lunes, 3 de agosto de 2009

Un pueblo rebelde pero un pueblo creyente que pone toda su confianza en el Señor

Núm, 11, 4-15
Sal. 80
Mt. 14, 13-21


Durante varios días vamos a estar escuchando el libro de los Números, de los cinco libros del Pentateuco, con lo que iremos completando el acercamiento a los libros de la Ley del Antiguo Testamento. Este libro sigue narrándonos principalmente las incidencias del recorrido del pueblo de Dios por el desierto camino de la tierra de promisión.
Largo y duro recorrido el que realiza el pueblo de Israel. Largo porque se prolongará durante cuarenta años y duro no sólo por lo que significaba caminar por el desierto con unas condiciones bien inhóspitas, sino también por el proceso que como pueblo iban realizando. Podemos decir que fue un tiempo de prueba que les iba a purificar y les iba a hacer tomar conciencia de su condición de pueblo unido y peregrino. Lo que había de llegar no podían ser simplemente unos clanes familiares sino un pueblo bien unido y conjuntado, y un pueblo creyente que ponía su confianza en el Señor y por El se dejaba conducir. Llegar a ello era una tarea inmensa.
Una cosa que nos presenta el texto sagrado son precisamente esos momentos de duda, de rebelión interior, de cansancio en ese largo camino. Ya en las reflexiones que nos hemos ido haciendo ha ido apareciendo esa situación que vivía el pueblo de Israel en su peregrinar por el desierto. Esas tentaciones a la añoranza de los tiempos pasados es algo que va apareciendo. De ello nos ha hablado hoy el texto. ‘Cómo nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto, y de los pepinos y los melones y puerros y cebollas y ajos…’
Esa situación que vive el pueblo le afecta a Moisés que tiene que dirigir y guiar a ese pueblo. Se siente cansado por las rebeliones y las infidelidades. Pero Moisés es un hombre de fe, que quiere poner toda su confianza en el Señor. ‘Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas… ¿He concebido yo a todo este pueblo o le he dado a luz, para que me digas: coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres?...’ Pero aún así quiere seguir con la misión que el Señor le confió y le pide fuerzas.
Cuando escuchamos estos textos no es sólo por entretenernos con viejas historias que pudiera parecer que nada tienen que ver con nosotros. Primero son la historia del pueblo de Dios, del que nosotros somos herederos porque en él nació Jesús, nuestro Salvador. Pero además porque hemos de saber leer en esas historias nuestra propia historia y nuestra propia situación.
En el camino de nuestra fe y de nuestra vida cristiana nosotros podemos vernos en situaciones parecidas. También surge el cansancio en nuestra lucha por la superación, muchas veces nos vemos arrastrados por la tentación que nos lleva a la rebelión y a la infidelidad al Señor, nos gustaría que las cosas fueran de otra manera y nos cuesta aceptar y enfrentarnos a los caminos que tenemos que recorrer. Pero ahí tiene que aparecer nuestra actitud creyente como vemos en Moisés para confiarnos al Señor y para fiarnos de Dios y sus caminos.
Igual que Israel en el desierto apetecía las cebollas y los puerros que comían en Egipto en los tiempos de la esclavitud, como hemos reflexionado ya en alguna ocasión, nos sentimos tentados a volver a la vida anterior, a la vida del pecado que nos esclaviza, pero que en nuestros sueños tentadores nos pueden parecer mayor libertad. Es donde tenemos que pedir la fuerza del Señor, su gracia, su luz que nos ilumine para descubrir sus caminos y no volvernos por las sendas tortuosas de la muerte y del pecado.
No nos podemos sentir solos ni desamparados porque tenemos siempre la presencia del Señor. No podemos decir como Moisés ‘¿de dónde sacaré pan para repartir a este pueblo y que coma?’, porque en el evangelio hemos contemplado como Jesús da de comer a la multitud en el desierto con solo cinco panes y dos peces. No comentamos ahora este evangelio que nos propone la liturgia hoy, porque en estos días repetidamente lo hemos escuchado y comentado y lo seguiremos haciendo, pero sí ver cómo el Señor no nos deja ni nos abandona, sino que siempre nos dará el alimento mejor que necesitamos que es El mismo, verdadero Pan de vida.

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