viernes, 4 de diciembre de 2009

¿Creéis que puedo hacerlo? Manifestemos las maravillas que hace el Señor

Is. 29.17-24
Sal. 26
Mt, 9, 27-31


‘¿Creéis que puedo hacerlo?’, les pregunta Jesús a los dos ciegos que iban tras El gritando por el camino. ‘Ten compasión de nosotros, Hijo de David’. La fe que tenían era grande. La confianza, total. ‘Sí, Señor’ fue su respuesta unánime. ‘Que os suceda conforme a vuestra fe… y se les abrieron los ojos’.
Nos hace falta esa fe y esa confianza. Sí, que cuando le pidamos algo al Señor desde nuestra necesidad o desde nuestros problemas, lo hagamos con total confianza. El Señor siempre nos escucha, aunque a nosotros el camino nos parezca largo.
Pero creo que el evangelio y toda la Palabra de Dios hoy proclamada quiere decirnos algo más. Eran unos ciegos llenos de oscuridad, pero que sin embargo vislumbraron donde podía estar la luz. Ellos llevaban otra luz por dentro, que era su fe. Intuían cuanto el Señor podía hacer por ellos. Desde su oscuridad ansiaban la luz y la alcanzaron.
Pero podríamos fijarnos también en el anuncio del profeta. El anuncio que hace es que todo se va a transformar, y además nos dice ‘pronto, muy pronto el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque; aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos…’
El mundo se nos vuelve oscuro muchas veces. Hay tantas cosas que no nos gustan. Camina por unos derroteros que no son precisamente lo que nosotros deseamos. Parece que el mal lo domina todo. No entendemos todo lo que sucede y por qué se llega a la situación en que estamos. Los que tenemos inquietud en el corazón con deseos de que las cosas no sean así no sentimos a veces impotentes; queremos trabajar por hacer que todos seamos mejores, para que resplandezcan los valores del evangelio, para hacer una sociedad más humana y respetuosa, para que brille la fe y la religión, y podemos sentirnos desalentados y tener la tentación de que nuestros esfuerzos son en vano.
Podemos pensar en los que trabajan pastoralmente en medio del pueblo de Dios que no siempre llegan a ver el fruto de tantos trabajos y esfuerzos, sino que parece más bien que todo pueda ser un fracaso cuando vemos la poca respuesta, o la no continuidad y perseverancia de aquellas personas con las que trabajamos. Pensemos en las tareas de la catequesis, en los grupos de jóvenes cristianos que tan pronto se desinflan y asúi podíamos pensar en muchas cosas más.
Pero es aquí cuando tenemos que escuchar el evangelio y la Palabra del Señor como una palabra de aliento que nos haga mantenernos firmes en nuestra fe, seguros de nuestra esperanza y fortalecidos frente a todos los cansancios y desalientos. La semilla tenemos que seguirla sembrando, nuestra fe tenemos que mantenerla íntegra y sentirnos seguros de que el Señor está con nosotros.
‘¿Creéis que puedo hacerlo?’ preguntaba Jesús a los ciegos y quizá nos lo preguntamos nosotros también. Tenemos que sentir la seguridad de la fe. Y la Palabra del Señor es fiel y es siempre eficaz. Y ese mundo transformado del que nos habla el profeta se puede realizar, se va a realizar.
Quizá algunos quieran desterrar la religión, lo cristiano, o los signos sagrados al ámbito de lo privado. Noticias en este sentido escuchamos continuamente porque esos sean los objetivos de ciertos movimientos o ideologías. Ahora hemos oído hablar de la guerra de los crucifijos en los lugares públicos o en las escuelas. Nosotros tenemos que ser valientes para seguir nuestras convicciones públicamente y con firmeza. Nada ni nadie podrá apartarme de mi fe. Y tenemos que buscar la forma de hacerlo.
Estamos en Adviento que, como hemos repetido tantas veces, es tiempo de esperanza. Viene el Señor y El es nuestra fortaleza. Viene con su salvación que nos transformará nuestro corazón para que también transformemos nuestro mundo. No nos faltará la presencia de su Espíritu. No nos podemos encerrar ni tampoco quedarnos en lastimeras lamentaciones por el rumbo que toma nuestro mundo. No son lloros ni lamentaciones lo que se necesita, sino el testimonio valiente y vivo de la fe.
Como aquellos ciegos que se vieron curados por el Señor con sus ojos llenos de luz, nosotros tenemos que ir también a proclamar ante el mundo las maravillas que hace Dios con su amor.

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