domingo, 28 de febrero de 2010

Subimos con Jesús a la montaña para dejarnos transfigurar por El


Gén. 15, 5-12.17-18;
Sal. 26;
Filp. 3, 17-4, 1;
Lc. 9, 28-36


La liturgia en este tiempo de Cuaresma nos lleva del desierto a la montaña, del ayuno a la oración, de las tentaciones a la transfiguración. Un camino, un proceso que nos lleva a descubrir y a encontrarnos con Jesús, a vivir su Pascua. Es el recorrido que iniciamos al comenzar la Cuaresma y que poco a poco, semana tras semana, domingo tras domingo nos hará culminar en la celebración de la Pascua, en la celebración de la gloria del Señor que ya se nos va manifestando.
Podría parecer un sueño o una ilusión lo sucedido en lo alto del Tabor. Estaban adormilados, porque ‘Pedro y sus compañeros se caían de sueño’, como nos dice el evangelista, pero espabilándose vieron la gloria del Señor. Era una realidad. Jesús había llevado ‘a Pedro, Santiago y Juan a lo alto de la montaña para orar; y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos’.
Se manifestaba la gloria del Señor. Junto a Jesús estaban ‘Moisés y Elías que, apareciendo con gloria, conversaban con Jesús de su muerte que iba a consumar en Jerusalén’. Pedro está extasiado y dichoso con la visión de manera que quiere que aquello se perpetúe y no sabía lo que se decía. Es una experiencia admirable, grandiosa, gozosa la que están viviendo. ‘Maestro, ¡qué bien se está aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’. Algo más iba a suceder porque ‘llegó una nube que los cubrió… y una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle’.
Fue necesario ponerse en camino y subir hasta la montaña para contemplar la gloria del Señor. Es bien significativo. Recordemos algunos detalles de lo que hoy hemos escuchado en la Palabra de Dios que se nos ha proclamado. La primera lectura nos ha hablado de Abrahán, el hombre con quien Dios hablaba como con un amigo y ‘que creyó al Señor y se le tuvo en su haber’. Dios lo había sacado de su casa y de su tierra; ‘Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los Caldeos para darte en posesión esta tierra’; y Abrahán se había dejado conducir por el Señor. Ahora nos ha dicho que ‘Dios sacó afuera (fuera de la tienda en la que habitaba) a Abrahán’ para señalarle el cielo y contara la estrellas.
Tenemos que ponernos en marcha, salir de la tienda de nuestras cosas, subir a la montaña como los discípulos con Jesús para poder encontrarnos profundamente con el Señor. No es el camino ni la montaña en sí misma sino lo que eso puede significar para nosotros lo que nos va a llevar a ese encuentro con el Señor. Son apegos de nuestro corazón, son cosas que nos adormecen en la vida y nos dejan demasiado apegados a lo material, son tantas ataduras de nuestra vida cuando nos dejamos llevar por la rutina o la costumbre pero sin sentido. Tenemos que desprendernos, despertarnos y abrir bien los ojos de la fe. Sólo estando despiertos y vigilantes podemos captar la presencia de Dios en nuestro camino.
Hoy estamos contemplando en esta liturgia del segundo domingo de Cuaresma a Cristo transfigurado en el Tabor que es imagen y anticipo de la gloria de la resurrección. Ya nos decía el evangelista que Moisés y Elías conversaban con Jesús ‘de su muerte que iba a consumar en Jerusalén’. Por eso, contemplar esta gloria de Cristo transfigurado nos está hablando de la Pascua de Cristo, de su muerte y de su resurrección.
Como nos dice la liturgia de este día ‘después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria para testimoniar de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección’. Las figuras de Moisés y Elías que aparecen con Jesús son precisamente signos de la ley y de los profetas. En versículos anteriores del evangelio había hecho ya Jesús un primer anuncio de su muerte. Y si nos seguimos fijando en el evangelio de Lucas, precisamente a continuación se nos dirá que Jesús comienza su subida a Jerusalén. ‘Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén…’ se nos dirá.
En nuestra subida a Jerusalén para celebrar también la Pascua, que eso viene a significar nuestro camino cuaresmal, la contemplación hoy de la transfiguración de Jesús en el Tabor viene a alentar y fortalecer nuestra fe; para que, aunque sea duro el camino penitencial que vamos haciendo y la transformación que hemos de ir realizando en nuestra vida, nos sintamos fortalecidos y alentados en la esperanza de la gloria que un día contemplaremos.
Pero es que además estamos vislumbrando también la gloria que nosotros alcanzaremos, la transfiguración que ha de realizarse en nuestra vida. Es imagen de lo que nosotros llegaremos a ser si nos dejamos transfigurar, transformar por la gracia del Señor. ‘Nosotros somos ciudadanos del cielo, nos decía san Pablo, de donde aguardamos un Salvador, el Señor Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo’.
Se alienta, pues, nuestra fe y nuestra esperanza. Una fe como la de Abrahán que dialogaba con Dios como con un amigo; una fe como la de María que se sintió desbordada por el Señor; una fe como la de los apóstoles en el Tabor que ya no querían que aquello se acabase nunca. Pero es para nosotros también una fe y una esperanza comprometida.
Comprometida porque nos impulsa a ser mas santos dejándonos transfigurar por el Señor, por su gracia. Quizá tendríamos que preguntarnos si ya que Jesús se transfiguró mientras oraba, nosotros nos sentimos también transfigurados cuando estamos en oración.
Pero comprometida también porque nos impulsa a esa transfiguración, a esa transformación que tenemos que hacer de nuestro mundo; cuánto es nuestro compromiso en nombre de nuestra fe por hacer que nuestro mundo sea mejor. Comprometida porque nos fuerza y coraje también para esa transformación que tenemos que ir realizando en el seno de nuestra Iglesia porque en la medida en que seamos más santos ayudaremos también a los hermanos que caminan a nuestro lado a que sean también más santos.
‘Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle’, decía la voz de Dios desde el cielo. Escuchemos a Jesús, pongamos nuestra fe en El, emprendamos el camino a su paso porque El nos invita a seguirle, vivamos con El la Pascua dejándonos transformar por su gracia, y alcanzaremos a ver la gloria del Señor.

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