miércoles, 22 de julio de 2009

María Magdalena, la primer testigo de Jesús resucitado

Cantar de los Cantares, 3, 1-4
Sal. 62
Jn. 20, 1-2. 11-18


‘¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, sudarios y mortaja… resucitó de verás mi amor y mi esperaza’. Hermoso diálogo con María Magdalena a quien hoy celebramos en la antífona de hoy tomada de la secuencia o himno pascual del día de la resurrección del Señor.
María Magdalena pecadora pero enamorada hondamente del Señor. De ella nos dice el evangelista Jesús había arrojado siete demonios; una referencia quizá a su condición de mujer pecadora que se acercó a Jesús y porque amó mucho se le perdonaron sus muchos pecados. ‘Porque amó mucho se le perdonan sus muchos pecados’, le dirá Jesús a Simón el fariseo que había invitado a Jesús.
‘Me levanté y busqué por las calles y las plazas el amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré… apenas los pasé, encontré al amor de mi alma’, canta la esposa en el Cantar de los Cantares. Y en el salmo hemos clamado ‘mi alma es tá sedienta de ti, Señor, Dios mío… mi alma tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostado, sin agua’, repetimos y meditamos en el salmo expresando el deseo de amor de María Magdalena que quiere ser también nuestro deseo de Dios. No es necesario meternos en fantasías y especulaciones como los apócrifos hicieron o quieren hoy resaltar autores modernos de modo, para comprender lo que es el corazón lleno de amor de Magdalena a quien tanto le había dado con su llamada y su perdón.
Un amor grande que le hizo seguir a Jesús con otras mujeres que le servían, amor grande por el que la encontramos al pie de la cruz en el calvario junto con la Madre de Jesús; amor grande que nos la hace encontrarla a la entrada del sepulcro, ahora llorosa porque ‘se han llevado el cuerpo de Señor’; amor que la convertirá en la primer testigo de la resurrección del Señor y la primera misionera que llevará la noticia de la resurrección a los demás apóstoles. Los santos padres dirán de María Magdalena que fue ‘apóstol de los apóstoles’, por esa misión que le encomendó el Señor.
Bello el diálogo del evangelio. ‘Mujer ¿por qué lloras?’ ,le preguntan primero los ángeles cuando está postrada y llorosa a la entrada del sepulcro. ‘Porque se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto’, fue su respuesta.
‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?’ será ahora la pregunta que Jesús mismo le haga, aunque sus lágrimas le impiden conocerlo. Ella busca un cuerpo muerto pero allí está Cristo vivo y lo confunde con el hortelano. ‘Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo lo recogeré’. Será cuando Jesús la llame por su nombre ‘¡María!’ - ¡Cómo sería esa llamada de Jesús a María por su propio nombre! - cuando llegue el reconocimiento y la proclamación de fe. ‘¡Rabboni!...Maestro’, será la aclamación.
‘Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro… María Magdalena fue y anunció a los discípulos: he visto al Señor y me ha dicho esto…’ La primera mensajera, el primer testigo, el primer apóstol que anuncia la resurrección del Señor.
Celebramos a María Magdalena y aprendemos de su arrepentimiento, reconociendo que somos pecadores, y de su amor. Ofrenda de amor hemos de saber hacer nosotros a Dios, como lo hizo ella, que aceptará con tanta misericordia nuestro Señor Jesús, como expresamos en una de las oraciones de la liturgia.
Celebramos a Magdalena y como ella nos llenamos de la alegría pascual, para correr también a los demás gozosos y convencidos de que Jesús es el Señor y resucitó. Que escuchemos también la llamada que el Señor nos hace por nuestro propio nombre allá en lo más hondo de nosotros mismos.
Celebramos a María Magdalena y queriendo dar testimonio de Jesús ahora mientras caminamos por esta vida, también ansiamos que un día podamos verle cara a cara en el reino eterno de Dios, como también pedimos en las oraciones de esta liturgia. María Magdalena ya contempló cara a cara a Cristo resucitado; nuestra esperanza es que un día también nosotros podemos contemplarlo en el cielo para darle toda la gloria que como Dios se merece.

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