domingo, 26 de julio de 2009

Nuestros cinco panes de cebada


2Rey. 4, 42-44;

Sal. 144;

Ef. 4, 1-6;

Jn. 6, 1-15



Comienza el evangelio diciéndonos que ‘seguía mucha gente a Jesús, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos’. Concluirá diciéndonos que ‘las gentes la gente el signo que había hecho decía: Este es el Profeta que había de venir’. Y querían hacerlo rey.
Jesús realiza un gran signo. Un signo que va a tener resonancias pascuales. Los mismos gestos que Jesús realiza, ‘tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió’, los va a repetir en la Última Cena y serán los que nosotros repitamos cada vez que celebremos el Memorial de su Pascua. Por eso el evangelista apunta, ‘estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos’. Era un anticipo de la pascua definitiva y eterna que nosotros celebramos para siempre cada vez que celebramos la Eucaristía.
Jesús había subido a la montaña y allí se había sentado con los discípulos. Al levantar los ojos y ver la multitud que se acercaba dice a Felipe: ‘¿Con qué compraremos panes para tanta gente, para que coman estos?’ Esta vez el evangelista no nos dice que Jesús se pusiera a enseñarles, como tantas veces nos lo repite el evangelio en ocasiones así que mucha gente se reúne a su alrededor. La lección de Jesús hoy es su actuar; su misericordia y compasión que le mueve a actuar ante una necesidad que está ante El y que nos impulsa a actuar a nosotros.
El sabía lo que había que hacer, pero implica a los discípulos, implica a la gente que está ante El con su necesidad. Es la pregunta a Felipe y es el actuar de Andrés que averigua qué es lo que hay y donde puede haber soluciones. ‘Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es eso para tantos?’ Ya Felipe había dicho ‘doscientos denarios de pan no bastan para comprar para que a cada uno le toque un pedazo… ¿y dónde lo vamos a comprar en descampado?’ Pero también se ha implicado a aquel muchacho que pone a disposición los cinco panes de cebada y los dos peces.
Es el pan de los pobres; panes de cebada, no de harina de trigo. Como la ofrenda de los pobres eran aquellos veinte panes de cebada del milagro de Eliseo, en la primera lectura. ‘Vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias –veinte panes de cebada – y grano reciente para el siervo del Señor’.
El pan de los pobres que se parte y se reparte; el pan de los pobres que cuando se comparte dará para tanto que al final hasta sobrará. ‘Esto dice el Señor. Comerás y sobrará… comieron y sobró como había dicho el Señor’, según nos dice el libro de los Reyes.
‘Recoged los pedazos que han sobrado, que nada se desperdicie. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido’, nos señala detalladamente el evangelista.
Es grande la lección. El pan de los pobres compartido da para mucho. Esto nos tendría que hacer reflexionar mucho. Cuando rebosamos de amor cómo puede cambiar la visión de las cosas; cómo los problemas no son tan grandes problemas, porque la solidaridad de los que ponemos o somos capaces de poner los cinco panes de cebada de nuestra pobreza, grandes soluciones se pueden encontrar. ¡Qué distinto sería nuestro mundo si todos entráramos en ese camino de solidaridad! ¡Qué dados al derroche en los tiempos de las vacas gordas del bienestar y qué poquito somos capaces de pensar en los demás!
Ya al principio del comentario dejamos entrever la relación de este signo de Jesús con la Pascua y con la Eucaristía. En los próximos domingos vamos a escuchar lo que llamamos el discurso del ‘pan de vida’, que nos anuncia la Eucaristía. Pero también lo que hoy hemos escuchado nos está dando pautas del compromiso que para el cristiano significa celebrar la Eucaristía.
El pan multiplicado, ya fuera en el milagro de Eliseo, ya por Jesús en el Evangelio, es el pan de las ofrendas. Ofrenda de los pobres, como dijimos, fueron los 20 panes de cebada de lo que nos habla la primera lectura. Ofrenda de los pobres fueron los cinco panes de cebada y los dos peces del muchacho del evangelio.
Es la ofrenda que tenemos que saber hacer nosotros en la Eucaristía. Porque no venimos como espectadores de lo que hace Jesús, sino que El quiere contar con nosotros como contó con Felipe y Andrés, y como contó con el joven que ofreció los cinco panes de su pobreza. El quiere también implicarnos a nosotros. De ninguna manera la actitud del cristiano puede ser la actitud pasiva.
Tenemos que hacer nuestra ofrenda, poner nuestros panes de cebada si en nuestra pobreza eso es lo que tenemos. ¡Cuánto se puede hacer con poquita cosa! No olvidemos que el Señor sabe multiplicarlo. Y no es que nos contemos con poca cosa por tacañanería, porque hemos de ser generosos para poner lo que somos, lo que es nuestra vida, lo que tenemos. Es lo que hacemos en cada Eucaristía cuando llega el momento de las ofrendas. No es que simplemente de forma ritual traigamos el pan y el vino de la Eucaristía, sino que ese momento tiene que tener su hondura, su profundidad, la hondura y la profundidad que nosotros queramos darle con toda nuestra vida.
Y es que la Eucaristía nos compromete. De la ofrenda de la Eucaristía tenemos que salir con un compromiso en el compartir generoso. Por eso ritualmente es el momento es que se recoge aquello con lo que económicamente queramos contribuir para los pobres o para las necesidades de la Iglesia. Pero es mucho más que una moneda lo que tenemos que poner en ese momento de la Eucaristía. Es nuestra vida, la generosidad de nuestro corazón, nuestro compromiso de amor. Es la ofrenda de nuestro trabajo en todos los sentidos. Es la ofrenda de aquello que hacemos y vivimos dentro de la Iglesia y de la comunidad. Es la ofrenda de nuestro compromiso a nivel social o político con nuestro mundo.
No se puso Jesús a enseñar a la gente, como decíamos antes, cuando subió a la montaña, pero sus gestos, sus actitud, su generosidad, su corazón compasivo nos está invitando a muchas cosas.

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