viernes, 25 de diciembre de 2009

Esteban, un testigo del misterio pascual de Cristo, celebrado en Navidad

Hechos, 6, 8-10; 7, 54-59
Sal. 30
Mt. 10, 17-22


En este primer día después de la celebración de la navidad del Señor, cuando estamos inmersos viviendo intensamente la octava de la Navidad la Iglesia nos ofrece hoy la celebración de la fiesta de san Esteban, protomártir, el primer mártir en derramar su sangre por el nombre de Jesús.
El fue uno de aquellos ‘siete varones de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y sabiduría, a los cuales dedicaron al servicio de la diaconía de la comunidad’ mientras los apóstoles se dedicaban en especial a la oración y al servicio de la Palabra. De Esteban el libro de los Hechos volverá a decirnos que era ‘hombre lleno de fe y de Espíritu Santo’, y en el texto que hoy hemos escuchado se nos dice que también estaba ‘lleno de gracia y poder’.
A Esteban lo vemos ya no sólo dedicado al servicio de los huérfanos y las viudas para lo que en principio había sido elegido, sino que lo vemos pronto anunciando la Buena Nueva de Jesús en las sinagogas, pero al que ‘no podían resistir por la sabiduría y el espíritu con que hablaba’, realizando ‘grandes signos y prodigios en medio del pueblo’.
Se encontrará así la oposición que le llevará a la muerte y al martirio siendo apedreado como hoy hemos escuchado. Es el pronto cumplimiento de lo anunciado por Jesús en el evangelio. ‘Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles… el Espíritu de vuestro Padre celestial hablará por vosotros’.
Ya hemos escuchado el relato de su martirio en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Repite las palabras y los gestos de Jesús en la cruz, perdonando y disculpando a los que le apedrean y poniendo su espíritu en las manos del Señor. ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu… no les tengas en cuenta este pecado’. Qué bien aprendió la lección de Jesús en la cruz.
Nos pudiera extrañar el por qué la liturgia nos propone concretamente en este día el martirio de san Esteban, tan cercano o tan dentro de las celebraciones de la Navidad. ¿Quizá una muestra o una señal de hasta donde tiene que llegar el testimonio que demos por el nombre de este Niño que contemplamos recién nacido en Belén?
También podría recordarnos algo más, y es que no podemos separar este misterio sacrosanto de la Encarnación de Dios y de su Nacimiento de María Virgen en Belén, del Misterio Pascual. Nunca podremos disociarlo. Ese Jesús, a quien los ángeles ya desde el primer momento llaman el Mesías y el Señor, es nuestro Salvador y Redentor, quien había de pasar por la pascua de su pasión y su muerte, y de su resurrección precisamente por nuestra salvación.
No nos quedamos en nuestra fe en un Jesús niño, en un Dios niño, sino que siempre tenemos que contemplar al Cristo de nuestra fe que es el Cristo muerto y resucitado. Demasiado algunas veces infantilizamos nuestra fe quedándonos en una fe muy pobre cuando quizá sólo nos preocupamos de celebrar al Niño nacido en Belén y no ponemos toda nuestra fe y la radicalidad de nuestro seguimiento de Jesús muerto y resucitado, contemplándolo en su misterio pascual. Un aspecto muy importante para hacer madurar nuestra fe.
Un último pensamiento que quizá ampliemos en otra ocasión y es el pensar, aunque no sean noticias que habitualmente escuchamos en los telediarios, en cuantos cristianos hoy, en pleno siglo XXI que estamos casi iniciando, siguen dando testimonio hasta la muerte por el nombre de Jesús, por la fe cristiana. En muchas partes del mundo hoy sigue habiendo mártires, testigos hasta entregar su vida por el seguimiento de Jesús.

Tenemos que ser Belén para los demás para que descubran a Jesús

Tenemos que ser Belén para los demás para que descubran a Jesús

‘Vamos derechos a Belén a ver eso que nos ha comunicado el Señor’, llenos de sorpresa y alegría caminaron los pastores hacia Belén. ‘Hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’, había sido el mensaje, la buena nueva que recibieron. ‘Encontraron a María, a José y al Niño acostado en el pesebre. Y los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios’.
En esta mañana de pascua de Navidad también nosotros estamos aquí en búsqueda del Señor, para seguir celebrando con gran alegría su nacimiento. Los resplandores de la noche santa siguen iluminando y haciendo resplandecer nuestro día. No podemos dejar de vivir esa alegría y a los resplandores de esa luz.
Como ya anoche reflexionábamos, grande es el misterio de amor que estamos contemplando y celebrando en la navidad. Y ese tiene que ser en verdad el verdadero motor de toda la alegría de esta fiesta. Todas las promesas se han cumplido y ha llegado nuestro Salvador. Nos habíamos ido preparando con todo rigor y sinceridad a través de todo el Adviento para esta celebración y por eso ahora podemos vivirla con mayor intensidad hasta desbordar de luz y de alegría como nos sucede.
Los pastores se dejaron conducir por aquellos resplandores aparecidos en la noche de Belén y supieron escuchar y obedecer la voz de los ángeles que les condujeron hasta donde estaba Jesús. Como un día los magos de oriente, como celebraremos dentro de pocos días, se dejaron conducir por las señales del cielo manifestadas en aquella estrella que los conduciría hasta Belén.
Pienso una cosa. Por una parte nosotros hemos de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que hasta Jesús siempre nos conduce. Es importante que vivamos de forma intensa ese encuentro con el Señor. Pero pienso también por otra parte que nosotros podemos y tenemos que ser señales en medio de nuestro mundo para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo también lleguen hasta Jesús.
El resplandor de Belén tendrían que encontrarlo en nosotros los hombres de nuestro tiempo. Porque aunque nos parezca que son indiferentes a todo lo religioso o que suene a cristiano y algunas veces hasta hostiles, sin embargo pienso, que quizá sin saberlo o caer bien en la cuenta, a pesar de tanto materialismo en que se vive hoy también están en la búsqueda de respuestas, en deseos de trascendencia, o en aspiraciones espirituales que vayan más allá de ese materialismo que aturde. En el fondo los hombres buscan a Dios de una forma o de otra aunque muchas veces anden confundidos en su búsqueda.
Nos quejamos de atonía religiosa, de pérdida del sentido de Dios, de enfriamiento y de abandono de la fe; muchos no llegan a comprender incluso las raíces cristianas que tiene nuestra cultura forjada a través de la fe y de las convicciones de tantos cristianos a través de los tiempos. No importa, también a ese mundo tenemos que iluminar con la luz hermosa que brota de la Navidad.
Y nosotros podemos señalar caminos, podemos ser camino que conduzca hasta Belén para que se encuentren ‘con Maria, José y el Niño acostado en el pesebre’. Sería un hermoso compromiso que adquiriéramos en estas fiestas de Navidad. Tenemos que ser luz que ilumine caminos, tenemos que ser estrellas que guíen, tenemos que ser testigos que convenzamos a los demás con el testimonio auténtico de nuestra vida. Siempre el cristiano tiene que ser testigo. Cuánto podemos y tenemos que hacer.
Cualquiera que sea la circunstancia que vivamos en nuestra vida, seamos mayores o seamos jóvenes, estemos enfermos o llenos de achaques o en plenitud de salud, con un circulo más grande o más pequeño de influencia por nuestra parte a nuestro alrededor, siempre hay una palabra buena que decir, un testimonio que aportar, un consejo con que orientar, una palabra de ánimo e iluminadora que trasmitir.
Y un aspecto sería en la forma cómo nosotros celebremos la Navidad, cómo manifestemos nuestra fe, cómo nos llenemos de esa luz que brota de Belén, de esa luz que es Jesucristo en quien creemos y al que tenemos que llevar a los demás para que lo conozcan y le amen, se hagan sus discípulos y lleguen a vivir su vida. Los pastores le contaban a todos lo que habían visto y vivido. ‘Y todos los que los oían se admiraban de lo que les decían los pastores’.
Seguimos contemplando el misterio de Belén, admirándonos y dando gracias al Señor por tanto amor como nos tiene hasta tomar nuestra condición humana, nuestra carne mortal, pero, os digo, tenemos que ser Belén para los demás, para nuestro mundo. Dios sigue siendo el Emmanuel, el Dios con nosotros, pero Dios se vale de nosotros para que todos le conozcan, para seguir siendo el Emmanuel para los hombres de hoy. Cuenta el Señor con nosotros.
Démosle gracias al Señor por nuestra fe, ese don que Dios ha puesto en nosotros y al que hemos querido y sabido responder. Pero pidámosle al mismo tiempo que nos dé fortaleza a nuestra fe, para proclamarla, para anunciarla, para trasmitirla, para contagiarla desde nuestro testimonio a los demás.
Sería nuestro compromiso de la Navidad. Que todos puedan llegar a ese descubrimiento del misterio de Dios y a llegar a vivirlo. Seamos luz que reflejemos la luz que brota de la navidad.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Reunidos para celebrar el día santo del nacimiento del Señor


Que el Señor os llene de bendiciones, colme y haga rebosar sobre vosotros y vuestras familias el amor, la paz, y toda dicha.
Que Jesúz nazca de verdad en vuestros corazones.
Gracias por seguir fielmente estas reflexiones a lo largo del año
Que el Señor os bendiga
Carmelo



Reunidos para celebrar el día santo del nacimiento del Señor





‘Reunidos para celebrar el día santo en que la Virgen María dio a luz al Salvador del mundo…’ Sí, reunidos con gozo, con alegría grande estamos aquí esta noche santa; reunidos con fe: es un misterio admirable, que no terminamos de admirar y de comprender lo suficiente, lo que estamos celebrando esta noche (este día) santa. Todo brilla lleno de luz en esta noche, en este día.
Los evangelios nos lo narran con sencillez. San Mateo nos dice tras las dudas de José y el anuncio del ángel haciéndole comprender el misterio que se realizaba en María que ‘hizo lo que le había mandado el ángel y se llevó a su mujer a su casa. Y sin que hubiera tenido relación con ella, dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Jesús’.
San Lucas nos da más detalles de su ida a Belén y las razones del empadronamiento por el edicto del César ‘estando su esposa María encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada’.
Y cuando celebramos este misterio grande hacemos fiesta y queremos contagiar de nuestra alegría a todo el mundo. Una fiesta que llena nuestros hogares. Una fiesta que nos contagia a todos. Una fiesta que provoca en todos deseos de felicidad y de paz; se lo deseamos a todos y lo expresamos con hermosas palabras y poemas, con bellas canciones, con innumerables gestos de amistad, de cercanía, de cariño.
Hoy en todas partes es fiesta; todos celebran la Navidad aunque no todos quizá le den el mismo sentido. Quizá algunos ya ni sepan qué es lo que realmente nosotros los cristianos celebramos. Simplemente quizá para algunos es el espíritu de la fiesta. Algunos ya no dicen feliz navidad, sino solamente felices fiestas. Nosotros hemos de cuidar mucho de no perder nuestro sentido, de no perder el espíritu de fe con que la hemos de vivir. No nos dejemos contagiar desvirtuando su verdadero sentido.
Reunidos para celebrar este día santo, esta noche santa, nos queremos dejar inundar de luz y de la luz más brillante. La liturgia por todos lados nos habla hoy de luz. ‘Rompe la aurora de la justicia’ y de la salvación, habían anunciado los profetas. Y todo se llena de resplandor en el nacimiento de Cristo. San Lucas nos dirá que cuando el ángel se aparece a los pastores ‘la gloria del Señor los envolvió con su claridad’. Y ya el profeta Isaías había anunciado que ‘el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierra de sombras y una luz les brilló’.
La luz de la gloria del Señor ha brillado ante nuestros ojos con un nuevo resplandor. Ha nacido el que es la Luz verdadera que alumbra a todo hombre. ‘Yo soy la luz del mundo’, nos dirá más tarde en el evangelio. Todos queremos llenarnos de su Luz. Todos queremos disipar las tinieblas de nuestra vida. Cristo Jesús viene para arrancarnos de las sombras de la muerte para llevarnos a la luz de la vida.
Reunidos para celebrar este día santo, esta noche santa, nos sentimos transportados y transformados. Dios ha bajado para hacerse hombre tomando nuestra naturaleza humana para llevarnos con El, para transformar nuestra vida dándonos una nueva vida. Un maravilloso intercambio. ‘Resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva; pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición humana, no sólo confiere dignidad eterna a nuestra naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos’, que decimos en uno de los prefacios de la Navidad.
Hoy no es un día para muchas palabras; lo que sucede es que meditando en este maravilloso misterio que celebramos del Nacimiento del Señor se nos agolpan los pensamientos y reflexiones y es tanta la hondura del misterio que nos parece no terminar nunca. Hoy es un día más bien para la contemplación, para quedarnos extasiados ante el establo de Belén, ante ese Niño recién nacido, ante ese misterio de Dios hecho hombre, Emmanuel, Dios con nosotros y ante el cual no importa que no nos salgan las palabras sino solamente mostremos nuestra ternura y nuestro amor.
En ese contemplación, en esa meditación, en esa alegría de nuestra fiesta, en ese dejarnos inundar por tanta luz, surgen, tienen que surgir muchos compromisos. Ante el amor que se nos manifiesta, ante la paz que se nos anuncia, ante la salvación que está amaneciendo como aurora luminosa sobre nuestra vida tienen que surgir actitudes nuevas, gestos nuevos y comprometidos, para que a todos llegue ese amor, para que todos puedan vivir esa paz, para que todos puedan alcanzar esa salvación.
Hoy tiene que ser un día de amor y de paz. Nos lo deseamos todos cuando nos felicitamos. Pero no puede ser sólo un buen deseo de bonitas palabras sino un compromiso. Son deseos humanos muy legítimos y muy necesarios que toda la humanidad tiene, la paz, la justicia, el amor... Pero los que creemos en Jesús que contemplamos su amor, que sabemos cuál es la paz verdadera que El viene a traernos implantándola en nuestros corazones, tenemos unas razones muy poderosas para ese compromiso de amor, para ese compromiso de paz.
Vamos a llevar el amor que nace de Jesús que no es un amor cualquiera. Vamos a llevar e implantar la paz que nace de Jesús que no es una paz cualquiera. ¡Cuánta generosidad tiene que haber en nuestra vida para compartir y para obrar con verdadera justicia! ¡Cuánta capacidad de comprensión y de perdón, porque el perdón es camino verdadero de reconciliación y de paz! ¡Qué honda tiene que ser nuestra solidaridad cuando nos sentimos en verdad hermanos los unos de los otros! ¡Qué profundo nuestro amor! Nuestro modelo, nuestro estímulo y nuestra fuerza la tenemos en la gracia salvadora que Jesús nos ha venido a traer.
Haciendo todo esto tenemos la más auténtica felicidad. Y lo haremos partiendo de Jesús. Es así como resplandeceremos con la luz de la navidad, con el brillo resplandeciente que iluminó la noche de Belén. Viviendo todo esto estamos haciendo nacer en verdad a Cristo en nuestro corazón y así lo estaremos haciendo nacer cada día más en nuestro mundo. Es la verdadera navidad.
'Reunidos para celebrar el día santo en que la Virgen María dio a luz al Salvador del mundo…’ Reunidos con gozo, con alegría honda y contagiosa, con humildad, con amor, con fe celebramos la Navidad, celebramos el nacimiento de Dios hecho hombre en Belén, pero también nuestros corazones.

Ya se cumple el tiempo…

2Sam. 7, 1-5, 8-11.16
Sal. 88
Lc. 1, 67-79


‘Ya se cumple el tiempo en que Dios envió su Hijo a la tierra’, fue la antífona de entrada de la celebración de este día. Estamos en el último día del Adviento y ya esta noche celebraremos el nacimiento del Señor en la Misa de Nochebuena. Por eso hemos pedido hoy al Señor ‘ven, Señor Jesús, no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor’. Es como un grito, una súplica, un deseo anhelante de que llegue el momento de celebrar el nacimiento de Cristo con todo lo que significa.
En la lectura continuada que hemos hecho del inicio del evangelio de san Lucas en estos últimos días, llegamos hoy al cántico de Zacarías tras el nacimiento de Juan en el momento de la circuncisión y de la imposición del nombre.
Es el cántico de Zacarías y podría ser perfectamente nuestro cántico de alabanza y acción de gracias al Señor en estos momentos. Bendecimos a Dios porque llega la redención, llega el Redentor, llega nuestra salvación. En su misericordia, como también cantaba María, el Señor nos visita, no se olvida de nosotros. Todo lo que estaba prometido tiene su cumplimiento.
‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo…’ nos repetirá mas adelante: ‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’. Es la misericordia del Señor; es el amor gratuito del Señor que viene, nos visita, nos redime, nos saca de las tinieblas y de la muerte. Lo había prometido y ahora se cumple. ‘Realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianzas y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán…’
Toda la historia de la salvación es una historia de misericordia y de amor. No olvida nunca Dios a su pueblo y continuamente le está ofreciendo su amor y su perdón. Se había realizado una Alianza, rota tantas veces en la infidelidad de su pueblo. Pero Dios es fiel y el recuerda siempre su Alianza. El será nuestro Dios, un Dios que nos ama, un Dios que es nuestro Padre, un Dios que ha ahora ha enviado a su Hijo para que se encarnara y fuera nuestro Salvador.
‘Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian…’ Salvación liberadora. El que viene va a dar libertad a los oprimidos, nos va a arrancar de las ataduras, de la esclavitud del pecado. ¿No tenemos, pues, que darle gracias a Dios continuamente?
Y en este cántico Zacarías tiene una palabra también para quien iba a ser el precursor. ‘Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados’. Es el mensajero que viene a anunciarnos la llegada del Rey. Para preparar los caminos del Señor. Será la voz que clama en el desierto.
Recojamos estos sentimientos, esta oración y hagámosla nuestra. Siempre, pero de manera especial en este día cuando está tan cercano el momento en que se inicia nuestra salvación con la venida del Salvador. Por muchas cosas tenemos que dar gracias a Dios y bendecirle. Bendigámosle porque llega el día, llega el tiempo en que Dios envió a su Hijo a la tierra para nuestra salvación.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Mirad que envío mi mensajero que prepare el camino ante mí

Mal. 3, 1-4; 4, 5-6
Sal. 24
Lc. 1, 57-66


‘¿Qué va a ser de este niño?’ se preguntaba la gente de la montaña. ‘Porque la mano del Señor está sobre él’. Muchas cosas habían sucedido en torno a su nacimiento. Sus padres eran mayores. Isabel, su madre, considerada estéril. Zacarías se había quedado mudo desde que había vuelto del servicio del templo. El nombre de Juan en lugar de Zacarías como hubiera sido lo normal. Ahora su lengua se había soltado y bendecía a Dios. ‘La noticia corrió por toda la montaña de Judea’.
‘¿Qué va a ser de este niño?’ Era el mensajero que venía a anunciar la llegada del rey. Hoy con los medios de comunicación que tenemos es suficiente con una rueda de prensa, una noticia en la radio o la televisión, y no digamos en internet, y todo el mundo se entera del personaje importante que llega, o de un acontecimiento que se piensa que va a suceder. En la antigüedad la llegada de los reyes o altos personajes era anunciada por mensajeros que previamente se enviaban por donde había de pasar el rey. Además había que cuidar todos los preparativos.
‘Mirad que envío mi mensajero, para que prepare el camino ante mí…’ había dicho el Señor por medio del profeta. ‘Será fuego de fundidor, como lejía de lavandero; se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán la ofrenda como es debido…’ El fuego del fundidor refina los metales preciosos para quitarle las escorias y hacerlos resplandecer; la lejía del lavandero limpia de toda impureza para que las vestiduras brillen en su blancura. Hermosas imágenes.
Juan es el mensajero; es ‘la voz que clama en el desierto’, pero que se escuchará en Judea y toda Palestina, y a él vendrán de Jerusalén y de todas partes para escuchar su anuncio y su mensaje. Hay que preparar los caminos del Señor. Será la misión de Juan. Será la voz que anuncia la llegada de la Palabra. ‘Preparará para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Bautiza en el Jordán para el arrepentimiento y la conversión.
Hoy en el evangelio sólo estamos contemplando su nacimiento, pero en la cercanía de la Navidad su figura y su mensaje es importante a tener en cuenta para preparar la venida del Señor, la celebración que será memorial de su nacimiento pero que será nacimiento real y místico a la vez en nuestra vida y en nuestro corazón, con el que vamos a hacerle más presente en nuestro mundo.
Es lo que vamos a tener en cuenta. ‘Mirad y levantad vuestras cabezas; se acerca vuestra liberación’, nos dice la Iglesia en su liturgia al rezar el salmo responsorial. Hemos de despertar, estar atentos y preparados para la venida del Señor. Así hemos de purificar nuestro corazón como lo hemos venido haciendo en estos días al celebrar el sacramento de la Penitencia, y al dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que nos ha llevado de la mano en la Palabra de Dios proclamada con tanta riqueza día a día en este tiempo de Adviento. Los signos que hemos ido realizando, como el haber encendido semana a semana la corona del Adviento, la oración que hemos intensificado, todo nos va preparando, ayudando a tener el corazón bien dispuesto para el Señor.
Con firmeza, con alegría, con esperanza hemos ido caminando y llega el día del Señor. Que nos encontremos bien dispuestos.

martes, 22 de diciembre de 2009

Su misericordia llega a sus fieles

1Sam. 24-28
Sal.: 1Sam. 2, 1.4-5.6-8
Lc. 1, 46-56


‘Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación… auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abrahán y su descendencia para siempre…’
María canta al Señor porque es grande, porque ha hecho obras grandes en ella… Reconoce María las maravillas que el Señor ha hecho en ella, pero es consciente también de que todo eso que el Señor está realizando en ella es el cumplimiento de la promesa de salvación que Dios había hecho para su pueblo. ‘Como lo había prometido a nuestros padres…’ La promesa del Señor era promesa de salvación, de perdón.
Se siente un instrumento en las manos de Dios. Lo reconoció ante el ángel cuando la anunciación y ahora lo proclama de nuevo. ‘Ha mirado la humillación de su esclava’, reconoce ahora. Se ha puesto María en las manos de Dios. ‘Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, dijo entonces.
Así ha sido la fe de María; ha sido su humildad que la hace grande. Si Jesús había dicho que el que se humilla será enaltecido, justo es que queramos encumbrar a María y que el Señor además la haya hecho grande cuando ella con tanta humildad se presenta ante Dios. Así es el amor con el que ella quiere cantar al Señor.
Siente que la van a reconocer, la ‘felicitarán todas las generaciones’, pero es ‘porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí’. Luego su canto es para el Señor. Canta el amor que Dios nos tiene y que en ella se ha derramado de forma tan extraordinaria y maravillosa. Es el Señor. Es el Salvador que viene y que ya en ella está realizando maravillas. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador’. Desde lo más hondo de su corazón ella canta al Señor, se llena de la alegría del Espíritu.
Este canto de María que tiene hondas resonancias bíblicas – hemos recitado como salmo hoy un cántico que está tomado del primer libro de Samuel, cuando Ana canta agradecida a Dios que le ha concedido el don de la maternidad – lo repetimos nosotros muchas veces en la liturgia, como cántico evangélico en las vísperas, y también nos sirve muchas veces como pauta de nuestra oración.
Mucho más tendríamos que meditarlo para impregnarnos de ese espíritu que empapaba a María. Hemos de saber reconocer las cosas grandes que el Señor hace también en nosotros. Con ese mismo espíritu humilde hemos de ir a postrarnos ante El. Hemos de sentirnos igualmente instrumentos en las manos del Señor, porque también el Señor quiere contar con nosotros en su obra salvadora a favor de todos los hombres.
Testigos y mensajeros también nosotros hemos de ser. Y reconociendo las misericordias del Señor hacer que todos puedan reconocerlo de la misma manera, porque grande es el amor que el Señor nos tiene. El mundo tiene que conocer lo que es el amor de Dios. Muchos quizá no creen porque no se les ha anunciado debidamente lo grande que es el amor del Señor. ¿Cómo van a creer si no se les anuncia?, ya decía en una ocasión el apóstol Pablo. Y nosotros mensajeros de esa Buena Nueva tenemos que ser para los demás.
Reconocimiento, acción de gracias, alabanza tienen que ser cánticos que entonemos no sólo con nuestros labios sino con toda nuestra vida porque el Señor es grande.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Bendiciones y regocijo con la salvación que llega

Sof. 3, 14-18
Sal. 32
Lc. 1, 39-45


La Palabra del Señor que escuchamos cada día, aunque los textos tengamos que repetirlos por exigencias de la liturgia, son siempre una Palabra de vida que tiene una riqueza grande para nuestra vida. En el ritmo de la liturgia de este año hemos escuchado el mismo texto del evangelio en el cuarto domingo de Adviento (ayer) que hoy 21 de diciembre en el ritmo de las ferias de días previos al nacimiento del Señor.
En la visita de María a su prima Isabel ayer queríamos subir a la montaña para aprender a recibir a Dios. Hoy podemos decir que escuchamos una invitación a bendecir a Dios como lo hizo Isabel y como escucharemos mañana que lo hace María en el hermoso cántico del Magnificat. Isabel se goza de la presencia de Maria y canta bendiciones. Bendiciones y regocijo tendríamos que decir en la salvación que llega. Bendiciones a María y bendiciones al fruto de su vientre, Jesús.
Bendita María, pero bendita ¿por qué? ¿Bendecimos a María por sus obras, por su vida, por sus virtudes, o bendecimos a Dios por tantas maravillas que hizo en ella? Yo me atrevo a decir, bendecimos y alabamos a Dios por lo que Dios hizo en ella, porque Dios la quiso para ser su madre y la adorno de toda gracia y de todas las virtudes. Si Isabel llama bendita a María – ‘bendita tú entre todas las mujeres’ - es porque es la bendecida de Dios.
Pero escuchamos a Isabel que inmediatamente dirá, ‘bendito el fruto de tu vientre’. Bendito sea Jesús el Hijo de Dios que nace en las entrañas de María; bendito sea Dios que la eligió y la amó desde siempre, y la hizo grande y la llenó de gracia aunque ella se llame a sí misma ‘la esclava del Señor’, bendito sea Dios, seguimos diciendo nosotros porque nos la dio como madre, y por ella nos llega el Salvador.
¿No será eso motivo de alegría y regocijo para nosotros? ‘Regocíjate… grita de júbilo… alégrate y gózate de todo corazón…’ nos invita el profeta Sofonías. Ya para nosotros no hay condena sino salvación, el Señor que es ‘nuestro Rey está en medio de nosotros y ya no hay temor, el Señor se goza y se complace en ti y se alegra con júbilo como en día de fiesta’, nos sigue diciendo el profeta. Nosotros nos sentimos también bendecidos por el Señor con toda clase de bendiciones, como tantas veces hemos escuchado a san Pablo. Todo tiene que ser fiesta. No puede ser menos. ‘Aclamad justos al Señor y cantadle un cántico nuevo’. Todo siempre para la gloria de Dios; todo tiene que ser bendición y alabanza al Señor.
¿Cuál es la mejor bendición? Las bendiciones tienen que salir de lo hondo del corazón, no sólo pueden ser cánticos o palabras hermosas. Es toda nuestra vida la que tiene que dar gloria al Señor. ¿Cómo? Con una vida santa, que vive y refleja en sí la salvación recibida del Señor; con una vida sin pecado, llena siempre de gracia; con las obras de la fe y del amor; buscando siempre lo que es la voluntad del Señor. ‘Aquí estoy para hacer tu voluntad’, tenemos que decir con toda nuestra vida.
Bendita sea María la bendecida del Señor; bendito sea el fruto de su vientre; bendito sea siempre y en todo momento el Señor que así nos llena de su gracia y sus bendiciones.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Ojalá pudiéramos ir a la casa de la montaña para aprender a recibir a Dios

Miq. 5, 2-5
Sal. 79
Heb. 10, 5-10
Lc. 1, 39-45


Ojalá pudiera ir a la casa de la montaña – a casa de Isabel – para aprender de ella y de María a recibir a Dios. Es lo que siento en estos momentos al escuchar el evangelio de la visita de María a su prima Isabel en estos días previos a la Navidad. Lo que nos narra hoy el evangelio es grande y hermoso. Las actitudes que descubrimos en ambas mujeres, María e Isabel, son las mejores para acoger al Señor que viene a nosotros.
‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel’. Un primer detalle, ‘se puso en camino y fue aprisa a la montaña’, corriendo casi, podríamos decir. La carrera y la prisa del amor. Como la del padre que corrió al encuentro del hijo que volvía, como Zaqueo que corre adelante para poder ver al Señor, como los discípulos Pedro y Juan hasta el sepulcro para comprobar que estaba vacío y que Cristo había resucitado. ¿Correremos nosotros al encuentro del Señor que viene? ¿Correremos con el mismo amor de María?
Si grande era la fe, el amor, la humildad de María – no es necesario que recordemos de nuevo la escena de la Anunciación para destacar toda esa fe, amor y humildad en María – en la montaña nos vamos a encontrar a una mujer de fe, una mujer humilde, una mujer que tiene la visión de Dios, una mujer que se va a dejar inundar por la presencia del Espíritu.
‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ es la pregunta que se hace Isabel. ‘Se llenó del Espíritu Santo’, dice el evangelista y se puso a gritar. Es capaz de descubrir quién es María, no sólo la prima que ha venido de la lejana Nazaret para ayudarla en estos días, sino que es ‘la madre de mi Señor’. ¿Cómo pudo descubrirlo? Podía tener esa visión de fe porque estaba llena del Espíritu. Pero nos encontramos también con su humildad. Serán los humildes y los sencillos los que verán a Dios, de los que es el Reino de Dios; será a los humildes y a los sencillos a los que se revele Dios.
Será en lo pequeño y en lo humilde donde se nos manifieste Dios y donde Dios quiere venir a nosotros. El profeta nos ha hablado de Belén, ‘pequeña entre las aldeas de Judá’ para señalarnos el lugar donde había de nacer el Mesías. Este texto es el que consultarán los entendidos de Jerusalén cuando vengan aquellos magos de oriente preguntando por el lugar donde había de nacer el Rey de los judíos. ‘De ti saldrá el jefe de Israel’, continuaba diciendo la profecía. Y en Belén, pobre entre los pobres y en el lugar más humilde dentro de pocos vamos a contemplar el nacimiento de Jesús, Dios hecho hombre para nuestra salvación.
Todo serán bendiciones y alabanzas. ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’, es la primera exclamación y alabanza. ‘Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’, continúa con sus bendiciones para María. La Palabra del Señor es fiel y siempre se cumplirá nos viene a enseñar también Isabel. Todo es alegría y gozo. Hasta la criatura saltará de gozo en el seno de Isabel. ‘En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre’, reconocerá Isabel.
Con María llegaba la gracia de Dios y el Señor iba realizando maravillas como las realiza El siempre en los pequeños, los pobres y los humildes. María es la portadora de Dios a quien lleva en su seno encarnado para hacerse hombre y para ser Dios con nosotros. Por eso, en esos milagros de Dios, aquel que iba a ser el precursor, el que preparase los caminos del Señor, allá en el seno de su madre mostraba también su alegría porque aquel a quien él anunciaría ya estaba en medio de nosotros aunque no todos aún pudieran reconocerlo. ‘En medio de vosotros está y no lo reconocéis’, nos diría más tarde allá en la orilla del Jordán.
La liturgia de este último domingo de Adviento toda ella es una invitación ‘a prepararnos con tanto mayor fervor el nacimiento de Jesús cuanto más se acerca la fiesta de la Navidad’. Nos ayudan las oraciones, la Palabra de Dios proclamada, todo el sentido de la liturgia. En el prefacio diremos que ‘el Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza’.
Corramos, pues, como Zaqueo y los discípulos porque queremos conocer y descubrir al Señor que llega a nosotros en esta Navidad. Porque el Señor corre también a nuestro encuentro para ofrecernos el abrazo de su amor y su gracia salvadora. Pues bien, imitemos los valores y las virtudes que hoy hemos descubierto en la montaña, tanto en María como en Isabel. Que resplandezca así nuestra fe y nuestro amor. Que nos abramos en verdad al misterio de Dios que vamos a celebrar. Que estemos atentos a su llegada. Que nos dejemos conducir por su Espíritu y como María y como Isabel nos dejemos inundar por El. Que nos encuentre el Señor vigilantes y en oración porque sólo así podremos descubrirle y conocerle, conocer también cuál es su voluntad para nosotros.
‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. Es lo que nos pide el Señor. No son ofrendas de cosas, holocaustos ni sacrificios lo que Dios nos pide. Eso quizá sería fácil. La ofrenda de nuestro yo, de nuestra voluntad para pensar sólo en lo que es la voluntad de Dios es más costosa. Pero es la ofrenda verdadera de nuestro corazón que será acepta a Dios. Y esa voluntad de Dios pasa por los caminos de la fe y del amor. De la fe para reconocerle y aceptarle. Del amor porque es nuestro corazón lo que el Señor nos pide y en esos caminos del amor verdadero vamos a encontrarle.
María cuando se llenó de Dios, cuando se dejó inundar por el Espíritu Santo para que en ella naciera Dios hecho hombre, ya no pudo estarse quieta y se puso a correr por los caminos para llevar amor, para buscar donde amar y servir, para llevar así a Dios a los demás. Son las carreras – ‘fue deprisa a la montaña’ – que hoy vemos hacer a María para llegar pronto a casa de Isabel para servir, para mostrar su amor y, repito, para llevar a Dios.
Nos queremos preparar con fervor al próximo nacimiento de nuestro redentor. Ya sabemos, pues, donde tenemos que poner nuestro fervor. Hemos purificado nuestro corazón o vamos a hacerlo próximamente en el sacramento de la Penitencia para que sea digna morada de Cristo que quiere nacer en nosotros, pero ahora tenemos que llenarlo con las obras de nuestro amor, con nuestro servicio, con nuestras buenas actitudes de acogida, de perdón y de comprensión para con los otros, con la generosidad de nuestro compartir y nadie pase necesidad ni tristeza, y así para todos, como María, seamos también portadores de Dios.
Vayamos, pues, a la casa de la montaña, como decíamos al principio de nuestra reflexión, para aprender de María y de Isabel la mejor manera de prepararnos para recibir al Señor.