sábado, 2 de mayo de 2009

¿Qué decimos? ¿Este modo de hablar es duro, o tus palabras son Espíritu y Vida?

Hechos, 9, 31-42
Sal. 115
Jn. 6, 53-70


¡Qué difícil le era en ocasiones a los discípulos llegar a entender lo que Jesús les decía y les pedía! Nos encontramos diversas situaciones así en el evangelio. En una ocasión nos relata un evangelista que vinieron los familiares a llevarse a Jesús porque pensaban que no estaba en sus cabales. O el mismo Pedro que en ocasiones hace hermosas profesiones de fe en Jesús, como hoy mismo escuchamos, trata de disuadir a Jesús cuando éste anuncia su pasión y muerte en Jerusalén. O estando más allá del Jordán, al enterarse Jesús de la muerte de Lázaro que decide venir a Betania, los discípulos le dice que cómo va allá si intentan matarlo.
Es lo que hoy escuchamos también en el Evangelio. ‘Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?’ Jesús les hablaba de creer en El para tener vida y vida para siempre, porque quien pusiera su fe en él, lo resucitaría en el último día, como hemos venido escuchando en días anteriores. ‘El que cree tiene vida eterna… y yo lo resucitaré en el último día’.
¿Cómo va a ser posible eso? ‘El pan que yo le daré es mi carne, para la vida del mundo’. Y es aquí cuando no comienzan a entender. ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ No les cabía en la cabeza, pero Jesús insiste porque es lo que quiere enseñarnos. ‘Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él’.
Aquí podríamos entender cómo es ese vivir para siempre. Cristo nos da su misma vida, es más, el habita en nosotros para que nosotros habitemos en El. Si El habita en nosotros, no es nuestra vida sino su vida, una vida para siempre, una vida eterna la que El nos da porque es su misma vida. Esta es la maravilla que Jesús quiere ofrecernos. Lo que no terminamos de comprender y llegar a vivir. Y para eso tenemos que comerle. Para eso El nos ha dejado la Eucaristía.
Nos lo quiere hacer comprender y nos dice que ‘las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen…’ Nos falta la fe. Dirá el evangelista que ‘desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con El’. Pero el seguir a Jesús y tener fe en El, es también un don de Dios al que tenemos que dar una respuesta. ‘Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede’.
Ante la duda de los discípulos Jesús les pregunta a los doce: ‘¿También vosotros queréis iros?’ A lo que Simón Pedro respondió inmediatamente: ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes Palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios’. Hermosa profesión de fe y de amor la que hace Pedro. A pesar de sus debilidades, sus dudas, sus negaciones, sus huidas, un día allá en Cesarea dirá que es ‘El hijo de Dios vivo, el Mesías que tenia que venir’. Ahora proclamará valientemente que estará siempre con Jesús porque estar con Jesús es tener la vida, y la vida que dura para siempre.
Es lo que nosotros también queremos decirle a Jesús. ‘¿A quién vamos a acudir?’, nosotros creemos en ti, tu tienes palabras de vida eterna para nosotros, queremos creer, queremos que el Padre nos conceda ese don de la fe, queremos tener la fuerza de tu Espíritu para responder, para seguirte, para comerte, para llenarnos de tu vida, para hacer que habites en nosotros, para que nosotros habitemos en ti.

viernes, 1 de mayo de 2009

¿No es éste el hijo del carpintero?

Col. 3, 14-15.17
Sal. 89
Mt. 13, 54-58

'¿No es éste el hijo del carpintero?' Así era conocido Jesús por los vecinos de Nazaret. Lo habían visto crecer desde niño y ya de joven estaba en la carpintería con su padre José. Era el hijo del carpintero. El que había venido a encarnarse y hacerse hombre 'pasando por uno de tantos' allñi había vivido en Nazaret – lo conocerían también por Jesús el Nazareno – y había compartido en todo nuestra realidad humana también en el trabajo.
En este día primero de mayo, en que la sociedad civil celebra la fiesta del trabajo, la Iglesia quiere mirar a aquel hogar de Nazaret donde se crió el Hijo de Dios como hombre contemplando también el mundo del trabajo donde Jesús también vivió su vida como el hijo del carpintero. Miramos a san José, el hombre de fe y el hombre justo. Así nos lo presenta en el evangelio en los cortos retazos que nos da de su vida. Y cuando nos dice un hombre justo, lo contemplamos en la responsabilidad de su vida y de su trabajo siendo así ejemplo para nosotros.
Una fiesta de la sociedad civil nacida desde las reivindicaciones laborales en pro de un trabajo digno y justo, pero que tiene también ese sentido de fiesta, de alegría, de gozarnos por esa realidad de nuestra vida que nos realiza y nos dignifica y con la que todos contribuimos al bien y desarrollo de nuestra sociedad. Porque el trabajo no sólo es un medio de nuestro desarrollo personal, sino que es también nuestra contribución a la vida de ese mundo en el que vivimos. Los aires de fiesta de este día quizá se ven ensombrecidos por la realidad social que vive en estos momentos nuestra sociedad de crisis económica, pero la fiesta ha de tener entonces también un sentido de solidaridad con los que están pasando situaciones precarias en tantos miles que diariamente se suman al número de los parados.
La iglesia, decíamos antes, mira este mundo del trabajo que quiere ver también desde la luz del evangelio. Reflexionar sobre el sentido del trabajo que no solo ayuda a nuestra propia realización personal desde un trabajo digno, sino que lo vemos también como una continuación de la obra creadora de Dios, cuando ha puesto ese mundo creado por El en nuestras manos y nos ha dado unas capacidades y unos valores para que continuemos su desarrollo. 'Llenad la tierra, dominadla...' fueron las palabras del Creador al hombre al poner el mundo en sus manos. Ese talento que Dios ha puesto en nuestras manos no lo podemos enterrar, sino que hemos de sentirnos responsables de esa vida, don de Dios, pero también de ese mundo, de esa naturaleza que hemos de cuidar para que en verdad sea ese jardín donde todos, toda la humanidad, nos sintamos felices.
Pero para el creyente cristiano es aún algo más. Es un medio de santificación. 'Todo lo que hagais... sea en el nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de El', nos dice san Pablo en la carta a los Colosenses. Todo para la gloria de Dios. El trabajo hecho con responsabilidad y dignidad es también un medio para ir a Dios, para glorificar al Señor. Lo ha puesto Dios como desarrollo de nuestra personalidad pero también como una contribucion necesaria para el desarrollo de nuestra sociedad. Vivimos en una estrecha relación.
Si hablábamos antes de la situación de crisis que vive nuestra sociedad en la que tantos están sufriendo las consecuencias de la falta de trabajo, creo que esta fiesta también tiene que despertarnos a la solidaridad. Una solidadaridad en el compartir generoso para aliviar esas difíciles situaciones que pasan muchos. Una solidaridad que nosotros los creyentes la manifestamos con nuestra oración. Pedimos al Señor por la solución de este tiempo de crisis; pedimos al Señor para que ilumine a los que tienen en sus manos el poder político o económico para que encuentren soluciones satisfactorias y logremos de nuevo una sociedad en bienestar y paz.

jueves, 30 de abril de 2009

El que viene a mi ya no pasará más hambre

Hechos, 8, 26-40
Sal.65
Jn. 6, 35-40.44-52


‘¿Cómo podemos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?’, escuchamos el otro día que le preguntaban a Jesús en su encuentro con El en la sinagoga de Cafarnaún después de la multiplicación de los panes. Y Jesús les respondía: ‘Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado’. Hoy nos dice Jesús: ‘Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en El, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’.
Creer en Jesús y tener vida eterna. Seremos resucitados en el último día. Creer en Jesús y alimentarnos de El. La fe que tenemos en Jesús nos lleva a unirnos a El para tener su misma vida. Cuando uno ama profundamente lo que desea es estar unidos a aquel a quien se ama. Creemos en Jesús, amamos a Jesús – están unidos la fe y el amor que le tenemos – y queremos unirnos a El, vivir su misma vida.
¿Cómo podremos hacerlo? Comiendo su misma vida; haciendo nuestra su misma vida. El que come, asimila el alimento que ha comido, y ese alimento le da vida. Si no nos alimentamos, nuestra vida mermará hasta morir.
Cristo quiere darnos vida para siempre, no quiere nuestra muerte. Por eso hemos de alimentarnos de El. Y para que eso sea posible El se hace alimento, se nos da en la Eucaristía, Pan de vida. ‘Yo soy el Pan de vida, el que viene a mí no pasará más hambre’, nos lo repite varias veces.
Había hablado del pan bajado del cielo y ellos habían pensado en el maná, el pan que Moisés les dio en el desierto. Pero Jesús no nos quiere dar un pan cualquiera, un alimento pasajero, que no nos alimente para siempre. Por eso les dice: ‘Vuestros padres comieron en el desierto el maná, y murieron…’ Y les insiste: ‘Yo soy el pan de vida… ese es el pan que verdaderamente bajó del cielo para que el hombre coma de él y no muera…’
Ya antes les había dicho que El era el que había venido del cielo. Ahora les concreta aún más y les dice que El es ‘el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo’.
Antes le habían pedido ‘danos siempre de ese pan’; como la samaritana que le había pedido que le diera de aquella agua con la que no tendría ya más sed, para no tener que ir de nuevo al pozo cada día.
Ahora no terminan de entender las palabras de Jesús y, como veremos en los próximos días, protestan porque no lo entienden.
Nosotros queremos entenderlo. Por eso venimos a la Eucaristía cada día y le pedimos con todo sentido ‘danos siempre de ese pan’. Nosotros sabemos bien lo que significa alimentarnos de Cristo, llenarnos de su vida, comerle a El, y queremos hacerlo con toda profundidad.
Que no se convierta nunca para nosotros la Eucaristía en una rutina. Que no nos acostumbremos al misterio grande que significa comer a Jesús en la Eucaristía. Que cada vez que venimos a la celebramos seamos capaces de asombrarnos del misterio y del amor inmenso que el Señor nos tiene. Que la vivamos siempre con toda profundidad queriendo alimentarnos de Jesús.
Queremos vivir a Jesús. Queremos tener vida en plenitud. Queremos tener la esperanza de la resurrección.

miércoles, 29 de abril de 2009

La espiritualidad de las cosas pequeñas

Santa Catalina de Siena
1Jn. 1, 5-2,2
Sal. 102
Mt. 11, 25-30


‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y los has revelado a la gente sencilla’. Dios se manifiesta y se revela a los pequeños y sencillos de corazón.
Es lo que contemplamos en las páginas del evangelio. Hay que hacerse pequeño, sencillo, humilde. Dios rechaza los corazones arrogantes. Se complace en los humildes. Hay que hacerse pequeño. ‘tomando un niño, lo puso en medio y les dijo: si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos…’ cuando los discípulos quieren hacer grandes e importantes, les dice también que tienen que hacerse como niños, que tienen que hacerse los últimos y servidores de todos.
La espiritualidad de las pequeñas, podemos llamarla. Nos enseña a valorar lo pequeño. El reino de Dios es como una pequeña semilla… como el grano de la mostaza… como el puñado de levadura que nunca será grande. Nos enseña a ser fieles en lo pequeño. ‘El que es fiel en lo poco, será de fiar en lo mucho…’ Si sabemos hacer bien una cosa que nos parece insignificante, sabremos hacer bien las cosas grandes. Porque no nos pide cosas grandes, sino las pequeñas y sencillas de cada día.
Es lo que hizo Jesús. ¿Con quién estaba y de quien se rodeaba? De la gente humilde y sencilla. Dios se hizo pobre y nació en Belén. ‘Siendo de categoría de Dios… se hizo uno de tantos…’ Se hizo hombre, se hizo el último, se hizo el esclavo de todos. Haciendo el servicio de los esclavos le vemos lavando los pies a los discípulos en la cena. ‘El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida por todos’. Como el último, como el esclavo, el más vilipendiado y maltratado le vemos caminar con la cruz hasta el Calvario y morir en la muerte más ignominiosa.
Sólo los que saben leer y recorrer ese camino de lo pequeño, del dolor y del sufrimiento, de la cruz, podrán descubrir el misterio de Dios, que así se nos revela y manifiesta. El centurión romano, que era pagano y que estaba al pie de la cruz ejecutando la sentencia, al ver morir a Jesús en la cruz le reconoce. ‘verdaderamente este hombre es Hijo de Dios’.
No podemos ir hasta Dios desde el orgullo de nuestros propios saberes, sino que tenemos que dejarnos sorprender por la sabiduría de Dios. Y esa sabiduría se manifiesta en lo pequeño, en lo humilde, en el dolor y sufrimiento, en la locura de la cruz. Tenemos que aprender la lección. No nos gusta humillarnos. No nos gusta que no nos tengan en cuenta. No nos gusta que nos hagan desplantes. No nos gustan los desaires. Nos sentimos heridos y humillados. Tenemos que aprender. Descubrir su valor y su significado que sólo podremos aprender mirando a la cruz de Cristo. Pasamos por muchas situaciones dolorosas en la vida, pero miremos a la cruz. Necesitamos purificarnos, llenarnos de luz.
Es así cómo podremos al final reconocer que Jesús es el Señor. Los discípulos tuvieron que pasar por el escándalo de la cruz y toda la crisis interior que para ellos significó. Pero luego lo contemplaron resucitado y pudieron proclamar ‘es el Señor’. Dios lo levantó, lo exaltó, le dio el nombre sobre todo nombre, y toda rodilla se dobla, y toda lengua proclama ‘Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre’.
Es el Dios que nos acoge en nuestra pequeñez, y también aunque estemos manchados por el pecado. ‘Venid a mí… encontraréis vuestro descanso…’ la paz, el perdón, la gracia, la vida nueva, el amor para siempre.
Estamos hoy celebrando a una pequeña mujer que contemplando el misterio de Cristo, y sobre todo su pasión, se hizo grande y de una profunda espiritualidad. Se encerró en un monasterio de clausura, pero su luz brilló por toda Europa. Vivió pocos años, pues murió a los 33 años, e influyó en Papas, Obispos y reyes. Bajo su impulso el Papa volvió a Roma desde Aviñón. Su espiritualidad trasmitida en sus escritos sigue iluminando los corazones de muchos. Hoy la celebramos como doctora de la Iglesia y como patrona de Europa. Nos referimos a santa Catalina de Siena.
Ella es la mujer sabia y prudente que salió al encuentro del Seños con las lámparas encendidas. Que desde nuestra pequeñez salvamos al encuentro del Señor para que el Señor se nos revele y se nos manifieste a nosotros también. Que sepamos leer el misterio de la cruz que tantas veces vemos en nuestra propia vida, para que descubramos todo lo que es el misterio del amor de Dios.

martes, 28 de abril de 2009

Testigos fuertes en el Espíritu para el servicio y el anuncio del Evangelio

Hechos, 7, 51-59
Sal. 30
Jn. 6, 30-35

‘Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos, comenzando por Jerusalén… hasta los confines de la tierra’, fueron las palabras de Jesús antes de la Ascensión. Y hemos escuchado en estos días una y otra vez a Pedro y los Apóstoles repetir: ‘testigos de esto somos nosotros…’
Hoy la Palabra de Dios en los Hechos de los Apóstoles nos presenta a un testigo que llegó hasta el final en su testimonio derramando su sangre y dando la vida. Mártir, decimos, testigo hasta dar su vida, como lo es el amor más grande, aquel que es capaz de dar la vida por aquellos a quienes ama. Es el Protomártir san Esteban, el primero que dio su vida por la fe en Jesús y por el evangelio.
Como hemos venido escuchando en estos últimos día al crecer el número de los discípulos, al crecer la comunidad fueron surgiendo nuevos servidores de esa comunidad. Así nació la institución de los diáconos para el servicio de la comunidad, sobre todo de los más débiles e indefensos, los huérfanos y las viudas. Un servicio necesario en una comunidad que todo lo sabía compartir y que ponía a los pies de los apóstoles el valor de sus posesiones y bienes para el compartir y nadie pasase necesidad.
Esteban es uno de esos siete diáconos escogidos ‘hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría…’ Pero pronto veremos a Esteban que no se reduce a este servicio de diaconía sino que con toda valentía y sabiduría hace el anuncio de la Buena Nueva de Jesús. ‘Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo… no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba’.
Lo que motivó que lo prendieran y lo llevaran a presencia del Consejo, terminando, como hemos escuchado hoy, condenado a ser apedreado. ‘Se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo’. Un martirio que repite muchas señales de la muerte de Jesús, porque Esteban está impregnado del Espíritu de Jesús y repetirá los gestos y las palabras del mismo Cristo en la Cruz. ‘Señor, no les tengas en cuenta este pecado… Señor Jesús, recibe mi espíritu’.
Es el testigo que nos está enseñando muchas cosas. Un testimonio que nos impulsa a nosotros, que impulsa a la Iglesia a ser testigos en el servicio, en el anuncio de la Buena Nueva y en la fortaleza para vivir tiempos difíciles y que se pueden convertir en persecución.
Testigos de Cristo resucitado desde el amor y desde el servicio, como hemos reflexionado muchas veces. Es así como tiene que manifestarse la Iglesia frente al mundo. Siempre. Pero en los momentos difíciles para muchos por la situación de crisis que se vive en el momento presente en nuestro mundo, ha de ser un testimonio claro el que ha de dar. Una Iglesia servidora, en espíritu de diaconía. Una Iglesia que manifiesta su solidaridad y una solidaridad viva y efectiva con todo el que sufre. Tiene que ser testigo, rayo de luz que despierte el amor y la solidaridad entre los hombres. Y cuando digo la Iglesia, lo podemos decir como institución, como comunidad cristiana y como actitud fundamental para todos y cada uno de los cristianos.
Pero una Iglesia llena del Espíritu para anunciar el nombre de Jesús, para hacer llegar la salvación a todos los hombres. Y una Iglesia que se siente fuerte, pero no con su fuerza a lo humano, sino con la fuerza del Espíritu del Señor frente a un mundo adverso y que quizá nos pueda llevar a la persecución, aunque sea de forma sutil. Tenemos que estar preparados y sentirnos fuertes en el Señor.
Creo que es el hermoso testimonio que hoy nos da Esteban. Es nuestro compromiso de ser testigos.

lunes, 27 de abril de 2009

Que creáis en el que el Padre ha enviado

Hechos, 6, 8-15
Sal. 118
Jn. 6, 22-29


El texto del evangelio que hoy se nos ofrece nos trae un hermoso resumen en sus primeros versículos de lo que ha sido la actividad del dia anterior de Jesús. En el descampado había multiplicado milagrosamente los panes para dar de comer a mas de cinco mil hombres y la travesía de los discípulos en barca hasta Cafarnaún manifestándoseles Jesús caminando sobre las aguas. Por eso nos dice que 'al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago, notó que allí no había más que una barca y Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos... fueron a Cafarnaún en busca de Jesús...'
Es muy significativo el diálogo que se establece entre aquellas gentes y Jesús que dará lugar al llamado discurso del Pan de Vida, que iremos escuchando los próximos días. La primera pregunta de la gente a Jesús y su respuesta nos tiene que hacer pensar mucho, porque quizá puede ser un cuestionamiento que nos tengamos que hacer en nuestro interior, de por qué buscamos también nosotros a Jesús.
'Os lo aseguro, me guscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comísteis pan hasta saciaros...' Da que pensar. ¿Por qué buscaban a Jesus? ¿Por qué buscamos nosotros a Jesús? Es un detalle a tener en cuenta. Normalmente en el evangelio de Juan cuando se nos relatan milagros de Jesús, la expresión que se emplea es 'signos'.
El milagro es esa acción portentosa y extraordinaria que Dios realiza, saltándose, podríamos decir, lo que son las leyes naturales para realizar algo distinto, como pueda ser la curación de un enfermo, el resucitar un muerto o la solución de un problema que humanamente podría parecernos imposible. Dios puede realizarlo y lo realiza. Así se manifiesta el poder de Dios y su amor al hombre, al que quiera darle la salud o hacerse presente en su vida para la solución de esos problemas humanos y hasta físicos que podamos tener. Pero con ello Dios quiere hacer algo más por nosotros. Por eso se emplea la palabra signo; esa acción portentosa de Dios es un signo, una señal que nos pone en el camino de nuestra vida.
Cuando vamos por un camino y vemos una señal que nos indica una dirección, no nos quedamos simplemente parados contemplando la señal, sino que seguiremos su imdicación para bien llegar a la meta. Así las huellas que Dios nos va dejando de su amor en nuestra vida, esos signos, esas señales a través quizá en un momento determinado para que lleguemos hasta El.
'Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del Hombre...' ¿Qué tenemos que buscar? ¿Solamente que el Señor nos calme aquel dolor o nos cure de aquella enfermedad o tengamos la solución de aquel problema que nos preocupa? También tenemos que pedírselo - ¿cómo no? - al Señor, pero no nos quedamos en ello. El Señor quiere darnos algo más en su salvación. Es el Señor que quiere transformar nuestra vida, llenar nuestro corazón de fe y de amor, hacer que podamos ser felices pero haciendo felices a los demás.
Los judíos de la Sinagoga de Cafarnaún algo entendiero lo que Jesús les estaba diciendo, porque preguntan: '¿Cómo podemos ocuparnos de los trabajos que Dios quiere?' Y ahí esta la respuesta de Jesús: 'Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha eviado'. Creer en Jesús, que es el enviado del Padre, que es el Hijo amado de Dios al que hemos de escuchar, que es el Camino, la Verdad y la Vida, que es al que hemos de seguir, que es nuestro amor y nuestra salvación, el sentido de nuestro vivir y el alimento de nuestra vida.

domingo, 26 de abril de 2009

Chispas de bondad que con Cristo levanten hogueras de amor


Hechos, 3, 13-15.17-19
Sal. 4
1Jn. 2, 1-5
Lc. 24, 35-48


La liturgia de este domingo está llena de expresiones de alegría y gozo en sus diversos textos eucológicos, ya sean las oraciones como el prefacio.'Con esta efusión de gozo pascual la Iglesia se desborda de alegría', que decimos en el prefacio.
Con Cristo resucitado nos sentimos renovados, rejuvenecidos, pues al darnos una nueva vida recibimos el ser hijos, lo nos llena de alegría y nos hace exultar de gozo. No hemos recibido un espíritu de esclavitud – eso era el pecado - sino de libertad y vida que nos hace hijos de Dios. Por eso esa alegría y gozo de ahora pero que son ansias también del gozo eterno. Que se afiance, pues, la esperanza de resucitar gloriosamente, participar del gozo eterno, como repetimos en las diversas oraciones.
La Palabra de Dios proclamada en este domingo nos ofrece diversos testimonios de la resurrección de Jesús. Los discípulos que volvieron de Emaús 'contaban lo que les había sucedido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan'; Jesús se les manifiesta resucitado y les explica el sentido de todo lo que ha pasado – 'les abrió el entedimiento para comprender las Escrituras' -; Pedro hace un anuncio valiente ante el pueblo congregado – 'el Dios de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús... y Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos' -. Todo nos está invitando a poner toda nuestra fe en Jesús para creer en su palabra para que su amor llegue en plenitud a nosotros. 'Quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud', que nos decía san Juan. Sentimos también nosotros el gozo de los discípulos en su encuentro con Cristo resucitado y así lo queremos expresar en la alegría de nuestra celebración y con el testimonio de nuestra vida. 'Y nosotros somos testigos'.
No nos podemos cansar de escuchar repetidamente estos textos que nos hablan de la resurrección del Señor. Tenemos tanto que aprender. Más aún, tendríamos que pedirle también nosotros que nos explique El las Escrituras, que nos abra el entendimiento y el corazón para que las comprendamos. Porque también nosotros nos llenamos de dudas. Podemos querer hacernos nuestras explicaciones. Y nos sucede también que a pesar de nuestros buenos propósitos quizá volvemos a las andadas. Nos falta constancia en nuestro fervor y en nuestro amor.
Cuando en los días del Triduo Pascual contemplábamos y meditábamos todo el Misterio de Cristo – la cena pascual con la institución de la Eucaristía, el mandamiento del amor, o veíamos a Jesús postrado a los pies de los discípulos para lavárselos, o contemplábamos todo el recorrido de la pasión hasta la muerte en Cruz, o cuando entusiasmados cantábamos los ‘aleluyas’ de la resurrección – nos proponíamos intensamente que nuestra vida iba a ser otra, que íbamos a poner más amor en nuestra vida para acoger a los demás, o que lucharíamos fuertemente contra el pecado. Pero luego hemos visto que somos débiles y en lugar de avanzar dábamos pasos en retroceso. No nos podemos sentir defraudados de nosotros mismos, de nuestra debilidad o de nuestras inconstancias.
Hemos escuchado lo que nos decía hoy el apóstol Juan. Bien conoce el Señor cómo somos. 'Os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre, Jesucristo, el Justo'. El sacrificio de Cristo no puede quedar inútil ni infructuoso. El se ofrece por nosotros para renovarnos y rejuvenecernos, como decíamos en la oración litúrgica. 'El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero', que nos decía san Juan en su carta.
Seguimos viviendo la alegría de la Pascua. Seguimos proclamando el nombre de Jesús porque El es nuestra salvación. Seguimos dando nuestro testimonio para que el mundo crea. Con nosotros está la fuerza del Señor; El nos ha dado su Espíritu. Que brille sobre nosotros la luz de su rostro.
Alguien me decía hace unos días. Queremos ser buenos y bondadosos con todos, pero, me decía, no siempre se puede. Es que hay tanta maldad, tanto egoismo, tantos intereses creados en la gente, tantas envidias y yo poca cosa puedo hacer con mi bondad. Se siente uno rebelde ante todo eso. Y luego es que hasta malinterpretan lo que uno hace, pensando que uno lo hace por interés, me decía. Y no saben agradecerlo...
Yo le decía, sembremos sin cansarnos semillas de bondad aunque nos parezca que es poca cosa lo que nosotros hacemos, o incluso no nos entiendan o nos interpreten mal. Son pequeñas llamas, chispas insignificantes nos pueden parecer, pero seguro que pueden ir prendiendo poco a poco en el corazón de aquellos que reciban nuestros gestos de bondad. Esas pequeñas chispas pueden generar un día una hoguera grande, un incendio de amor que vaya purificando y transformando nuestro mundo. Tengamos esperanza porque el Señor puede dar fuerza a ese amor y esa bondad que nosotros vayamos prendiendo en los otros.
No nos cansemos. No perdamos el ánimo. No nos parezca insignificante o inútil eso pequeño que nosotros podamos hacer cada día en favor de los demás. El Señor lo hará fructificar. Vivamos con alegría, ilusión, esperanza esa misión que el Señor nos ha confiado de ser sus testigos. Y seremos sus testigos a través de esos pequeños gestos de amor.