lunes, 1 de junio de 2009

El Señor habla por mí y para mí

Tobías, 1, 1-2: 2, 1-9
Sal. 111
Mc.12, 1-12


Quiero expresar, en primer lugar, el marco litúrgico en que nos encontramos, ya que estos comentarios van al hilo de la Palabra de Dios proclamada cada día. Concluíamos ayer el tiempo pascual con la fiesta de Pentecostés y retomamos de nuevo el llamado tiempo Ordinario. Lo habíamos iniciado a partir de la fiesta del Bautismo del Señor para quedar interrumpido el miércoles de ceniza en el comienzo de la Cuaresma que nos conducía a la Pascua. Ahora lo volvemos a retomar para concluir cuando vayamos a iniciar un nuevo ciclo en el próximo Adviento. Aunque nos quedan dos domingos de especial significación, la Santísima Trinidad y Corpus Christi, ya en medio de la semana seguimos con la lectura continuada de la Palabra de Dios.
Hoy precisamente iniciamos la lectura del libro de Tobías que lo seguiremos durante toda esta semana. Libro que entra en el conjunto de los sapienciales por el sentido que tiene. Nos presenta hoy a Tobías, hombre honrado y piadoso, que destaca por la generosidad de su corazón en el cumplimiento de lo que podríamos llamar las obras de misericordia, dar de comer al hambriento y enterrar a los difuntos.
Es un amor generoso el que destaca en Tobías que le hará buscar incluso al necesitado. Habiéndosele preparado una buena comida en su casa porque era el día de la fiesta del Señor, no quiere sentarse a la mesa sin que su hijo vaya a buscar un pobre con el que compartir su comida. ‘Vete a invitar a un pobre… para que venga a comer con nosotros’, le dice a su hijo.
Pero el hijo le traerá la noticia de un israelita al que han asesinado y cuyo cadáver se encuentra tirado en la plaza, pues estaba prohibido darles sepultura. No lo puede consentir, trae el cadáver a su casa para darle sepultura en la noche, exponiendo incluso su vida. ‘Los vecinos le regañaban diciéndole: por este motivo te condenaron una vez a muerte… ¿cómo es posible que vuelvas a lo mismo? Pero Tobías temía a Dios más que al rey…’ termina diciendo el texto sagrado. ‘Su caridad es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo…’ que decíamos en el salmo.
El texto del Evangelio hoy escuchado lo habremos meditado muchas veces. ‘Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje’. Pero ya nos dice el texto sagrado que Jesús habló a los sumos sacerdotes, los levitas y los escribas que le escuchaban. Y al final de la parábola nos dice que ‘ellos veían que hablaba por ellos’.
Creo que esto tiene que hacernos reflexionar. La Palabra de Dios que escuchamos es una palabra directa que el Señor nos dirige de manera concreta a nosotros. Ya sé que muchas veces tratamos de escabullirnos y tenemos la tentación de decir que esa Palabra que se nos ha proclamado qué bien le vendría a éste o aquel. Ponemos un muro en nuestros oídos y en nuestro corazón no dejando que esa Palabra llegue a nosotros sino que tratamos siempre de dirigirla hacia los demás. Pero es una Palabra que el Señor me dirige a mí de manera concreta y yo soy el que tengo que oírla y saber discernir lo que el Señor quiere decirme o pedirme de forma concreta.
Es cierto que en esta parábola podemos ver bien reflejada lo que es la historia del pueblo de Israel, que tanto amor recibió del Señor, pero ya sabemos cómo rechazaban a los profetas o cómo rechazaron al mismo Cristo, el Hijo de Dios. Pero ¿no podríamos preguntarnos si acaso nosotros no estamos haciendo de alguna forma lo mismo? ¿Cuál es la actitud que yo tengo, o con la que yo recibo esa Palabra que Dios quiere dirigirme? Son las primeras preguntas que tenemos que hacernos para saber qué clase de tierra somos para acoger la semilla de la Palabra de Dios, y cómo están abiertos los oídos de nuestro corazón para escucharla.
Escuchemos con sinceridad esa Palabra que Dios me dirige, esa Palabra que tengo que plantar en la tierra concreta de mi vida con mis personales circunstancias. Dios se está dirigiendo directamente a mi vida. ¿Cuál es mi respuesta? El Señor está hablando por mi y para mi.

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