domingo, 16 de agosto de 2009

Eucaristía, banquete de nueva vida, alimento de vida eterna


Prov. 9, 1-6;

Sal. 33;

Ef. 5, 15-20;

Jn. 6, 51-59



‘La sabiduría ha construido su casa, plantando siete columnas, ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa… venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado, dejad la inexperiencia y viviréis…’ Así nos hablaba el libro de los Proverbios. Un banquete que está preparado y nosotros invitados. Varias parábolas del evangelio nos repiten la invitación para acercarnos a la mesa del Reino de los cielos. Hoy mismo Jesús con palabra clara nos dice que vayamos a El y le comamos, y así tendremos vida para siempre.
Creer en Jesús y seguirle. Creer en El y unirnos a El. Creer en El y vivirle. Creer en El y comerle para que tengamos vida eterna y seamos resucitados con El en el último día. Es el recorrido que hemos ido siguiendo en la medida en que hemos ido escuchado su evangelio. Fe para creer en el que nos llevará a vivir su misma vida.
Se hace comida. ‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo…’ No estamos hablando en simples imágenes sino en realidades. No es un simple signo que se queda fuera de lo significado, sino algo que es realidad viva, por eso cuando vamos a comer a Cristo en la Eucaristía no es un simple pan lo que comemos sino que es Cristo mismo.
Ante la Eucaristía nos postramos y adoramos porque estamos adorando a Dios. Es verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Jesús; es Cristo mismo que está real y verdaderamente presente. Es, pues, a Cristo a quien comemos. Cristo que se hace alimento, que se hace comida. Cristo que se nos da y no simbólicamente sino de forma real y verdadera.
Comemos para tener vida. La comida que ingerimos se asimila de tal manera por el organismo humano que se hace vida en nosotros, es lo que hace que podamos vivir, es nuestro alimento para vivir. No podemos luego diferenciar y separar aquello que hemos comido del resto del nuestro organismo, sino que el alimento que comemos es el que nos hace vivir.
Así es cuando comemos la Eucaristía, a Cristo en la Eucaristía. Su vida se hace vida nuestra. Y porque El es vida eterna, nosotros comenzamos a tener vida eterna. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, nos repite Jesús. Yo lo resucitaré en el último día… yo vivo por el Padre, continúa diciéndonos Jesús, del mismo modo el que me come vivir por mí… el que come de este pan vivirá para siempre’.
Podría parecer un juego de palabras, o una repetición innecesaria. Pero no es así. Es cierto que Jesús nos lo repite una y otra vez, para que lo comprendamos, para que lo deseemos, para avivar nuestra esperanza y nuestros deseos de Dios y de vida eterna, para que tengamos verdaderamente hambre de Dios.
No terminaban de entenderle los judíos. Veremos incluso que muchos van a abandonar el seguimiento de Jesús. ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’, se preguntaban los judíos, como antes habían dicho que cómo puede decir que ha bajado del cielo si nosotros le conocemos, que es el hijo del carpintero de Nazaret, que es el hijo de María y de José. Tenemos que reconocer que eran difíciles las palabras de Jesús.
Nosotros mismos por más que digamos que sí lo entendemos, no terminamos de comprender y vivir con toda plenitud el misterio de la Eucaristía. Pensemos en lo que muchos cristianos han convertido la Eucaristía, las motivaciones verdaderas por las que muchos vienen a Misa. Un rito mágico o casi mágico que celebra el sacerdote es para muchos la misa; algo a lo que nosotros nos contentamos con asistir o algo de lo que nos valemos simplemente para pedir por los nuestros o por otras necesidades que tengamos del tipo que sea.
Cristo se nos da en la Eucaristía y se hace comida nuestra para que tengamos vida, para vivir El en nosotros y nosotros en El. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre… que es verdadera comida y verdadera bebida… habita en mí y yo en El’. Si comemos a Dios, Dios habita en nosotros.
Es su Cuerpo entregado. Es su Sangre derramada. Es banquete porque es comida en que El mismo se nos da para que le comamos; pero también es la señal, el signo del gran sacrificio, de su entrega hasta el final por nosotros. Por eso la Eucaristía es la gran celebración de la Pascua de Cristo para el cristiano. Por eso en la Eucaristía tenemos que morir para vivir.
Con Cristo también nosotros nos inmolamos para dejar atrás nuestras muertes, para comenzar a vivir una vida nueva, distinta. La Eucaristía es señal de Pascua, es señal de resurrección. Nos lo ha dicho Jesús, que El nos resucitará para que tengamos su misma vida para siempre. Por eso de la Eucaristía tenemos que salir siempre transformados. Después de cada Eucaristía en que comamos a Cristo tenemos que salir renovados, nuevos, con nuevas actitudes, con nuevos compromisos, con nuevos deseos de bien, en una palabra, con vida nueva.
¡Qué misterio de amor más grande que Cristo se nos dé así en la Eucaristía! ¡Cómo tenemos que darle gracias por esa posibilidad que El nos da de vivir su misma vida!¡Con cuánta fe y con cuánto amor tenemos que venir siempre a la Eucaristía, pero nunca como meros asistentes ni espectadores, sino implicándonos siempre y dejándonos transformar por esa vida nueva que Cristo nos da!

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