jueves, 24 de septiembre de 2009

Todavía no es tiempo de reconstruir el templo

Ageo, 1, 1-8
Sal. 149
Lc. 9, 7-9


En ocasiones, cuando escuchamos relatos de la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, que hacen referencia a la historia del pueblo de Israel, llegamos a pensar o preguntarnos que pueden significar para nosotros esas historias de otro tiempo y de otro pueblo. Es el caso, por ejemplo, en estos días estamos escuchando sobre el regreso del exilio, la reconstrucción de Jerusalén y del templo.
En primer lugar tenemos que decir que son la historia de un pueblo en el que se ha desarrollado la historia de la salvación, pues a ese pueblo Dios quiso revelarse de manera especial y todos los momentos de su historia podemos verlos como reflejo de esa intervención de Dios en aquel pueblo signo de cómo Dios nos ama y se hace presente también nuestra propia historia.
Pero también podemos decir que esas historias son como un espejo y un ejemplo para nuestra propia historia, pudiendo descubrir más allá de lo que históricamente se nos narra un mensaje hondo para nuestra vida. Son además reflejo muchas veces de nuestras propias actitudes, de nuestras respuestas no siempre positivas, etc.
Hoy como se nos decía nos situamos en ese momento del regreso y de la reconstrucción de Jerusalén y del templo. Lo escuchamos también en estos pasados días en el libro de Esdras y ahora en el profeta Ageo coetáneo de estos acontecimientos. Precisamente el profeta trata de incentivar al pueblo para que se esfuerza en la reconstrucción del templo de Jerusalén frente a algunos que preferían dejarlo para otro tiempo y otra ocasión. ‘Este pueblo anda diciendo: todavía no es tiempo de reconstruir el templo’.
Ya sabemos que a partir de Jesús los cristianos cuando hablamos o pensamos en el templo no nos referimos habitualmente sólo al templo edificio material donde la comunidad se reúne, lugar propicio para la oración en el que podemos sentir una especial presencia del Señor, lugar de escucha de la Palabra de Dios y de la celebración del culto. Pensamos en ese templo de Dios que somos nosotros desde nuestra consagración bautismal. Somos nosotros ese templo del Espíritu y morada de Dios. recordamos lo que Jesús nos decía que si le amamos y guardamos sus mandamientos, el Padre nos amará ‘y vendremos y haremos morada en él’.
En nuestra vida tiene que manifestarse la gloria de Dios. así tiene que resplandecer la santidad de nuestra vida. Pero ya sabemos cuál es nuestra realidad porque con el pecado manchamos y profanamos ese templo de Dios que somos nosotros. Y si reconocemos que somos pecadores, también hemos de esforzarnos por restaurar ese templo de Dios recuperando la gracia del Señor para que vuelva a brillar la gloria de Dios en nosotros y a través de nosotros para los demás.
‘Todavía no es tiempo de reconstruir el templo’, decían algunos en tiempos de Ageo. Que es también nuestra respuesta en muchas ocasiones. Vamos dando largas a nuestra sincera conversión, posponemos el acercarnos al sacramento de la Penitencia para otra ocasión, no terminamos de decidirnos a cambiar y mejorar nuestra vida. Más adelante, ya tendremos tiempo, en otra cosas ocasión vamos respondiendo una y otra vez y el Señor puede llegar a nosotros ‘como ladrón en la noche’, como nos señala Jesús en el evangelio.
Démosle respuesta a la llamada del Señor, convirtámonos a El y purifiquemos nuestra corazón. Limpiemos ese templo de Dios que hemos manchado tantas veces con nuestro pecado para que viendo la santidad de vida todos puedan dar gloria a Dios.

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