martes, 15 de diciembre de 2009

Dejaré un pueblo pobre y humilde que confía en el nombre del Señor

Sof. 3, 1-2.9-13
Sal.33
Mt. 21, 28-32


‘Vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio los publicanos y pecadores le creyeron. Y, aún después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis’. Una llamada más del Señor a nuestra conversión.
En estos días escuchando el mensaje del Bautista y reflexionando sobre la Palabra de Dios hemos hablado de la humildad como camino seguro de conversión: la humildad con que nosotros nos acercamos al Señor sabiéndonos indignos y pecadores, la humildad de quien reconoce que necesita de la salvación que Jesús nos ofrece. la humildad de quien se pone en camino de auténtica conversión al Señor. Un camino que hemos de recorrer en estos días como preparación a la celebración de la venida del Señor.
En eso ha abundado la Palabra de Dios proclamada hoy. Por una parte la parábola que Jesús nos ha propuesto que refleja bien lo que solemos hacer muchas veces. Con qué facilidad decimos sí, pero con la misma facilidad olvidamos pronto lo prometido y seguimos por nuestros caminos. Jesús quiere resaltar a aquel hijo que habiendo dicho primero no, sin embargo luego ‘se arrepintió y fue’ al trabajo de la viña al que el padre le había enviado, mientras quien había dicho sí pronto lo olvidó ‘y no fue’.
Por ahí anda nuestro pecado no sólo en decir no, sino muchas veces en un olvido de Dios para vivir nuestra vida a nuestro aire sin tener en cuenta todo el amor que el Señor nos ha manifestado. Creo que si recordáramos continuamente ese amor de Dios nuestras respuestas serían otras. ‘Ay de la ciudad rebelde…’ decía el profeta. ‘No obedecía la voz, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a Dios’.
Cuando no queremos aceptar los mandamientos del Señor ni los queremos recordar ni queremos acercarnos al Señor, allí donde los podríamos recordar y hacer que nos enfrentáramos a nuestra vida pecadora. Nos hacemos sordos a la llamada de Dios. No nos queremos enterar. Nos cegamos. Por eso nos cuesta aceptar que nos hagan pensar y reflexionar; rehuimos a quien con su vida recta sea un interrogante para nuestra vida errada. En el fondo es la vergüenza que sentimos por nuestra infidelidad y pecado que no queremos reconocer.
Pero viene el Señor con su misericordia y su perdón. Viene el Señor con su salvación para renovar nuestra vida. Viene el Señor y sigue derramando su amor sobre nosotros haciéndonos una y otra vez sus llamadas. Viene el Señor y con su gracia quiere renovar, hacer nueva, nuestra vida. Pone a nuestro lado testigos que nos llamen y nos interroguen como era Juan Bautista para la gente de su tiempo.
‘Entonces daré a los pueblos labios puros para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes… dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras ni se hallará en su boca una lengua embustera…’ Así decía el profeta Sofonías.
Que seamos nosotros ese resto justo que obre siempre el bien; que seamos ese resto que escuchamos la enseñanza del camino de la justicia que nos proclama el Bautista; que seamos aquellos que reconozcamos las maravillas del Señor y convirtamos nuestro corazón a El. Que así nos encuentre vigilantes a su venida.

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