viernes, 19 de junio de 2009

Corazón de Jesús, santificación de los sacerdotes y Año Sacerdotal

Oseas, 11, 1.3-4.8-9
Salmo: Is. 12,
Ef. 3, 8-12.14-19
Jn. 19, 31-37


‘Sacaréis agua con gozo de la fuentes de la salvación’, repetimos en el salmo cuando hoy venimos a contemplar, celebrar y vivir todo el amor que se expresa en el Sagrado Corazón de Jesús.
En el evangelio hemos contemplado a Cristo en su agonía y muerte en la cruz por nuestro amor. Agonía de amor, entrega de sí mismo hasta el último suspiro como una exhalación de amor por nosotros. Pero Juan nos da un detalle muy significativo. ‘Uno de los soldados, con una lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua’.
De esa fuente de salvación queremos nosotros beber para calmar la sed en lo más hondo de nosotros mismos. El nos había dicho ‘el que beba del agua que yo le dará no volverá a tener sed… y surgirá dentro de él un surtidor que salta hasta la vida eterna’. Claro que entonces le tenemos que pedir. ‘Señor, danos de esa agua…’ como le pedía la samaritana.
Es una imagen de los sacramentos lo que estamos contemplando como expresaremos en el prefacio de la misa de hoy. Por eso queremos acercarnos con gozo para beber de esa fuente de la salvación. ‘El cual, con amor admirable, se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia; para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación’.
Contemplar y celebrar al Corazón de Jesús es contemplar todo el inmenso amor de Dios por nosotros para dejarnos inundar por él. Es hermoso lo que hemos escuchado al profeta. ‘Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía…’ nos dice. Nos habla de un amor de siempre, incluso cuando hemos estado en la esclavitud del pecado y de la muerte. Nos llamó, nos hizo hijos, nos enseñó a caminar. ‘Cuando Israel era joven lo amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos… se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas…’
Beneficios de amor para con nosotros, que podamos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia, como pedimos en la oración, que nos inflame de amor, que encienda en nosotros el fuego de la caridad.
Esta Jornada de hoy, día del Sagrado Corazón de Jesús, tiene también una connotación y un sentido eminentemente sacerdotal. Es la Jornada Mundial de oración por la santificación de los Sacerdotes. Pero es también la apertura del ‘Año Sacerdotal, promulgado por nuestro amado Papa Benedicto XVI, para celebrar el 150 aniversario de la muerte de San Juan María Bautista Vianney, el Santo Cura de Ars’. Esto citando textualmente algunos párrafos de la carta a los sacerdotes de todo el mundo del Cadenal Prefecto de la Congregación para el Clero con esta ocasión.
‘Deberá ser un año positivo y propositivo en el que la Iglesia quiere decir, sobre todo a los Sacerdotes, pero también a todos los cristianos, a la sociedad mundial, mediante los mass media globales, que está orgullosa de sus Sacerdotes, que los ama y que los venera, que los admira y que reconoce con gratitud su trabajo pastoral y su testimonio de vida’.
‘Este Año debe ser una ocasión para un periodo de intensa profundización de la identidad sacerdotal, de la teología sobre el sacerdocio católico y del sentido extraordinario de la vocación y de la misión de los Sacerdotes en la Iglesia y en la sociedad’.
‘El Santo Padre, en su discurso de promulgación durante la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero, el 16 de marzo pasado, dijo que con este año especial se quiere “favorecer esta tensión de los Sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia del ministerio”. Especialmente por eso, debe ser una año de oración de los Sacerdotes, con los Sacerdotes y por los Sacerdotes; un año de renovación de la espiritualidad del presbiterio y de cada uno de los presbíteros’.

Con san Pablo en su carta a los Efesios concluyo esta reflexión: ‘Que el Señor, de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo profundo de vuestro ser, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios’.

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