viernes, 2 de octubre de 2009

Confesamos que el Señor nuestro Dios es justo y misericordioso

Baruc. 1, 15-22
Sal. 78
Lc. 10, 13-16


‘No endurezcáis vuestro corazón, escuchad la voz del Señor’. Es una invitación a la conversión. El Señor nos llama una y otra vez.
Hay quien mira sus desgracias personales como un castigo por su pecado, por lo que ha hecho mal. A todos nos suceden cosas desagradables, pasamos por situaciones difíciles, nos llega la desgracia en forma de enfermedad, un accidente, algo malo que nos puede sobrevenir. Muchas veces escuchamos ese lamento, ¿qué hecho yo para merecer esto? Esto es un castigo por mis pecados. Claro que si nos quedamos en esa consideración de castigo sin ninguna otra esperanza, nos sentiremos tan abrumados que podemos llegar a la desesperación.
Creo que hemos de tener una mirada más honda y más amplia también. No nos podemos quedar simplemente en el castigo. Es cierto que esas cosas malas por las que tenemos que pasar las podemos mirar como una purificación interior, pues Dios permite que nos sucedan esas cosas para que también recapacitemos y nos demos cuenta de lo que hemos hecho en nuestra vida; pero también podemos verlas como un punto de arranque para el arrepentimiento y la conversión.
Miramos, es cierto, nuestra vida y nos damos cuenta de la respuesta negativa a tantas cosas buenas que hemos recibido del Señor. Creo que en eso tenemos que fijarnos también. Cuántos beneficios recibimos del Señor. Cómo el Señor ha derrochado su gracia en nuestra vida y eso hemos de saberlo reconocer. Pero además tendría que movernos a que nuestra respuesta fuera distinta. Ha de ser una llamada de atención, una llamada del Señor a una vida mejor.
Es lo que contemplamos hoy en el profeta Baruc, a quien hemos escuchado en la primera lectura. Se reconoce pecador y reconoce que son un pueblo pecador. ‘Sentimos la vergüenza de nuestra culpa en este día: judíos, vecinos de Jerusalén, nuestros reyes y gobernantes, nuestros sacerdotes y profetas y nuestros antepasados; porque pecamos contra el Señor no haciéndole caso, desobedecimos al Señor nuestro Dios no siguiendo los mandatos que el Señor nos había propuesto…’
Pero aunque se siente abrumado por su pecado sin embargo se siente impulsado al arrepentimiento y a la conversión. Se vuelve al Señor ‘Dios compasivo y misericordia, lento a la ira y rico en clemencia’, como tantas veces ha rezado con los salmos. En la oración hay una confesión de fe, - ‘confesamos que el Señor nuestro Dios es justo’ -, y pensar en la justicia de Dios es pensar en la misericordia. Por eso se siente movido al arrepentimiento, a la vuelta al Señor.
Cuántos beneficios recibimos del Señor. Tenemos que pensarlo. No podemos endurecernos en nuestro pecado, ni nos podemos sentir tan abrumados que eso nos lleve a la desesperación. La contemplación del amor de Dios nos moverá al arrepentimiento pero también a la conversión a una vida nueva y distinta, a una vida santa.
En el evangelio de hoy Jesús recrimina a las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaún. Cuánto ha hecho el Señor con su presencia en medio de ellos, cuántos milagros ha realizado allí el Señor. ‘Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza’. Que el Señor no nos recrimine a nosotros porque no escuchamos su voz, porque no somos capaces de reconocer cuanto ha hecho en nosotros.
Todo es una invitación a la esperanza, a la vida, a la conversión, a vivir una nueva vida. No por miedo al castigo, sino en la consideración del amor del Señor.

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