sábado, 3 de octubre de 2009

Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo

Baruc, 4, 5-12.27-29
Sal. 68
Lc. 10, 17-24


Jesús había designado a ‘otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y ciudades a donde pensaba ir El…curad enfermos y decid: está cerca de vosotros el Reino de Dios’. Ahora vuelven los discípulos después de cumplir su misión ‘muy contentos… Señor, hasta los demonios se nos sometían’. Jesús les acoge y les previene: ‘No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo’.
En este evangelio hoy desborda la alegría porque a continuación nos dirá que Jesús ‘lleno de la alegría del Espíritu Santo’, da gracias al Padre porque se ha revelado el misterio de Dios a los pobres y a los humildes.
Ya hemos dicho que Jesús les previene del orgullo. Es una tentación en la que fácilmente podemos caer. Pensamos que ya nosotros sí somos buenos, sabemos hacer las cosas bien y hacemos tantas cosas buenas. Los discípulos venían contentos porque podían echar demonios. Pero eso no es lo importante, porque si pueden hacerlo no es por su poder, sino por la gracia del Señor. Y como les dice Jesús lo importante y lo que les tiene que dar verdadera alegría es que sus ‘nombres están inscritos en el cielo’.
¿Cómo podemos merecer tal honor? Echemos una mirada al evangelio y veamos quienes van a ser los importantes para Jesús. Los importantes para Jesús son los sencillos y los humildes porque es a ellos a quienes se les revela el misterio de Dios. Lo hemos escuchado hoy. ‘Te doy gracias Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla’.
No son los entendidos, los que se creen sabios, los que se ponen en un estadio superior. Serán los humildes y los sencillos, los que parece que nada valen ni nada saben. Recordemos lo anunciado por el profeta y que Jesús proclamará en la Sinagoga de Nazaret, diciéndonos que todo aquello se cumple ya. ‘A los pobres se les anuncia el Evangelio’. La Buena Noticia del Reino de Dios no es para los que ya se creen salvados y que todo se lo saben. Serán los pobres, los indefensos, los que nada tienen, los que se sienten oprimidos los que escucharán la Buena Noticia de la libertad y de la gracia.
No será desde el dominio y el poder donde se será grande en el Reino de los cielos, sino que los que se hacen los últimos y los servidores de todos, serán los primeros y los verdaderamente importantes.
Cuando nos vaciamos de nosotros mismos para servir, para hacernos los últimos y para amar y entregarnos hasta el final es cuando mereceremos que nuestro nombre esté inscrito en el cielo. Es el camino desconcertante en principio de Jesús, pero que luego comprenderemos que es el camino que en verdad merece la pena.
Demos gracias a Dios si escuchamos el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús. ¿Nos hemos parado a pensar en la predilección que Dios tiene por nosotros que cada día nos ofrece el alimento de su Palabra, cada día podemos escuchar el anuncio del Evangelio?
‘¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron’. Así les dice Jesús a los discípulos. Así nos dice también a nosotros, porque vemos y escuchamos, porque podemos vivir y podemos sentir la presencia de Jesús y su gracia cada día en lo más hondo de nuestra vida.
Tenemos que saber darle gracias a Dios. ¿Le has dado gracias por la oportunidad que te da cada día de escuchar su Palabra? ¿Le das gracias por la oportunidad que te da de recibirle y vivirle cada día en los sacramentos? ¿Le das gracias a Dios, amigo que lees estas líneas de reflexión por este medio de internet, por esta semilla que cada día Dios quiere sembrar en tu corazón?

viernes, 2 de octubre de 2009

Confesamos que el Señor nuestro Dios es justo y misericordioso

Baruc. 1, 15-22
Sal. 78
Lc. 10, 13-16


‘No endurezcáis vuestro corazón, escuchad la voz del Señor’. Es una invitación a la conversión. El Señor nos llama una y otra vez.
Hay quien mira sus desgracias personales como un castigo por su pecado, por lo que ha hecho mal. A todos nos suceden cosas desagradables, pasamos por situaciones difíciles, nos llega la desgracia en forma de enfermedad, un accidente, algo malo que nos puede sobrevenir. Muchas veces escuchamos ese lamento, ¿qué hecho yo para merecer esto? Esto es un castigo por mis pecados. Claro que si nos quedamos en esa consideración de castigo sin ninguna otra esperanza, nos sentiremos tan abrumados que podemos llegar a la desesperación.
Creo que hemos de tener una mirada más honda y más amplia también. No nos podemos quedar simplemente en el castigo. Es cierto que esas cosas malas por las que tenemos que pasar las podemos mirar como una purificación interior, pues Dios permite que nos sucedan esas cosas para que también recapacitemos y nos demos cuenta de lo que hemos hecho en nuestra vida; pero también podemos verlas como un punto de arranque para el arrepentimiento y la conversión.
Miramos, es cierto, nuestra vida y nos damos cuenta de la respuesta negativa a tantas cosas buenas que hemos recibido del Señor. Creo que en eso tenemos que fijarnos también. Cuántos beneficios recibimos del Señor. Cómo el Señor ha derrochado su gracia en nuestra vida y eso hemos de saberlo reconocer. Pero además tendría que movernos a que nuestra respuesta fuera distinta. Ha de ser una llamada de atención, una llamada del Señor a una vida mejor.
Es lo que contemplamos hoy en el profeta Baruc, a quien hemos escuchado en la primera lectura. Se reconoce pecador y reconoce que son un pueblo pecador. ‘Sentimos la vergüenza de nuestra culpa en este día: judíos, vecinos de Jerusalén, nuestros reyes y gobernantes, nuestros sacerdotes y profetas y nuestros antepasados; porque pecamos contra el Señor no haciéndole caso, desobedecimos al Señor nuestro Dios no siguiendo los mandatos que el Señor nos había propuesto…’
Pero aunque se siente abrumado por su pecado sin embargo se siente impulsado al arrepentimiento y a la conversión. Se vuelve al Señor ‘Dios compasivo y misericordia, lento a la ira y rico en clemencia’, como tantas veces ha rezado con los salmos. En la oración hay una confesión de fe, - ‘confesamos que el Señor nuestro Dios es justo’ -, y pensar en la justicia de Dios es pensar en la misericordia. Por eso se siente movido al arrepentimiento, a la vuelta al Señor.
Cuántos beneficios recibimos del Señor. Tenemos que pensarlo. No podemos endurecernos en nuestro pecado, ni nos podemos sentir tan abrumados que eso nos lleve a la desesperación. La contemplación del amor de Dios nos moverá al arrepentimiento pero también a la conversión a una vida nueva y distinta, a una vida santa.
En el evangelio de hoy Jesús recrimina a las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaún. Cuánto ha hecho el Señor con su presencia en medio de ellos, cuántos milagros ha realizado allí el Señor. ‘Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza’. Que el Señor no nos recrimine a nosotros porque no escuchamos su voz, porque no somos capaces de reconocer cuanto ha hecho en nosotros.
Todo es una invitación a la esperanza, a la vida, a la conversión, a vivir una nueva vida. No por miedo al castigo, sino en la consideración del amor del Señor.

jueves, 1 de octubre de 2009

Alegría, Sabiduría y Riqueza la más grande la Palabra del Señor

Neh. 8, 1-12
Sal. 18
Lc. 10, 1-12


‘Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón… más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila…’ Hermosa imagen que nos ofrece el salmo para comprender la riqueza y la sabiduría de la Palabra de Dios y la alegría con la que llena el corazón cuando la escuchamos.
Riqueza, sí, que no se queda en riquezas materiales, - ‘más que el oro fino’ -; Sabiduría, que nos ayuda a penetrar en el misterio de Dios y su voluntad para con nosotros - ‘más dulce que la miel de un panal que destila’ – y a saborear hondamente en el paladar el alma el amor que Dios nos tiene.
Si hermosa es la imagen del salmo, más hermoso, podríamos decir, el testimonio del libro de Nehemías en la acogida a la Palabra de Dios. Como hemos venido comentando estaban en la tarea de la reconstrucción de Jerusalén y del templo; llegó el momento de comenzar las celebraciones y allí están en la explanada del templo - ‘en la plaza que hay ante la puerta del agua’ – dispuestos a la escucha de la proclamación de la Ley del Señor.
Es una liturgia hermosa de proclamación de la Palabra de Dios lo que se nos ofrece. Allí está una asamblea reunida desde el amanecer hasta el medio día – ‘todo el pueblo se congregó como un solo hombre… el asamblea de hombres y mujeres y todos los que podían comprender… desde el amanecer hasta el mediodía… era el día primero del mes séptimo…’ -.
En medio un alto estrado para la proclamación de la Ley del Señor – ‘Esdras, el escriba y sacerdote estaba de pie sobre el estrado de madera que habían hecho para el caso’ -.
El sacerdote y escriba comienza bendiciendo a Dios y el pueblo aclama adorando al Señor - ‘Esdras abrió el libro a vista del pueblo, pues los dominaba a todos, y cuando lo abrió el pueblo entero se puso de pie… pronunció la bendición del Señor Dios grande, y el pueblo entero, alzando las manos, respondió Amén, Amén; se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor’ -.
Una explicación continuada de los escribas – ‘mientras los levitas explicaban al pueblo la ley… de forma que todos comprendieron la lectura’ -.
Una acogida por parte del pueblo en silencio, con alegría y emoción, con lágrimas en los ojos y con fiesta para todos – ‘Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: no hagáis duelo ni lloréis (porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley)… comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene preparado… no estéis tristes, porque el gozo en el Señor es vuestra fortaleza’ -.
Me entra una sana envidia, lo confieso, al escuchar este entusiasmo del pueblo por la Palabra del Señor. ¿Habrá ese entusiasmo, alegría, aclamaciones, fiesta, escucha silenciosa desde el corazón por nuestra parte cuando se proclama la Palabra de Dios? Tenemos que motivarnos más por la escucha de la Palabra de Dios. No podemos quedarnos en un rito cumplido formalmente pero al que le falta entusiasmo y vida.
Seamos sinceros, muchas veces estamos deseando que se acaban ya las lecturas, que se acabe ya el comentario de la homilía, porque lo que queremos es que se nos diga la misa y acabar pronto. Ellos estuvieron ‘desde el amanecer hasta el mediodía’. ¿No tendremos que poner más calor de fe y amor en la escucha de la Palabra?
Y hemos de decir algo importante. Nosotros no estamos solamente ante un Libro que contiene la Palabra de Dios, sino ante la misma Palabra viva de Dios que se nos manifiesta en Jesús. Jesús mismo está en medio de nosotros en la proclamación de la Palabra. Jesucristo, Palabra eterna de Dios que se ha encarnado y plantado su tienda entre nosotros.
Pidámosle a Dios que aprendamos de esa Sabiduría de la Palabra, que aprendamos a saborear esa maravilla de Dios que se nos manifiesta con su amor. Que la guardemos en el corazón como la mayor de las riquezas y que como María sepamos rumiarla dentro de nosotros para hacerla dar fruto de vida. Que sea siempre nuestra alegría y nuestra fiesta y eso lo manifestemos también en la forma con que la acogemos.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

El seguimiento de Jesús nos plantea radicalidad en la respuesta

Neh. 2, 1-8
Sal. 136
Lc. 9, 57-62


El Evangelio nos dice que ‘mientras iban de camino Jesús y sus discípulos’ algunos se acercan a Jesús porque quieren ir con él o a otros será Jesús mismo el que los invite a seguirle. Seguir a Jesús. Ir de camino. No es algo estático sino que implica ponerse a caminar, ¿hacia dónde?
En versículos anteriores el evangelista ha hecho un comentario muy importante. ‘Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. Subir a Jerusalén significaba algo. El lo había anunciado. Su subida a Jerusalén implicaba que allí iba a morir, porque ‘el Hijo del Hombre iba a ser entregado en manos de los gentiles…’ Significaba muerte porque era su entrega. Conscientemente ahora decide subir a Jerusalén. Es que lo impulsa el amor.
Claro, entonces, seguir a Jesús, ponerse a caminar con El, era implicarse en su mismo destino. Ya en otra ocasión nos había dicho que el que quiera seguir ha de tomar su cruz de cada día. Ahora nos plantea sus exigencias, su radicalidad. Exigencias que pasan por una disponibilidad total, generosidad de corazón libre de todo tipo de ataduras, siempre con deseos de caminar hacia delante.
‘Te seguiré a donde vayas’, le dice uno. Pero le recuerda la austeridad de su vida porque nada le puede atar. ‘Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’. El caminante no tiene sitio fijo donde aposentarse. ‘Quedáos en la casa donde entréis’, les dice a los discípulos cuando los envía a anunciar el Reino. Allí donde los reciban tendrán donde reclinar la cabeza y si no los reciben, a otro sitio. ‘No tiene donde reclinar la cabeza’. Vacíos de todo y disponibles para todo.
A otro lo invitará Jesús ‘sígueme’, pero quiere ir a enterrar a su padre. ‘Deja que los muertos entierren a los muertos, tú vete a anunciar el Reino de Dios’. Su camino no es de muerte sino de vida. Llenos de vida tenemos que ir siempre a anunciar la vida, el Reino de Dios. más que enterrar muertos, lo que tendrá que hacer el discípulo es resucitar muertos, sanar, llevar a la vida.
‘Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme de mi familia’. Miradas atrás y ataduras. No pueden quedar apegos en el corazón. Liberados de todo lo que nos pueda atar no podemos volver la vista atrás añorando quizá otros tiempos, otras situaciones. ‘El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios’. El agricultor que mientras tiene la mano en el arado mira hacia atrás sus surcos no pueden salir rectos. Mirada hacia delante. Liberados de todo, que para eso Cristo nos ha liberado.
Que el Señor nos conceda esa generosidad de corazón, la fuerza del Espíritu para seguirle sin poner condiciones y nos haga valientes para arrancarnos de lo que sea muerte. Cristo lo es todo para mí y cuando me decido a seguirle tengo que hacerlo con toda mi vida. No valen las medias tintas. No vale el ahora sí, y luego ya veremos. No vale quedarnos a medias y poniendo condiciones. El Evangelio nos exige radicalidad en el seguimiento de Jesús. Vayamos de camino con Jesús. Sigamos sus pasos aunque tengamos que subir a Jerusalén. En el seguimiento de Jesús también tiene que impulsarnos el amor.

martes, 29 de septiembre de 2009

Con los ángeles y arcángeles cantamos el himno de tu gloria


Fiesta de los Santos Arcángeles, San Miguel, San Gabriel y San Rafael
Daniel 7, 9-10.13-14
Sal. 137
Jn. 1, 47-51

‘Con los ángeles y con los arcángeles, y con todos los coros celestiales cantamos el himno de tu gloria…’Así proclamamos en el prefacio uniéndonos a la alabanza de toda la creación. Iniciamos así ese cántico de alabanza y acción de gracias en el momento cumbre de la Eucaristía, cuando por Cristo, en Cristo y con Cristo en la unidad del Espíritu queremos dar todo honor y gloria al Padre del Cielo.
Hoy celebramos a los santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Con ellos hoy queremos cantar la alabanza del Señor. En ellos se ha complacido de manera especial Dios en su creación. A ellos ha confiado misiones especiales en medio de toda la creación al tiempo en que se convierten en algo así como trasmisores de la obra y gracia salvadora de Dios para nosotros los redimidos.
Signos de gracia y mensajeros divinos que al contemplarlos, recordarnos y celebrarlos son como nuestros aliados que nos ayudan en nuestra lucha contra el mal, en trasmitirnos lo que son los planes de Dios y al tiempo que presentan nuestras oraciones ante Dios nos hacen llegarla medicina de la gracia que nos fortalezca y nos cure en este camino de la vida.
‘¿Quién como Dios?’ es el grito de Miguel – eso significa su nombre – en su lucha contra el dragón maligno arrojándolo al abismo, como nos lo describe el Apocalipsis y algunos textos de las profecías del Antiguo Testamento. Es nuestro mejor aliado en nuestra lucha contra las tentaciones, contra el mal y contra el pecado. ‘¿Quién como Dios?’ tiene que ser nuestro grito porque es nuestro único Dios y Señor y a nadie más adoraremos sino al Señor. No nos dejemos embaucar por el padre de la mentira.
‘Yo soy Gabriel que sirvo en la presencia de Dios… he sido enviado a hablarte para darte esta Buena Noticia…’ le dice el ángel de Dios a Zacarías en el templo a la hora de ofrecer el incienso. Fue también el mensajero divino que con semejantes palabras habla al profeta Daniel en el Antiguo Testamento. Y así anuncia a María el misterio inconmensurable de Dios que viene a encarnarse en sus entrañas para ser Emmanuel, Dios con nosotros, que nos trae la salvación.
¡Cuántas veces sentimos en nuestro corazón a ese mensajero divino que nos habla allá en lo más hondo de nosotros mismos para anunciarnos los planes de Dios en nuestra vida. Ojalá no nos hiciéramos sordos a su mensaje y así realizáramos esos proyectos de Dios que son siempre proyectos de amor y de salvación.
‘Yo soy Rafael, que estoy al servicio de Dios… uno de los siete santos ángeles que presentamos las oraciones de los justos ante el Señor…’ Rafael, compañero de camino del joven Tobías, que libera de los peligros de los caminos, que le hace encontrar la medicina de Dios contra las asechanzas del maligno y que abrirá los ojos a la luz al anciano Tobías.
Celebraremos dentro de unos días a nuestro Santo Ángel de la guarda que nos acompaña a cada uno de nosotros en nuestra vida. Pero hoy celebramos a Rafael; que él inspire toda obra buena y esté siempre junto a nosotros para que hagamos lo bueno, para que desborde de nuestro corazón la misericordia porque, como le decía al revelarse a Tobías, ‘mejor es dar limosna que acumular tesoros, pues la limosna libra de la muerte y limpia de todo pecado; los que practican la misericordia y la justicia serán colmados de felicidad’.
Que ese sea el hermoso mensaje que recibimos en la celebración de los Santos Arcángeles que tan significativos son para nuestra vida cristiana. Además tengamos en cuenta que san Miguel es patrono de alguna de nuestras islas y de nuestros pueblos, y por otro lado san Rafael es especial protector de los Hogares de nuestras Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Que nos acompañen siempre en los caminos que nos conduzcan a la vida y la salvación.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Habrá oscuridades y turbulencias pero no podemos perder la esperanza

Zac. 8, 18;
Sal. 101;
Lc. 9, 46.50


Hay momentos y situaciones donde nos parece difícil mantener la esperanza. Nos encontramos con tantas turbulencias en la vida que nos parece ir en un avión sacudido por una fuerte borrasca y que no encontramos salida.
¿Vivimos momentos así? Reconozcamos que nuestro mundo, nuestra sociedad está bien revuelta. En estos momentos creo que lo peor no está en esta crisis económica que nos afecta a todos y que es lo que a la mayoría le preocupa, sin dejar de decir que es importante y que realmente afecta a muchísimas personas en la que su subsistencia es bastante precaria; pienso en otras muchas turbulencias de nuestra sociedad.
Muchos valores que considerábamos muy importantes en la vida parece que han perdido su vigor y a muchos poco le interesan. Somos conscientes de un cambio de costumbres muy importante. Se van introduciendo normas de conducta, que algunas veces se quieren imponer como leyes en el ámbito social desde sectores bien interesados y que no nos satisfacen. Se va perdiendo un sentido de Dios y los valores y las virtudes cristianas no sólo son dejados de lado por muchos, sino que también se les pretende ocultar, hacer que nadie pueda hablar de ello.
Podemos sentir la tentación de una sensación de pesimismo tal que nos ahogue y, como decíamos al principio, pareciera que la esperanza se hace imposible.
¿Cuál tiene que ser la postura y la actitud del cristiano ante todo eso? San Pablo nos dice en sus cartas que nosotros no podemos sufrir como los hombres que no tienen esperanza. Nuestra fe en Jesús como nuestro Salvador nos hace creer en su Palabra y en el cumplimiento de sus promesas. El nos ha prometido un mundo nuevo, una tierra nueva y un cielo nuevo como dice el Apocalipsis, el Reino de Dios que llega como nos anuncia en el Evangelio.
Su Palabra es veraz. ‘Yo soy la verdad… para eso he venido al mundo para dar testimonio de la verdad’, nos dice Jesús en el Evangelio en el diálogo con Pilatos. Luego, a pesar de las sombras y de las turbulencias, su palabra se cumple. Eso tiene que ser nuestra fe y nuestra esperanza por encima de todo.
De eso nos habla también el profeta Zacarías hoy. ‘Volveré a Sión y habitaré en medio de Jerusalén’. Y nos habla de una nueva situación, de una nueva paz y armonía. ‘De nuevo se sentarán en las calles de Jerusalén ancianos y ancianas, hombres que, de viejos, se apoyan en bastones. Las calles de Jerusalén se llenarán de muchachos y muchachas que jugarán en la calle’.
Y cuando el profeta anuncia estos tiempo nuevos de armonía se pregunta: ‘Si el resto del pueblo encuentra esta imposible aquel día, ¿será también imposible a mis ojos?... Así dice el Señor de los Ejércitos: Yo libertaré a mi pueblo… y los traeré para que habiten en medio de Jerusalén. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios con verdad y con justicia’. El pueblo incrédulo, por la situación difícil en la que viven, piensa que no será posible ese nuevo mundo; habían perdido la esperanza. Pero el Señor empeña su palabra y ‘ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios con verdad y con justicia…’
Será posible ese pueblo nuevo. Seremos un resto, pero no importa. Dios quiere que seamos semilla, buena semilla en medio del mundo. Y no hemos de temer porque contamos con el Señor que es capaz de transformar los corazones. Y nosotros somos signos en medio de las gentes de ese mundo nuevo del Reino de Dios que es posible. Por eso hemos de ser valientes para dar nuestro testimonio sin perder la esperanza. La vida de los verdaderos creyentes, de los cristianos que viven con autenticidad su fe, su seguimiento de Jesús se convierte en llamada para los demás.
Me contaron no hace mucho del testimonio de un sacerdote que por diversas razones que no vienen al caso se encontró cerca de unas personas que ni estaban bautizadas ni tenían fe, ni por supuesto haberse preocupado de la fe de sus hijos. Por la cercanía de aquel sacerdote y su testimonio se abrieron a la fe, quisieron recibir el bautismo y los sacramentos, hicieron su catequesis catecumenal para prepararse debidamente, cambiaron totalmente su vida y se adhirieron a Jesús por el Bautismo toda la familia.
Un milagro, me decía la persona que me lo contaba admirándose de tal caso. Un milagro de la gracia, tenemos que decir, que mueve los corazones. Luego, no podemos perder la esperanza, porque siempre está brillando la luz del Señor. Habrá oscuridades y turbulencias en la vida, pero al final brillará la luz.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Descubre y valora lo bueno del otro y haremos entre todos un mundo mejor


Núm. 11, 25-29;
Sal. 18:
Sant. 5, 1-6;
Mc. 9, 38-43.45.47-48


El seguimiento sincero de Jesús, dejándonos iluminar por su Palabra y poniendo en práctica todo aquello que no enseña, es una fuente de riqueza grande para nuestra vida y donde todos a la larga nos vamos a sentir beneficiados.

No entiendo cómo algunos ven todo esto de la fe y la vida cristiana como una carga pesada, porque, dicen, todo esto de la fe les coarta su libertad y su vida. Yo lo veo más como un enriquecimiento de la persona en camino de plenitud y como cultivo de muchos valores que nos van a posibilitar, incluso, una mejores relaciones humanas entre unos y otros.

La fe, con su convencimiento grande y profundo que nos puede hacer capaces de llegar a dar la vida por esa fe, sin embargo, nos hace ser más abiertos y generosos con los otros porque, desde nuestro amor cristiano, nos llevará a valorarnos y respetarnos más, a saber descubrir siempre lo bueno del otro y nos capacita para saber colaborar con él en todo eso bueno que hace nuestro mundo mejor y a todos, en consecuencia, más felices.

Sí, valoremos y respetemos, porque de lo contrario podemos tener la tendencia o tentación de creernos nosotros los mejores y los únicos, y cerrar los ojos para no ver lo bueno que tienen los demás. Digo, esto es una tentación y algo además que estamos demasiado acostumbrados a ver en nuestro derredor.

¡Cuándo llegaremos a ser capaces de ver lo bueno del otro, incluso en nuestro mayor contrincante o adversario! Demasiado vemos en cualquier debate o discusión, a todos los niveles, que nunca se es capaz de dar la razón en algo al otro; como es mi adversario, que piensa distinto a mí, nunca seré capaz de encontrar nada bueno en lo que los dos podamos colaborar en una misma dirección.

¿Por qué actuaremos así? ¿Será el miedo, el desconocimiento del otro, la desconfianza? ¿Será una falta de amor verdadero? ¿Por qué nos hacemos tan intolerables e intransigentes? ¡Cuántos recelos en todos los ámbitos de la vida! ¿Será quizá una manifestación larvada de nuestras propias inseguridades, que queremos ocultar tras una apariencia de firmeza? ¿Una expresión de orgullo? ‘Preserva a tu siervo de la arrogancia’ podríamos pedir al Señor con la oración del salmista.

Tanto el libro de los Números del Antiguo Testamento – la primera lectura de la Eucaristía de hoy – como el Evangelio nos iluminan en este sentido. Habían sido escogidos y convocados setenta ancianos para recibir el Espíritu del Señor y ayudar a Moisés en la tarea de gobernar al pueblo. Dos no asistieron a la convocatoria y sin embargo ‘también el Espíritu se posó sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento’. Josué, el ayudante de Moisés, lleno de celo, le dice a Moisés, ‘prohíbeselo’, pero Moisés le respondió: ‘¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor’.

El Evangelio nos habla de cómo uno de los discípulos le cuenta a Jesús que alguno en su nombre echaba demonios y curaba enfermos. ‘No es de los nuestros’, le dice ‘y se lo hemos querido impedir’. Pero Jesús le replica: ‘No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’.

Nos entran esos celos algunas veces a nosotros también. Pero Jesús nos está enseñando que tenemos que descubrir, aceptar y valorar todo lo bueno que hacen los demás. Porque hasta la más mínima cosa buena que se haga tiene su valor y su recompensa. ‘El que os dé a beber u vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa’.

¡Qué terribles somos con nuestros recelos y desconfianzas! Creo en verdad que nuestro mundo sería mejor si todos pusiéramos siempre nuestro granito de arena de bondad, de confianza, de colaboración en lo bueno que se realice, sabiendo aceptar en consecuencia lo bueno por pequeño que sea que hagan los demás. Nos haría más felices a todos. Esa limpieza del corazón, del que hemos quitado toda la malicia de la desconfianza, nos haría mejores y haría mejor este mundo concreto en el que vivimos.

Que nuestros ojos estén siempre prontos para tener una mirada limpia; que nuestras manos se tiendan siempre generosas para tender lazos de paz y armonía, para ayudar a levantar al caído o servirle de apoyo en su tambaleante caminar por la vida a causa de sus debilidades y flaquezas; que nuestros pies sean ligeros para ir al encuentro del otro, o para saber caminar a su paso alentando a los que se sienten más débiles o más cansados; que nuestros labios no tengan palabras sino para bendecir, para decir bien, palabras para desear la paz, palabras de amor y amistad, palabras de aliento y de ánimo para sembrar siempre esperanza en el corazón de los otros. ¡Cuánto necesitamos que hagan eso los demás por nosotros, pues que nosotros seamos capaces de hacerlo generosamente por los demás!

Jesús nos dice hoy en el evangelio que si nuestros ojos, nuestras manos o nuestros pies nos van a llevar al mal, mejor nos los arranquemos que para eso merece más estar ciegos, cojos o mancos. Que nunca nuestros pasos, nuestras manos o nuestros labios promuevan, ni siquiera inconscientemente, división, enfrentamiento, resquemores, desconfianza. No puede ser ese nunca el camino de los que siguen a Jesús. Ya es triste que haya de todo eso en nuestra sociedad y que algunas veces aparezca hasta en nuestros grupos cristianos.

Recogiendo el sentir de Jesús yo diría que sepamos utilizar nuestra vida, lo que somos o lo que tenemos, para lo bueno, para conseguir más paz y más amor, para sembrar esperanza e ilusión, para hacer un mundo mejor. Corta y despréndete de lo que te hace caer en pecado para que sigas viviendo en cristiano. Incluso, aquellos bienes o riquezas que poseas no te sirvan nunca para llenarte de orgullo y arrogancia ni para encerrarte en ti mismo de forma egoísta e insolidaria, sino que te valgan siempre para obrar rectamente y en justicia, para poner solidaridad en tu corazón y aprender a compartir generosamente con los demás, como nos recuerda hoy el apóstol Santiago.

Es como un reto que nos pone Dios en nuestra vida. Para eso nos ha dejado su Espíritu.