domingo, 8 de noviembre de 2009

¿Una medida para nuestro amor?


2Rey. 17, 10-16;

Sal. 145;

Heb. 9, 24-28;

Mc. 12, 38-44

¿Cuál es la medida de nuestro amor? Se me ocurre esta pregunta después de escuchar y meditar los textos que nos ofrece en este domingo la Palabra del Señor. Dos hermosos testimonios y ejemplos escuchamos sobre todo en la primera lectura y en el evangelio. En ambos casos unas viudas capaces de dar todo lo que tienen. ¿Cuál era la medida de su amor?
El libro de los Reyes nos habla de la viuda de Sarepta a la que el profeta le pide en principio un poco de agua y luego un trozo de pan. ‘Por favor, tráeme un poco de agua… tráeme también un trozo de pan…’ La respuesta de aquella mujer manifiesta su pobreza: ‘No tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza… voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos…’
Pero el profeta le hace poner su confianza en Dios. ‘Anda, no temas, prepáralo como has dicho….así dice el Señor Dios de Israel: la orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra…’ La mujer con la confianza puesta en Dios ‘hizo como le había dicho Elías y comieron él, ella y su hijo… ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó…’ La confianza en Dios hizo el milagro. Y el milagro fue la generosidad de aquella mujer capaz de desprenderse de lo poco que le quedaba porque se fiaba de la palabra del Señor por el profeta.
En el evangelio es otra la situación, pero se trata de la mujer viuda que fue capaz de desprenderse también de todo lo que tenía para vivir para poner su limosna en el cepillo del templo. ‘Jesús estaba sentado enfrente del arca de las ofrendas en el templo…’ Observa Jesús lo que sucede. ‘Muchos ricos echaban en cantidad; pero se acercó una viuda pobre y echó dos reales’. Ya conocemos el comentario y la alabanza de Jesús: ‘Esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.
Por eso la pregunta que me hacía desde el principio. ¿Cuál es la medida de nuestro amor? Porque nos podemos ver gratamente sorprendidos y hasta emocionados por la actitud de estas dos viudas pobres de las que nos ha hablado la Palabra de Dios, pero ¿hasta dónde estamos dispuestos a imitarlas? ¿Hasta donde llega nuestro desprendimiento?
Me preguntaba por la medida de nuestro amor, pero es que muchas veces andamos midiendo lo que hacemos por los demás, lo que damos o hasta donde nos damos nosotros, pero con una medida de tacañería. Siempre nos parece que es suficiente o que es mucho lo que hacemos o damos. Nos parece que si damos de lo nuestro luego nos va a faltar. Siempre andamos haciéndonos nuestros cálculos.
No podemos olvidar que el hombre encuentra la vida cuando ama y se da con generosidad. Porque de eso se trata, de darse. Aun con nuestros egoísmos pasamos por dar cosas. Quizá hasta decimos que somos generosos y damos de aquello que nos sobra. pero ahí falta una actitud interior que de verdad nos enriquezca; una actitud interior de amor real, que nos lleve al desprendimiento, que nos lleve a la generosidad, que nos lleve a la donación de sí mismo. Que no son sólo cosas lo que hemos de dar. Pero ¿qué es lo importante, dar o darse?
No podemos vivir de fachadas. Recuerdo que en un viaje en una ciudad nos enseñaban una casa con una fachada muy hermosa y muy llena de arte; pero el guía nos decía que allí no vivía nadie, no se podía vivir porque la profundidad que tenía la vivienda era tan poca que la hacía inhabitable. Era sólo fachada. Cuidado que así seamos nosotros algunas veces.
Cuando Jesús está observando a los que echaban dinero en el cepillo del templo, antes nos había prevenido de aquellos que sólo vivían de lo exterior. ‘Cuidado con los letrados: les gusta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos… esos recibirán la sentencia más rigurosa’. Sólo fachada y apariencia pero con el corazón vacío. Falsedad e hipocresía.
Es el amor el que va a dar verdadera profundidad a nuestra vida. Para que no seamos sólo fachada. Porque es con un amor generoso y sin medida cómo tenemos que aprender a hacer las cosas. No por cumplimiento, ni para quedar bien; no para que vean lo generoso que soy y pueda recibir alabanzas por ello. Ya nos dice Jesús ‘que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha’.
Cuando lo hacemos con amor verdadero seremos capaces de olvidarnos de nosotros mismos, porque sólo pensamos en darnos y el bien que podamos hacer al otro. Porque amar es eso, darnos y entregarnos, sin buscar alabanzas ni recompensas. La única satisfacción es el amor mismo que nos hace llenarnos así de Dios.
El que ama y se da con generosidad es el que encuentra la verdadera vida, la vida de Dios. Y la persona que vive en Dios es la que ama y la que es capaz de desprenderse de todo. Como lo hizo Jesús, que se desprendió de su vida y dio hasta la última gota de su sangre por nosotros.
Por eso a la pregunta que nos hacíamos al principio a mi se me ocurre responder. La medida de nuestro amor tiene que ser Dios, el amor que Dios nos tiene y se nos manifiesta en Jesús. Que así sea siempre nuestro amor.

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