sábado, 2 de enero de 2010

Hacia una fe más profunda, madura y comprometida

1Jn. 2, 22-28
Sal. 97
Jn. 1, 19-28


‘¿Tú quién eres?’, fue la pregunta de los sacerdotes y levitas enviados desde Jerusalén a Juan. Había aparecido en el desierto con una vida distinta de austeridad y penitencia, anunciaba una buena nueva al pueblo al que invitaba a prepararse y los judíos estaban en la expectativa de la venida del Mesías. ¿Sería Juan el Mesías? ¿Era un profeta? Si no era ni lo uno ni lo otro ¿por qué bautizaba?
Es un tema que hemos venido reflexionando en el adviento porque Juan era el que preparaba los caminos del Señor y fue lo que nosotros quisimos hacer durante ese tiempo como preparación a la navidad.
‘¿Tú quien eres?’, podría ser la pregunta que nosotros ahora nos hiciéramos cuando estamos celebrando la Navidad y contemplamos a ese niño recién nacido y ‘acostado en un pesebre en Belén’.
‘En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia’
, respondía Juan a los enviados de Jerusalén.
En medio de nosotros está. El que existe desde siempre. Como escuchamos el día treinta y uno y volveremos a escuchar en el segundo domingo de Navidad, ‘en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios…’
Es Jesús, la Palabra eterna de Dios. Es Jesús, el Hijo eterno del Padre. Es Jesús, nuestro Señor y nuestro Salvador. No contemplamos sólo un niño recién nacido. Contemplamos al hijo de María que es el Hijo de Dios.
La Palabra de Dios que vamos escuchando en este tiempo de Navidad poco a poco, podríamos decir que de forma pedagógica, nos va ayudando a conocer a Jesús, conocer el Misterio de Dios que en El está. No nos quedamos en el Niño, contemplamos a Dios. Contemplamos nuestra Salvación. Contemplamos al que nos va a dar su Espíritu para que también nosotros nos inundemos de la vida de Dios.
Es que nuestra fe tiene que ir creciendo, clarificándose, madurando cada vez más. No sólo no la tenemos que dejar apagar, sino que tenemos que hacerla crecer, hacerla más fuerte y más viva, más asimilada en nuestra vida y más madura. Y una lectura reflexiva del Evangelio nos va ayudando a ello. Aunque cuando nos acerquemos a los textos sagrados pensemos que ya los conocemos, que ya nos los sabemos, tenemos que reflexionarlos una y otra vez, tenemos que rumiarlos para sacarle todo su jugo.
No pensemos que es una pérdida de tiempo el que cojamos el evangelio en nuestras manos y lo leamos una y otra vez y nos quedemos largo rato reflexionándolo, haciéndolo oración. Iremos comparando unos textos con otros, iremos comprendiéndolos mejor desde la lectura y reflexión de textos paralelos. Es la forma de profundizar.
Si así lo hacemos el Espíritu del Señor irá actuando en nosotros, nos irá revelando cada vez todo ese misterio de Dios y podremos así profundizar en nuestra fe. Descubriremos cada vez cosas nuevas, matices en los que no nos habíamos fijado, detalles que nos harán profundizar en él. En una palabra iremos conociendo más y más a Jesús y su evangelio y eso se irá traduciendo en una vida renovada, en una vida que nos impulse a mayor santidad, a mayor amor, a una fe más profunda, madura y comprometida.

viernes, 1 de enero de 2010

Navidad, María, la Madre de Dios y el compromiso por la paz


Núm. 6, 22-27;
Sal. 66;
Gál. 4, 4-7;
Lc. 2, 16-21


Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre’, nos dice el evangelio. Por su parte san Pablo nos decía en la carta a los Gálatas ‘cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción’.
Y es que seguimos celebrando el misterio de la Navidad, el Misterio de Dios que se hace hombre y que nace de María. Sigue siendo Navidad. Estamos en su octava y hoy queremos contemplar de manera especial a la mujer, a la Madre que está junto a Jesús, por la que nos vino Jesús para ser nuestro Salvador, ‘para que recibiéramos el ser hijos por adopción’, como nos decía Pablo.
Hermoso icono el que nos presenta el evangelio y la liturgia de este día. Un icono hermoso de María, la madre de Dios, que nos trae a Jesús, que nos ofrece a Jesús. Jesús en brazos de María.
Si nos fijamos en los iconos bizantinos que nos presentan a María nos daremos cuenta que la imagen que nos ofrecen de Jesús en brazos de María siempre es la de un niño con rostro y expresión de un niño mayor que el que imaginaríamos en brazos de su madre. Y esto tiene un sentido: no es simplemente un Jesús niño el que María nos ofrece, sino el Jesús que es nuestro Salvador, y que es el Hijo de Dios. Miramos, pues, hoy a María y miramos a Jesús. Es el Señor, es el hijo de María, pero es el Hijo de Dios; es nuestro Salvador. A El tenemos que acudir; María nos conduce hasta Jesús, María nos presenta a Jesús. Es el Jesús total del evangelio, el Jesús de la Pascua en quien nosotros creemos y a quien seguimos. Es el Jesús que nos ha redimido, pero no sólo nos ha rescatado de nuestro pecado, sino que nos ha elevado a dignidad nueva cuando nos hace hijos. ‘Envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abba, Padre’.
Seguimos con el gozo de la Navidad porque la alegría de todo lo que en Jesús alcanzamos no se agota ni se acaba nunca. Gozo de la Navidad que ahora se nos une en estos días con las celebraciones civiles del año nuevo donde todos nos deseamos un venturoso año lleno de felicidad y de paz. ¿Nos deseamos…? ¿sólo deseamos? Creo que tiene que ser algo más que un deseo; tiene que ser un compromiso en su construcción. El año no viene bueno o malo por sí mismo, sino por lo que nosotros hagamos de la vida y de nuestras relaciones humanas. Desearnos paz y felicidad en estos días es buscar la manera entre todos de hacer que haya esa dicha y esa felicidad para todos los hombres.
Es por lo que la Iglesia nos invita hoy, al pedir al Señor todas sus bendiciones sobre nosotros y nuestro mundo que pidamos de manera especial por la paz. Como nos decía la hermosa bendición antigua que se nos ofrece en la primera lectura ‘que el Señor nos bendiga y nos proteja, ilumine su rostro sobre nosotros… se fije en ti y te conceda la paz…’ La mirada de Dios sobre nosotros, sobre nuestro mundo, para que nos llenemos de su paz.
La paz que cantaron los ángeles la noche del nacimiento de Jesús, para todos los hombres, porque todos los hombres son amados de Dios. ‘La paz os dejo, mi paz os doy’, nos dirá Jesús y nosotros repetimos en la oración de la paz en la Misa. El Señor nos concede su paz, pero para que nosotros también nos llenemos de paz los unos a los otros, porque ese tiene que ser el sentido del gesto de la paz que realizamos en la Misa.
El Papa, como siempre lo hace en esta Jornada, nos ha dirigido un hermoso mensaje que merece leer en toda su integridad. El lema que nos ofrece para este año es ‘si quieres promover la paz, protege la creación’. La salvaguardia de la creación ‘se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad’, nos dice. Nos comenta lo que ya nos había dicho en ‘Caritas in veritate’ que ‘el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras’.
No podemos extendernos en un comentario detallado a todo el mensaje porque superaría el tiempo que podemos dedicar a una homilía en una celebración; muchas cosas podríamos subrayar porque es muy hermoso el mensaje que nos implica mucho y compromete a los que creemos en Jesús; por eso entresaco algunas de sus palabras finales.
Proteger el entorno natural para construir un mundo en paz es un deber de cada persona. He aquí un desafío urgente que se ha de afrontar de modo unánime con un renovado empeño; he aquí una oportunidad providencial para legar a las nuevas generaciones la perspectiva de un mundo mejor para todos…’ Apela a los responsables de las naciones y nos invita ‘a los creyentes a elevar una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y Padre de misericordia, para que en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuene, se acoja y se viva el apremiante llamamiento:; si quieres promover la paz, protege la creación’.
Que el Señor vuelva su mirada sobre nosotros y nos conceda la paz. Es la bendición y es la súplica que elevamos al Señor. Es la súplica que hacemos también con la intercesión de la Madre, la Madre de Dios, como hoy de manera especial la celebramos y la invocamos en la más grande fiesta de María, y es también nuestra Madre. ‘Ruega por nosotros a Dios, santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo’ y nos llenemos siempre de su paz.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Un momento para la bendición y alabanza al Señor en el final del año

No es que queramos dejar de lado el mensaje que nos ofrece la Palabra de Dios hoy proclamada, pero sí podríamos, sin embargo, hacernos unas breves consideraciones en torno al año que termina. Si en el atardecer de la vida seremos examinados de amor, en expresión tan hermosa de san Juan de la Cruz, en el atardecer del año que termina podríamos hacernos un examen de amor. Un examen que siempre tendrá que llevarnos a bendecir al Señor que tanto nos regala con su amor.
Cuando la gente termina etapas de su vida o de la gestión de las responsabilidades que tiene hace balance para ver cuál es su situación. Un año, podemos decir, es una etapa de la vida y el final del año puede ser ocasión para ese balance, mientras otros se lo toman sólo como ocasión de una fiesta por un año que se despide y por otro que se inicia. No juzgamos a nadie, pero sí queremos hoy en nuestra celebración hacer como ese balance porque para nosotros puede ser una buena ocasión para la alabanza al Señor.
Del Señor es el tiempo y la eternidad. Ha transcurrido un año más de nuestra vida. Esa vida que se ha ido desgranando día a día con sus momentos felices y de dicha y también con momentos quizá no tan buenos, pero una vida que reconocemos como un don de Dios. Un don precioso por el que tenemos que bendecir siempre al Señor y darle gracias.
Tenemos más o menos años; gozamos de buena salud o ya quizá nuestro cuerpo no nos va respondiendo como nosotros quisiéramos; podemos valernos por nosotros mismos o quizá tendremos que depender de alguien que nos ayude. Otros podemos realizar nuestras actividades normales y desempeñamos una responsabilidad… Hay vida en nosotros. Vivimos. Podemos estar rodeados de nuestros seres queridos en el lugar donde siempre hemos vivido o estamos aquí en este centro que nos acoge porque por las diferentes circunstancias de la vida ésta es nuestra situación. (Decir para los que leen en internet esta reflexión que ha sido preparada en especial teniendo en cuenta los centros de ancianos donde realizo mi labor, pero a todos nos puede valer)
Siempre, sin embargo, tiene que surgir nuestra acción de gracias al Señor. Por lo que podemos hacer por nosotros mismos o por lo que recibimos de los otros. Nuestros corazones tienen que llenarse de gratitud y tiene que surgir siempre nuestra alabanza al Señor ya que recibimos o tenemos, nos viene de Dios, dador de todo bien.
De El venimos, hacia El vamos y en El vivimos. Es nuestra actitud creyente que tiene que estar presente en nuestra existencia. Podemos decir que esa vida que tenemos son unos talentos que Dios ha puesto en nuestras manos, recordando la parábola del evangelio, y que tenemos, con la ayuda del Señor, hacer fructificar. Sea cual sea nuestra situación a la vida hemos de darle un sentido y un valor que se va a manifestar en cómo vivimos, en lo que hacemos, en las responsabilidades que desempeñamos, en lo bueno que hacemos por los demás, o a favor de nuestra sociedad. El Señor nos puede pedir que le rindamos cuentas, como en la parábola de los talentos, de cómo en el año que termina hemos hecho fructífera nuestra vida, esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos.
En esta celebración de hoy, en este final de año, queremos recordar en la presencia del Señor eso bueno que hemos vivido. Tenemos la tentación muchas veces de cargarnos con tintes negros y sólo ver cosas negativas en la vida. Las habrá porque así somos limitados y pecadores pero vamos a recoger en ramillete esas flores de las cosas buenas que hayamos vivido y hemos realizado para presentarle al Señor esta ofrenda de amor de nuestra vida. Cada una mire su vida y lo bueno que hay en ella, recoja esas flores bellas y preséntelas en bello ramo al Señor.
El Señor va a dirigirnos una mirada complaciente y de amor porque El sí sabe valorar siempre hasta lo más pequeño que hayamos hecho. El Señor vuelve su mirada sobre nosotros y nos bendice con su paz como El siempre sabe hacer. Se regocija en nuestras obras, se siente bendecido con nuestro amor.
Es cierto que podríamos haber sido mejores, haber puesto más amor en nuestra vida, haber hecho las cosas mejor, no haber tenido tantas omisiones de cosas buenas y haber evitado lo malo que hayamos podido realizar. Cada uno se examine. Pero sabemos que la mirada del Señor es siempre una mirada de misericordia.
En el sentimos su aliento y su paz, y desde El nos sentimos impulsados para esos buenos propósitos que nos hacemos para el año nuevo. Es momento, pues, también de implicarnos en ese proyecto de amor de nuestra vida para el año que comienza. Que todo lo que hagamos sea siempre una bendición para el Señor, porque reconocemos sus bendiciones y porque todo lo que hagamos sea siempre para la gloria del Señor. A El la bendición, la alabanza y la acción de gracias en todo momento y por toda la eternidad.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Un pueblo creyente que alaba a Dios en su venida y lo anuncia al mundo

1Jn. 2, 12-17
Sal. 95
Lc. 2, 36-40


El texto del evangelio sigue enmarcado en la escena de la Presentación de Jesús en el Templo.
Ayer nos fijábamos en el anciano Simeón que es la imagen de la esperanza, de la esperanza cierta y de la esperanza que se ve cumplida, como ya ayer reflexionábamos. Con los ojos del que sabe descubrir los misterios de Dios, con los ojos de la fe profunda y de la esperanza que anima su vida, supo descubrir, en aquel niño que aquel joven matrimonio está presentando al Señor, al Mesías de Dios.
Hoy contemplamos a otra anciana, paradigma, podemos decir, del pueblo creyente que ora con esperanza e insistencia pidiendo la venida del Señor, del Mesías. ‘No se apartaba del templo día y noche sirviendo a Dios con ayunos y oraciones’, nos dice el texto sagrado.
Pero es también imagen del pueblo creyente que se encuentra con el Señor y da gracias con alegría y lleva la noticia a los demás. ‘Acercándose en aquel momento – cuando los padres hacen la presentación del Niño al Señor y cuando el anciano Simeón proféticamente reconoce al Mesías, alaba al Señor y profetiza también cosas para la Madre acerca de aquel niño – Ana daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Dos cosas: bendice a Dios y habla del Niño. Dos aspectos muy importantes y significativos. Dos aspectos que tienen que entrar en relación con las celebraciones que nosotros estamos viviendo en estos días. Nos acercamos también nosotros en este momento para celebrar la Navidad como lo venimos haciendo. No terminamos de alabar y bendecir al Señor. Seguimos celebrando la Navidad y en nuestro corazón y vida sigue presente esa alabanza y esa bendición. Y no podemos terminar, no nos podemos cansar de hablar del Niño a los demás, de anunciar lo que celebramos y vivimos nosotros desde nuestra fe.
Dios se ha compadecido de nosotros – que eso significa el nombre de Ana = compasión – y nos ha enviado al Salvador. Es lo que tenemos que comunicar. Es lo que queremos hacer cuando con sentido nos felicitamos nosotros estos días. Nuestra felicitación navideña no puede ser simplemente algo formal, sino que en cierto modo tiene que ser una confesión de fe y un anuncio.
Estamos diciendo que creemos en Jesús que es nuestro Salvador. Estamos comunicando a los demás esa Buena Noticia y les estamos invitando a que se unan a nuestra alegría y a nuestra fiesta porque alcanzamos la salvación, porque viene el Señor que nos salva. Es nuestra certeza y nuestra convicción de la que queremos hacer partícipes a los demás.
Una palabra final para fijarnos en el sentido de lo que hemos escuchado en la carta de san Juan. ¿A quiénes escribe el Apóstol? A los que se sienten perdonados, a los que tienen el conocimiento de Dios, a los que se sienten vencedores del mal con la victoria de Cristo. Habla a los padres, a los jóvenes, a todos los creyentes animándolos con palabras de aliento y esperanza, a los que son fuertes frente a toda tentación y adversidad, y a los que sienten viva la Palabra del Señor en sus vidas.
Pero también nos previene: no nos dejemos contaminar por el espíritu del mundo, por el espíritu de la maldad y del pecado: ‘las pasiones del hombre terreno, la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero’. Cuando se nos desbordan nuestras pasiones o cuando nos dejamos esclavizar por el materialismo y el egoísmo no estamos caminando por caminos de luz, sino de maldad. Pero nosotros somos vencedores en Cristo, que para eso El nos ha liberado. Vivamos, pues, como vencedores, no dejando introducir el mal y el pecado en nuestra vida.

martes, 29 de diciembre de 2009

Las profecías se realizan, las promesas de Dios se cumplen también en el hoy de nuestra vida

1Jn. 2, 3-11
Sal. 95
Lc. 2, 22-35


Las profecías anunciadas tienen se realización segura y las esperanzas su cumplimiento. Es algo que podemos afirmar con pleno convencimiento sobre todo con lo que estamos celebrando en estos días, el nacimiento del Señor, la Navidad del Señor. No sólo como la celebración de un recuerdo histórico sino en el pleno sentido que tiene la celebración cristiana donde hacemos vida, vivimos en el hoy de nuestra vida lo que celebramos.
En las lecturas que vamos escuchando estos días del tiempo de la Navidad, aparte las grandes celebraciones, iremos escuchando por una parte en la primera lectura la carta primera de san Juan y en el Evangelio completaremos todo lo que san Lucas nos narra de los hechos de la infancia de Jesús.
Hoy en el evangelio escuchamos el relato de la presentación de Jesús en el templo. Vamos a fijarnos en algunos aspectos. Nos habla de Simeón. ‘Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel…’ Es la imagen de la esperanza, de la esperanza cierta y de la esperanza que se ve cumplida. El Espíritu del Señor le había hecho sentir en su interior ‘que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor’.
Esas promesas de Dios se cumplen. ‘Impulsado por el Espíritu Santo fue al templo’. Allí lo que se va a encontrar le va a llenar de alegría y de gozo. Con los ojos del que sabe descubrir los misterios de Dios, con los ojos de la fe profunda y de la esperanza que anima su vida, va a descubrir en aquel niño que aquel joven matrimonio está presentando al Señor al Mesías de Dios.
Ya puede morir. Las profecías se han realizado. Las promesas que el Señor le hizo se han cumplido. ‘Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel’.
Allí está el Mesías de Dios, el Enviado, el Ungido, el Salvador, la luz y la gloria. Allí está Jesús, de quien el ángel dijo que se llamaría así porque salvaría a su pueblo de sus pecados. ‘¡Puedes dejar a tu siervo irse en paz…!’
¿No es eso lo que estamos celebrando? ¿No es eso lo que estamos viviendo en estos días? Ha llegado la salvación, para nosotros todo es luz y es vida, todo es gracia y salvación. Ya nuestra vida es distinta, tenemos que estar llenos de luz; lejos de nosotros las tinieblas del pecado y de la muerte. ¿No hemos comenzado a amarnos más en estos días? Es lo que en verdad tenemos que estar realizando porque estamos viviendo la Navidad.
Si no fuera así, como nos dice san Juan hoy en su carta, seríamos unos mentirosos, unos embusteros. ‘Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a donde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos’.
Tendría que hacernos pensar. Es para leerlo una y otra vez y mirar su vida para saber si está en las tinieblas o está en la luz. Pidámosle al Señor que seamos capaces de estar en la luz, que nos dé capacidad para amar y amar de verdad a nuestros hermanos.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Santos Inocentes, mártires de la fidelidad, testigos de Jesús

1Jn. 1, 5-2, 2
Sal. 123
Mt. 2, 13-18


La cruz del calvario no está lejos de la gruta de Belén. Es el primer pensamiento que se me ocurre cuando hoy estamos celebrando el martirio de los Santos Inocentes en la cercanía de la celebración de la navidad y de la alegría del nacimiento de Jesús. Nos recuerda una vez más que este niño que contemplamos nacido en Belén, que es el Hijo de Dios hecho hombre, es nuestro Salvador y Redentor, el que derramará su sangre para la redención de nuestros pecados. ‘La sangre de su Hijo Jesús nos lavará de nuestros pecados’, nos ha recordado hoy la carta de san Juan.
Hemos escuchado el relato en el evangelio. Herodes había pedido a los Magos llegados de Oriente que volvieran de Belén para darle noticias del recién nacido Rey de los judíos que ellos buscaban, porque él quería también ir a adorarle. Pero los Magos marcharon por otro camino iluminados desde el cielo por el ángel del Señor. Será también el ángel del Señor el que alerte a José para que marche a Egipto ante lo que Herodes pretendía hacer. ‘Un grito se oye en Ramá: llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora a sus hijos, y rehúsa el consuelo porque ya no viven’ es el oráculo del profeta Jeremías que recuerda el evangelista ante la matanza cruenta de tantos inocentes.
En el Apocalipsis cuando se nos habla del ‘cántico nuevo de los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados de la tierra’, se nos señalará que ‘éstos son los que siguen al Cordero a dondequiera que va, los rescatados de los hombres como los primeros frutos para Dios y para el Cordero…’ Así vemos hoy coronados de gloria a estos niños inocentes, los primeros en derramar su sangre y que forman parte ya de esa brillante multitud de los mártires a los que nosotros queremos unirnos también para alabar al Señor. ‘A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. Te ensalza la brillante multitud de los mártires’, que proclamamos en el Aleluya de aclamación al Evangelio.
Cuando celebramos hace un par de días el martirio de Esteban queríamos recordar también a los mártires, testigos que siguen dando testimonio hasta derramar su vida a través de todos los tiempos y también nuestros tiempos actuales. Hoy queremos ampliar un poco aquel pensamiento en la contemplación de los Santos Inocentes. Cuántos también de forma inocente van perdiendo su vida desde muertes violentas y siempre innecesarias, o entregando su vida por una fidelidad mantenida hasta la muerte.
Al contemplar la crueldad de Herodes siempre pensamos en tantos Herodes de todos los tiempos, o cuántos Herodes de nuestro tiempo que hacen perder vidas inocentes. El primer pensamiento siempre es el de tantas criaturas a las que se les siega la vida con el aborto, porque ahí en el seno de una madre hay una vida, una vida inocente y que sin embargo es masacrada de una forma tan terrible.
Víctimas inocentes en tantos que pierden su vida de forma violenta, y sea quien sea el que pierde su vida de esta manera, tenemos que decir que es una víctima inocente, porque nadie tiene derecho a quitar la vida de nadie y menos de forma violenta.
Pero, como decíamos, pensamos también en los que pierden su vida como consecuencia de su fidelidad; fidelidad a su fe, fidelidad a la verdad, fidelidad en su trabajo por la justicia y la paz, fidelidad en tantos trabajos nacidos del amor y de la solidaridad que les llevará a entregarse hasta el final. Este es un tema que podría ampliarse con muchos detalles, pero creo que caemos en la cuenta bien de lo que queremos decir.
En ese camino de fidelidad a la fe, a la condición cristiana y al seguimiento de Cristo y pertenencia a la Iglesia, como hemos comentado en alguna ocasión podemos pensar en tantos que en muchos lugares del mundo son perseguidos por ser cristianos. En nombre de fundamentalismos religiosos en muchas partes se les hace la vida imposible a los cristianos, o incluso llegan a perder su vida. Y son cosas que siguen sucediendo hoy en estos mismos días en la India, en Irak, y en otros muchos países.
Que el Señor nos dé valentía y firmeza en nuestra fe. Que seamos capaces de mantener nuestra fidelidad hasta el final. Que aquí donde estamos demos siempre valientemente este testimonio de nuestra fe. Se necesitan testigos.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Hogar y familia de Nazaret donde quiso habitar Dios hecho hombre

1Sam. 1, 20-22.24-28;
Sal. 83;
1Jn. 3, 1-2.21-24;
Lc. 41-52


Grandes son los esfuerzos de muchos hogares, por no decir la mayoría o todos, por hacer de estos días de Navidad una hermosa fiesta familiar. Cuántos preparativos para la cena y para el encuentro familiar, tenemos que reconocer.
Aunque la Navidad es mucho más que todo eso, no podemos dejar de alabar todo lo que se hace para que estos días la familia se reúna, viva con alegría de fiesta todos esos encuentros y se logre esa bonita armonía de nuestras familias en un encuentro hermoso de los hijos con los padres, de los hermanos entre sí, cuando muchas veces sean las circunstancias de la vida las que nos puedan llevar a vivir en sitios distantes o con otras lejanías de corazón que pueden ser mucho más dolorosas.
Con este punto de partida en medio de la celebración de la Navidad para este domingo cercano al Nacimiento del Señor la Iglesia nos invita a celebrar el día de la Sagrada Familia. Aquel hogar de Nazaret formado por aquel joven matrimonio de José y María con su hijo Jesús.
No es para nosotros una familia ni un hogar cualquiera. Fue el hogar donde Dios quiso venir a habitar de una manera especial cuando el Hijo de Dios se hace hombre y nace de María Virgen para ser nuestro Salvador. Viene a ser para nosotros por esa inhabitación especial de Dios en él un hogar tipo y modelo de nuestros hogares, una familia para nosotros sagrada y el mejor modelo de nuestra familia cristiana.
Allí nació, creció y se desarrolló como hombre el Hijo de Dios. Allí vivió el Hijo del Hombre, Cristo Jesús, sujeto a la autoridad de los padres, quien tiene el poder sobre todo el universos y que nosotros proclamamos como Rey del universo y Señor de la historia y del hombre. ‘El bajó con ellos a Nazaret, nos contaba hoy el evangelio, y siguió bajo su autoridad… y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’.
Muchas consideraciones podemos hacernos sobre la realidad de la familia y de nuestros hogares a la luz de aquella Sagrada Familia de Nazaret. Podríamos pensar en los peligros a que se ve sometida la estabilidad de la familia en los momentos que vivimos. Siempre el egoísmo de los hombres – porque así estamos sometidos a la tentación y al pecado – puede poner en peligro lo que tiene que estar fundamentado sobre el amor.
Y la familia es la más perfecta comunidad de vida y amor en cuanto comunión intima de vida y amor, fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad, cuna de la vida y de la sociedad. Así nos enseña la doctrina de la Iglesia y nos recordaba por ejemplo el Papa el pasado año en el mensaje para la jornada mundial de la paz. Con razón, nos decía, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, una institución divina, fundamento de la vida de la persona y prototipo de toda organización social.
Tenemos que cuidar nuestros hogares y nuestras familias porque de ella dependen muchas cosas. Es ahí en el hogar, en la familia donde crecemos y maduramos como personas, aprendemos lo que es el verdadero amor y el verdadero sentido de la vida, lo que nos va a llevar a caminos de felicidad y también de plenitud de la persona. Todo lo que le haga perder estabilidad nos pone en peligro cosas esenciales de nuestro vivir.
Estamos celebrando esta fiesta de la Sagrada Familia en el marco de la Navidad y nos hace reflexionar y orar por nuestras familias y nuestros hogares. Decíamos al principio que la navidad es ocasión para el encuentro de las familias y de todos sus miembros cuando tantas veces en la vida andamos distanciados. Como decíamos no son tanto las distancias físicas, cuando las distancias del corazón. Y es eso lo que tenemos que aprender a superar, a corregir, a buscar la manera del acercamiento y el encuentro, porque es bien doloroso cuando en las propias familias ponemos barreras de poco entendimiento entre sus miembros.
Los cristianos, que amamos nuestra familia y tenemos como modelo y ejemplo la Sagrada Familia de Nazaret como hoy estamos celebrando, tenemos que hacer una defensa grande y valiente de la familia frente a los peligros múltiples que la acechan en nuestra sociedad. No son guerras lo que tenemos que hacer sino manifestar valientemente la unidad de nuestras familias como testimonio de que esa unidad familiar y ese amor para siempre es posible.
Qué importante que en nuestros hogares cristianos se siga enseñando a amar a Dios y se sepa trasmitir a los más jóvenes estos valores y principios cristianos. Unos padres que enseñan el nombre de Dios Padre a sus hijos, que les enseñan a amar a Jesús y que les muestran en el testimonio de sus propias vidas lo que es el amor, la comprensión, la unidad, el perdón. Una familia cristiana es la mejor escuela de la fe y del amor a Dios y a los demás, donde se enseña a alabar y bendecir al Señor cada día cada día y en cada acontecimiento. Por algo se le llama a la familia cristiana verdadera iglesia doméstica.
Nos tiene que doler muy fuerte en el corazón cuando vemos tantos matrimonios rotos y tantas familias destrozadas, y algunas veces nos sucede en nuestra propia cercanía. Qué importante la acogida amorosa que cure heridas, qué necesario el bálsamo y la medicina de la oración para que se puedan recomponer tantos rotos y para que el Señor a unos y a otros dé su luz y su gracia.
Hoy queremos orar por nuestras familias y por nuestros hogares para que se mantengan siempre así en esa comunión de vida y amor. Pero oramos por todas las familias, y oramos por los hogares rotos con tantos sufrimientos que se originan en el propio matrimonio y en los hijos. Oramos para que en nuestra sociedad se defienda y promueva el verdadero valor de la familia. Oramos para que el Señor ilumine a nuestros gobernantes y dirigentes de la sociedad para que descubran su valor y trabajen seriamente para que no se pierdan esos valores.
Pero tiene que ser un día de fiesta y de alegría en nuestros hogares. Una ocasión también para la acción de gracias al Señor recordando tantas maravillas como el Señor realiza entre nosotros y en nuestras propias familias. Que sintamos cómo el Señor quiere habitar también nuestras familias y en nuestros hogares como estaba en aquel hogar de Nazaret. Que el Señor sea siempre bendito.