viernes, 1 de enero de 2010

Navidad, María, la Madre de Dios y el compromiso por la paz


Núm. 6, 22-27;
Sal. 66;
Gál. 4, 4-7;
Lc. 2, 16-21


Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre’, nos dice el evangelio. Por su parte san Pablo nos decía en la carta a los Gálatas ‘cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción’.
Y es que seguimos celebrando el misterio de la Navidad, el Misterio de Dios que se hace hombre y que nace de María. Sigue siendo Navidad. Estamos en su octava y hoy queremos contemplar de manera especial a la mujer, a la Madre que está junto a Jesús, por la que nos vino Jesús para ser nuestro Salvador, ‘para que recibiéramos el ser hijos por adopción’, como nos decía Pablo.
Hermoso icono el que nos presenta el evangelio y la liturgia de este día. Un icono hermoso de María, la madre de Dios, que nos trae a Jesús, que nos ofrece a Jesús. Jesús en brazos de María.
Si nos fijamos en los iconos bizantinos que nos presentan a María nos daremos cuenta que la imagen que nos ofrecen de Jesús en brazos de María siempre es la de un niño con rostro y expresión de un niño mayor que el que imaginaríamos en brazos de su madre. Y esto tiene un sentido: no es simplemente un Jesús niño el que María nos ofrece, sino el Jesús que es nuestro Salvador, y que es el Hijo de Dios. Miramos, pues, hoy a María y miramos a Jesús. Es el Señor, es el hijo de María, pero es el Hijo de Dios; es nuestro Salvador. A El tenemos que acudir; María nos conduce hasta Jesús, María nos presenta a Jesús. Es el Jesús total del evangelio, el Jesús de la Pascua en quien nosotros creemos y a quien seguimos. Es el Jesús que nos ha redimido, pero no sólo nos ha rescatado de nuestro pecado, sino que nos ha elevado a dignidad nueva cuando nos hace hijos. ‘Envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abba, Padre’.
Seguimos con el gozo de la Navidad porque la alegría de todo lo que en Jesús alcanzamos no se agota ni se acaba nunca. Gozo de la Navidad que ahora se nos une en estos días con las celebraciones civiles del año nuevo donde todos nos deseamos un venturoso año lleno de felicidad y de paz. ¿Nos deseamos…? ¿sólo deseamos? Creo que tiene que ser algo más que un deseo; tiene que ser un compromiso en su construcción. El año no viene bueno o malo por sí mismo, sino por lo que nosotros hagamos de la vida y de nuestras relaciones humanas. Desearnos paz y felicidad en estos días es buscar la manera entre todos de hacer que haya esa dicha y esa felicidad para todos los hombres.
Es por lo que la Iglesia nos invita hoy, al pedir al Señor todas sus bendiciones sobre nosotros y nuestro mundo que pidamos de manera especial por la paz. Como nos decía la hermosa bendición antigua que se nos ofrece en la primera lectura ‘que el Señor nos bendiga y nos proteja, ilumine su rostro sobre nosotros… se fije en ti y te conceda la paz…’ La mirada de Dios sobre nosotros, sobre nuestro mundo, para que nos llenemos de su paz.
La paz que cantaron los ángeles la noche del nacimiento de Jesús, para todos los hombres, porque todos los hombres son amados de Dios. ‘La paz os dejo, mi paz os doy’, nos dirá Jesús y nosotros repetimos en la oración de la paz en la Misa. El Señor nos concede su paz, pero para que nosotros también nos llenemos de paz los unos a los otros, porque ese tiene que ser el sentido del gesto de la paz que realizamos en la Misa.
El Papa, como siempre lo hace en esta Jornada, nos ha dirigido un hermoso mensaje que merece leer en toda su integridad. El lema que nos ofrece para este año es ‘si quieres promover la paz, protege la creación’. La salvaguardia de la creación ‘se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad’, nos dice. Nos comenta lo que ya nos había dicho en ‘Caritas in veritate’ que ‘el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras’.
No podemos extendernos en un comentario detallado a todo el mensaje porque superaría el tiempo que podemos dedicar a una homilía en una celebración; muchas cosas podríamos subrayar porque es muy hermoso el mensaje que nos implica mucho y compromete a los que creemos en Jesús; por eso entresaco algunas de sus palabras finales.
Proteger el entorno natural para construir un mundo en paz es un deber de cada persona. He aquí un desafío urgente que se ha de afrontar de modo unánime con un renovado empeño; he aquí una oportunidad providencial para legar a las nuevas generaciones la perspectiva de un mundo mejor para todos…’ Apela a los responsables de las naciones y nos invita ‘a los creyentes a elevar una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y Padre de misericordia, para que en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuene, se acoja y se viva el apremiante llamamiento:; si quieres promover la paz, protege la creación’.
Que el Señor vuelva su mirada sobre nosotros y nos conceda la paz. Es la bendición y es la súplica que elevamos al Señor. Es la súplica que hacemos también con la intercesión de la Madre, la Madre de Dios, como hoy de manera especial la celebramos y la invocamos en la más grande fiesta de María, y es también nuestra Madre. ‘Ruega por nosotros a Dios, santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo’ y nos llenemos siempre de su paz.

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