miércoles, 3 de febrero de 2010

Para el que tiene fe nada es imposible

2Sam. 24, 2.9-17
Sal. 31
Mc. 6, 1-6


En los pasados domingos se nos ha proclamado según el evangelista Lucas la presencia de Jesús en su pueblo de Nazaret y su presencia en la sinagoga. Hoy es san Marcos el que nos habla, en pasaje paralelo, de la visita de Jesús a Nazaret y de su enseñanza en la sinagoga. ‘Cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la sinagoga’. La reacción de la gente que nos narran ambos evangelistas es semejante. Y nos vuelve a decir el evangelista: ‘No pudo hacer allí ningún milagro… y se extrañó de su falta de fe’.
Esta reacción y esta falta de fe me ha llevado a hacerme algunas consideraciones que comparto con ustedes y espero les puedan ayudar valorar y a crecer más y más en ese don maravilloso de la fe.
Imaginemos que hemos de atravesar un bosque bien enmarañado en una noche oscura sin que hubiera unos caminos bien trazados y sin ninguna luz que nos ayude a encontrar la senda. Andaríamos bien perdidos y exponiéndonos además a numerosos peligros. Nos habría ofrecido alguien una luz que nos pudiera ayudar la senda, pero habíamos rehusado porque nos decimos que ya la encontraremos y que no lo necesitamos.
Puede valernos la imagen para darnos cuenta de lo que necesitamos la luz de la fe en el camino de la vida. ¡Qué importante es la luz de la fe! Nos ayuda a encontrar el verdadero y más profundo sentido de nuestra vida. A dónde vamos, de dónde venimos, qué sentido y valor tiene lo que hagamos, dónde está lo que va a dar auténtica plenitud a nuestro vivir.
Pienso que cuando nos falta la luz de la fe es como si camináramos a oscuras, y quien camina a oscuras no podrá encontrar el camino, andará bien perdido. La fe nos va a llevar a esa plenitud de nuestra existencia. Y si, como sucede con nuestra fe, nos vamos a encontrar con un Dios que nos ama y que es nuestro Padre, cuánto mayor sentido y plenitud le damos a nuestra vida. Si nos encontramos con un Dios que nos ama tanto que nos entrega a su Hijo para ser nuestro Salvador, vamos a encontrar el gozo más grande y más hondo para nuestra vida.
Dios nos ofrece esa luz. Pero algunas veces los hombres en nuestro orgullo y autosuficiencia la rehusamos y pretendemos hacer el camino de la vida sin ella. Nos queremos valer por nosotros mismos y andamos como sin rumbo, sin metas, sin trascendencia, sin espíritu.
Busquemos esa luz. No rehuyamos su resplandor. Cuidemos de no perder la luz de la fe. Tenemos que cuidarla como se cuida el bien más precioso. Tenemos que alimentarla para que no se nos apague nunca. Hemos de tratar de vivir en consonancia con esa fe. Porque un peligro que tenemos es que llamándonos creyentes y cristianos algunas veces vivamos como si no tuviéramos fe, perdiendo valores y perdiendo trascendencia, viviendo demasiado atados a lo material y prescindiendo de los valores del Espíritu. Son tentaciones que podemos sufrir, son actitudes y posturas que se nos pueden como pegar de un ambiente de indiferencia y hasta de increencia que hay a nuestro alrededor.
Démosle gracias a Dios por ese don maravilloso de la fe. Con esa luz nos sentimos seguros. Para el que tiene fe nada es imposible, porque sabe además que Dios es su roca y su fortaleza, su vida y su amor.

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