martes, 22 de diciembre de 2009

Su misericordia llega a sus fieles

1Sam. 24-28
Sal.: 1Sam. 2, 1.4-5.6-8
Lc. 1, 46-56


‘Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación… auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abrahán y su descendencia para siempre…’
María canta al Señor porque es grande, porque ha hecho obras grandes en ella… Reconoce María las maravillas que el Señor ha hecho en ella, pero es consciente también de que todo eso que el Señor está realizando en ella es el cumplimiento de la promesa de salvación que Dios había hecho para su pueblo. ‘Como lo había prometido a nuestros padres…’ La promesa del Señor era promesa de salvación, de perdón.
Se siente un instrumento en las manos de Dios. Lo reconoció ante el ángel cuando la anunciación y ahora lo proclama de nuevo. ‘Ha mirado la humillación de su esclava’, reconoce ahora. Se ha puesto María en las manos de Dios. ‘Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, dijo entonces.
Así ha sido la fe de María; ha sido su humildad que la hace grande. Si Jesús había dicho que el que se humilla será enaltecido, justo es que queramos encumbrar a María y que el Señor además la haya hecho grande cuando ella con tanta humildad se presenta ante Dios. Así es el amor con el que ella quiere cantar al Señor.
Siente que la van a reconocer, la ‘felicitarán todas las generaciones’, pero es ‘porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí’. Luego su canto es para el Señor. Canta el amor que Dios nos tiene y que en ella se ha derramado de forma tan extraordinaria y maravillosa. Es el Señor. Es el Salvador que viene y que ya en ella está realizando maravillas. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador’. Desde lo más hondo de su corazón ella canta al Señor, se llena de la alegría del Espíritu.
Este canto de María que tiene hondas resonancias bíblicas – hemos recitado como salmo hoy un cántico que está tomado del primer libro de Samuel, cuando Ana canta agradecida a Dios que le ha concedido el don de la maternidad – lo repetimos nosotros muchas veces en la liturgia, como cántico evangélico en las vísperas, y también nos sirve muchas veces como pauta de nuestra oración.
Mucho más tendríamos que meditarlo para impregnarnos de ese espíritu que empapaba a María. Hemos de saber reconocer las cosas grandes que el Señor hace también en nosotros. Con ese mismo espíritu humilde hemos de ir a postrarnos ante El. Hemos de sentirnos igualmente instrumentos en las manos del Señor, porque también el Señor quiere contar con nosotros en su obra salvadora a favor de todos los hombres.
Testigos y mensajeros también nosotros hemos de ser. Y reconociendo las misericordias del Señor hacer que todos puedan reconocerlo de la misma manera, porque grande es el amor que el Señor nos tiene. El mundo tiene que conocer lo que es el amor de Dios. Muchos quizá no creen porque no se les ha anunciado debidamente lo grande que es el amor del Señor. ¿Cómo van a creer si no se les anuncia?, ya decía en una ocasión el apóstol Pablo. Y nosotros mensajeros de esa Buena Nueva tenemos que ser para los demás.
Reconocimiento, acción de gracias, alabanza tienen que ser cánticos que entonemos no sólo con nuestros labios sino con toda nuestra vida porque el Señor es grande.

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