y luego a Nazaret, son las manifestaciones de ese actuar de Dios en su vida, pero también de esa su apertura a Dios para dejarse guiar dócilmente por El.
Y se dejó guiar por Dios aunque quizás las razones humanas pudieran llevarlo por otros caminos, por eso la liturgia le aplica hoy con la Palabra de Dios que se ha proclamado, como, a la manera de Abraham creyó y esperó contra toda esperaza. Sus esperanzas y su fe no eran humanas. Su apoyo y fortaleza estaba en el Señor.
Mencionábamos antes también su santidad vivida en la responsabilidad de su función de padre de familias en aquel hogar de Nazaret. Allí donde Dios quiso tenerlo. Allí donde tenia que realizar una función educadora en lo humano, nada menos que con el Hijo de Dios hecho hombre. Le vemos cuidar de El en Belén, en Egipto, en Nazaret. Le vemos como padre de familias conduciéndolo a Jerusalén para el culto al Señor en la fiesta de la Pascua. Podríamos pensar en su responsabilidad en el hogar de Nazaret, o podíamos pensar en la vida religiosa de aquella familia, a la que llamamos la Sagrada Familia. Cuántas lecciones para nuestros hogares. Cuantas lecciones para nuestra vivencia creyente y religiosa. Cuántas lecciones para nuestra apertura a Dios para dejarnos conducir por El.

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