miércoles, 8 de julio de 2009

La misión y la obra de Cristo, de los Apóstoles y nuestro compromiso

Gén. 41, 55-57; 42, 5-7.17-24
Sal. 32
Mt. 10, 1-7


Ayer contemplábamos y reflexionábamos sobre la obra y la misión de Jesús: proclamar el anuncio del Reino de Dios y a través de signos y señales hacerlo presente en la vida de los hombres. ‘Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias’.
Escuchábamos también la invitación que nos hacía a ‘rogar al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies… porque la mies es abundante y los trabajadores pocos’. Y es que Jesús ‘se compadecía de la gentes porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor’.
Hoy en el evangelio contemplamos cómo Jesús nos confía esa misión. Muchos eran los discípulos que le seguían, pero quiere tener un círculo más íntimo y cercano que van a ser como el fundamento de esa nueva comunidad que se forma en torno a Jesús y a los que va a confiar su misma misión. ‘Llamó a sus doce discípulos…’ y el evangelista nos da la relación concreta, incluso con detalles de sobrenombres o actuaciones, como en el caso de Judas. Son los obreros, los trabajadores de la mies del Señor, del campo de nuestro mundo.
Los elige y los envía ya a realizar una misión. Aún no los enviará por todo el mundo, como hará momentos antes de su Ascensión al cielo, no quiere incluso que vayan ‘a tierra de paganos ni a las ciudades de Samaria, sino a las ovejas descarriadas de Israel’. Podríamos llamar a esto una primera experiencia apostólica. A mi me recuerda mis tiempos de seminario, que en verano éramos enviados a lugares concretos a realizar lo que llamábamos ‘experiencias apostólicas’.
Les confía una misión y les da un poder y autoridad para que puedan realizarlo en su nombre. ‘Les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos – ayer contemplábamos a Jesús curando a un endemoniado que era mudo – y curar toda enfermedad y dolencia’, como Jesús hacia cuando recorría las ciudades y aldeas. ‘Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca’. Es el anuncio de la Buena Noticia, el Evangelio del Reino, en el que había que creer y al que había que convertirse.
Es la misión y la obra de Jesús que se prolonga en los apóstoles, que se prolonga en la Iglesia. No es otra nuestra misión. La proclamación del Evangelio, de la Buena Noticia de la Salvación y hacer presente el Reino de Dios en nuestro mundo también por medio de señales y signos, por las señales de nuestro amor y compromiso.
Es la obra que sigue realizando la Iglesia con su predicación pero también a través de la acción de tantas instituciones y de tantos cristianos comprometidos en el amor y la justicia. Creo que puede ser un motivo este evangelio que estamos reflexionando para reconocer y valorar la obra de la Iglesia. Reconocer que comience por conocer porque muchas veces tenemos un desconocimiento grande los cristianos de lo que la Iglesia realiza.
Pero también puede ser una ocasión para que nosotros seamos conscientes también de la misión que como cristianos hemos recibido, de la obra que tenemos que realizar. Porque esa obra de la Iglesia es nuestra obra, la que nosotros cada día tenemos que hacer, tenemos que asumir, en la que tenemos que responsabilizarnos.
Tenemos que rezar para que haya trabajadores para su mies, como Jesús nos pide en el evangelio; rezar para que descubramos nuestro lugar y asumamos esa misión recibida del Señor; rezar para que no nos falte nunca la fuerza del Espíritu del Señor, el Espíritu que ungió a Jesús y a nosotros nos ha ungido también, para que seamos testigos de su evangelio, testigos del Reino de Dios en medio de nuestro mundo.

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