lunes, 5 de enero de 2009

Seguir a Jesús como los primeros discípulos

1Jn. 3, 11-21

Sal.99

Jn. 1, 43-51

Diversos son los caminos por los que Dios quiere acercarse al hombre y hacerse presente en su vida como llamada y como gracia, y diversos también son los caminos por los que nosotros podemos acercarnos a Dios. Será una profunda experiencia en nuestro espíritu en un momento determinado como una gracia especial, ante algún acontecimiento; será una voz directa que escuchemos en nuestro interior como una llamada especial; será a través de distintas mediaciones, desde las cosas que nos suceden, las personas que nos rodean, una palabra que escuchamos, o por la acción de la misma Iglesia. Y lo mismo nosotros podemos ser mediaciones para los demás para su acercamiento al Señor desde nuestra propia vida, una palabra o un consejo que digamos, y así muchas cosas más. Todo siempre para provocar un encuentro vivo con Jesús en una experiencia profunda en que lo sintamos vivo en nuestra vida.

Esto lo vemos reflejado en el final del primer capítulo del evangelio de Juan que venimos leyendo de forma continuada en estos días. Ayer día 4 de enero, si no hubiera sido domingo, hubiésemos contemplado el encuentro de los dos primeros discípulos con Jesús. Fue la mediación de Juan el Bautista que les señaló, ‘éste es el Cordero de Dios’. Y aquellos dos discípulos del Bautista, Andrés y Juan se convirtieron en los primeros discípulos de Jesús. Preguntaban donde vivía pero con la búsqueda de algo más, y se fueron con El. A la mañana siguiente otra mediación, en este caso de Andrés, que invita a su hermano Simón: ‘Hemos encontrado el Mesías’.

Hoy será Jesús el que directamente se dirija a Felipe para invitarle: ‘Sígueme’. Pero Felipe conociendo quizá la inquietud honda en Natanael, – alguna experiencia profunda podría haber tenido por lo que luego veremos - de las ansias y la esperanza en la llegada del Mesías, como en todo buen judío, le dirá: ‘Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas lo hemos encontrado: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret’.

La reacción displicente de Natanael es la reacción de quien no termina de querer reconocer lo que pasa en lo hondo de su corazón. Buscamos evasivas, queremos salir por la tajante, nos hacemos oídos sordos, nos cuesta muchas veces dar el paso y nos vamos por el camino de la huída. ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?... ¿de qué me conoces?’, son expresiones que algo así expresan.

Algo había pasado en su interior que sólo Dios conocía. De ahí la frase de Jesús. ‘Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi’. Fue suficiente para que Natanael, nuestro Bartolomé apóstol, hiciera una hermosa profesión de fe. No le llama maestro de una forma cualquiera. ‘Rabí…’ que era un reconocimiento grande de que estaba ante alguien que era muy superior a El. ‘Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel’. Era un reconocimiento de Jesús como enviado de Dios, como Mesías del Señor, aunque nosotros a esas palabras le demos mayor profundidad reconociendo la divinidad de Jesucristo.

Pero Jesús dice algo más. ‘Mayores cosas verás… Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre’. Estas palabras hacen referencia al sueño de Jacob en el que veía una escala entre el cielo y la tierra por la que subían y bajaban los ángeles desde y hasta la presencia de Dios. Y es que por nuestra fe en Jesús estamos llamados a esa visión de Dios. ‘Cuando se manifieste, le veréis tal cual es, porque seremos semejantes a El’, nos decía en los días pasados la carta de Juan.

Que manifestemos con toda profundidad nuestra fe en Jesús porque a los que creen en El nos da poder para ser hijos de Dios, como ayer reflexionábamos. Que escuchemos su voz y su llamada y estemos prontos para buscarle y para seguirle. Que así vayamos escuchándole y siguiéndole, conociéndolo y amándolo, para que con El nos unamos y con El en todo momento demos toda la gloria a Dios, haciendo siempre lo que El nos dice.

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