sábado, 21 de marzo de 2009

Misericordia, conocimiento de Dios frente a los holocaustos y sacrificios

Oseas, 6, 1-6
Sal. 50
Lc. 18, 9-14

`Porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos’. Así nos dice el profeta Oseas. No son la ofrendas de cosas las que agradan a Dios. La búsqueda sincera de Dios. La escucha de Dios con sinceridad en nuestro corazón para conocerlo más y más. La misericordia que inunda nuestro corazón.
Este mensaje tan hermoso y consolador se expresa también admirablemente en la parábola del evangelio. Ya le hemos escuchado no hace mucho a Jesús que nos enseñaba que el amor al prójimo vale más que todos los sacrificios y holocaustos.
Nos lo expresa Jesús hoy con la parábola de dos hombres que suben al templo a orar. Buenas personas, tenemos que decir. El fariseo era hombre religioso y cumplidor. No faltaban sus oraciones y ayunos. No faltaban incluso sus limosnas y la entrega meticulosa de los diezmos al templo. Hacían gala de ello. No se presentaba con grandes pecados, porque no era ladrón, ni injusto, ni adúltero.
Pero, ¿era suficiente? ¿era eso lo que en verdad agradaba a Dios? ¿Bastaba con no tener unos grandes pecados para poder justificarse delante de Dios? Ya Jesús al proponernos en la parábola la figura del fariseo orante nos lo presenta de una manera especial. ‘Erguido, oraba así en su interior’. Esa postura, erguido, está definiendo una actitud. La contrapone Jesús con la del ‘pulicano, que se quedó atrás y no se atrevió a levantar la cabeza’. Podía ser un pecador. Así los llamaban, publicanos, pecadores. Pero se reconocía pecador.
Quien está lleno de sí mismo nunca podrá llenarse de Dios. Su ‘ego’ ocupa el lugar de Dios. Quien se compara y desprecia, se considera mejor o se pone erguido en un pedestal no entenderá nunca de misericordia, y no entenderá lo que es más preciado del corazón de Dios. Quien tiene esta manera de actuar ni conoce de verdad a Dios ni será capaz nunca de poner misericordia en el corazón. Pero esa dureza de espíritu quizá quiera compensarla con actos formales que parecen cumplidores, pero que en lo más hondo de sí mismos están vacíos de contenido y de sentido.
El que es humilde y sabe reconocer su pecado, la miseria de su corazón podrá sintonizar mejor con lo que es el amor y la misericordia de Dios. Experimentará en sí mismo lo que es el amor y misericordia de Dios, lo que le llevará a un conocimiento más vital y más experiencial de Dios. Va por el camino de lo que decía el profeta. La misericordia, el conocimiento de Dios, la búsqueda sincera de lo que es el corazón de Dios para por una parte refumigarnos y sentirnos acogidos en él y por otra aprender de El para tener esa misericordia para con los demás. ¡Cómo no vamos a amar, a tener misericordia con el otro si yo eso mismo he experimentado de parte de Dios!
Ya nos dice el evangelista antes de proponernos la parábola de Jesús que fue dicha ‘por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás’. Por eso concluirá Jesús la parábola diciéndonos que aquel que se vació de sí mismo para sólo llenarse de la misericordia, del amor, de la gracia de Dios será el que en verdad se podrá sentir justificado por Dios. Pero el otro, el que se enaltece, el que se endiosa, va sentirse realmente humillado cuando sea Dios el que no lo escuche. 'Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido'.
`Porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos’. Que sea eso de lo que de verdad llenemos nuestro corazón.

viernes, 20 de marzo de 2009

No valen los corazones partidos

Oseas, 14, 2-10
Sal.80
Mc. 12, 28-34


Espero que si nos preguntan cuál es el primer mandamiento sepamos responder. Aunque, como comprenderán, no se trata de responder sólo con palabras aprendidas de memoria sino más bien que presentemos el examen de la vida.
Lo solemos dar por supuesto. Suele suceder que cuando hacemos el examen de conciencia por este mandamiento acostumbramos a pasar muy deprisa, porque decimos con facilidad que sí amamos a Dios. Es cierto que si fallamos en cualquiera de los otros mandamientos tendríamos que darnos cuenta que lo que nos falla es ese amor a Dios intenso y que llene de verdad nuestra vida y sea el verdadero motor de todas las demás cosas que hacemos.
Pero aún así tendríamos que detenernos más para ver cuál es la intensidad con la que amamos a Dios y si de verdad es así de forma concreta en mi vida.
‘Uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?’ Era un letrado, un maestro de la ley del Señor, ¿querría comprobar quizá si lo que Jesús enseñaba se ajustaba a lo que decía al ley del Señor? Para poder ser maestro de la ley en Israel había que pasar, es cierto, por una serie de pruebas o exámenes o haber estudiado en alguna de las escuelas de la ley. Pero también sabemos que en muchas ocasiones las preguntas que le hacían a Jesús era para ver cómo podían cogerlo. Pero vamos a suponer en este caso la buena intención.
Jesús respondió con las palabras del libro del Deuteronomio que todo buen judío sabía de memoria y repetía cada día. ‘Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Pero Jesús añade algo más tomado del libro del Levítico: ‘El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos’.
El letrado confirma, por así decirlo, las palabras de Jesús añadiendo al final que un amor así a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. ‘Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es único y no hay otro más que El y hay que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios’.
De nada nos vale ofrecer holocaustos y sacrificios de cosas a Dios si no hacemos la ofrenda de nuestro corazón, de nuestro amor, pero todo entero, para Dios porque El es el único Señor.
No valen corazones partidos. Tiene que ser un amor con todo el corazón y eso es lo que tenemos que examinar en nuestra vida. No podemos andar a medias, con componendas, midiendo hasta aquí llego y de allí ya no puedo pasar porque considero que ya es suficiente con lo que hago. ¿Hasta donde llega nuestro amor?, nos preguntábamos hace unos días. Y es que la totalidad de nuestro amor, de todo el amor de nuestra vida será lo que sea el motor, lo que motive todo el amor que luego le tengamos a los demás, lo que motive todo lo que hagamos en la mayor y mejor rectitud y responsabilidad.
Por eso, como nos invitaba hoy el profeta Oseas, tenemos que convertirnos de verdad al Señor. ‘Israel, conviértete al Señor Dios tuyo…’ Dios lo es todo para nosotros y cuando estamos con Dios nuestra vida se vuelve un vergel. Bellas eran las imágenes que nos ofrecía el profeta.
Jesús le dijo al letrado ‘viendo que había hablado sensatamente, no estás lejos del Reino de Dios’. Que por un amor así nosotros no estemos lejos del Reino de Dios, sino que lo vivamos intensamente, porque El es nuestro único Dios y Señor.

jueves, 19 de marzo de 2009

Hombre justo y servidor fiel y prudente

2Samuel, 7, 4-5.12-14.16
Sal. 88
Rom. 4, 13.16-18.22
Mt. 1, 16.18-21.24

‘Hombre justo… y servidor fiel y prudente’, son las dos expresiones con las que la liturgia nos define a san José, a quien hoy con toda solemnidad estamos celebrando.
Ya el evangelista Mateo nos dice que José era un ‘hombre justo’, hombre bueno que no quiere nunca hacer daño; hombre de fe con una apertura admirable al misterio de Dios que se le manifestaba, aunque fuera en situaciones oscuras y misteriosas; señales en lo humano indescifrables e incomprensibles, pero con sus ojos de fe, su corazón de creyente en ellas supo descubrir la voluntad de Dios para su vida.
La situación de María ‘que esperaba un hijo, antes de vivir juntos…’, todos los acontecimientos acaecidos en torno al nacimiento de Jesús, los pastores de Belén que llegan con sus dones, los magos venidos de Oriente que misteriosamente aparecen para hacer ofrenda de preciosos dones, la crueldad de Herodes que les hace huir como unos exiliados hasta Egipto, fueron momentos difíciles para José que sólo con la fortaleza y la iluminación de la fe pudo superar y llegar a descubrir el misterio de Dios que en su entorno estaba sucediendo.
La firmeza de su fe, la apertura de su corazón a Dios, la justicia de su corazón le merecieron ser el servidor fiel y prudente que Dios quiso poner al lado de su Hijo hecho hombre y ocupara así un lugar tan importante en la historia de la salvación al aparecer como padre de Jesús. Como decimos en el prefacio ‘el servidor fiel y prudente que pusiste al frente de tu familia, para que, haciendo las veces de padre, cuidara a tu único hijo, concebido por obra del Espíritu Santo, Jesucristo, nuestro Señor’.
Hoy nosotros lo invocamos cuando celebramos su fiesta y lo tenemos como especial protector para toda la Iglesia. Nos gozamos con tu protección, lo invocamos con confianza, es para nosotros un motivo de alabanza al Señor, pero al mismo tiempo se convierte en un hermoso modelo y ejemplo en nuestro camino de fe, tan lleno muchas veces de momentos difíciles, de incomprensiones y hasta misterios que no comprendemos.
Muchas veces también para nosotros se nos hace oscuro el camino de nuestra vida cristiana. Desde las tentaciones que suscita el enemigo malo en nuestro interior que quieren hacernos dudar y tambalearnos en nuestra fe, en nuestra fidelidad al Señor, hasta los problemas que nos agobian en la vida, las dificultades que nos vamos encontrando en el diario vivir. Pero sabemos que Dios está ahí, que no nos faltará su ayuda y su gracia. Necesitamos dejarnos iluminar por esa luz maravillosa de la fe para descubrir en todo momento lo que es la voluntad de Dios para nuestra vida.
Tenemos que aprender de la fe de José, de su apertura de corazón y de su disponibilidad para Dios, de su silencio para rumiar en nuestro corazón todos esos aconteceres que nos vamos encontrando en la vida. Ojalá como san José podamos hacer esa lectura creyente de cuanto nos sucede para descubrir siempre lo que es la voluntad de Dios para nosotros en el hoy de cada día.
Necesitamos de ese saber interiorizar para tener esa hondura espiritual que nos haga descubrir el misterio de Dios. Hemos de aprender como san José a abandonarnos en las manos de Dios, porque sabemos que estando en las manos de Dios es como podemos sentirnos seguros a pesar de tantas debilidades como puedan haber en nuestra vida.
Es el mensaje que hoy recibimos del hombre justo y servidor fiel y prudente en lo que brilla tan esplendorosamente la santidad de san José.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia

Deut. 4, 1.5-9
Sal. 147
Mt. 5, 17-19


‘Ahora. Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño a cumplir, así viviréis… guardadlos y cumplidlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia, ante todos los pueblos…’
No todos quizá lo entienden de la misma manera. Algunas veces parecemos adolescentes rebeldes que siempre estaremos en oposición a todo lo que se nos diga y enseñe. Nos cuesta aceptar el consejo de alguien y muchos menos un mandato que se nos imponga. Nos creemos autosuficientes y pensamos que todo nos lo sabemos por nosotros mismos.
Sin embargo Moisés le dice al pueblo que guardar y cumplir los mandamientos que el Señor les da es ‘vuestra sabiduría y vuestra inteligencia…’ de manera que hasta los pueblos vecinos se admirarán por la sabiduría de los mandamientos que el Señor da a su pueblo.
Si entráramos un poco en razonamiento nos daríamos cuenta que el camino que Dios nos traza nunca irá contra el hombre, sino todo lo contrario. Es el camino que nos lleva a la mayor dignidad, al respeto de la persona, de toda persona, y si fuéramos capaces de dejarnos conducir por los mandamientos del Señor seríamos el pueblo más feliz del mundo. Sí, digo, el pueblo más feliz, porque nadie haría daño a nadie, nadie tendría que temer a nadie, y siempre estaríamos buscando lo más noble y lo más bello, lo que nos haría inmensamente felices. Cumplir los mandamientos del Señor nos lo facilitaría.
No pensemos que los mandamientos de Dios lo que pretendan es coartar nuestra libertad o imponernos cargas pesadas. Los mandamientos de Dios son el cauce, el camino que nos ha trazado el Señor para que, como decíamos antes, vivamos en el respeto a la mayor dignidad de toda persona. Por eso nos dice, ‘guardadlos y viviréis…’ Es camino que nos lleva a la vida y que nos conducirá a la vida más plena que podamos vivir cuando un día lleguemos a estar junto a Dios en el cielo.
Y como hemos escuchado a Jesús en el Evangelio en unos párrafos entresacados del Sermón del Monte Cristo viene a dar plenitud a ese mandamiento del Señor cuando todo nos lo resume y concentra en el mandamiento del amor. ‘No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas, no he venido a abolir sino a dar plenitud’.
Esa reacción negativa o adversa a todo lo signifique mandamiento de Dios o señalarnos o trazarnos un camino, sigue estando presente en el hombre de hoy. Sigue sucediendo que cuando la Iglesia proclama la verdad de la doctrina evangélica o cuando nos recuerda los principios inmutables de la moralidad humana y todo lo que defienda lo sacrosanto de la vida, siempre será rechazada, criticada, o incluso se le trata de desprestigiar. Cualquiera puede expresar su opinión o el sentido que tiene para él su vida, pero a la Iglesia no puede hablar, se le quiere quitar el derecho de hablar y presentar su doctrina y se le pretende hacer acallar.
Con la campaña que la Iglesia ha emprendido como defensa de la vida, precisamente en estos últimos días, parece como si todos pudieran hablar del aborto y expresar sus opiniones, pero la Iglesia no tiene derecho a presentar su doctrina y a defenderla ante la opinión pública. ‘Todos pueden decir lo que quieran, pero parece que la Iglesia no puede hablar’, me decía anoche mismo un joven comentando la campaña en contra de la Iglesia que se está orquestando desde diversos medios. Y ¿qué es lo que hace la Iglesia? Simplemente defender la vida, toda vida desde el primer momento de su concepción hasta la muerte natural. Y porque la vida es sagrada no se puede realizar la manipulación genética que se pretende hacer desechando y destruyendo esos embriones humanos que ya son vida humana.
Amemos los mandamientos del Señor. Tratemos de empaparnos profundamente de la ley del Señor para que sea la única norma de nuestra vida que nos llevará siempre a la mayor plenitud y felicidad. Que en esta Cuaresma, este camino cuaresmal que estamos haciendo, sintamos la fortaleza del Señor y la fuerza de su Espíritu para que en verdad en todo momento seamos fieles al mandamiento del Señor.

martes, 17 de marzo de 2009

El perdón cuestión de amor

Daniel 3, 25.34-43
Sal. 24
Mt. 18, 21-35


Pedro le pregunta a Jesús ‘si mi hermano me ofende,¿cuántas veces le tengo que perdonar?’ pero me van a permitir que la pregunta la haga de otra manera: ¿hasta dónde tengo que amar? De eso se trata de amar. Así lo entiendo yo. Si el perdón no fuera cuestión de amor, casi podríamos entender la segunda pregunta de Pedro – ‘¿hasta setenta veces siete?’ -, porque se trataría quizá sólo de cuestión de números, de cantidades.
¿Hasta dónde tengo que amar? Perdonar no es cuestión sólo de echar tierra encima y no recordar, como si aquella ofensa no hubiera sucedido. Ya eso por sí mismo resulta bien costoso. Una herida deja cicatriz. Curar la herida y borrar la cicatriz no es cosa que sea fácil realizar. Siempre que tropecemos con aquella cicatriz vamos a seguir recordando la herida que la causó y dejó su marca.
Creo que cuando Jesús nos está hablando de perdonar, nos está hablando de una de las características fundamentales del amor. Porque Jesús nos está diciendo que perdonemos porque amamos. Y el amor es su precepto fundamental.
Y ya sabemos que cuando se trata de amor y de amor cristiano, que es amor en el estilo de Cristo – por eso se llama cristiano – Jesús nos pone el listón bien alto, porque el modelo, la altura de ese amor es como El nos ha amado. ‘Amaos los unos a los otros, como yo os he amado’. Y ya sabemos hasta donde llegó el amor de Jesús.
Por eso, nuestro perdón, que es una manifestación de amor, tiene una característica bien definida y de mucha altura. Ya sabemos la respuesta que le dio Jesús en la cuestión de números o de veces que tenemos que perdonar. ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’. Con lo que estaba diciéndonos cómo tener que perdonar siempre.
Pedro no lo entiende como, tenemos que reconocer, nosotros tampoco terminamos de entenderlo, y no sólo de entender sino de vivir. Ya sabemos cuanta inquietud surge en nuestro corazón cuando nos toca este tema, cuánto dolor porque decimos que no podemos perdonar, que nos cuesta, que es difícil.
Jesús nos propone la parábola, que conocemos muy bien, para recordarnos – y eso motiva también nuestra capacidad de perdón – que El nos ha perdonado a nosotros. Y cuántas veces nos ha perdonado, le hemos vuelto a ofender y El nos ha vuelto a perdonar.
Es algo que hemos de tener en cuenta, porque además cuando nos enseñó a orar, nos enseñó a decir ‘perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…’ Le pedimos que nos perdona, le decimos que nosotros perdonamos y que por eso nos perdone, pero en la realidad de nuestro corazón, ¿seguimos sin perdonar?
Y bien, porque sea difícil y costoso ¿no lo vamos a intentar? Sabemos que cuando Jesús nos traza un camino no nos deja solos. El va con nosotros, delante de nosotros haciéndolo El primero, a nuestro lado. ¿Qué significa? Que El nos da su fuerza, su gracia, su Espíritu para que podamos realizarlo.
Seamos conscientes de que sólo por nosotros mismos, por nuestra voluntariedad, no lo podemos realizar. Necesitamos su fuerza y su gracia. Necesitamos de la oración para tener esa gracia del Señor.
Y no olvidemos que El nos dice que no sólo no odiemos a quien nos haya hecho daño o se considere nuestro enemigo, sino que recemos por él. Es lo que tenemos que hacer. Pienso que cuando somos capaces de rezar por alguien, y en este caso por alguien que nos haya podido hacer daño, ya hemos comenzado a amarle.
El perdón, entonces, cuestión de amor.

lunes, 16 de marzo de 2009

Descubramos el actuar de Dios en su sencillez

2Reyes, 5, 1-15
Sal. 41
Lc. 4, 24-30


Las acciones de Dios muchas veces nos desconciertan sobre todo cuando nosotros queremos pensar o imaginar cómo tiene que ser ese actuar de Dios.
Tendríamos que haber aprendido contemplando a Jesús en el evangelio. Mucho nos puede enseñar el evangelio en este aspecto que es bien distinto de lo que nosotros la mayoría de las veces pensamos o imaginamos.
Porque nosotros aún queremos comprar a Dios a base de la prepotencia de nuestras cosas, de las ofrendas que queramos presentarle, o decimos Dios tiene siempre que presentarse de forma espectacular en hechos maravillosos o misteriosos, o pensamos que nosotros tenemos más derechos que otros para que Dios actúe a favor nuestro.
Son distintas posturas o actitudes que aparecen en los personajes o la gente tanto en el texto del libro de los Reyes que hemos hoy escuchado, como de la gente de Nazaret, el pueblo de Jesús, en el evangelio.
Allá vendrá ‘Naamán, general del ejercito del rey de Siria’, con las recomendaciones de su rey – ‘ven que te voy a dar una carta para el rey de Israel’, le dice el rey -, o con el cargamento de plata, oro y ricas vestimentas, ‘Naamán se puso en camino llevando tres quintales de plata, seis mil monedas de oro y diez trajes’. Estaba también la pretensión de Naamán de que el profeta Eliseo saliera a su encuentro como si fuera un vasallo suyo y a través de signos portentosos lo curara de la lepra.
Como estaba también la actitud del pueblo de Nazaret que cuando Jesús les hace ver que no estén esperando milagros espectaculares – ‘en Israel había muchos leprosos y muchas viudas…’ -, terminan por querer arrojarlo por la montaña para despeñarlo. ‘Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba el pueblo, con intención de despeñarlo’.
El actuar de Dios es otro. Serán sencillos los signos, simplemente bañarse en el Jordán en esta ocasión - ‘ve a bañarte siete veces en el Jordán y quedarás limpio’, le dice el profeta – y no pide Dios ofrendas materiales ni de riquezas, sino la ofrenda de un corazón puro y humilde que sabe reconocer la presencia del Señor en las cosas más humildes y sencillas. Cuando Naamán a insistencia de sus criados accede a hacer lo que le pedía el profeta, llegará a reconocer la grandeza y el poder del Señor. ‘Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra sino el de Israel’.
¿Qué nos pide el Señor? ¿Qué le podemos ofrecer para mejor agradarle? La ofrenda humilde de la obediencia de la fe. Un corazón humilde que sabe tener ansia de Dios y que buscará siempre hacer lo que más le agrada al Señor.
Sepamos ver y reconocer ese actuar de Dios, calladamente muchas veces allá en lo hondo de nuestro corazón. Pero quizá para descubrirle tenemos que despojarnos de muchas cosas que pueden hacernos ruido e impedirnos conocer a Dios. El orgullo en nuestro corazón es muy ruidoso y no nos permitirá percibir ese murmullo de amor de Dios para con nosotros. Muchos apegos pueden haber en nuestra vida, que no dejen cabida a Dios en nosotros.
Dios en verdad quiere quitarnos muchas lepras que dañan nuestra vida. Pero quizá no terminamos de reconocer tantas lepras que enferman nuestra vida. Que el Señor nos ilumine para vernos en la realidad pecadora de lo que somos. Y que el Señor tienda su mano hacia nosotros para llenarnos de su salvación.

domingo, 15 de marzo de 2009

Subimos con Jesus a Jerusalén a celebrar la Pascua

Subimos con Jesús a Jerusalén a celebrar la Pascua
Ex. 20, 1-27: Sal-18; 1Cor. 1, 22-25; Jn. 2, 13-25
‘Se acercaba la fiesta de la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén’. Se acerca también la fiesta de Pascua y queremos subir con Jesús a Jerusalén. ¿Qué nos vamos a encontrar? ¿Cómo será esta Pascua? Creo que es una pregunta importante que hemos de hacernos. Para que lleguemos a celebrarla auténticamente. Para que sintamos el hoy de la salvación de Dios en nuestra vida.
Tendrá que ser un paso de Dios que nos salva. Eso fue la Pascua entonces y tiene que seguirlo siendo ahora. Cuando los judíos celebraban cada año la pascua estaban haciendo memoria de la Pascua que vivieron sus padres en Egipto cuando fueron liberados de la esclavitud. Fue el paso de Dios que los liberó, los sacó de Egipto para llevarlos a la tierra prometida. Y cada año lo revivían, lo celebraban, lo sentían presente en su vida.
Ahora será la Pascua, no ya como recuerdo de la salida de Egipto, sino como paso salvador de Dios por nuestra historia en Jesús, y en su muerte y resurrección. Y para nosotros no es solo un recuerdo sino un memorial porque sigue haciéndose presente en el hoy de nuestra vida ese paso salvador de Dios. Ya sabemos que cada vez que celebramos la Eucaristía hacemos memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor, de la Pascua del Señor. Por eso la celebración de esta Pascua tiene que ser para nosotros un paso de Dios que nos salva, nos purifica, nos llena de nueva vida en el hoy concreto de nuestra existencia.
Pero sigamos con el Evangelio. ‘Jesús subió a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados en sus mesas de cambio…’ Se encontró la casa de Dios convertida en un mercado y quiso purificarla. No es necesario repetir los detalles de cómo lo hizo. Pero algunos se resistieron pidiendo signos de autoridad para lo que hacía Jesús. ‘¿Qué signos nos muestras para obrar así?’
Una vez más piden signos, milagros, sabiduría. Recordamos lo que nos planteaba san Pablo hoy en su carta. ‘Los judíos exigen signos…’ No es la primera vez. En la otra ocasión Jesús les decía que ‘no les sería dado más signo que el de Jonás’. Recordamos el profeta enviado a Nínive que se resiste, embarca en otra dirección, la tempestad, arrojado al mar y tragado por el cetáceo que lo devuelve vivo a los tres días a la orilla de la playa. Jonás que finalmente con la debilidad de sus miedos sin embargo anuncia la Palabra de Dios a Nínive, que fue una palabra transformadora que los llevó a la conversión y evitar el castigo divino.
Ahora es otro signo el que les da, la destrucción del templo y su reedificación en tres días. ‘Destruid este templo y en tres días lo levantaré’. Sabemos las reacciones incrédulas de los judíos, aunque luego lo utilizaran como argumento para su condena ante el Sanedrín; pero ya el evangelista nos apunta que ‘hablaba del templo de su cuerpo… cuando resucitó de entre los muertos los discípulos se acordaron de lo que había dicho y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús’.
Pero hablar de su muerte como signo podría parecer poco convincente. Porque Jesús hablaba de la debilidad de su pasión y de su muerte, aunque hablaba también de la resurrección. Para nosotros es la gran señal, el gran signo, la gran prueba de quién era Jesús y de lo que nos ofrecía, su salvación. Como dirá san Pablo ‘los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado…’ Es nuestra señal, nuestra fuerza, nuestra sabiduría. Aunque muchos no lo entiendan. Será escándalo o locura para unos o para otros.
Es la Sabiduría de Dios que es la sabiduría del amor. Sabiduría de Dios, fuerza salvadora de Dios que se manifiesta en la entrega más sublime, porque es el amor más grande, porque es la entrega hasta la muerte. ‘No hay amor más grande que el de aquel que da la vida por el amado’, nos enseñaría Jesús no sólo con sus palabras sino con su misma vida, con su misma muerte.
Esa tiene que ser también nuestra sabiduría, nuestra fuerza, nuestra vida. Y esa es la Pascua que nosotros vamos a celebrar con Jesús. Jesús quiso purificar el templo para hacer un templo nuevo. ‘Hablaba del templo de su cuerpo…’ Cristo es el verdadero templo de Dios y Cristo es la ofrenda más grande y más hermosa que se podía presentar al Padre para nuestra salvación para nuestra redención. Esa fue la ofrenda de su Pascua, de quien había venido para cumplir la voluntad del Padre. ‘¡Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad!’ Y aunque sería dura la ofrenda y llegara a decir que ‘pase de mi este cáliz…’ también exclamaría ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’.
Así Cristo en su paso salvador por nuestra vida nos purifica para darnos a nosotros esa dignidad nueva que nos hace verdaderos templos de Dios, que nos llena de la vida divina y nos hace también hijos de Dios. Que se haga Pascua en nuestra vida. Que se realice ese paso salvador de Dios por nosotros. No temamos beber el cáliz de la pasión y de la muerte que nos purifica, porque con Cristo hemos de morir para con El resucitar; porque saldremos renovados como hombres nuevos, los hombres nuevos de la gracia y de la santidad de Dios.
Esta subida que estamos haciendo con Jesús a Jerusalén en el camino de la Cuaresma a eso tiene que prepararnos. Nos queremos dejar iluminar por su Palabra, conducir por su Espíritu, purificar con su gracia en los sacramentos que vamos recibiendo.