sábado, 10 de enero de 2009

Con la fuerza del Espíritu volvió a Galilea

1Jn. 4, 10-5, 4

Sal. 71

Lc. 4, 14-22

‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. Fue todo el comentario que Jesús hizo en aquella mañana en la Sinagoga de Nazaret. Recorría ya los ciudades y aldeas de Galilea y del resto de Palestina. ‘Fue a Nazaret, donde se había criadlo, entró en la Sinagoga como era su costumbre los sábados y se puso en pie para hacer la lectura’. El texto proclamado era de Isaías. Y este fue su comentario.

Hemos venido escuchando en estos días de la Epifanía diversos textos del evangelio que nos ha ofrecido la liturgia que han sido como una manifestación – epifanía – de Jesús a su pueblo. Enseñaba a las gentes, curaba a los enfermos, se hacía presente en la vida de los hombres y mujeres con su salvación. Hoy nos ha ofrecido este texto de Lucas con la presentación de Jesús en Nazaret, su pueblo. Aquí una vez más se nos manifiesta quién es Jesús y su misión.

‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’, porque en El se estaba realizando lo anunciado por el profeta. Había venido ‘para dar la Buena Noticia a los pobres… anunciar la libertad’, la salud, la salvación, ‘el año de gracia del Señor’. Se manifiesta como el ungido con la fuerza del Espíritu del Señor. ‘El Espíritu del Señor está sobre, porque me ha ungido…’ había dicho el profeta.

‘El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra…’ le había dicho el ángel a María. Por la acción del Espíritu de Dios el Hijo de Dios se había encarnado en las entrañas de María para hacer como hombre y como Dios entre nosotros. Es el Espíritu que inspiró a Isabel para saludar a María como la madre del Señor y el que inspiró a María para cantar el más hermoso cántico de alabanza al Señor, que en ella hizo maravillas.

La fuerza del Espíritu lo había llevado junto al Jordán primero para que Juan lo bautizase y lo había conducido luego al desierto al monte de la cuarentena. Mañana, día del Bautismo de Jesús, contemplaremos cómo ‘se abrió el cielo y descendió hasta El el Espíritu Santo como una paloma’. Se cumplía en El lo anunciado por el profeta. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír…El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido…’

El Espíritu lo había traído ahora hasta Galilea y a Nazaret – ‘Jesús, con la fuerza del Espíritu, volvió a Galilea y su fama se extendió por toda la comarca’ -: como el Espíritu será el que irá conduciendo a Jesús a través de todo el evangelio hasta su subida a Jerusalén para su entrega. Será el Espíritu que nos promete para que fuera también nuestra fuerza y nuestra sabiduría para ser testigos ante los hombres. El evangelio de Lucas, del que está tomado el texto que comentamos, podríamos decir que está enmarcado por la acción del Espíritu en Jesús y luego también en sus seguidores, sus discípulos.

Que el Espíritu nos conduzca a nosotros también hasta Jesús, para que podamos mejor conocerle y mejor vivirle; para que podamos proclamar que El es el Señor y llamar a Dios Padre y dirigirnos a Dios con la mejor oración; para que, impulsados por ese mismo Espíritu, podamos ser en verdad sus testigos, Epifanía de Dios para todos los hombres que nos rodean.

viernes, 9 de enero de 2009

Ánimo, soy yo, no tengáis miedo

1Jn. 4, 11-18

Sal. 71

Jn. 6, 45-52

Laboriosa se les hizo la travesía del lago aquella tarde-noche a los discípulos. ‘Viendo el trabajo con que remaban, porque tenían viento contrario…’ comenta el evangelista. Todo fue después de la multiplicación milagrosa de los panes allá en el descampado. ‘Jesús enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hasta la orilla de Betsaida, mientras El despedía a la gente…’ Pero atravesar el lago había estado lleno de dificultades.

La travesías de la vida algunas veces se nos hace costosa también a nosotros. Es el cumplimiento de nuestras responsabilidades de cada día, las cosas que tenemos que hacer, la obligaciones; pero son también los problemas que la misma vida nos va dando; proyectos que tenemos y que no acabamos de realizar; problemas de convivencia con los que están mas cercanos; agobios que muchas veces no nos dejan ver con claridad; nos volvemos pesimistas algunas veces y pareciera que todo se nos vuelve negro y no vemos salida.

Y, como somos creyentes y nos llamamos cristianos, toda esa vida queremos envolverla con el sentido del evangelio. No nos es fácil en muchas ocasiones porque estamos confundidos y no sabemos que hacer. No nos es fácil porque nos acechan tentaciones de todo tipo, desde el desaliento y el cansancio hasta el enemigo que mete su rabito y nos tienta con multitud de cosas en nuestra mente y en nuestro corazón. Vamos muchas veces tropezando de aquí para allá y nos parece que andamos solos y sin fuerzas. Y hasta llegamos a abandonar cosas que tendrían que ser fundamentales en nuestro vivir como cristianos como puede ser nuestra oración y la vivencia sacramental.

El evangelio de hoy nos ilumina. Jesús nos está diciendo que no andamos solos, que no son fantasmas los que nos acompañan sino que es El mismo el que está a nuestro lado aunque en nuestra ceguera no seamos capaces de verlo. ‘Ánimo, soy yo, no tengáis miedo’, nos dice.

El evangelio nos ilumina porque ha comenzado diciéndonos algo importante que Jesús hacía. ‘Y después de despedirse se retiró al monte a orar’. Es algo que vemos repetido en muchas ocasiones en el evangelio. Tras toda aquella baraúnda cuando lo de la curación de la suegra de Pedro y la multitud de enfermos y poseídos que le traían a la puerta de todas partes, cuando pudo se fue a solas a un lugar apartado para orar. Lo veremos también llevarse a los discípulos a lugares tranquilos para estar con ellos. Hoy después de todo el jaleo de las multitudes que le siguen y lo de la multiplicación milagrosa de los panes ‘después de despedirse se retiró al monte a orar’.

Creo que está clara la lección. Necesitamos detenernos, hacer una parada en la vida y esto cada día. Para reflexionar, para meternos dentro de nosotros mismos, para ver la vida desde otra perspectiva, para encontrarnos con el Señor y sentir su gracia y su fuerza, para tomar conciencia que el Señor está ahí y El nunca nos falla, para llenarnos de su paz.

Es la luz que nos ilumina. Es quien nos da paz en nuestro corazón. Es la fuerza y el alimento para nuestro caminar. Muchos pueden ser los problemas, las responsabilidades, los agobios, las dificultades y tentaciones, pero que no perdamos nunca la paz del corazón. Que el Espíritu nos dé esa serenidad que necesitamos, esa calma para mirar las cosas con ojos distintos, esa paz que no nos hace dudar y nos quita todo miedo.

‘Entró en la barca con ellos y amainó el viento’. Viene Cristo a nuestra vida y nos llenamos de su paz. Ya no cabe el temor en nuestra vida. Como nos decía san Juan en la carta que hemos escuchado. ‘No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor… quien teme no ha llegado a la plenitud del amor’. Y vaya que sí experimentamos lo que es el amor que el Señor nos tiene. Vivamos en ese amor. Nos habla san Juan de forma preciosa hoy de ese amor del Señor y de ese amor que nosotros hemos de vivir. ‘Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios’. Que con El todo sea paz.

jueves, 8 de enero de 2009

Jesús es el Buen Pastor que nos alimenta con su propia vida

1Jn. 4, 7-10

Sal. 71

Mc. 6, 34-44

‘En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió a su Hijo único para que vivamos por medio de El’. Es lo que venimos celebrando en estos días de Navidad y de Epifanía; y podemos decir también que es lo que está en el meollo de nuestra fe.

Ahora en estos días lo hemos vivido con intensidad al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre. Por nosotros y por nuestra salvación. Y el Hijo de Dios hecho hombre se manifestó al pueblo judío, significado en los pastores de Belén; y se manifestó a todos los hombres, en la estrella aparecida en el cielo y que descubrieron los magos de Oriente. Y ayer en el evangelio contemplábamos como multitudes venidas de todas partes acudían a Jesús en el comienzo de su vida pública, anunciando el Reino y sanando a todos de toda dolencia y enfermedad.

Hoy lo contemplamos como el Buen Pastor que se preocupa de sus ovejas. ¿Qué hace el pastor? Lleva a las ovejas a los mejores pastores, las conduce con toda seguridad alejadas de todo peligro, las defiende contra el lobo porque no es como el asalariado que cuando ve venir al lobo huye. Hoy nos dice el Evangelio que ‘Jesus vio una multitud y les dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor, y empezó a enseñarles muchas cosas’.

El Pastor, como nos enseñará en otros lugares del evangelio, que alimenta a las ovejas, las cura y las protege. Jesús quiere darnos el mejor alimento para nuestra vida. Ahí está su Palabra; Palabra que es de vida y de salvación. Y realiza signos que nos hablen de toda esa vida que quiere darnos. Por eso hoy lo contemplamos que a continuación, porque es tarde, porque están lejos, porque no tienen panes suficientes para todos ya que como dicen los apóstoles necesitarían por lo menos doscientos denarios de pan, buscará darles el alimento mejor, al multiplicar milagrosamente el pan para que todos coman hasta saciarse.

Ya sabemos que los milagros son signos de algo más hondo que Cristo quiere darnos; en este caso de ese alimento que quiere ofrecernos para que tengamos vida. El vino ‘para que vivamos por medio de El’, como decíamos con la carta de san Juan. Y ese pan multiplicado milagrosamente nos está hablando de esa vida que Cristo quiere para nosotros; nos está hablando de su entrega y de su muerte; nos está hablando cómo El mismo quiere ser comida para nosotros.

Siempre vemos en este milagro de la multiplicación de los panes un signo y un anticipo de la Eucaristía. Es después de la multiplicación de los panes, como nos contará el evangelista Juan, cuando en la Sinagoga de Cafarnaún anuncie la Eucaristía, el Pan vivo bajado del cielo que es su propia carne que hemos de comer para que tengamos vida para siempre.

Recordamos que cada vez que celebramos la Eucaristía anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección del Señor. Cada vez que comemos de su pan, el pan de la Eucaristía, estamos anunciando la muerte del Señor hasta que vuelva. El quiso darnos vida y por eso murió por nosotros, pero quiere más, quiere que le comamos y por eso se nos da en la Eucaristía. Para que tengamos su vida, para que comamos su vida, para que vivamos su misma vida, para El hacerse vida nuestra en nosotros.

No rehusemos esa vida; aliméntenos de Jesús para que tengamos vida para siempre. El es nuestro Buen Pastor. Dejémonos conducir por El porque El siempre nos llevará a la mejor vida.

miércoles, 7 de enero de 2009

Una luz radiante que brilla sobre nosotros

Una luz radiante que brilla sobre nosotros

1Jn. 3, 22-4, 6

Sal.2

Mt. 4, 12-17.23-25

‘¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!... sobre ti amanecerá el Señor… caminarán los pueblos a su luz…’ Así escuchábamos en la fiesta de la Epifanía al profeta Isaías. Amanece la gloria del Señor. Como el lucero del alba que anuncia el amanecer, la estrella de Belén anuncia la llegada del Sol. ‘El sol que nace de lo alto’, que diría el anciano Simeón. Toda la liturgia de estos días de Navidad ha estado envuelta por el signo de la luz.

Hoy san Mateo nos hace como un resumen del comienzo de la actividad de Jesús en Galilea. ‘Comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos…’ Anuncia el Reino de Dios y cura de toda dolencia y enfermedad. Vienen hasta El gentes de todos los lugares. Su predicación es en Galilea pero habla de gente venida no sólo de toda Galilea sino de la Decápolis - diez ciudades vecinas al lago de Tiberíades -, igual que habla de Jerusalén y de Judea por el sur, pero también de Transjordania, más allá del Jordán.

Y nos compara la llegada de Jesús y el comienzo de su predicación con una luz brillante que comienza a resplandecer y a iluminar. Recuerda al profeta Isaías, precisamente en un texto que ya escuchamos en la misma noche del Nacimiento del Señor, en la Misa de Nochebuena. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y en sombra de muerte una luz les brilló’. Es la mejor imagen para describirnos el significado de la presencia de Jesús. Como lo hemos llamado hoy en la oración litúrgica ‘luz radiante’ que nos ilumina.

Es el momento del anuncio de la Buena Noticia del Reino. Reino que nos invita a la conversión y Reino que se manifiesta en las obras del amor. Es lo que Jesús hace. Por eso, no solo anuncia la Palabra de salvación, sino que al mismo tiempo sana y cura, hace llegar la salud y la salvación a todos. Acuden a El con sus dolencias y acuden a El con todas sus limitaciones y enfermedades. Y Jesús salva. Hace patente el Reino de Dios.

¿Qué nos queda a nosotros? Nos da la pauta la carta de san Juan que hemos escuchado en la primera lectura. ‘Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, como nos lo mandó’. Creer que Jesús, es el Cristo, el Mesias, el Hijo de Dios, nuestro Salvador. Y porque creemos en El hacemos las obras de El, las obras del amor. ‘Que nos amemos unos a otros, como nos lo mandó’. Son las señales del Reino de Dios. Son las señales de que nos hemos dejado iluminar por su luz.

Continuamos celebrando la Navidad y la Epifanía y su luz sigue resplandeciendo sobre nosotros. Celebramos la Epifanía que se nos prolongará hasta el próximo domingo en el que celebraremos otro de los momentos de la Epifanía que fue su Bautismo en el Jordán con la gran teofanía de la gloria del Señor, y nos sentimos enviados a llevar también nosotros esa luz a los demás, a ser estrella y teofanía de Dios para los demás como reflexionábamos ayer.

martes, 6 de enero de 2009

Una estrella que anuncia el regalo de Dios a la humanidad

Is. 60, 1-6;

Sal. 71;

Ef. 3, 2-3-5-6;

Mt. 2, 1-12


‘Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’. Una estrella que anuncia el regalo de Dios a la humanidad.

De sobra conocemos el relato que todos los años escuchamos. Unos magos de Oriente que se presentan en Jerusalén. ‘¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’. Revuelo que se forma en la ciudad y que llega a oídos de Herodes. Teme por su reino. Consulta a los sacerdotes y letrados de Jerusalén. Ha de nacer ‘en Belén de Judá porque así lo ha escrito el Profeta: y tú, Belén, tierra de Judá no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe, que será el pastor de mi pueblo de Israel’. Las disposiciones del rey para garantizar su vuelta y poder cumplir sus deseos. La estrella que aparece de nuevo y los conduce hasta Belén. La ofrenda ante el Niño que está en brazos de su madre, María.

Hasta aquí un resumen del relato hoy proclamado, pero ¿cuál es el significado que todo esto tiene? ¿Qué significa esa estrella? ¿Qué significa esta fiesta de la Epifanía que hoy celebramos?

Por supuesto todos podemos entender que su significado va más allá de unos regalos que este día todos nos ofrecemos, aún con todo lo hermoso que pueda ser ese ofrecimiento mutuo de regalos como muestra de cariño y de amistad; de la ilusión que en todos se crea en este día; o de ese despertar en este día para una humanidad que quiere ser mucho más feliz y quiere hacer felices también a los demás.

Cosas buenas todas estas pero que nuestra celebración va a algo mucho más hondo y significativo. Es hermoso todo esto que se vive, pero más hermoso aún si calamos en el sentido más hondo de esta fiesta.

Esa estrella que aparece en los cielos y que despierta a los magos para ponerse en camino de su búsqueda nos anuncia un regalo de Dios. Y es que tenemos que pensar que en todo el misterio de Cristo siempre tenemos que descubrir un mensaje de amor de Dios para todos. La salvación que Dios nos ofrece cuando nos envía a su Hijo Unigénito que se hace hombre no puede encerrarse en unas fronteras sino que tiene un carácter universal.

¡Ojalá dentro de esas fronteras concretas donde vivió Dios hecho Hombre lograran tener esa paz que nos anunció Jesús con su venida y que precisamente en estos días están incendiadas con la guerra!

El Niño cuyo nacimiento fue anunciado por el ángel a unos pastores de Belén es anunciado ahora a pueblos lejanos por medio de una estrella. Porque para todos es el Salvador. A todos vino a traernos Jesús su paz y su salvación y a todos tiene que seguirse anunciando hoy. Aunque muchos quieren impedir que se realice ese anuncio.

Ya sucedió entonces. Al Rey Herodes le costó aceptar aquel nacimiento y quería impedir de la forma que fuera el Reinado de aquel Reino que se anunciaba con el nacimiento de aquel Niño. Quiso manipular a quienes traían aquella noticia y de sus medios crueles se valió para impedirlo, como lo celebramos en el Día de los Inocentes con aquellas crueles matanzas. Tampoco a los pontífices y letrados de Jerusalén les hacía mucha gracia aquel nacimiento y trataron de minimizarlo y ningunearlo limitándose a trasmitir escuetamente lo dicho por el profeta pero sin mayores ayudas.

¡Cuántos siguen interesados hoy en que no se realice ese anuncio de salvación! ¡Cuántos quieren ahogar de la forma que sea el significado hondo de la Navidad con manipulaciones y sustituciones de su sentido! No nos extrañe.

Hemos escuchado en estos días cómo en algunos lugares se han lanzado furibundas campañas publicitarias de ateismo y negación de la existencia de Dios. De la misma manera que frente al nacimiento de la vida que estamos proclamando con nuestra celebración de la navidad se promueve una cultura de muerte con el aborto que se quiere ampliar a sin-límites increíbles o campañas, directas muchas veces y otras de forma muy sutil, de sensibilización a favor de la eutanasia.

Pero más sutilmente se quiere ahogar el sentido de la navidad desde un mercantilismo que convierte estas fiestas en una carrera de consumismo, materialismo y hedonismo, porque lo único que parece importar es pasarlo bien de la forma que sea. Llega la navidad porque llegan los turrones, la lotería, las buenas comidas o los regalos, pero no se menciona que la Navidad es nacimiento de Jesús, que es Dios hecho hombre.

Por eso es importante que nosotros los creyentes hagamos brillar con toda su fuerza la estrella de Belén, la luz con que Cristo nos quiso iluminar. No podemos dejar que se ahogue esa luz en medio de las tinieblas que quieren imperar en nuestro mundo. Una Luz que no es sólo para nosotros sino que a todos tiene que llegar, a todos tiene que iluminar. De nosotros depende.

Tendremos que emprender caminos nuevos, como tuvieron que hacer aquellos magos. Buscar los caminos que nos lleven a hacer valientemente ese anuncio de Jesús, de su luz y de su salvación a nuestro mundo de hoy. ¿No hablamos hoy de nueva evangelización? Es algo que se nos viene repitiendo en la Iglesia continuamente en los últimos años y de ello tenemos que convencernos, porque muchas veces nuestro mundo está lejos del Evangelio.

Nosotros tenemos que ser estrellas que anunciemos con nuestra vida, con nuestro testimonio y también con nuestra palabra valiente el mensaje de Jesús, el mensaje del Evangelio. Y tenemos que saber emplear todos los medios que estén a nuestro alcance.

Los magos buscaron otros caminos. Busquemos esos nuevos caminos. Hoy se nos ofrecen nuevos medios de comunicación en esta era de la informática y en este mundo globalizado. Los cristianos tendríamos que saberlos aprovechar más para hacer ese anuncio de la Buena Noticia de Jesús a nuestro mundo. El que este mensaje llegue a ti, quizá por medio de internet, quiere ser un deseo de emplear los caminos de este mundo de hoy para hacer llegar el evangelio. Gracias por recibirlo y gracias a quienes al recibirlo a su vez tratan de trasmitirlo a otros muchos.

lunes, 5 de enero de 2009

Seguir a Jesús como los primeros discípulos

1Jn. 3, 11-21

Sal.99

Jn. 1, 43-51

Diversos son los caminos por los que Dios quiere acercarse al hombre y hacerse presente en su vida como llamada y como gracia, y diversos también son los caminos por los que nosotros podemos acercarnos a Dios. Será una profunda experiencia en nuestro espíritu en un momento determinado como una gracia especial, ante algún acontecimiento; será una voz directa que escuchemos en nuestro interior como una llamada especial; será a través de distintas mediaciones, desde las cosas que nos suceden, las personas que nos rodean, una palabra que escuchamos, o por la acción de la misma Iglesia. Y lo mismo nosotros podemos ser mediaciones para los demás para su acercamiento al Señor desde nuestra propia vida, una palabra o un consejo que digamos, y así muchas cosas más. Todo siempre para provocar un encuentro vivo con Jesús en una experiencia profunda en que lo sintamos vivo en nuestra vida.

Esto lo vemos reflejado en el final del primer capítulo del evangelio de Juan que venimos leyendo de forma continuada en estos días. Ayer día 4 de enero, si no hubiera sido domingo, hubiésemos contemplado el encuentro de los dos primeros discípulos con Jesús. Fue la mediación de Juan el Bautista que les señaló, ‘éste es el Cordero de Dios’. Y aquellos dos discípulos del Bautista, Andrés y Juan se convirtieron en los primeros discípulos de Jesús. Preguntaban donde vivía pero con la búsqueda de algo más, y se fueron con El. A la mañana siguiente otra mediación, en este caso de Andrés, que invita a su hermano Simón: ‘Hemos encontrado el Mesías’.

Hoy será Jesús el que directamente se dirija a Felipe para invitarle: ‘Sígueme’. Pero Felipe conociendo quizá la inquietud honda en Natanael, – alguna experiencia profunda podría haber tenido por lo que luego veremos - de las ansias y la esperanza en la llegada del Mesías, como en todo buen judío, le dirá: ‘Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas lo hemos encontrado: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret’.

La reacción displicente de Natanael es la reacción de quien no termina de querer reconocer lo que pasa en lo hondo de su corazón. Buscamos evasivas, queremos salir por la tajante, nos hacemos oídos sordos, nos cuesta muchas veces dar el paso y nos vamos por el camino de la huída. ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?... ¿de qué me conoces?’, son expresiones que algo así expresan.

Algo había pasado en su interior que sólo Dios conocía. De ahí la frase de Jesús. ‘Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi’. Fue suficiente para que Natanael, nuestro Bartolomé apóstol, hiciera una hermosa profesión de fe. No le llama maestro de una forma cualquiera. ‘Rabí…’ que era un reconocimiento grande de que estaba ante alguien que era muy superior a El. ‘Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel’. Era un reconocimiento de Jesús como enviado de Dios, como Mesías del Señor, aunque nosotros a esas palabras le demos mayor profundidad reconociendo la divinidad de Jesucristo.

Pero Jesús dice algo más. ‘Mayores cosas verás… Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre’. Estas palabras hacen referencia al sueño de Jacob en el que veía una escala entre el cielo y la tierra por la que subían y bajaban los ángeles desde y hasta la presencia de Dios. Y es que por nuestra fe en Jesús estamos llamados a esa visión de Dios. ‘Cuando se manifieste, le veréis tal cual es, porque seremos semejantes a El’, nos decía en los días pasados la carta de Juan.

Que manifestemos con toda profundidad nuestra fe en Jesús porque a los que creen en El nos da poder para ser hijos de Dios, como ayer reflexionábamos. Que escuchemos su voz y su llamada y estemos prontos para buscarle y para seguirle. Que así vayamos escuchándole y siguiéndole, conociéndolo y amándolo, para que con El nos unamos y con El en todo momento demos toda la gloria a Dios, haciendo siempre lo que El nos dice.

domingo, 4 de enero de 2009

Y Dios plantó su tienda entre nosotros, en nosotros...

Eclesiástico, 24, 1-4.12-16;

Sal. 147;

Ef. 1, 3-6.15-18;

Jn. 1, 1-18

Hasta ahora hemos venido contemplando los hechos. Podíamos decir que de manera plástica hemos contemplado el misterio de la Navidad, el misterio del Nacimiento del Señor. Ha sido la descripción que nos ha ido haciendo el evangelio de san Lucas en cada una de las celebraciones. O ha sido también las representaciones que con nuestros belenes o nuestros nacimientos hemos tenido delante de nuestros ojos en nuestros templos o también en nuestras casas. Y ha sido, por supuesto, todo ese ambiente de alegría y de fiesta con el que hemos venido viviendo nuestras celebraciones.

Pero la contemplación auténtica va más allá de lo que nuestros ojos contemplan, nuestros oídos escuchan o con los sentimientos experimentamos. Hay algo más profundo que hacemos con nuestra reflexión y meditación amplia y profunda del misterio de la navidad y también cuando lo hacemos oración en nuestra vida. En ese sentido creo que en nuestras celebraciones litúrgicas lo hemos ido intentando. Y creo que es a lo que nos quiere ayudar la Palabra de Dios que en este domingo se nos ha proclamado.

Con san Pablo bendecimos a Dios que nos ha bendecido ‘en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales’. Cristo es nuestra bendición, porque en Cristo nos llenamos de nueva luz y de nueva vida. El lo es todo para nosotros.

Y con san Pablo también damos gracias y oramos al Señor. Suplicamos para que podamos penetrar en toda la profundidad de su misterio que se nos revela en Cristo. ‘Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, nos dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo…’ La fe que tenemos es nuestra mayor riqueza y sabiduría. Somos el pueblo más sabio porque tenemos fe en Dios. Sabiduría no es sólo saber cosas, tener conocimientos, sino hacer que todo ese misterio que se nos revela se haga vida nuestra y entonces lo expresemos y manifestemos con nuestras palabras, nuestras actitudes, todo lo que es nuestra vida. Desde la fe podemos tener y podemos vivir todo ese sentido de Dios en nuestra vida y para nuestra vida.

Es el misterio de Dios escondido desde todos los siglos, la Palabra eterna de Dios que se nos revela, y que es nuestra luz y nuestra vida. Es lo que descubrimos en el misterio de la Navidad que estamos celebrando. Es la revelación de Dios que llega a nosotros al hacerse hombre y vivir entre nosotros.

Hemos visto muchas señales y signos en torno a la cueva de Belén. Una nueva vida que brota en un niño que hace, unos resplandores celestiales, unos ángeles que cantan la gloria de Dios, unos pastores que se acercan a ofrecerle sus dones. Son señales del misterio que se realiza en el nacimiento de Jesús, que tiene que ser nacimiento también en nosotros. Por eso ahora sentimos palpitar la vida de Dios en nuestro corazón. Ahora nos sentimos iluminados y transformados por su luz. Es de lo que nos ha hablado hoy el evangelio de San Juan.

Aceptemos esa vida y dejémonos iluminar por esa luz, para no permanecer en la tiniebla, para renacer a una vida nueva. ‘A cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre’, nos decía el evangelio. Esa vida nueva que nace en nosotros y nos hace hijos de Dios.

El Misterio de la Encarnación se realizó por obra del Espíritu. Recordemos lo que le decía el ángel a María en la Anunciación. ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. El nuevo nacimiento que se realiza en nosotros desde el misterio de la Navidad y de la Redención no es obra de ningún poder humano, sino obra de Dios; no es acción de ningún elemento humano sino acción del Espíritu de Dios. ‘Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios’, que nos explica hoy el evangelista.

Sólo nos basta creer. ‘Les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre’. Sólo desde la fe podemos entender ese nuevo nacimiento que se produce en nosotros. Sólo desde la fe entendemos esa vida que Dios nos regala para hacernos sus hijos. Recordemos cómo san Pablo bendecía a Dios ‘que desde antes de la creación del mundo nos eligió para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor. Nos predestino a ser hijos adoptivos por Jesucristo, conforme a su agrado. Para alabanza de la gloria de su gracia que nos colmó en el Amado’. El nos llamó, nos eligió y nos predestino a ser hijos y santos.

Contemplamos, entonces, la gloria de Dios que planta su tienda entre nosotros, en nuestros corazones, en nuestra vida. ‘La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros’, nos decía el Evangelio. Y es que con Cristo nosotros hemos sido hecho hijos, llenos de gloria y de verdad.

¿No tenemos entonces que entonar una y otra vez nuestro cántico de bendición al Señor que con tantas bendiciones en Cristo nos ha bendecido? Y es que cuando contemplamos el misterio del nacimiento de Jesús, estamos contemplando y reviviendo en nosotros un nuevo nacimiento, el que nos hace a nosotros hijos de Dios. Bendito sea el Señor y que ilumine los ojos de nuestro corazón para entenderlo y para vivirlo.