domingo, 14 de junio de 2009

El sacramento de nuestra fe y nuestro amor


Ex. 24, 3-8;
Sal. 115;
Hebreos, 9, 11-15;
Mc. 14, 12-16.22-26



‘Este es el sacramento de nuestra fe… este es el Misterio de la fe…’
aclamamos en el centro de la plegaria eucarística. Es lo que hoy repetimos y queremos hacerlo con toda la intensidad de nuestra vida y de nuestra fe.
Hoy es la fiesta de la Eucaristía. Una fiestea especial que nació sobre el siglo XIII como una necesidad de proclamar la fe en el Sacramento de la Eucaristía. Errores teológicos o herejías, negación del misterio eucarístico y pérdida de fe en la Eucaristía y pérdida de fe en general del pueblo de Dios hicieron necesaria entonces esta fiesta como creo que es necesaria también hoy. Tenemos que celebrar - y hacerlo públicamente y con toda solemnidad - esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en su presencia real y verdadera en el Sacramento de la Eucaristía; pero tenemos que cuidar al mismo tiempo que no nos quedemos en lo externo y en lo menos principal y no proclamemos de verdad ante el mundo lo que es la Eucaristía.
Sacramento de nuestra fe… Fe que necesitamos proclamar en este sacramento admirable. ¿Por qué admirable? Lo decimos así en la oración litúrgica. Grande es el Misterio que en él se realiza. Y ante el Misterio, la fe. Un poco de pan y vino que son para nosotros Cristo mismo, su Cuerpo verdadero, su Sangre verdadera, su Cuerpo entregado, su Sangre derramada. ‘Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros… Esta es mi Sangre, la Sangre derramada, la Sangre de la Alianza nueva y eterna…’ Así lo hemos escuchado en el evangelio hoy. Así tenemos que proclamar nuestra fe.
Este es el Sacramento de nuestro fe… Es Cristo mismo que se hace comida y que se hace bebida. Para que tengamos vida, y vida para siempre. ‘Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida… quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en Mí y yo en él… tendrá vida para siempre…’ Como decimos en una antífona de esta fiesta, ‘Sagrado banquete en que Cristo se nos da en comida’ .
Este es el Sacramento de nuestra fe… Cristo que se ha entregado, que ha derramado su Sangre, que es la Sangre de la Alianza nueva y eterna, se nos ofrece para que comamos de este Sacrificio. Sacrificio de redención y sacrificio de comunión.
Por ese sacramento admirable en que se celebra el memorial de la pasión. ‘Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz…’ cada vez que comemos del Cuerpo del Señor y bebemos su sangre, estamos anunciando ‘la muerte del Señor hasta que vuelva’. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección…’ que aclamamos en la plegaria eucarística. ‘Se celebra el memorial de su pasión’ que decimos en la oración y en una antífona del día.
Pero es también, como hemos dicho, Sacrificio y Sacramento de comunión. Comunión porque comemos a Cristo, presente sacramentalmente en el pan y vino de la Eucaristía que es para nosotros el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero es Sacramento y Sacrificio de comunión porque al comulgar a Cristo, comulgamos también al hermano, porque al entrar en comunión con los hermanos entraremos verdaderamente en comunión con Cristo. Y tiene que darse esta comunión con los hermanos para que haya comunión verdadera con Cristo.
Hoy es el día de la fe pero necesariamente tiene que ser día del amor. Y es que no sólo estamos contemplando y celebrando el amor de Cristo que así se nos da, sino porque necesariamente tenemos que estar comprometidos en el amor, celebrando ese amor de comunión verdadera que queremos tener con los demás, y porque estamos alimentando y fortaleciendo ese amor para que sea verdadero y para que sea duradero. Y es que si no hay ese amor no puede haber Eucaristía verdadera.
Hoy es la fiesta del amor, de la caridad, que es el amor sublime según el estilo de Cristo. Y esto tenemos que expresarlo de forma viva en nuestra vida. Se nos pide hoy mirar a la cara, a los ojos, al hermano, el hombre o mujer que está a tu lado cada día o con el que te cruzas en cualquier momento en el camino de la vida. Mirarlo a la cara, mirarlo a los ojos para decirle con toda sinceridad – no con palabras bonitas, sino con hechos concretos – que le amas porque también él es tu hermano. Si le miras a la cara se lo tienes que decir con sinceridad. Si le miras a los ojos no podrán ser sólo bonitas palabras sino algo más.
Y ese hermano puede estar solo, sufriendo en su soledad; o ese hermano está tendiendo su mano para pedirte un poco de pan, pan material que llene su estómago hambriento, o el pan de tu sonrisa, de tu cariño, de tu tiempo, de tu palabra de ánimo o consuelo… muchas clases de pan puede estar necesitando en este mundo, que decimos ahora, de crisis económica, pero también de crisis de valores verdaderos; cuántas crisis por la carencia de tantas otras cosas que pueden necesitar para recobrar su dignidad de tantas maneras escachada. Seamos realistas con lo que sucede en nuestro mundo y nosotros podemos estar haciendo también.
Mírale a los ojos a tu hermano con sinceridad y sabrás el pan que él puede necesitar de ti. Y mira luego si puedes venir a comulgar el Cuerpo de Cristo o celebrar esta fiesta de la Eucaristía mientras no brindes el pan de tu amor al hermano que está a tu lado.
Un último aspecto de la Eucaristía que celebramos. La Eucaristía, el banquete sagrado en el que participamos ahora es ‘la prenda de la gloria futura’, es el anticipo de la participación ‘en el banquete eterno del cielo’, es el comenzar a pregustar ya ‘la gloria del cielo’. ‘Ven, Señor Jesús’, decimos en la aclamación eucarística. Que ‘experimentemos constantemente en nosotros los frutos de la redención’, como hemos orado hoy.
‘Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura’.

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