miércoles, 14 de octubre de 2009

No abusemos de la misericordia de Dios

Rom. 2, 1-11
Sal. 61
Lc. 11, 42-46


‘¿Es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que esa bondad es para empujarte a la conversión?... A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará la vida eterna… Gloria, honor y paz a todo el que obre el bien… Dios no es parcial con nadie…’
la gran revelación que nos hace Jesucristo es el amor y la misericordia de Dios que es Padre. El Dios bueno y justo que nos ofrece su misericordia y su perdón, que se nos manifiesta de modo extraordinario en Jesús, en su pasión, muerte y resurrección.
Pero a esa oferta de amor y perdón tenemos que corresponder con nuestra conversión y nuestra nueva vida de amor. Al amor respondemos con amor. El amor tiene que provocar el amor como respuesta. Dios nos ofrece su amor, pero podríamos decir que le tenemos las manos atadas, porque siempre respeta nuestra libertad de respuesta. No nos dará, no nos impondrá lo que nosotros no queramos, porque para que se haga efectivo ese amor gratuito de Dios en nosotros, es necesaria nuestra respuesta.
El nos regala su gracia pero nosotros podemos hacerla o no. El, podemos decir, nos perseguirá con su gracia, pero nosotros hemos de abrirle las puertas de nuestro corazón. Y nuestra respuesta, la apertura de esa puerta pasa por nuestra conversión, por ese querer nosotros cambiar nuestra vida, reconociendo todo el amor que El nos tiene, para vivir en su vida de amor.
El nos acompaña, nos hace fácil ese camino de vuelta a El, porque para eso nos da su gracia que nos fortalece y ayuda. Es el Padre que nos espera con los brazos abiertos y que nos llama, y va poniendo muchas señales en el camino de nuestra vida para que le reconozcamos y vayamos a El. ‘Que te gracia nos preceda y acompañe para que estemos dispuestos a hacer siempre el bien’, pedíamos en la oración litúrgica del pasado domingo y que hemos repetido en los días de feria de esta semana. Para estar dispuestos para el bien, que nos acompañe, los fortalezca, nos ayude la gracia del Señor.
No nos vale decir, como el Señor es bueno y misericordioso, El tendrá paciencia conmigo, y yo ya cambiaré más adelante, seré más bueno pero tengo tiempo aún, ya me apartaré de ese camino de pecado. Eso es abusar de la misericordia de Dios, jugar con su amor y su gracia. Lo hacemos, desgraciadamente, tantas veces.
Como nos dice san Pablo: ‘con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras… a los porfiados que se rebelaron contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable…
Esta Palabra de Dios que estamos escuchando y reflexionando no es para llenarnos de miedo ante el Señor y perder la esperanza de la salvación. Hemos de mantener en nuestro corazón el santo temor del Señor, que es uno de los dones del Espíritu también, que nos haga considerar y respetar su grande y su amor. Hemos de escucharla como una invitación a la conversión, al cambio de nuestro corazón, a la vuelta al amor de Dios, para llenarnos de él, para vivirle intensamente.

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