domingo, 20 de septiembre de 2009

Jesús instruía a sus discípulos pero ellos estaban en otra onda

Sab. 2, 17-20;
Sal.. 53;
Sant. 3 16-4, 3;
Mc. 9, 29-36


Hablaban dos personas comentando cosas de actualidad y una le preguntaba a la otra si no había escuchado en la radio la noticia sobre la que hablaban; pero esta persona le respondía que no, porque ella no estaba escuchando esa emisora. No habían escuchado las mismas cosas porque estaban en ondas distintas. Nos puede pasar en la vida, no escuchamos en la misma onda. Incluso estando juntos e intercambiando ideas no nos enteramos de lo que la otra persona nos quiere decir, porque estamos en otra onda, nuestros pensamientos están en otra parte.
Era lo que le sucedía a los discípulos en el evangelio que hoy hemos escuchado. Jesús les hablaba y ellos no entendían. Les hablaba de Pascua, porque les hablaba de pasión y muerte y ellos no sólo ‘no entendían aquello, sino que les daba miedo preguntarle’. No era la primera vez que se los anunciaba. ‘El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará’. Lo escuchamos ya el pasado domingo.
Pero era además lo que estaba anunciado en los profetas. Isaías hoy nos habla del justo que es perseguido y puesta a prueba, ‘nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones… es un reproche a nuestra ideas y sólo verlo da grima, lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente…lo someteremos a la prueba de la afrenta y de la tortura, lo condenaremos a muerte ignominiosa… si es el hijo de Dios lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos…’ Es un anuncio profético del Mesías.
¿Cómo iban a entender si ellos andaban en otra onda? A pesar de lo que Jesús les había enseñado una y otra vez seguían teniendo una idea distinta de lo que había de ser el Mesías. Por eso andaban todavía con apetencias de lugares de honor y primeros puestos. ‘¿De qué discutíais por el camino?’, les preguntó cuando llegaron a casa en Cafarnaún. Pero ‘ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante’. ¡Cómo iban a entender que el Mesías había de padecer porque se iba a entregar por amor a nosotros!
Discutían sobre quién era el más importante. Y ya sabemos lo que era ser importante para Jesús. Algo que había enseñado una y otra vez. ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos…’ les dijo una vez más. La sintonía de Jesús pasa por el amor, por la entrega, por el servicio, por la sencillez y la humildad. Por eso les habla también de acoger a un niño, algo tan pequeño y sencillo como un niño, ‘porque el que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí, y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado’, les dice.
Cuando no estamos en esa sintonía sino en la sintonía de las apetencias y ambiciones de grandeza terminamos discutiendo y peleándonos. Y como decía el apóstol Santiago en su carta hoy ‘donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males… codiciáis lo que no podéis tener, y acabáis asesinando; ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo, así que lucháis y os peleáis…’
Ellos vivían inmersos en lo que eran los sueños y apetencias de aquel pueblo y así tanto les costaba entender a Jesús. Nosotros vivimos también inmersos en nuestro mundo y en nuestra sociedad, que camina por sus derroteros no siempre en consonancia con el evangelio. Nuestra sintonía tiene que ser la de Jesús si es que nos llamamos cristianos. Pero son tantas las interferencias, las influencias que recibimos de nuestro ambiente, de lo que nos rodea, del espíritu del mundo en el que vivimos. A veces oímos el mensaje de Jesús pero no siempre lo escuchamos debidamente. Tenemos que sintonizarlo bien, coger en verdad su onda.
Queremos proclamar el mensaje y el sentido de Jesús a nuestro mundo, pero quizá para ellos desafinamos. No les gusta lo que nosotros podamos proclamar. No nos pueden entender. Lo vemos en las interpretaciones que se hacen de lo que es la vida de la Iglesia, de lo que es el mensaje que la Iglesia quiere trasmitir siendo fiel al evangelio. Y buscan y rebuscan en el magisterio de la Iglesia, en los mensajes del Papa, para hacer sus interpretaciones según sus criterios. Y buscan la frase llamativa sacándola de su contexto y queriendo hacerle decir lo que realmente el Papa no dijo y cosas así. Es que el Papa tenía que haber dicho, dicen, es que el mundo va por otro lado… Pero el Papa no puede proclamar sino el mensaje del evangelio y en consecuencia la defensa de la vida, y la proclamación del amor auténtico, es una palabra, el mensaje de Jesús. No podemos buscar otra cosa. Lo vemos con sus encíclicas, con sus discursos, con sus declaraciones. Muchos serían los ejemplos.
Tendríamos que ser signos verdaderos de ese mensaje de Jesús por nuestra vida ante el mundo que nos rodea. Como el justo del Antiguo Testamento también nos podemos encontrar rechazo y hasta quieran ponernos a prueba, como escuchamos en el texto sagrado. Miran con lupa lo que hacemos o decimos a ver si hay congruencia entre nuestra fe y nuestra vida; critican todo lo que hagamos buscando siempre cosas negativas sobre todo si no coincidimos con sus ideas o planteamientos; tratan de desestabilizarnos queriendo ridiculizar lo que podamos hacer o decir; pretenden influir en nosotros como en la sociedad para que nos dejemos llevar por su manera de entender las cosas.
Pero nosotros tenemos que sentirnos seguros de nuestro seguimiento de Jesús. Porque sabemos que El sí nos auxiliará, será nuestra fuerza, nuestra luz y nuestra sabiduría. Nos ha dejado su Espíritu. El Evangelio nos dice hoy que ‘Jesús mientras iba de camino por Galilea, instruía a sus discípulos’. Es lo que tenemos que hacer: dejar que Jesús nos siga instruyendo. No sé siempre nos dejaremos instruir lo suficiente por Jesús en tantos medios que a través de su Iglesia pone a nuestro alcance. Porque algunas veces tenemos el orgullo metido en nuestra alma y pensamos que ya nos lo sabemos todo y no necesitamos ahondar en esa formación cristiana, en esa profundización del Evangelio.
Yo, desde mi experiencia, pienso que esa es una tarea pendiente en la Iglesia de hoy. Lograr que haya cristianos debidamente formados y preparados para dar razón de la fe y para poder hacer una mejor proclamación del Evangelio en nuestro mundo. Les cuesta mucho a los cristianos sentarse a estudiar la Biblia, asistir a reuniones y encuentro de formación y de profundización de la vida cristiana. Necesitamos de ese crecimiento en el conocimiento del misterio de Cristo, en la profundización en el evangelio, en llegar a tener unas ideas claras de lo que realmente es vivir como cristianos. No temamos, como les sucedía a los discípulos hoy, preguntarle a Jesús por lo que no entendamos; y preguntarle significa esos deseos de una mejor formación cristiana y profundización en el evangelio de Jesús.
Pidámosle al Espíritu del Señor que nos dé hambre de Dios, deseos profundos de poder conocerle cada vez mejor para poder amarle más, para ser en verdad unos discípulos comprometidos por la causa del Evangelio.

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